Aquí Kana.

Hace un tiempo he tenido este fanfic en mente y lo estuve elaborando. Sin darme cuenta, quedó algo PWP. Sorry T-T pero es que 8018 los veo tan hot que era inevitable.

Espero disculpen si esto les molesta. Sólo profeso mi amor por esta pareja. Son mi OTP.

[Los personajes son pertenecientes a Amano Akira]


Capítulo único.

"…Ok, now he was close tried to domesticate you, but you're an animal. Baby it's in your nature…" canturreaba mientras iba subiendo las escaleras para llegar al siguiente piso. Con las manos metidas en los bolsillos, y situando el cigarrillo entre los labios, Yamamoto iba a su cita semanal.

Era un hábito, o se estaba volviendo uno. Por los pasillos del cuartel era la única persona que estaba andando. Todos sabían que, llegado el medio día, ningún otro sujeto debería estar merodeando por los alrededores. ¿Regla de quién? Claro, sólo podía ser de aquél azabache guardián de la nube, cuya exigencia era: Nada de multitudes.

Sin embargo –siempre había un "pero" para todo–, allí estaba él, el guardián de la lluvia. Con confianza, una que él mismo se daba, caminaba a paso calmo. No escondía la emoción que tenía al saber que tendría unos… ¿Cuántos eran? ¿Diez segundos? Pues eso mismo, sus diez segundos en el paraíso.

Había llegado al cuarto piso. Las ventanas daban el perfecto juego de luz y sombras del medio día. Miró por los tragaluces, un auto se había estacionado cerca de la entrada. "Tan puntual como siempre" murmuró sonriendo; ya sabía de quién era aquel automóvil. Continuó su paso llegando un poco antes del final del pasillo. Allí se encontraban otras escaleras que ascendían al quinto piso. Se apoyó en la pared e hizo lo que acostumbraba a hacer: esperar.

Pasados los minutos, dejó caer la colilla del cigarro gastado. Ah, ya no le duraban tanto. Metió la mano al bolsillo buscando la cajetilla, al encontrarla la sacó para luego tomar otro pitillo y encenderlo, volviendo a guardar el paquete.

–Wao, tu afán porque te muerda hasta la muerte es admirable ¿No te he dicho que está prohibido fumar adentro? –expresó arrebatándole el cigarro de los labios. Entre sus dedos ahogó la pequeña mecha poniendo el cigarro muerto en el bolsillo de la camisa del guardián–. Si te vuelvo a ver fumando aquí te mandaré al hospital, no importa lo que diga Tsunayoshi.

–Vamos, vamos; sólo en momentos de receso puedo fumar. –Aclaró para luego continuar–. Cambiando de tema ¿hoy te toca entregar un informe, cierto?

Hibari levantó la ceja a lo que Yamamoto simplemente respondió con una sonrisa. Oh, el espadachín ya conocía de ese gesto, estaba sorprendido, o mejor dicho– ¿A ti qué te importa? –Fue la respuesta seca y cortante del guardián de la nube. Tan sincero, tan descortés. Le gustaba.

–Por supuesto que me importa –expresó sacando la cajetilla. Pues sí, no tenía pena o malestar con mostrarle aquel paquetito. Claro que no fueron ni dos segundos en que sus dedos tocaron la cabeza de un cigarro cuando el ex presidente le arrebató la caja–. Calma, calma; Hibari, es sólo un par al día, el que me apagaste hace un rato era mi segundo "rutinario".

–Deja de bromear.

–No bromeo; era el segundo –sonrió con descaro.

Soltó un pesado suspiro arrojándole la caja a la cara "No los fumes adentro" fue su orden para luego darle la espalda.

Los ojos de Yamamoto le siguieron. Fue de la cabeza con cabello alborotado hacia abajo, encontrándose así con sus Diez segundos en el paraíso. Diablos, no dudaba que la reproducción entre hombre y mujer era importante pero ¿de verdad existían aquellos cuyos rasgos eran casi para ser tomados por ambos? Si era así, Hibari Kyoya pertenecía a ese tipo de personas, o en todo caso, había sido hecho para ser tomado por un hombre.

Con ritmo, de un lado a otro, los orbes casi dorados se mecían siguiendo el movimiento de esas asentaderas. Un segundo, dos segundos, tres segundos… Joder, se estaba calentando. Encendió el cigarro; poco le importó que el otro lo notase, en esos momentos lo único en sus pensamientos era cuán caliente estaba y cuánto disfrutaría ahogarse entre esas nalgas.

Se detuvo repentinamente cuando escuchó aquella típica palabra del azabache: Herbívoro. Levantó la mirada hacia aquella cabeza cuyo rostro se había levemente girado para observarle. Esos irises gélidos y agresivos le hacían hervir la sangre.

–Eres un maldito pervertido –declaró el guardián de la nube al sonreír ladinamente, a la vez que su ceño se encontraba fruncido–; ¿Qué tanto miras? ¿Acaso sólo verlo te pone caliente? –Yamamoto sonrió metiendo de nueva cuenta una de las manos a los bolsillos del pantalón. Echó un poco el rostro hacia atrás para mirarle mejor, retirando luego el pitillo de entre los labios.

