Los personajes no me pertenecen, son de la Saga Crepúsculo.


Qué me inspiró este desastre: 21Guns y un litro de coca-cola.

Frase que tal vez resuma este desastre: El dolor sino se convierte en verdugo es un gran maestro.

Advertencia: Puede haber faltas de ortografía y de expresión que provoquen la muerte instantánea de la persona que está leyendo...No obstante, si deseas seguir adelante que coste que yo no me hago responsable de futuros fallecimiento.


Countdown

Parte I:

El frío invadió por completo mi cuerpo cuando la puerta de la consulta se cerró tras de mí. Era una de las tardes más calurosas del mes de septiembre por lo que era absurdo tiritar y temblar de la manera que lo hacía.

Intenté disimular los sollozos que sacudían todo mi cuerpo, pero fue imposible no llamar la atención de varios transeúntes. Salí corriendo a la parada del autobús cuando ya no pude soportar más las miradas entrometidas. Se suponía que debía de estar en el cine de dos manzanas más abajo de mi casa y no en la otra punta de la ciudad.

Apenas distinguía las calles por donde pasaba, tenía el piloto automático activado. Esquivaba a todo lo que se ponía por delante sin razonar si la dirección hacía donde corría era la correcta. Y en un momento de descuido, tropecé con el propio aire. Aterricé sobre el duro suelo. Varias personas que caminaban por ahí se acercaron a ayudarme a recoger lo que se había desparramado de mi bolso, pero sólo me detuve a coger lo esencialmente necesario—el monedero, las llaves y un par de papeles—, el resto lo dejé donde había caído y me fui sin mirar a ninguno de los buenos samaritanos que se habían acercado a ayudarme.

Por mano de alguna fuerza antinatural llegué a mi casa sin ningún rasguño, aunque aquel frío que apenas me dejaba respirar continuaba allí conmigo.

— ¿Bella? —Pegué un brinco cuando oí la voz de mi madre detrás de mí—. ¿Te ocurre algo? ¿Estás bien? —intenté excusarme con una lamentable actuación de "si mamá, solo estoy cansada", pero la sonrisa que debería haber realizado el jaque mate en mi improvisada actuación, se convirtió en una extraña mueca que parecía decir todo lo contrario—. Cariño, pero si estás llorando —con cuidado, Reneé se acercó. Me limpió las lágrimas que seguían deslizándose por mi rostro, y luego me rodeo con sus brazos para acunarme contra su cuerpo. Sin poder evitarlo, las lágrimas traicioneras acudieron de nuevo a escena.

Tras secar mi arsenal de sollozos, mi madre me condujo a la cocina, donde comenzó a preparar un té de hierbas. Puso uno de sus discos favoritos en el viejo radiocasete que había aun lado de la cocina y con la música de U2 de fondo sirvió dos tazas; una para cada una.

Mi dedo bailaba distraídamente sobre la taza de té ardiendo, teniendo como fiel público a mis dos ojos que se negaban a mirar hacía la dirección donde sabía que estaba mi madre.

— Me encanta los ratos de madre e hija que compartimos, sobretodo cuando observas con gras interés a la pelusa que hay en la moqueta ignorando por completo a tu única madre, la que, por cierto, tuvo que soportar ocho horas de puro dolor sin epidural.

Detuve a mi índice por un momento para mirar a la mujer que me crió. Cuando me tuvo era joven, tal vez un par de años mayor que yo. No tenía que preguntarle para imaginar lo duro que había sido el camino que había elegido cuando me cogió, dejando a un prematuro matrimonio que no tenía sentido alguno. Pero aun con esa vida, parecía feliz.

— Sé que no soy de las madres que recuerdan el día que tienes cita con el dentista, y tampoco de las que tienen una mano experta en la cocina, pero si me considero de las que no ignoran cuando un hijo viene a casa llorando —sabía que no juzgaría, no delante mía, pero aun teniendo aquella certeza las palabras seguían atascadas en mi garganta sin querer salir.

— Es…—apenas lo había llegado asimilar. Y me sentía incapaz de expresar en voz alta lo que ocurría—. Yo… ¿Cómo reaccionó la abuela cuando quedaste embarazada?

