El cielo estaba cubierto por unas densas nubes grises, una ligera pero fría brisa hacía ondear el agua del lago. A pesar del clima invernal, los estudiantes estaban muy animados, apostando sobre quién sería el ganador de esta prueba. Algunos tenían carteles con el nombre de su participante favorito y los alzaban por sobre su cabeza, mientras gritaban a todo pulmón.
Harry era ajeno a todo esto. Él solo escuchaba los acelerados latidos de su corazón y a sus pensamientos, que hacían eco en su mente.Es tu oportunidad de demostrar que de lo que eres capaz Harry. Puedo hacer esto, puedo hacerlo… ¿Realmente puedo? ¿Lograré completar la prueba? ¿Lograré salir de esto con vida?
Su mirada estaba fija en el lago y una expresión de incertidumbre adornaba su cara, mientras apretaba firmemente las branquialgas en su puño derecho. Harry dejó estos pensamientos a un lado y miró a Neville, quien asintió diciéndole, mudamente, que se las tragara, y así lo hizo.
Tuvo que hacer un esfuerzo para tragarlas, pues eran viscosas y de un sabor amargo. Al instante comenzó a sentir los efectos de la transformación y se llevó las manos al cuello mientras el cañón estallaba indicando el inicio de la prueba.
A su lado estaba el profesor Dumbledore quien, al ver que Harry no se metía al lago, le dio un pequeño empujón y el joven mago cayó el agua. Los demás participantes ya se habían zambullido al agua, y ahora todo estaba en silencio.
De repente algo surgió del agua, gritando y dando una vuelta en el aire. Era Harry Potter. Todos los participantes estaban en juego y la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos ya había empezado.