–¿Está prohibido mirar el culo ajeno?

–Wao, ¿tanto te prende ver a un hombre? No pensé que fueras así de enfermo, Yamamoto Takeshi.

–¿Quién dijo que me prende ver a un hombre? Me calienta verte a ti.

El guardián de la nube quebró la sonrisa. Aquello claramente no le había gustado–. ¿Qué significa eso? –cuestionó con una voz grave, amenazante. El ex beisbolista comprendió ese aire entre ellos. Oh, estaba en problemas; sin embargo, no podía detenerse.

–Que te quiero joder el trasero.

El atrevimiento, lleno de arrogancia y estupidez, no le hizo retroceder a pesar de que el otro guardián había desplegado rápidamente ambas tonfas y, con saña, una de aquellas metálicas armas había dado contra suyo.

Yamamoto no cargaba su espada, no esperaba ese recibimiento… Bueno, quizá sí, pero no creyó que se diera ese día. Aún así, para su fortuna, había tenido entrenamiento de peleas cuerpo a cuerpo. Por eso, a mano desnuda, logró alcanzar la tonfa. De algo estaba seguro, cuando Hibari se encontraba sumamente enfadado perdía parte de la razón.

Chasqueó la lengua al ser retenido. ¿Por qué simplemente no se dejaba golpear?– Yamamoto Takeshi, –llamó a punto de perder completamente los estribos, lo que más detestaba era no cumplir con sus "castigos"– te morderé hasta la muerte.

Aquello fue el claro aviso de que los movimientos ajenos acelerarían; a pesar de ello, él no tenía desventajas. Aunque le faltaba la espada, aún le quedaban las manos y piernas.

La diestra fue hacia arriba alcanzando a tomar la tonfa que hábilmente el ex disciplinario había mandado contra su cabeza. Debía permanecer tranquilo. Tranquilo y enfocado, con Hibari no podía "jugar"– Ups, esa estuvo cerca –declaró con media sonrisa para luego pensar en su grave error. Siempre hablaba de más.

Sádicos era el único adjetivo que calzaba al ver esos labios. El guardián de la nube no se encontraba únicamente molesto, sino también excitado. Si algo le gustaba –y en ocasiones parecía contrariedad–, era saber que alguien le había detenido el ataque… ¿Por qué razón le agradaba aquello? Pues la respuesta era demasiado obvia: pelear.

–Wao, en verdad te empeñas en ser mordido… –dijo entre dientes a la vez que zafaba la tonfa. En un rápido movimiento dio medio giro y con la zurda apuntó hacia el costado del espadachín puesto que la pared, a la cual el otro se encontraba pegado, le impediría huir.

O eso creyó. Yamamoto había previsto su movimiento bajando el cuerpo de inmediato. Un poco más y le hubiese dado, fue tanta la cercanía que pudo ver a la tonfa pasar sobre sus propias hebras negras. Cuando vio al otro dándole la espalda se puso de pie. Bien, deberían parar o terminarían haciendo un desastre.

–Vamos, vamos, Hibari –expresó con una animada voz, dejando así caer el cigarro al suelo. Le sujetó por la espalda. La mano diestra rodeaba la cintura del guardián de la nube, a la vez que la izquierda procuraba tener detenida la tonfa contraria–. ¿No tenías prisa? Pienso que deberíamos posponer esto.

El rostro del espadachín se mantenía cerca del otro. Susurraba. Quizás estaba abusando de su buena suerte y sin embargo… ¿Cómo no podía abusar de ella? Pocas veces se podía tener a Hibari Kyoya así de cerca.

–Suéltame –imperó mirándole de reojo. Su voz estaba gruesa… No. No era precisamente gruesa, sino más bien grave. Como si aquella viniera de las profundidades del mismo infierno.

–Si prometes parar.

–¿Prometer? –dio un bufido sonriendo ladinamente luego. ¿Hablaba enserio?– ¿Y si no? ¿Acaso me "morderás hasta la muerte"? –La burla en sus palabras no se ocultaba. Se removió un poco, no obteniendo ningún resultado. El cuerpo del ajeno le sujetaba con demasiado fuerza.

–Vamos, ya sé que eres demasiado fuerte así que no necesitas darme una golpiza… Aunque si tanto insistes puedo darte "mordidas".

En los pensamientos de Hibari no cabía menor duda de que Yamamoto Takeshi jugaba con fuego. Chasqueó la lengua gruñendo un poco. Demonios, no podía salirse de ese… "abrazo". Le observaba con el iris en el extremo del ojo. Lo mataría; sólo esperaría el menor descuido para terminar moliéndole a golpes.

Por otra parte, el espadachín no dudaba que en Hibari había un aire asesino, es decir, esos ojos grises que parecían el filo de la guillotina no debían ser ignorados. A pesar de eso, no quería alejarse. Es más, deseaba ceder a esa pequeña idea que el otro –convenientemente para él–, había dado.

