DISCLAIMER: Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada, Toei y a quien mas corresponda, pero a mi no (ya que si eso pasara sería millonaria, pero no). Sólo hago esto por amor al arte y a este anime/manga.
Tampoco tengo derecho alguno sobre el libro "Los Ojos del Perro Siberiano" del autor Antonio Santa Ana.
Los Ojos del Perro Siberiano
Por Aquarius-chan
Capítulo 1
Con mi familia vivimos en Atenas, en una de esas grandes casonas de principio de siglo.
La casa es enorme, de ambientes amplios y techos altos, de dos plantas. En la planta baja, un pequeño hall, la sala, el comedor con su chimenea, el estudio de mi padre, donde está la biblioteca, la cocina y las habitaciones de servicio. En la planta alta están los dormitorios, el de mis padres, el de mi hermano y el mío, un cuarto para que mi madre haga sus quehaceres y un par de habitaciones vacías. Obviamente también hay baños, dos por planta.
La casa está rodeada por un gran parque, en la parte de adelante hay olivos, detrás los rosales de mi madre y sus plantas de hierbas. Mi madre cultiva y cuida sus hierbas con un amor y una dedicación que creo no nos dio a nosotros. Estoy exagerando, pero no mucho. Cultiva orégano, romero, salvia, albahaca, tres tipos de estragón, tomillo, menta, mejorana y debo estar olvidándome de varias. En la primavera y el verano las utiliza frescas, un poco antes del otoño las seca al sol y las guarda en frascos en un sitio oscuro y seco.
En realidad no sé por qué les cuento esto, no tiene mucho que ver con nada y no es importante. Pero cada vez que me imagino a mi madre, la veo arrodillada o con unas tijeras de podar, sus guantes, un sombrero de paja o un pañuelo, hablándoles a sus plantas. Uno de los momentos más felices de mi niñez era cuando me llamaba y me pedía que la acompañara. Me explicaba cuál era cuál, qué tipos de cuidados requerían, cómo curarlas cuando las atacaba el pulgón o alguna otra plaga, o cómo podar el rosal. No es que a mí me interesara la jardinería particularmente, pero el solo hecho de que ella quisiera compartir conmigo esa actividad a la que se dedicaba con tanto esmero bastaba para hacerme sentir dichoso.
Podía quedarme horas doblado en dos revolviendo la tierra, abonando las plantas sin importar el clima. Tal vez cuando ustedes evocan su niñez y sus momentos felices, recuerdan algún paseo o unas vacaciones. No sé. Yo evoco el olor de la tierra y el de las hierbas. Aún hoy, tantos años después, basta el olor del romero para hacerme feliz. Para hacerme sentir que hubo un momento, aunque haya sido sólo un instante en que mi madre y yo estuvimos comunicados.
Con mi padre la relación era, o debo decir es, mucho más fácil. Yo me ocupaba de mis asuntos y él de los suyos. Me explico mejor: Si yo me ocupaba de sacar buenas notas, hacer deportes, obedecerlo y respetarlo, no tendría ningún problema. El, bueno, él... él se ocupaba de lo suyo, es decir de sus negocios y sus cosas, cosas que nunca compartió con nosotros.
Mi padre es un hombre corpulento. Tiene una mirada suave, pero que también podía ser terrible, una de esas miradas que bastan para que uno se sienta en inferioridad de condiciones, una de esas miradas que hacen que su portador vaya por el mundo pisando todo lo que le ponen en el camino. Supongo que no hace falta decir el pavor que sentía ante la posibilidad que enfocara en mí sus ojos celestes asesinos.
Mi hermano había sido su orgullo, el primogénito y el primer nieto de la familia. En las fotos de cuando Aioros era pequeño y estaba con papá, hay una expresión de felicidad, una gran calma y un indisimulado orgullo en los ojos de mi padre.
Aioros nació pesando más de cuatro kilos, el pelo castaño y los ojos azules. Era un precioso niño. Cuatro años después mi madre quedó otra vez embarazada, pero el bebé, una niña, murió en el parto. En ese momento decidieron no tener más hijos. Después cuando mamá volvió a quedar embarazada no lo podían creer.