— Creo que bien; con un ataque de nervios y unos cuantos gritos —comentó tranquilamente, encogiendo los hombros y sin querer comprender a que venía aquella pregunta —. Supongo que es lo menos que podía esperar de ella —no era ningún secreto para mí la áspera relación que mantenían mi abuela y mi madre, eran demasiado diferentes para poder vivir bajo el mismo techo sin arrancarse de los pelos mutuamente. No obstante, aquello no había impedido que yo tuviera una relación amena con mi abuela durante las temporadas que nos visitó.

— ¿Y cómo reaccionarias tú? —con miedo hasta de mi propia sombra saqué el papel que había guardado en el pantalón de mis vaqueros después de mi caída y en el que se confirmaba mi embarazo de un mes.

Parte II:

Cogí mi maleta y mi mochila, sonreí a mi madre que me esperaba pacientemente bajo el marco de la puerta.

— Isabella, esto no me gusta —repitió por décima vez en el día—. No tienes que irte, puedes quedarte. Pediré unos meses de vacaciones en el trabajo durante tus últimos meses de embarazo para que no te quedes sola —me hubiera gustado aceptar la propuesta de mi madre, pero ambas sabíamos durante los meses próximos necesitaría a una persona adulta a mi cargo, la cual no tuviera que salir constantemente de la ciudad por cuestiones de trabajo y para mi propia desgracia aquella persona no era Reneé.

— Estaré bien —contesté sin creerme aquellas palabras totalmente. Puede que una adolescente embarazada en una ciudad tan grande como Seattle pasase inadvertidamente, pero para un pueblo de no más de 3000 habitantes como Forks, aquella noticia podría ser el inicio de una batalla sin cuartel. Ya había asumido que sería carne fácil para los lobos—. Te quiero, mamá —murmuré antes de deshacerme de su abrazo—. No te preocupes, recuerda que Charlie te prometió que no dejaría que nadie me hiciera nada.

—Yo le prometí que estaríamos juntos hasta la muerte y no duré ni un año junto a él —contestó mi madre con lágrimas en los ojos—, así que no me digas que no me preocupe, porque alguien tiene que hacerlo —el conductor del taxi que esperaba pacientemente a que me montara, pitó para que nos diésemos prisa—. Te quiero, sabes que esta casa estará siempre abierta para ti —asentí con una sonrisa, le di un beso y antes que le diese tiempo de agarrarme de nuevo me subí al taxi.

Sin embargo antes de empezar el camino a mi destierro voluntario, necesitaba hacer una pequeña parada.

Solo tardamos un cuarto de hora en llegar a la dirección indicada, y después de prometer al hombre pagarle un plus por este pequeño alto, bajé del coche más nerviosa de lo que podría ser recomendable.

Crucé la gran verja negra que daba la bienvenida a todos los visitantes, y sin distraerme con el perfecto jardín delantero ni con los tres extravagantes coches que había aparcados en un lateral del patio, mis pies me llevaron hasta la puerta principal de la casa.

Toqué el timbré una vez y cuando tenía la intención de volver a tocar, la puerta se abrió dejando ver a un hombre elegante y atractivo al que la edad ya le estaba castigando.

— Buenas tardes, ¿Podría hablar con Edward Masen? —reprimí el impulso de darme contra la pared cuando dije su nombre completo, pero ¿A quién se le ocurre hacer eso?

El hombre asintió y me invitó a entrar en la casa. Me guió hasta lo que parecía ser el salón principal, donde había una mujer sentada leyendo tranquilamente mientras se abanicaba distraídamente con su propia mano.

— Toma asiento, ahora vendrá Edward —di las gracias, algo intimidada por todo aquel ritual y tomé asiento.

Pillé a la señora mirando disimuladamente bajo sus gafas de lectura, le sonreí lo más natural que pude y ella me respondió con una fría sonrisa que hizo arrepentirme de haber ido. Se notaba en sus facciones que había sido hermosa en su juventud, por lo que temí que no hubiera tenido que trabajar mucho aquella actitud tan desafiante que parecía poseer para llegar a caer bien a las personas.

Cuando menos me lo esperé, una de las tantas puertas que había repartida por la sala se abrió, apareciendo detrás de ella el chico de pelo bronce y pose tranquila al que andaba buscando.

— Buenos días —murmuró Edward mientras se estiraba perezosamente.

—Querrás decir buenas tardes —murmuró la mujer, dejando definitivamente la lectura para otro momento—. ¿Es qué no sabes ni en que momento del día vives?