La palma derecha se expandió un poco más. Podía sentir el cuerpo bajo las ropas. Era tan molesto que éstas estuvieran tan bien acomodadas. Posó los labios en el cuello del azabache–. Entonces tomaré tu pedido –murmuró con una sonrisa y, escatimando el tiempo, los dientes marcaron aquella albina piel.

Un gemido, no sabiendo si era de disgusto o excitación, surgió de esos labios; seguido de un brusco e inútil movimiento. Comenzó a chupar parte de esa piel. Por sus pensamientos se escabullía la idea de lo grandioso que sería marcarla por completo.

Casi por instinto, sobre la camisa blanca y de mangas largas, la mano comenzó a pasear por ese pecho. Delicioso. Erótico. Podía sentir cómo el cuerpo del guardián de la nube se removía bajo ella. La lengua lamió la piel que, dentro de la boca, había capturado. Percibió el respingo proveniente de aquel cuerpo que entre sus brazos se mantenía disminuyendo la lucha.

¿Quizá le estaba gustando?... Mentalmente se albergó aquella duda y, como toda duda, debía comprobarlo. Levantó levemente la mirada… Ah, grave error. Todo su cuerpo había sufrido una intensa excitación. La mirada fría, rasgada y con cierto brillo, le observaba. Soltó esa piel de entre los dientes y, con la lengua, dio un paseo hacia la oreja.

Quería metérselo. No podía negarse a la idea, tanto así que su propia hombría ya comenzaba a "laborar" en torno a ésta. Se frotó un poco contra esas nalgas bien acomodadas frente a él. Joder, no pensó que algo así pudiera suceder… No en el pasillo al pie de las escaleras. Aunque no se negaba a las nuevas experiencias. Los incisivos se ocuparon de jalarle el arco de la oreja a la vez que le sostenía la mirada. Bien, a partir de ese momento ya no había vuelta atrás.

–Maldito perro en celo –murmuró soltando luego un jadeo. Había sentido no sólo aquella molestia tras suyo, sino también, esa mordida tan provocativa–. Si tanto deseas follar deberías ir con una hembra.

–¿Para? –cuestionó con cierta voz provocativa. El músculo húmedo se deslizó en el arco de la oreja para luego continuar–; con quien quiero follar es contigo, Hibari.

No dio tiempo a una queja, porque seguramente eso iba a darle. Jaló la mano diestra –que aún permanecía en el aire–, y le hizo girar. Lo acorraló sujetando ambas manos a la pared; derecha arriba, izquierda abajo. Se relamió los labios. Verle directamente a los ojos era demasiado provocador. Si lo pensaba un poco, aquella mirada debería ser ilegal.

–Oh, deberías mirarte; comienzas a verte como un viejo rabo verde –declaró el ex presidente disciplinario mientras ladeaba la cabeza. Su rostro reflejaba cierta burla, cierto juego. ¿Estaba disfrutándolo?... Un poco.

–¿Lo harías con uno? –esbozó una amplia sonrisa. Acercó los labios a aquellos y murmuró–. Entonces tú eres una pequeña colegiala ¿Te pongo una falda?

Volvió a hacerlo. El entrecejo de Hibari se había hundido y la sonrisa, que hasta esos momentos se veía "lasciva", se quebró. En verdad, Yamamoto lograba sacarle de sus casillas. Abrió los labios pensando en soltarle una barbarie pero se vio interrumpido. Aquella boca... – Nnghh…

Probó sus labios aprovechando el momento en que los notó entreabiertos. Había colado temerariamente la lengua y vaya que le fue agradable. Ladeó la cabeza acomodándose sobre esa boca. Tan caliente. Hibari poseía una cavidad fogosa y algo salvaje.

La lengua del guardián de la nube empujaba a la suya. Bueno, era obvio que no se iba a dejar besar tan fácilmente, cosa que le fascinaba. ¿A quién le gustaba estar con putas? Mordió el músculo que amenazaba con sacarlo de entre los dientes. Porque así era, Yamamoto se paseaba en aquella dentadura cual si fuese de su propiedad.

Hibari, por otra parte, no dejaba de luchar. Claro que no lo haría, no se dejaría llevar por el ritmo tan descaradamente dominante del ajeno. Apretó los dientes tratando de morderle; aunque no resultaba, al contrario, parecía sólo encenderlo más. "Maldito masoquista" cruzó por sus pensamientos al observarle. Sin embargo, debía admitir que era jodidamente delicioso. La sensación de ser apresado con tal fuerza le hacía calentarse. Vaya, el masoquismo era contagioso.

Los labios del guardián de la lluvia fueron moviéndose contra el otro. Un ritmo, a veces lento, en ocasiones desesperado. Apresuraba a hacer suya aquella boca. Únicamente de él. Adueñarse de ella y de esa lengua rebelde. Las manos de Yamamoto apresaron aún más las del guardián de la nube, aunque cada vez sentía menos rebeldía por parte de éste. ¿Se estaría acostumbrando? Tal vez.