Aioros colmaba todas sus expectativas, era un buen alumno, un hijo ejemplar, era todo lo que habían deseado. Se imaginarán que de ese embarazo nací yo. Aioros me confesó muchos años después que me odió por eso. Odió a ese bebe que no era ni grande, ni lindo. Me odió por haber llegado a romper esa química, por haberlo desplazado del centro de atención en el que estaba hacía siete años, hacia la periferia.
El día que Aioros se fue de casa, no es que recuerde exactamente la situación, pero sí que yo estaba en mi cuarto y no podía salir; y una cierta tensión en el aire. Después no vi más a mi hermano hasta la primera fiesta, creo que era el cumpleaños de mamá.
Cuando preguntaba por él me contestaban que estaba estudiando, o con alguna de esas evasivas tan típicas de mi familia. Yo ya sabía que no vivía más con nosotros, está claro que no se le puede ocultar algo así a un chico, por más que tenga once años. Había revisado, a escondidas, su habitación y sabía que no estaba su ropa, es más, yo me había llevado su Sega Génesis, que jamás quiso prestarme, y al no reclamármelo intuía que algo no era normal.
Mentiría si dijera que eso me inquietó. Sólo era una situación nueva, distinta de la habitual. Y me proponía disfrutarla.
Durante los años que vivimos juntos yo admiraba a Aioros, él era mi héroe, era grande, fuerte, todos le prestaban atención cuando hablaba. Lo trataban como a alguien importante. Como a un adulto. No sabía entonces, y por cierto que no lo sé ahora, cuáles son los mecanismos que mueven la mente de los niños. Pero supongo que sentí que al no estar mi hermano en mi casa automáticamente toda esa atención caería en mí.
Eso de algún modo fue cierto, no como yo lo esperaba, pero sucedió. Al no estar Aioros en casa, yo gané un gran espacio pero no por presencia propia sino por su ausencia. Mis padres pensaban que ya que se habían equivocado con mi hermano, no cometerían esos mismos errores conmigo.
El mayor recuerdo que tengo de mi hermano es de cuando él se fue de casa. Pero tengo lo que yo llamo "recuerdos implantados", esas anécdotas que se comentan en las reuniones, habitualmente en tono jocoso, año tras año. Así pude enterarme de que, estando enfermo, a los tres años no había forma de dormirme, sólo lo hacía si Aioros me acunaba y me cantaba una canción. Bueno, ese tipo de cosas. Ustedes ya saben, las familias se encargan de que sepamos todo tipo de anécdotas, por tontas que sean, más si nos avergüenzan.
Se supone que a los amigos se los elige. A Milo yo nunca supe si lo elegí o si cuando llegué al mundo simplemente él me estaba esperando. Su padre había sido compañero de estudios del mío, se hicieron amigos, tuvieron algunos negocios en común y aún hoy se encuentran todos los sábados a la mañana en el club para jugar al tenis.
Con Milo estuvimos juntos desde el jardín de infantes, durante casi todo el colegio primario nos sentamos juntos, íbamos al mismo club de deportes. Hasta un poco después de mis 11 años fuimos inseparables. Una tarde volvía de su casa hacia la mía. Eran cerca de las seis. Caminé las dos cuadras que las separaban pateando las hojas caídas de los árboles, por eso recuerdo que era otoño.
Habíamos ido juntos al colegio y luego al club, estoy seguro porque entré a mi casa por la puerta de la cocina dejando mis zapatillas embarradas en el lavadero. Entrar por la puerta principal embarrando el piso era causa suficiente para ser desheredado. Por eso recuerdo tan claramente que entré por la cocina. Por eso no me oyeron entrar.
Iba caminando hacia mi cuarto y al pasar frente a la puerta del despacho de mi padre escuché la voz de Aioros, abrí la puerta para saludar y vi a mi madre con la cara entre las manos, levantó la vista al oír la puerta y tenía los ojos llenos de lágrimas. Yo no entendía qué era lo que estaba pasando, busqué a mi alrededor alguien que me explicara algo. Aioros bajó la vista y no me devolvió la mirada. El que si me miró, y cómo, fue mi padre. Tenía esa mirada que yo había tratado toda la vida de evitar.
—Vete a tu cuarto —me dijo.
Me quedé inmóvil. No entendía nada. ¿Por qué mamá estaba llorando? ¿Por qué Aioros no me saludaba?
-VETE A TU CUARTO TE DIJE - Creo que si una serpiente de cascabel hablara sería más dulce que mi padre. Había tanta ira en cada una de esas sílabas, que no esperé que me las repitiera. Cerré la puerta y subí corriendo.
