Inaccrochable
Disclaimer: Haikyuu! pertenece a Furudate Haruichi
Weise
Preámbulo
Miss Stein se sentó en la cama que era un somier en el suelo y quiso ver los cuentos que tenía escritos y le gustaron salvo uno que se titulaba Allá en el Michigan.
—Es bueno —dijo—, eso no se discute. Pero es inaccrochable, no se puede colgar. Quiero decir que es como un pintor que pinta un cuadro y luego cuando hace una exposición no puede colgarlo en público y nadie se lo va a comprar porque tampoco pueden colgarlo en una habitación.
—¿Pero no piensa usted que tal vez no sea indecente, que uno pretende solo emplear las palabras que los personajes emplearían en la realidad? ¿Que hacen falta esas palabras que el cuento suene a verdadero, y no hay más remedio que emplearlas? Son necesarias.
—Es que no se trata de eso —dijo ella—. Uno no debe escribir nada que sea inaccrochable. No se saca nada con hacer eso. Es una acción mala y tonta.
Paris era una fiesta
ERNEST HEMINGWAY[1]
I
«Ábrelo cuando me lo pidas. —Akaashi K.»
Tsukishima examinó la caligrafía del mensaje. De alguna manera, no le gustaba.
El día anterior recibió por correspondencia un paquete facturado desde Tokio, con una nota adosada al papel de estrazas. En su momento no entendió la nota ni quiso entenderla: acababa de empezar la temporada de exámenes parciales y su primera prioridad, según el cronograma de evaluación, debía ser geografía. Tras repasar los bordes del paquete con los dedos, decidió que lo mejor sería guardarlo en el primer cajón de su escritorio, y prestarle la debida atención cuando tuviese algo más de tiempo. Descolgó la nota, la metió entre sus folios, y el resto de la noche la dedicó a leer sus apuntes junto a un vaso de té helado.
En algún momento, cuando estaba a punto de bajar a la cocina a por más refresco, recibió una llamada de Yamaguchi. Contestó mientras bajaba la escalera, sabiendo qué vendría a continuación: quejas y lamentos de un Yamaguchi al borde de las lágrimas porque todos sus conocimientos se le habían mezclado en su cabeza. Sin alterarse, Tsukishima escuchó a Yamaguchi mientras rellenaba su vaso con más té helado, le hizo algunas preguntas, le aclaró ciertos conceptos, y con aquellos pequeños empujoncitos Yamaguchi acabó resolviendo sus dudas por cuenta propia. Tsukishima se despidió de Yamaguchi y siguió con geografía hasta que pensó que tenía la situación bajo control. Se fue a la cama antes de medianoche.
Tras concluir el primer examen —literatura japonesa moderna—, y sacar sus apuntes para comprobar una respuesta de la que se sentía inseguro, recordó la nota de Akaashi y volvió a leerla.
—Ábrelo cuando me lo pidas —susurró para sí, repasando los caracteres con la yema de sus dedos.
Akaashi se refería al envío. Tsukishima debía abrir el paquete cuando él mismo se lo pidiese a Akaashi. Una pequeña arruga apareció sobre su ceja. Akaashi no le parecía el tipo de persona que iba haciendo acertijos por la vida. Y aunque lo fuese, ellos no tenían una amistad propiamente tal como para tomarse la libertad de hacerle llegar un paquete por correspondencia. Llegó a la conclusión que debía tratarse de una broma estúpida —por no decir patética, o pesada—, de Kuroo o Bokuto. Quizá de ambos. Aquello lo hizo sentir bastante desgraciado.
El profesor Takeda, con su peinado desordenado y las mangas de su camisa manchadas en tinta, no reparó en lo desilusionador que resulta dar a conocer el título de la próxima novela a leer justo después de una evaluación de literatura, así que la reflexión de Tsukishima sobre el misterioso paquete llegó hasta allí. El profesor Takeda era una buena persona, un buen maestro, pero un chiflado en su materia. Tomó una tiza entre sus dedos y, mientras escribía sobre el pizarrón, dijo:
—He insistido en biblioteca que deberían existir más ejemplares de esta obra, pero aún no autorizan la orden de compra. De todas maneras, aunque pueda resultar un poco caro, es un excelente libro a tener y se encuentra disponible en casi todas las librerías.