El ex presidente cada vez quería más. No sabía si era a causa de su inexperiencia en el acto pero su cuerpo exigía un mayor tacto y atención. Chasqueó la lengua por sus adentros. Qué molestos eran sus sentimientos, su propio instinto. Abrió más la boca comiendo esa lengua. Estaba correspondiendo y llevándolo a su ritmo. Si se dejaría llevar por el momento al menos lo haría a su modo.

Zafó sus manos de aquel agarre y, llevándolas por la nuca ajena, atrajo al espadachín quien se sorprendió por el acto. Yamamoto no sabía si el otro le estaba abrazando; sin embargo, poco valía ya la respuesta, aquella acción fue suficiente para que perdiera la razón.

Llevó ambas manos hacia las nalgas del ojigris y, elevándolas un poco, las atrajo a su cuerpo. "Qué pequeñas", cruzó por sus pensamientos mientras lo miraba entre el beso. Nunca imaginó poder sostenerlas. Bah, sí lo había hecho; aunque sus fantasías se detenían en ser lo que eran: fantasías.

Separó los labios. Necesitaba respirar un poco y asimismo llamarle… No pudo. Verlo, tenerlo tan cerca, le hacía perder la cordura. Diablos, era tan fácil extraviarse en esos ojos que se mantenían fijos a cada uno de sus actos– No me mires así o harás que te viole. –Fueron sus sinceras y descaradas palabras. Esperó un insulto, alguna agresión. Tal vez un estúpido golpe por parte del guardián para que se alejara; aunque, contrario a sus suposiciones, recibió una extraña invitación:

–Uhm, ¿acaso piensas que eso es una amenaza? Qué suave.

Los orbes color nuez se paralizaron como efecto ¿Podía ser tan sincero? Joder, allí se iba lo último de su juicio. Seguramente, al igual que él, Hibari también conocía que aquellas palabras le volverían al desenfreno.

Cubrió la boca con la suya. Coló la lengua. Desesperado, así se encontraba. Quería hacerlo suyo. Quería marcarlo. Quería follarlo… y a su vez, quería abrazarlo. Era endemoniadamente lindo, jodidamente hermoso y estúpidamente imposible de tener.

Las manos presionaron aún más aquellas asentaderas, las cuales cabían a la perfección en sus palmas. Fueron hechas para ser suyas, no había otra razón tan irracional. Sólo lo deseaba en un modo enfermo. ¿Cuántas veces habían sido en que soñó con aquello? ¿Cuántas en que sus noches vagaron en la desquiciada idea de hacerle llorar, gemir…? Asimismo, estaba esa necesidad de estar a su lado. De ir a buscarlo. De verlo aunque sea un segundo, una milésima de segundo.

¿Cita semanal? Al demonio. Era la excusa. Una que casualmente llegó a surgir y a la cual, Hibari Kyoya, no decía "pero". ¿Se citaban? Claro que no. El ex presidente no tenía tales "necesidades". Éste sabía que estaría allí, conocía la necesidad de Yamamoto Takeshi, de esa absurda locura por hablarle, por perseguirle. No era la primera vez ni sería la última.

Hibari liberó un jadeo al sentir que su cuello fue mordido. Carajo, la única cosa molesta era esa necesidad por querer comerlo en cada encuentro. No eran sólo los ojos sinvergüenzas del guardián de la lluvia, sino también sus palabras, sus actos. Todo de él decía a gritos cuánto deseaba poseerlo y, hasta ahora, se lo permitiría. Era un capricho, él también deseaba continuar, dar un siguiente paso a esa extraña relación.

La piel albina era casi arrancada mordisco a mordisco. La camisa blanca entreabierta, el pantalón a la mitad de las nalgas y aquellas manos explorando cada rincón bajo de él. Hibari echó la cabeza un poco hacia atrás, los labios del ajeno poblaban su cuello, su clavícula. Era extraño pero lo disfrutaba. No podía negar lo bien que se sentía tenerle en esa cercanía; aunque tampoco lo diría.

Dejó que se deslizaran los pantalones. Procuró apartarle la ropa interior. Podía ya sentir el objeto de su delirio y obsesión en los dedos. Acentuó las falanges en las nalgas que, a pesar de ser "compactas", eran jugosas. Los pulgares las presionaron con fuerza y los demás dedos procuraron separarlas. Vaya, entre ellas había cierta calidez que le tentaba a mirar. No sólo eso. Por los pensamientos del espadachín ya vagaba la idea de estar entre ellas. ¿Qué tan caliente era por dentro? ¿Qué tan estrecho?… ¡Diablos!, sus ideas lo estaban encendiendo más. Ya podía sentir la dureza entre sus propios pantalones.

–Demonios, deja de jugar. –La queja del guardián de la nube surgió al momento en que aquellos dedos acariciaban su entrada. Se sentía extraño y nada agradable–. Si continúas tocando allí voy a morderte hasta la muerte.