A pesar de los años transcurridos, recordé el día en que Aioros se fue de casa. Las dos veces había estado confinado en mi cuarto, pero esta vez lo que flotaba en el aire no era tensión, era violencia. No sé qué habrían hecho ustedes, pero lo primero que hice fue llamar a Milo. Atendió el padre
—¿No eres el mismo que hasta hace 15 minutos estuvo con él? — se burló — Ya te paso.
Cuando Milo se puso al teléfono le resumí la situación lo mejor que pude y se rió bastante con mi imitación del "Vete a tu cuarto te dije". Cuando pudo parar de reír me dijo
—Me parece que tu hermano la cagó otra vez.
Con Milo nos habíamos enterado hacía un año de los motivos que desencadenaron que Aioros se fuera de casa. Nos enteramos de todo porque, ya lo he dicho, nuestros padres eran amigos, el padre de Milo se lo contó a Geist, la hermana mayor de él. Una vez que ella lo supo, a que lo supiéramos nosotros hubo un solo paso. Extorsión mediante, debo decirlo. Geist siempre ha sido buena para hacer negocios.
La historia fue así: Aioros salía desde los 15 con una chica llamada Saori, también el padre de ella era amigo de papá. En el ambiente donde nosotros nos movemos es difícil relacionarse con alguien si nuestras familias no lo están de alguna manera. Ellos salían juntos, hasta que hubo un problema: Saori quedó embarazada y el embarazo fue interrumpido.
Cuando el padre de Virginia se enteró, fue a pedirle explicaciones a papá y a exigirle que Aioros se casara con su hija. Papá, con el buen humor que lo caracteriza, quiso obligarlo a casarse con ella. Aioros dijo que no y la discusión fue empeorando, hasta terminar con mi hermano yéndose de casa y abandonando sus estudios.
—Me parece que tu hermano la cagó otra vez —me dijo Milo y yo me quedé pensando si no tendría razón.
Esa noche no me llamaron a cenar. A la mañana siguiente en el desayuno nadie habló, algo que era bastante habitual. Pero las caras de mis padres expresaban que no habían dormido. Tampoco pregunté nada. Lo lógico hubiese sido que yo dijera "Yo también soy parte de la familia, Aioros es mi hermano, si se mandó otra cagada tengo derecho a saberlo. No me parece justo estar enterándome por terceros. Además ya tengo 15 años. Me merezco una explicación. Así que cuéntenme todo".
Pero me quedé callado y no pregunté nada. Valoraba lo suficiente mi vida como para desafiar a mi padre. Si bien es cierto que el nombre de Aioros no se mencionaba habitualmente en casa, después de ese incidente la sola mención de su nombre provocaba chispas. Yo no tenía idea de lo que podía haber pasado, la actitud de mis padres me sonaba exagerada.
Mi madre había descuidado su jardín, algo que se notaba a simple vista. Y mi padre, bueno, su malhumor superaba todo lo imaginado. Me dediqué, aprovechando que nadie me prestaba atención, a espiar sus conversaciones y nada. Lo único que escuchaba era a mi madre llorar y a mi padre insultar y decir a cada rato "¿Por qué a mí? ¿Por qué?". Después enumeraba todo lo que le había dado a Aioros, colegios, viajes, deportes, etc. Parecía tener todo anotado en algún lugar, una suerte de inventario educacional.
Yo creí que mi hermano le había hecho algo directamente a él, después de todo mi padre no preguntaba: ¿por qué a nosotros? sino ¿por qué a él? Con Milo nos propusimos avanzar hasta el fondo del asunto, pero por más que intentamos sobornar a Geist ella tampoco pudo averiguar nada. Si no se lo habían contado al padre de Milo debía ser más grave de lo que imaginábamos.
Sólo tenía dos opciones: preguntarles a mis padres o a Aioros. Opté por la segunda. Lo único que faltaba resolver era cuándo. Yo nunca había ido a su casa, es más, tampoco sabía donde vivía. Tard días en encontrar su dirección en una libreta de mamá. Entonces me dispuse a hacer un viaje en autobús. De una punta de Atenas a la otra. Un viaje de 40 minutos. Un viaje que cambiaría mi vida para siempre.