A diferencia de la caligrafía de Akaashi que era pequeña y apretada, la letra del profesor Takeda no daba posibilidad a dobles lecturas. Y eso no era todo. Se rescataba cierta ligereza mezclada con destreza en el modo en que Takeda dibujaba cada línea de los ideogramas. Sin perder el pulso, sin flaquear la precisión, delineaba cada trazo en el orden y sentido correcto. Tsukishima era capaz de reconocer cierta clase de belleza en el modo en que los dedos del profesor envolvían la tiza y su muñeca se movía. Se preguntó si acaso habría participado en algún club de caligrafía en su juventud. Por un momento, le dio la impresión de que Takeda escribía más por placer que por necesidad. Y no se refería a escribir en el sentido literario de quitarse las ideas de la cabeza para transmitir una idea; sino que al hecho de escribir por escribir, por el gusto de mover el estilógrafo de un lado a otro y luego admirar los ideogramas una vez finalizado.
Tsukishima dejó la nota de Akaashi sobre sus apuntes y comparó ambas caligrafías. Algo le causó picazón en la garganta. Tsukishima también tenía una letra pequeña y apretada, quizá mucho más pequeña y apretada, y aunque no tenía sentido, se sintió molesto. Tsukishima escribía por necesidad, y su letra era horrible.
Yamaguchi, sentado unos puestos más adelante, se permitió comentar los pensamientos de Tsukishima.
—Quizá si Asakawa-sensei no hubiese tomado el taller de caligrafía, Takeda-sensei habría sido su titular. Aunque me cuesta imaginar Takeda-sensei en un club distinto al de vóley, ¿tú no?
Tsukishima cubrió sus apuntes con su cuerpo. Yamaguchi a veces simplemente no podía callarse. Por mucha letra bonita, el profesor Takeda tenía un dejo excéntrico que no pasaba desapercibido tras su entusiasmo nervioso, y aquellas cualidades, imposibles de juzgar como positivas, le señalaban solo una opción lógica a Tsukishima: no iba a gastar dinero un libro que Takeda recomendaba.
—Vamos a biblioteca antes de la práctica —dijo a Yamaguchi—, no quiero comprar ese libro.
En unas semanas más comenzaban las vacaciones de verano y Tsukishima confiaba en su velocidad de lectura para terminar el libro y escribir su ensayo correspondiente antes que comenzara el entrenamiento tiránico. Tiránico era precisamente la palabra. Ennoshita ya no era de su simpatía.
Tras la campana que indicaba el primer descanso, Tsukishima cambió los apuntes de literatura por los de matemática y los ojeó rápido, solo para cerciorarse que había estudiado todo. Efectivamente lo había estudiado todo. Dejó la nota de Akaashi sobre sus dibujos de gráficos y trató de entenderlo una vez más.
—Ábrelo cuando me lo pidas…
Se preguntaba cómo había dado con su dirección. Akaashi no le desagradaba, lo que viniendo de Tsukishima era un gran halago. Sin embargo, pese a algunas conversaciones sobre esto y aquello durante las concentraciones de entrenamiento, no habían generado una amistad propiamente tal, y no intercambiaron números de teléfonos cuando acabó el verano, hace ya casi un año. Quizá por ese hecho es que Tsukishima podía decir que Akaashi sí le agradaba después de todo: no era una persona necesitada de contacto. A su personalidad le venía de maravilla.
No era el caso de Kuroo y Bokuto. Ellos, por iniciativa propia, usurparon el móvil de Tsukishima cuando cumplía sus penalizaciones, y dejaron registrada sus informaciones de contacto. Desde entonces, la información aleatoria que recibía el iPhone de Tsukishima era ridícula. Por fortuna, les iba por temporadas. Todo dependía de lo que pasaban por la televisión, el resultado de sus exámenes universitarios, y los campeonatos de vóley.