¿Amenaza? Sí, no cabía duda en que lo era pero Yamamoto pasaría de ello, no haría caso a tales palabras. No cuando aquel rostro mostraba tal excitación por el roce–. Dices eso pero los estás ansiando… –No sabía si era así, parecía hasta estupidez empero podía sentir cómo los dedos cuando acariciaban ese orificio éste se abría a ellos. Quizás estaba algo enfermo.

–Maldito pervertido, ¿ahora también estás delirando? Soy un hombre –Gruñó tratando de apartarlo y, a pesar de sus rebeliones, el otro no cedía un ápice de centímetro lejos de él–. Deja de tocar allí…

–No.

–Te digo que… –su cadera chocó contra la otra. Lo había sentido, la falange entrando sin aviso.

Yamamoto vio las mejillas rojas cual fuego. Se tentó a chuparlas, comerlas. Recapacitó un momento… Bueno, en realidad no lo hizo. Sólo sonrió a su misma idea por pensarlo. ¿Acaso no iba a hacerlo? Claro que lo haría. Desde el momento en que había tocado al guardián de la nube había firmado su acta de defunción, un crimen más no haría la diferencia. Llevó los dientes a una y la mordió. El néctar salado de los poros cubrió la punta de su lengua. "Delicioso", no podía describirlo de otro modo.

En el suelo ya se encontraban abandonados los mocasines negros del ex disciplinario; así como los pantalones e interiores que, durante el acto, fueron descendiendo. Yamamoto paseó los orbes color nuez sobre aquel cuerpo que, prácticamente, ya estaba siendo colgado entre él y la pared. Llegó a los muslos, rondó por las piernas y se detuvo en los pies.

–¿Qué tanto miras, pervertido? ¿Por fin has despertado de tu ilusión? –La voz de Hibari le hizo sonreír volviendo los ojos a los grises.

–¿Es malo contemplar que estás desnudo por mí?

–¿Por ti? –expresó con voz burlona soltando luego un bufido. Entrecerró los ojos sosteniendo la mueca.

–¿O me dirás que acostumbras a estar sin calcetines?

Había sido descubierto y, sin embargo, no lo aceptaría. Agresivamente, atrajo en un arrebato aquel rostro. Le empujó desde el cuello y le calló. No quería escuchar más aquella estúpida voz que sólo parloteaba y le humillaba con sus insinuaciones.

Fue mordido, y la mordida de ese modo le encantaba. Sentía cómo era dominado, cómo dominaba. Había una ambivalencia en sus sensaciones, emociones, pensamientos. Su mano izquierda se reafirmó en esa nalga a la vez que el dedo de la derecha se sacudía dentro del ex presidente. Dentro y fuera; arrastrando el falange entre la carne caliente.

Yamamoto logró liberarse de esa boca. Procuró no hablar más, había comprendido claramente esa señal. De nueva cuenta fue a morderle. Trozo por trozo el cuello. Centímetro y milímetro de piel. El ritmo de las mordidas, el movimiento de su dedo. Quería hacer una perfecta sincronía en el otro. Que lo disfrutara. Que ambos lo disfrutasen.

Una de sus manos pasó a la virilidad del ex presidente. Le acarició y comenzó un frote firme. Sus dedos jugaban con aquella punta; yendo de ella hacia la base y regresando a su gusto. Lo sentía ardiente. Lo sentía crecer. Era tan caliente saber que era él quien le causaba tales efectos.

El dedo índice torturó el orificio. Se hundió y desprendió. Era como si deseara entrar en esa punta sabiendo lo imposible –y doloroso– que sería en ese momento. El presemen le bañaba el dedo. Sentía que él mismo estaba desprendiendo el mismo fluido en sus apretados interiores.

Los dientes mascaron un pequeño pedazo de cuero y, al separarse, depositó un beso en la zona. En esos momentos aún no se había percatado de las marcas que, poco a poco, había ido creando en el otro guardián. Ni tampoco lo pensaba demasiado, su desespero era por tenerle sin importar cómo.

Retornó a los labios. Siendo sincero consigo mismo, aunque le fascinaba el cuerpo de Hibari, los labios eran algo afrodisiaco. Probó de ellos primeramente en un abrazo leve. Fue comiéndole cortamente y en cada lapso, su apetito iba en aumento. Quería tragarlo por completo.

La lengua penetró esa boca usurpando hasta alcanzar el paladar. No podía explicarlo, ni él conocía desde cuándo le gustaba ese terco sujeto. Ya no le bastaba con únicamente mirarlo, sonreírle o saludarle. Necesitaba más. Cada día, la urgencia por estar cerca de aquél, crecía. Parecía una adicción.

Apresó una tras otra vez aquella boca. Se estaba agotando el tiempo en que su locura se vería retenida. Un segundo dedo penetró entre los glúteos apretando al acto el pene. Lo sospechaba, el interior del otro era estrecho y caliente. Apenas podía mover las falanges dentro y contenerse en meter su hombría. Separó ambos dedos dentro del ojos-grisáceos. Un poco, sólo un poco para comenzar a acostumbrarle.