— Yo también te quiero, mamá —contestó el joven antes de darle un beso en la mejilla.

— Edward tenemos invitados, así que compórtate —le reprendió la mujer, Edward se dio la vuelta colocando su mirada en mí.

— Hola —me saludó—. ¿Cómo estás? —No sé porque tuve la sensación de que no se acordaba de mí.

— Bien —murmuré algo acobardada por la presencia de su madre y por el que supuse que era su padre, que se había retirado a servirse un vaso de güisqui—. Hace tiempo que no nos vemos, desde la fiesta.

— Bastante —exactamente un mes y cinco días, pero supongo que él no tenía porqué recordarlo—. Y… ¿Qué es lo que te hace venir por mi humilde morada? —. Preguntó con un tono burlón consiguiendo la sonrisa cínica de su madre.

Miré de soslayo a sus padres los cuales observaban aquella escena con gran curiosidad ¿Es qué no tenían otra cosa mejor que hacer?

— Tranquila, son de confianza —dijo el chico con toda seguridad. No quise pensar si tendría la misma opinión cuando supiera lo que tenía que comunicarle, pero el reducido tiempo que tenía para terminar aquella visita era cada vez más escaso.

—No creo que sea lo mejor, es algo muy personal e incómodo —opiné tercamente. Regalándome una sonrisa tensa, el joven Masen se volvió a sus padres para pedirles con excesiva educación, para ser de su propia sangre, si nos dejarían a solas por unos minutos.

— Por supuesto. Vámonos Elizabeth, dejemos a la juventud algo de privacidad —la señora Masen miró fríamente a su marido, pero aceptó sin ningún reparo la mano que él le ofreció para ayudarle a levantarse.

Y cuando la puerta se cerró por completo, asegurando la privacidad que necesitaba en aquel momento tan delicado, sentí como el aire se hacía más liviano y por un instante dejé a mi mente relajarse.

— ¿Se puede saber qué quieres? Señorita… —dejó la frase en el aire.

— Swan, Isabella Swan —Cogí un mechón de mi pelo para intentar ser menos cociente de lo debía o no debía decir—. Aunque me sorprende que no te acuerdes de mí. Nos conocimos hace alrededor de un mes, en la fiesta de Alec Vulturi, para ser más concretos—Su cuerpo se tensó con tan solo escuchar aquel nombre. Reprimí una sonrisa de eficiencia. Sus ojos se posaron en mí como si estuviera recordando algo que deseaba febrilmente olvidar.

— Lo siento, esa noche bebí mucho y apenas recuerdo lo que ocurrió —se justificó vagamente posándose en el brazo de uno de los sillones. Pero ambos sabíamos que sabía más de lo que quería admitir.
Sin ninguna prisa, coloque mi mechón de cabello en su lugar esperando tener el suficiente valor para continuar la conversación.

—Las venganzas frías están sobrevaloradas—repetí las mismas palabras que él había pronunciado. — ¿No crees?

Por un momento el tiempo pareció congelarse. El chico no reaccionaba, sus ojos me recorrían de arriba abajo y de derecha a izquierda. Intenté no incomodarme por su intenso estudio distrayéndome con la costosa lámpara de araña que había colgada en medio de la estancia.

— ¿Eres tú? —Preguntó sorprendido—. ¿Contigo pasé la noche? Te recordaba más pelirroja y… —decepción era la mejor palabra que encontré para describir su rostro.

— Bueno, eso es lo que ocurre cuando te pasas con la bebida. Ves cosas que no son —le contesté bruscamente—. Pero no he venido aquí para hablar del color de mi pelo —aclaré, pasando mis dedos por mi cabello castaño.

— ¿Puedes, entonces, decirme de una vez por qué has venido a mi casa? ¿Es que quieres que te devuelva tu virginidad?

— Más bien quiero que aprendas a ponerte como Dios manda un condón para que no dejes a otra embarazada.

— ¿Qué?

— ¡Lo que has escuchado! Aquella noche me dejaste embarazada —oí un vaso estrellarse contra el suelo y un gemido detrás de una puerta—. Si hubiera sabido que ocurriría esto nunca me hubiera acostado contigo.

Se veía algo pálido y trastocado ante la inesperada noticia.

—¿Cómo sé que el niño es mío? —Preguntó tardíamente—. ¿Cómo no sé que es de otro?