Ese día fue la primera vez que mentí a mis padres. Milo, que sabía adonde iba, se ofreció a cubrirme. Se suponía que yo iba a estar en su casa antes de nuestro entrenamiento de fútbol, lo que me daba un poco más de tres horas para ir y volver.
Para ser fiel a la verdad debo decir que en ningún momento se me pasó por la cabeza la posibilidad de que Ezequiel no estuviera en su casa. Yo iba a pedirle explicaciones acerca de lo que estaba haciendo infeliz a mi familia, su obligación era la de estar. Y estaba.
Cuando abrió la puerta del departamento saltó sobre mí un enorme perro siberiano
—N-no sabía que t-tenías un perro— tartamudeé, mientras me lamía la cara.
—Están iguales — contestó—Él no sabía que yo tenía un hermano. ¿Entras? ¿O piensas quedarte en la puerta?
Pasé. Entramos directamente al comedor y me senté en una silla. Se hizo un silencio incómodo, largo. Él lo rompió.
—¿Nuestros papás saben que estás acá? - negué con la cabeza. —Muy bien, muy bien. Las nuevas generaciones aprenden rápido. Yéndote de casa sin permiso a los 15, me imagino qué cosas harás a mi edad— dijo y se rió.
Eso me molestó. Yo estaba ahí para pedirle explicaciones. No para que él me las pidiera a mí. Yo estaba ahí para saber qué era lo que había hecho ahora ese desalmado que hacía que mi madre llorara todo el día. Me armé de valor y hablé.
—¿Hace mucho que lo tenés? Al perro me refiero - Aioros se puso serio por primera vez. Antes estaba divertido por mi presencia, sabía que había ido a buscar algo, y que no me atrevía a preguntar. Pero igual me contó la historia.
—Hace poco más de un año y medio, fui con Saga a la casa de una amiga suya. ¿Te acuerdas de Saga? Bueno, no importa. Lo importante es que la amiga criaba perros siberianos. Éste se llama Goldie. Era el más chiquito de la cría, el último que nació. Por eso lo iban a matar.
—¿En serio lo iban a matar? Si es hermoso.
—Sí que es hermoso, ¿no es cierto?— dijo acariciándolo—. Pero a los últimos de cada cría los criadores los matan, son los más débiles, los menos puros de la raza. Los criadores viven de la pureza, ese es su negocio, no les conviene que haya perros impuros dando vueltas por ahí. Si vos conoces a otros perros de esta raza, te puedes dar cuenta que éste tiene las orejas un poco más grandes y...
—Tiene los ojos marrones— interrumpí.
—Eso no tiene nada que ver - protestó - Además a mí me gustan así marrones. Hay un cierto aire de verdad en los ojos de los perros siberianos, como si supieran nuestros secretos. Bah, esto es un delirio mío, no me hagas caso.
—Pero lo que no puedo creer es que los maten.
—La gente no entiende nunca al que es diferente. En una época los metían en manicomios, en otras en campos de concentración— suspiró— La gente le tiene miedo a lo que no entiende. Si la sociedad margina a los que son diferentes, ¿qué destino puede tener un perro que tiene las orejas un poco más grandes?
Otra vez se hizo silencio. Me volví a armar de valor para hablar.
—¿Por qué papá y mamá están tan enojados con vos?— pregunté rápidamente y casi sin respirar.
—Porque tengo SIDA— contestó.
Continuará...
Comentarios de la Autora: Nueva historia! Como ya dije, está basado en un libro con el mismo nombre. Éste entra en mi lista de libros favoritos. Lo leí a los 13 años para la secundaria y me quedé fascinada. Se los recomiendo...
Obviamente todo está narrado desde el punto de vista de Aioros. Su padre es Sísifo y su madre Sasha. Y Goldie es el nombre del león mascota de El Kaiser de Leo en Next Dimension.
Sobre el final, si, es algo impactante. Obviamente ya todos descubrieron como termina esto, pero eso es lo interesante de la historia, que lo sabemos. Y hay más historia.
Elegí a este par de hermano por obvia razones. Créanme cuando digo que odio a Aioros, pero voy (vamos) a llorar mucho por su culpa.
En fin, para quienes siguen "Inicios" y "Futuro Dorado" no se preocupen, me quedan dos caps de cada uno y los voy a terminar. Mientras tanto les pido que dejen sus review con opiniones, sugerencias y críticas constructivas :)
Por el momento es todo. Saludos y nos leemos luego :D
