Capítulo 1:

Eran las siete y media de la mañana, un día lunes a fines del verano.

Nathaniel, un muchacho rubio, ojos color miel y piel tostada por los múltiples viajes a la playa estaba ya levantado. Quería llegar a la escuela sin sus padres ni su hermana, para poder disfrutar en paz el aire libre. Estrenaba ese día un sweater azul marino sin mangas con un estampado de rayas celestes y blancas, sumado a su camisa habitual y jeans pitillos azules. Se cepilló los dientes durante tres minutos— ni más, ni menos—y corrió con sus cosas hacia el patio, en donde su vehículo de pedales y dos ruedas lo esperaba.

Atravesaba las calles de la ciudad con su bicicleta, munido de su mochila, un casco azul vibrante y rodilleras para proteger sus delgadas piernas y rodillas. Iba rápido, pero muy prudente, buscando evitar cualquier encuentro inesperado con un vehículo. Llamaba la atención por su extraña determinación en aquella banal tarea, dado a que su rostro podía compararse con el de un ciclista que estaba a punto de ganar el oro en una carrera. Sin embargo, todo eso tenía una explicación: Era su primer día de clases y no quería llegar tarde tampoco.

Nathaniel se detuvo abruptamente, al casi pasarse de la entrada al Instituto Sweet Amoris. Se bajó de su bici y al entrar, se dirigió hacia el lugar donde se guardan las bicicletas, donde la directora Shermansky lo estaba esperando. Era el primero en llegar.

— ¡Sabía que llegarías pedaleando! —le dijo la señora, sonriendo— ¿Cómo estuvieron tus vacaciones, Nathaniel?

— Bastante aburridas... Al menos tuve tiempo de leer, lo cual es bueno.

Justo en ese momento, Kiki, el perro de la directora saltó para saludar bruscamente al rubio, quien reaccionó a esto con una expresión de desprecio total. La mujer tomó rápidamente al animal en sus brazos.

— ¿Ah sí? ¿Qué leíste?

Narraciones Extraordinarias, de Edgar Allan Poe.

— ¿No lo leíste para Lenguas el año pasado? —Shermansky no estaba muy concentrada, estaba más interesada en calmar a Kiki, que no dejaba de moverse.

— Oh, esto... Los cuentos eran muy interesantes y quise leerlos de nuevo. Nada más quise hace…—Kiki saltó desde los brazos de su dueña y salió corriendo despavorido, lo que obligó a la mujer a interrumpir a Nathaniel.

—Lo siento querido, ya hablaremos más tarde. ¡Kiki vuelve aquí!

Luego de que la directora se retirara, el muchacho procedió a atar su bicicleta en uno los fierros instalados para tal fin, y así evitar cualquier desgracia relacionada con robos o daños a su vehículo. Posterior a aquello, se encaminó hacia la sala de delegados, donde se encontró su siempre compañera en el Centro de Alumnos, Melody.

Melody, de cabello castaño y ojos azules, lucía una camisa floreada color rosa, unos jeans negros, zapatillas de caña de color verde, y para adornar, un colgante de plata con una M grabada, regalo de su abuela por su cumpleaños número catorce. La bella niña se volteó de forma inmediata al sentir la voz y los pasos de Nathaniel al entrar dentro de la sala.

—¿Estrenado sweater nuevo, Nat? — le sonrió y se le acercó para hablarle.

Nadie lo sabía, aunque fuera bastante obvio, pero Mel estaba enamorada del rubio desde la primaria. Todo empezó cuando fue la primera vez que Nath ganaba una elección de Presidente del Curso, venciéndola, lo cual le hizo pensar que ella no era nada al frente de él, y que él siempre y por siempre, sería mejor y la superaría en todo. Esto terminó provocándole un sentimiento amoroso incontrolable, que ha persistido a lo largo de los años.

Por desgracia, esos sentimientos nunca fueron recíprocos, debido a que Nath nunca ha correspondido sus sentimientos. De hecho, para él Melody era solo una amiga e incluso, una hermana. Por eso y sin importar lo que pasara, él siempre la vería como una amiga en quien confiar y nada más, lo cual era mejor que nada.

—¡Hola Mel! — la saludó el rubio, dándole un beso en la mejilla provocando un casi invisible rubor en las mejillas de la chica, y aumentando así las esperanzas e ilusiones que tenía de un amor correspondido— ¿Cómo estuvieron tus vacaciones?

—B-Bastante relajadas… ¿y las tuyas? — le preguntó ella, tratando de ocultar el latido de su corazón en una conversación fugaz.

—Aburridas—suspiró, mirando hacia abajo— Pero me entretuve igualmente, leí y salí a pedalear bastante.

—¡Qué bien! Yo fui a la playa, hace mucho que no iba toda mi familia y me entretuve bastante a decir verdad— el delegado suspiró nuevamente— ¿Te gusta la playa, Nat?

—No demasiado cuando hace calor y la arena quema los pies, a decir verdad— dijo sonriendo y con una pizca imperceptible de ironía en su voz— prefiero mirar el paisaje en otoño, no hace ni frío ni calor. Además, la playa no se llena tanto como en el verano y-

—¡Nathaniel! —interrumpió sorpresivamente un niño moreno que entró sin llamar a la puerta.