—Solo me he acostado contigo en el último mes —contesté entre dientes—, y porque no soy una puta como tus amigas —le aclaré.

— Es tu palabra contra mía —comentó el chico volviendo en sí.

— Es tu palabra contra una prueba de paternidad —le aclaré al sinvergüenza.

— Tengo derechos, no me puedes obligarme hacérmela.

— Si te niegas, ya te habrás delatado tú solito —sonreí ante mi victoria.

— Sí, pero no será legalmente mi hijo —iba a responder al malnacido como se merecía. Yo no había venido aquí pidiendo nada, sólo quería que supiera que iba a ser padre, por lo que toda falta de respeto sobraba. No obstante, el golpe de la puerta contra la pared interrumpió nuestra discusión.

— Tú —señaló con uno de sus dedos el señor Masen a su hijo—. Al despacho, ¡Ahora! Y…

— Isabella —le recordé con un hilo de voz.

— Y tú, Isabella, quédate aquí hasta que termine de hablar con mi hijo —no me atreví a decirle que había un taxi esperando afuera, por lo que obedientemente me senté observando cómo desaparecían los tres miembros de la familia Masen de la habitación.

Gritos, golpes y más gritos, ése es el resumen de los tres cuarto de hora que estuve allí sentada sin hacer nada. Tendría que haber supuesto que sus padres estarían detrás de la puerta escuchando nuestra conversación. Que no se conformarían con un simple "asunto personal y…PERSONAL". Escribí un mensaje a mi padre para decirle que llegaría algo más tarde de lo que esperaba debido al tráfico, dudaba que se diera cuenta de aquella mentira.

— Me tiro por un puente antes que me lleves a ese reformatorio —bramó el chico, saliendo por una de las tantas puertas blancas.

— No es un reformatorio, es un internado muy prestigioso —le corrigió su madre que le seguía de cerca—. ¿No ves qué tienes que cambiar? Primero fue el alcohol, luego las drogas, ¡Y ahora dejas embarazada a una chica de la que ni recuerdas su nombre! —Intenté que aquel último comentario no hiriera mi orgullo—. Necesitas ayuda, Edward.

— No necesito a nadie —gritó el chico estrellando un jarrón contra la pared—. ¿Entiendes? —la señora Masen dio dos pasos atrás, derramando un par de lágrimas como gesto de pura desesperación—. ¿Por qué siempre tenéis que meteros en mis asuntos? —drogas, alcohol y con problemas de furia, creo que no era precisamente el padre que tenía en mente para mi primogénito—. Me voy —Sentenció bruscamente sin reparar en su lastimada madre.

—Si sales de esta casa olvídate de nosotros y no intentes pedir ayuda a ninguno de tus amigos. Porque te juro que me encargaré de hablar con cada uno de sus padres para que no te presten ninguna ayuda —murmuró el señor Masen más tranquilo de lo que debería estar en aquella situación—, y sabes bien que soy muy convincente cuando lo deseo —sentí que había algo más escondido entre esas palabras, pero no le di importancia. Lo único que quería en ese momento era estar en el taxi escuchando alguna horripilante canción mientras me entretenía contando las gotas que se estrellaban contra el cristal.

— Mamá, papá ha sido todo un placer que os hayáis molestado tanto en mí —murmuró con su voz de terciopelo volviendo a su frío molde—, pero creo que es hora que ahueque el ala y me vaya de este purgatorio —Tras decir aquellas palabras tan poco consideradas a sus progenitores , abrió la puerta y salió lo más dignamente. No sin antes arrastrarme con él.


(N/A): Sé que el tema "embarazos adolescentes" está algo tocado, y mucho. Pero realmente tenía ganas de escribir este fic. Un día apareció en mi cabeza y desde entonces no ha querido irse.

Agradecería mucho que me dieseis vuestra opinion de la historia. ¿Qué os parece Bella? ¿Pensais que Edward es demasiado gilipollas? ¿Y qué opinais de los padres de Edward ? ¿Os gustaría una madre cómo Renee en esas circunstancias? ¿Qué pensais que ocurrirá?

Antes que despedirme, quiero agaradecer a LizBrandon por aguantarme con mis paranoias y a Fucking Smile por corregirme y no mandarme un poco a tomar por **.

Si has llegado a leer hasta aquí, solo puedo darte las gracias.

Lucy