No era fácil besarle, por momentos debía huir de esos traviesos dientes que procuraban detenerlo. Sus jadeos se escuchaban entre el beso. El aliento del guardián de la nube era fresco pero se mezclaba con el suyo. Le provocaba y no sabía si era a propósito.

Volvió a entreabrir los ojos. Aquellos orbes grises lo observaban con detenimiento. Nunca antes pensó poder ser visto de ese modo por el otro. Era perfecto. No sólo el tenerlo entre sus brazos, sino igualmente poder provocarle aquella atención.

Para el guardián de la lluvia, Hibari era una persona extraña pero atrayente, cautivante. Como un gato orgulloso que se paseaba a sus anchas y a su gusto. Poco le valía la desacreditación. Se movía solo, al ritmo que decidía. Él era la misma ley. Hibari era algo que él no podía ser. Quizás allí surgió su primera inquietud al verle. Allí nació su curiosidad para observarle: ¿Quién era realmente Hibari Kyoya?

El tirón de sus hebras le hizo salir de sus pensamientos. La sonrisa amplia y arrogante se esbozaba en esos labios– Te lo dije… –Aquella mirada advirtió algo. Podía sentirlo en cada molécula de su cuerpo y, más tardó en el proceso de una respuesta, que el tiempo en el cual aquellos dientes mordieron su clavícula.

Dejó salir un jadeo a la sensación de ser casi devorado por el moreno. Ser mordido le provocaba aún más. Los dedos se hundieron profundamente en efecto dentro del otro comenzando a moverse de adentro hacia afuera. Una tras otra vez embistió la cavidad. Ahogó el cuerpo del ex disciplinario contra la pared haciendo que le colgasen las piernas a los costados de las caderas. Le separó de su pecho. Demonios, sabía mantenerlo al hilo de sus emociones.

–Eso fue injusto… –comentó Yamamoto, quien apenas pudo articular las palabras la excitación se apropiaba de toda su respiración. El guardián de la nube mantuvo la mueca arrogante. La cabeza se apoyaba en la pared misma y el cuerpo colgaba siendo sostenido por el otro–…quien debe morder soy yo…

–Uhm… ¿y pensabas que te dejaría la diversión? Olvídalo.

Oh, demonios, él sabía excitarlo. Sin duda Hibari Kyoya despertaba el instinto más sucio que el ex beisbolista poseía. Dios mío, quería ya entrar en él. La carne le apretaba y chupaba los dedos. Era tan obsceno hasta el hecho de pensarlo; sin embargo, no lograba evitar hacerlo.

Por los pensamientos del guardián de la lluvia paseaba la idea de penetrarle. Qué delicia sería en ese momento. Ya podía imaginar cómo sería comido su miembro. Cerró los ojos apoyando la frente sobre la otra. El sudor de ambos hacía más intenso el frote entre sus rostros– Lo voy a meter. –Sus jadeos impedían una buena articulación de las palabras, aún así, Hibari le había escuchado con claridad.

–Hh… Olvídalo.

–Lo haré lento.

–Mentiroso. Ni se te ocurra.

–Oh, vamos, no miento… Además, si ya me chupas los dedos no hay diferencia si lo meto ya.

–Te digo que… –Apretó los dientes, le había servido una fuerte embestida con los dedos logrando así que se estremeciera– ¡hh!…

–¿Ves? Igual lo quieres…

La lengua del espadachín, viajó a lo largo de ese cuello, sintiendo al otro guardián paralizarse en el acto. Era jodidamente exquisito el cómo sus dedos eran succionados. No sólo eso, sino también el hecho de que con únicamente moverlos obtenía ciertas reacciones.

Ajustado y caliente. Sólo de ese modo podía describir el interior de Hibari. Frotó más las yemas en esas carnes para pasar a la vez los dientes sobre la blanca piel. Qué daría porque fuera completamente suyo; aún así, también deseaba dejarlo vagar a sus anchas. Odiaba esa ambivalencia en su querer, en su deseo. Enjaular a Hibari Kyoya era convertirlo en alguien que no era; pero a pesar de eso, deseaba hacerlo. Yamamoto Takeshi comenzaba a descubrir que dentro de él había algo poderoso, algo más allá de su artificial amabilidad. Estaba ese egoísmo de querer algo. De querer a alguien.

–Siempre he querido intentarlo –murmuró fuera de sus pensamientos divagando en una idea. Los dientes se deslizaban lacerando cada centímetro de ese cuello. Marcarlo por completo; esa era su meta.

–Hh… No sé… de qué hablas –Cada sacudida dentro de su cuerpo era increíblemente más fuerte tanto así que le hacía hablar con dificultad.

–Hacerlo en las escaleras. Podemos intentarlo.

–Maldito enfermo… Sólo eso pensabas…

–Tranquilo, tranquilo; igual pensé en una cama, pero hay que hacer las cosas como vengan ¿no? –Sirvió una estocada más profunda dentro del otro–. Eso amerita hacerlo sólo así.