Tenía toda la pinta de chico malo, pandillero, rockero, con su camiseta de My Chemical Romance, sus pantalones negros y sus botas de piel. El largo de su cabellera no le ayudaba a no lucir como un "emo wannabe", sin embargo, su personalidad lo hacían un personaje tan interesante como irritante. Comprensible, Castiel era único en su especie.

Bueno, al menos… único dentro del Instituto Sweet Amoris.

—¡Castiel! — el rubio saludó a su amigo emocionado, puesto que no lo veía desde el año pasado, dado a que el "rockero" se fue de vacaciones antes de tiempo— ¿Cómo has estado?

—Hola Castiel— soltó Melody de un tono irritado, puesto que el inesperado visitante había interrumpido su charla con Nath, aquella charla que a sus ojos era una prueba más de la reciprocidad de su amor, pero para él, solo era una conversación superflua.

—Yo muy bien—dijo ignorando por completo a la castaña— ¿Y tú?

Aquella actitud, hizo que la chica se molestara aún más, lo que provocó que se marchara al instante, no sin antes despedirse de su amado y dedicarle una fea mirada de odio al moreno.

—¿Era necesario hacerla enojar? —Nath se volteó hacia Castiel, dirigiéndose a él con un tono de reprimenda. Este otro, por su parte, sonreía cual niño en su cumpleaños.

—¿De qué hablas? No era mi intención, ella se ha enojado sola... ¿O acaso te preocupa defenderla? — seguía sonriendo y riendo entre cada frase, lo que hizo que Nath soltara una pequeña risa. No importaba lo irritante que fuera el chico, pues Nath no podía enojarse con él, ni aunque lo intentara.

—Castiel, ¿cuándo dejarás hacerme reír?

—Bah, no sé. Eso lo sabrás tú —puso un rostro más serio— Eh, Nath… No me has respondido la pregunta… ¿Cómo estás?

El rubio suspiró.

—No muy bien… Me pelee demasiado seguido con mi padre estas vacaciones—dijo melancólico— Me recalcó miles de veces que este año debo superar mis notas este año, y que al primer resultado débil, se encargará personalmente de mí. Para colmo, Ámber no me dejó en paz ni un solo instante las últimas dos semanas y dimos unos veinte paseos a una enorme cantidad de playas. Unas vacaciones de mierda, se podría decir.

—Te entiendo, bro— le dijo de un tono consolador, dándole unas suaves palmetadas en la espalda— Mis padres me dicen que tengo que esforzarme, o ni si quiera me dejarán salir a pasear al perro.

—Mi situación es distinta… no es un problema de esfuerzo.

—Mírale el lado positivo, ¡al menos tus padres te llevan de paseo junto a ellos, ja, ja...! —Nath lo miró interrogante.

—¿Castiel…?

—¿Sí…?

—¿Tus padres estuvieron trabajando durante todas las vacaciones, y no te llevaron a ninguna parte? —ante esta pregunta, el otro solo se dignó a asentir con la cabeza, delatando su angustia con la mirada—… Me lo imaginé.

—Sí… No los entiendo. Pareciera que, desde que dejé de ser un niño pequeño, ya no se preocupasen de mí y de mi salud mental.

—Eso también me sucede a mí—suspiró por última vez en presencia del moreno— ¿Qué decirte? Estamos mal.

Tanto a Nathaniel como a Castiel, les encantaba desahogarse el uno con el otro acerca de los múltiples problemas con sus padres. En efecto, ambos chicos eran como el agua y el aceite, tan distintos el uno del otro, que eso hacía que para muchos fuese imposible creer que estos dos se llevaban tan bien. Eran polos opuestos, uno era estudioso y el otro, un despreocupado que al que solo le importaba su música; uno era serio, el otro un chiste con piernas; uno era ágil con la guitarra, mientras que el otro no tenía realmente una verdadera afición musical. Y como éstas, había muchas más razones para justificar la opinión de que ellos no podían llevarse bien. Sin embargo, estas diferencias no impedían que estos dos congeniaran, ya que ambos tenían dos cosas en común.

Primero, ambos tenían una misma malísima relación con sus padres. Mientras Nath vivía queriendo que sus padres pudieran ignorarlo un poco, y dejaran de exigirle por todo; Castiel necesitaba atención. Sus padres, al ser uno piloto y la otra, azafata, viajaban demasiado incluso en vacaciones, teniendo un contacto prácticamente inexistente. Eran casos contrarios, pero los dos se traducían en lo mismo: falta de afecto hacia quienes le dieron la vida.

Segundo, ambos se aislaban de la sociedad. Castiel solo le hablaba a Nathaniel, y a una chica llamada Iris, pero a los demás, los trataba mal y con una indiferencia que para muchos era justificación para odiarle. Nathaniel era reservado, y prefería encerrarse en sus libros y sus estudios, lo cual no le permitía socializar como todo humano debería. Lo mismo con el moreno y su pasión por la música, la cual hacía que se cerrase al mundo y olvidara que él no estaba solo en la vida.

Aquellas razones tan fuertes, hicieron que una fuerte amistad se forjara. Una relación amistosa que, si bien ellos no lo veían así, los hacía lucir como mejores amigos. Y es que tan brillante era la chispa que surgió entre los dos, que incluso provocó la creación de un nuevo elemento: el amor.

Para nuestra decepción, aquel detalle lo dejaremos para más tarde.