Fue un 7 de Agosto; eso lo recuerda a la perfección. Ese día tuvo el placer de conocer a un ángel caído del cielo, era un joven de cabello que aparentaba su suavidad y un castaño oscuro brillante con mechones más claros a la luz solar. Pero sus ojos, esos verdes musgo, lo cautivaron desde que cruzaron sus miradas, y nunca más pudo sacar tanta belleza de su mente.
Las alas tan blancas como papel del chico quedaron heridas por el encuentro menos adecuado con ese extraño de alma corrompida, pudo notarlo en cuanto su piel tostada tocó la ajena. Mas su sorpresa fue mayor al notar la buena voluntad que tenía el rubio, no podía creer que alguien como él tuviera un futuro como un demonio, de gran categoría -supuso por la oscuridad profunda que observó hace unos segundos atrás-.
Desde ese día un hermoso ser divino de dotes culinarios fantásticos, se dispuso a vivir con un humano corrompido por pecados sucios, alguien simple y un egoísmo característico de los seres vivos —a excepción de las plantas, claro—. Sin embargo, eso no les impidió poder convivir con tranquilidad, como sí fueran amigos de toda la vida.
A lo largo de que los meses transcurrían un lazo fuerte fue construyéndose entre ellos, mucho más de lo que pensaban ser.
Los coqueteos inocentes se incorporaron con lentitud para que la pareja de amigos ni cuenta se diera, al igual que las caricias íntimas; como los abrazos o besos en las mejillas con doble intención.
De un momento para otro, uno dependía de su compañero, y viceversa, no económicamente, síno, de una manera más sentimental. Como era de esperarse ninguno quería admitir aquellas mariposas que revoloteaban cuando el contrario estaba, querían negarlo, pero era inútil, ellos ya habían plantado un amor mutuo, uno que fue creciendo durante el tiempo que compartían.
Ahora se encontraban uno frente al otro; escondían mucho, pero no será por siempre. El argentino no daba más con tanto peso de sus sentimientos profundos ocasionados por su amor prohibido.
El único hijo de los Hernández se paró de su asiento ya con la desesperación recorriendo en su sangre con rapidez. Sus mejillas se colorearon de rojo suave por sus pensamientos locos.
Con delicadeza fue tomando el bello rostro del menor para poder acercarlo a él. Ahora ya no tomaba en cuenta nada más que a ese muchacho, puede sonar egoísta, mas es la única verdad en todo esto.
—Perdonáme — Fue lo último que dijo antes de juntar sus labios con los de Daniel en un tierno beso. Su amante no dudó ni un segundo en corresponder ese tacto tan dulce que le producía el argentino porteño.
El ángel sabía que perdería sus alas por Martín, sin embargo no le dió importancia alguna, y ni mucho menos le hizo efecto ser condenado como un demonio; ahora lo que solamente deseaba, era poder pasar toda la eternidad a su lado.
Fin.
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