Impredecible. En los pensamientos de Hibari Kyoya, sólo había una palabra que describía al espadachín, y era esa misma. Nunca sabía qué esperar de él. No sabía qué haría a continuación y, todo lo que llegaba a realizar, tornaba muy diferente a lo que usualmente calculaba.

Su cuerpo sintió el abandono de esos dedos. Soltó un jadeo. Cargado por esas manos, fue llevado hasta los escalones. Yamamoto lo recostó sonriéndole de lado, por lo que le dijo– Deberías ver tu cara. –Su sonrisa engreída no desaparecía. Saber que era él quien le provocaba a tratarlo así le excitaba de sobremanera.

–Y me dices pervertido, Hibari.

Los labios del ex beisbolista retornaron a los otros. Las falanges otra vez ingresaron sin aviso a ese cuerpo. Devorarlo. Con besos deseaba tragarlo entero. No perdía oportunidad. Los dientes, la lengua, los labios. Todo se lo daría. Todo, incluyendo su cordura.

Separó los dedos dentro. Debía hacerlo menos apretado. Menos caprichoso para cuando le penetrara. Viajó los dientes hacia la oreja estirando ésta con cierta hambre. Ronroneó dándole luego una lamida. Estaba en su límite. Ni él sabía cómo hasta el momento se había controlado tanto. Rodó la mirada pensándolo un segundo; quizás no hubo tanto control.

Le hizo flexionar una de las piernas, dejando el paso libre entre ellas a su campo de visión. Allí estaba, esa entrada caliente y pegajosa que antes succionaba sus dedos. Esbozó una sonrisa ladina fijándose más en la zona. Vaya, cuántas noches soñó con poder tener el lujo de tenerlo así.

–¿Te echas para atrás?

–Nunca. No tengo condones, así que lo haremos a lo natural –advirtió al inclinarse y susurrarle a la oreja, tirando luego de ella. Una de sus manos fue justo a donde él cinturón. Debía darse prisa. No podía darse el lujo de tener a Hibari esperando.

–¡Qué demo-!

–Tranquilo, tranquilo. Estoy seguro de que no tengo ninguna enfermedad –aclaró con suprema gracia besando después aquellos labios. No era virgen, cierto pero sus experiencias apenas eran numerables. Más que nada sólo fantaseaba con el otro. Cada noche se fue volviendo una tortura no poder tenerlo y, en ese momento, no desaprovecharía una oportunidad.

–Oh, ¿y qué te hace pensar que no poseo una? –inquirió separándose del beso, el cual le sofocaba en demasía. En su rostro surgió una sonrisa arrogante, altiva.

Sostuvo la mirada nuez sobre la grisácea pero no duró ni cinco segundos cuando sus labios se elevaron con suavidad– No sabes mentir, Hibari –Cubrió los ajenos con los suyos. Penetró totalmente ese cuerpo.

Sus manos buscaron los escalones para sujetarse de ellos. El ex presidente nunca imaginó qué sería tenerlo dentro, ni siquiera llegó a cavilar en esa posibilidad. Pero allí estaba él, justo debajo de ese cuerpo que, sin consideración, le había dado una estocada.

Suave vaivén dentro del guardián de la nube. No. No era posible pero allí estaba. Aún no podía creer estar dentro de ese cuerpo. Ser tragado por esas nalgas y, asimismo, sentir cómo se atragantaban. Era delicioso. Demasiado exquisito más que cuando estaba con una mujer. Aún no entendía la razón del porqué su cuerpo experimentaba ese gusto, aunque no le importaba mucho. No en ese momentos en que era recibido por esos deliciosos glúteos.

Sus manos resbalaban sobre los muslos. El sudor del cuerpo cubriéndole hacía imposible sostenerlo con firmeza. No sólo eso, igual estaba aquel modo en que el otro se movía debajo suyo. Dio otra embestida. Se sacudía deliciosamente.

¿Querer aferrarse era posible? Lo dudaba. Los dedos presionaron esos cueros. Exprimieron los poros del cuerpo, sin embargo, no fue suficiente. La fricción no existía y solamente logró que las palmas cayeran sobre las nalgas. Se sujetó a ellas como si no hubiese mañana. Al final era mejor, pudo atraerle con más fuerza, con más insistencia. Penetró más profundo queriendo consumirse entre la estrechez.

Se relamió los labios en una necesidad naciente de besarle a la par que su hombría era succionada por ese par de asentaderas. Hibari Kyoya, quién pensaría lo lascivo que sería su cuerpo. Atrapó esa boca. Succionó esa lengua. El sonido del aire filtrándose entre su beso le causó recelo. No quería que nada ni nadie, excepto él, estuviesen dentro del otro guardián.

Quería más. Más que únicamente ese cuerpo. Aunque no había modo de que pidiese algo así. Hasta ahora el egoísta había sido él. Sólo en ese instante comprendió lo mucho que ya había avanzado hacia Hibari. Nadie más estaba tan cerca. A nadie más parecía darle esa oportunidad… ¿Podía guardar esa esperanza?

Arrugó el ceño. Su cabeza apenas podía con las materias comunes que tuvo en la escuela. ¿Cómo pensar en algo más complicado? Pero necesitaba saber… Conocer que para el otro era más que sexo. Que un pasatiempo. Más que…

La mordida en la lengua le hizo reaccionar. Desprendió los labios del otro en un quejido entre satisfactorio y doloroso. Masoquismo puro–. ¿Eso por qué fue?

–Deja de jugar. –La mano del guardián de la nube cruzó hacia la nuca ajena. Se colgó de él y se apoyó del codo diestro en el escalón. Volvió a hundir la lengua en la otra. Un poco de sabor. Un poco de dolor. Le fascinaba sentir al otro confundido. Aturdido. Él era sadismo mismo.

La mano derecha apretó el muslo contrario del ex presidente. La entrada parecía abrirse un poco más al levantarle el cuerpo. Continuó embistiendo a la par que la mirada nuez no perdía detalle de la otra.

Hibari parecía mayar por momentos. Era como un gato en celo… Vaya, quizás su mente ya estaba demasiado enferma al grado de pensar eso. Chupó el labio inferior del moreno. Beso tras beso. Estocada profunda. Sus dedos cubrían poros y se escurrían de ellos.

Era delicioso. El sonido por el choque de sus cuerpos. Regresó la mano a la nalga y levantó un poco esas caderas. Más profundo si era posible. Quería escucharle gemir tanto como pudiese–. No contengas la voz.

–Hh… Como si lo disfrutara.

–Diablos. Quería ser amable. Ahora quiero más verte gemir.

–Pervertido…

Zampó más su miembro. No tendría consideración entonces. Hundió el cuerpo una y otra vez. Podía verle perfectamente desde arriba. Ese cuerpo se retorcía con tal delicia que parecía pornografía.

Llevó una de las manos a ese cuello. Le atrajo un poco elevando esa cabeza. Lengua, labios, miradas. Todo en un simple acto. Aunque de simple no tenía nada, no estando en las escaleras. Doloroso. Tal vez era algo doloroso para el orgulloso guardián y, sin embargo, no había queja. Quizá le gustaba. Quizá lo disfrutaba. No estaba del todo seguro.

Los dedos del ex disciplinario se enredaron en esas hebras negras. Podía sentir el sudor entre sus falanges. ¡Qué va!, sentía el sudor en todo su cuerpo. Aunque esto le causaba incomodidad, no le molestaba. Realmente estaba disfrutándolo, claro que no lo diría. ¿Por qué habría que decirlo? ¿No era mejor provocarlo siempre que pudiera?

Sintió la frente ajena hundirse entre su cuello y clavícula–. Lo siento… me voy a venir. –Fueron las palabras que, entre jadeos, dijo el ex deportista.

–Maldito precoz… Ni se te ocurra venirte dentro.

–Sí, sí. Di lo que quieras, pero igual te vendrás conmigo.

La mano que acariciaba ese cuello fue al sexo ajeno. Comenzó a sacudirlo. Los orbes entre dorados y cafés se embelesaban del espectáculo que el guardián brindaba por ser tocado. Tan erótico. ¿Cómo no pudo tenerlo antes?

Los afilados ojos se dirigieron a él y, en el momento en el que aquella boca se movió para soltar palabra alguna, le besó. Una vez más. Quizá la última en su corta –pero ahora afortunada– vida. Tragó esa saliva. Tragó ese suspiro. Quería enteramente a Hibari. Cada pedazo que le diera. No era sólo deseo… Aunque no podía negarse a que el 90 por ciento lo fuese; después de todo: ¿Cómo no desear a alguien como Hibari Kyoya?

Su cuerpo se estremeció al correr del ex beisbolista. Soltando un ligero quejido. La frente del otro se pegó a la suya dejando sus miradas cerca. Las respiraciones de ambos se mezclaron. Sin darle tiempo de hablar volvió a ser besado. Detestaba esa constante insistencia de hacer las cosas a su ritmo. Aún así, cedió. Cedió por mero capricho.

El guardián de la nube se despegó de esos labios–. Yamamoto Takeshi… –Sus dedos tiraron del cuello de la camisa ajena. El espadachín estaba con las ropas desordenadas.

Atrajo ese rostro. Una mordida. Dos mordidas. Un beso. Fue probándole de a poco la barbilla al mismo tiempo que le miraba. Los irises gélidos no dejaban de observarlo. Eran fijos. No mostraban titubeos. Algo que le causaba al espadachín cierto escalofrío y, a la par, excitación– Dim-… –El golpe en su mejilla por ese puño le hizo comprender entonces: había bajado la guardia.

–Eres cruel, esto fue porque me vine ¿cierto? Era inevitable no hacerlo –¿Lo era? Ni él estaba seguro.

–Te dije que no te vinieras dentro, maldito pervertido. Lo vuelves a hacer y te morderé hasta la muerte.


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