Bokuto y Kuroo quizá podrían haber descubierto su dirección a través de Sawamura, o incluso de Hinata. De seguro fue a través de Hinata, porque si alguien sabía crear redes de contacto, ese era el pequeño camarón. A través de Bokuto, Kuroo, o Hinata, se podía dar con cualquier persona de Japón.
El examen de matemáticas le hizo olvidar todo aquello que no guardaba relación con las ecuaciones de segundo grado. No le pareció un examen difícil y se dio el lujo de revisar dos veces sus resultados. Entregó el suyo al final, cuando Yamaguchi también se levantaba para entregar su folio. A juzgar por su rostro, a Yamaguchi tampoco le fue mal.
—Te demoraste en terminar, Tsukishima-kun.
La delegada de la clase interceptó a Tsukishima. Quería intercambiar opiniones sobre el examen.
—No puedo ahora —intentó zafarse.
—¿Cómo graficaste la segunda pregunta?
—Cóncava hacia abajo… o sea convexa. —Se giró para buscar complicidad con Yamaguchi, pero su amigo ya no estaba a su lado.
—Eso hice yo también, pero Takizawa-kun dice…
Blablablá. Tsukishima logró divisar a Yamaguchi junto a Yachi-san, conversando. Se encaminaba hacia el gimnasio, el muy traidor.
—¿Takizawa? Takizawa no sabe nada —dijo Tsukishima, incapaz de zafarse. Siguió por el rabillo a Yamaguchi y Yachi-san. Acababan de llegar al primer recodo.
—La pregunta bonus estaba tramposa, ¿te diste cuenta? Luego entendí que había que pasar los minutos a segundo, y así concordaban las unidades.
Yamaguchi y Yachi-san desaparecieron escaleras abajo. A la delegada de le sumó Takizawa, y ninguno de los dos mostraba otra intención distinta a hablar del examen. ¿Por qué se había escabullido Yamaguchi? Tras quedarse un momento discutiendo, recordó el entrenamiento y miró su reloj de pulsera. Ciertamente iba holgado de tiempo, pero no volvería a cometer el error de llegar tarde a una práctica regida por sargento Ennoshita. Encontró en ello la excusa perfecta, y tras despedirse, apretó el paso hacia el gimnasio.
—¡Yamaguchi! —alzó la voz cuando apareció en su campo de visión. Al reunirse con él y Yachi-san, su amigo tuvo el descaro de preguntarle qué pasaba que gritaba—. La biblioteca, ¿no te acuerdas? Dijiste que me acompañarías a arrendar la novela para la siguiente evaluación.
Yamaguchi le restó importancia a la situación, y en su nuevo rol de descarado del año, se permitió opinar que la delegada era bien parecida, y que sacaba tan buenas notas como las de Tsukki. Tsukishima arrugó el ceño. No era la primera vez que Yamaguchi dejaba caer un comentario así sobre la delegada, pero era la primera vez que lo dejaba solo con ella.
—Sé lo que estás haciendo. Por favor, detente.
—No estoy seguro de qué hablas, Tsukki.
—Sí lo sabes.
Observó a Yachi-san, que seguía con ellos. Le habría gustado pedirle que se fuera.
—Solo… no vuelvas a dejarme solo con la delegada.
—Es una chica inteligente.
—Ya lo sé.
—Y es evidente que le agradas.
Tsukishima no se molestó en mirar a Yamaguchi. Con los años, Yamaguchi cada vez se acobardaba menos y eso le picaba.
—Te juntas mucho con Kageyama y Hinata —resolvió—. Tu cerebro se está fundiendo.
Tsukishima no era idiota. Yamaguchi, por algún motivo, intentaba conseguirle novia. Para zanjar definitivamente el asunto, aunque realmente no le interesaba saber, le preguntó a Yachi qué tal le fue en la primera semana de exámenes.
.
.
La semana avanzó entre exámenes y entrenamientos. Para evitar más distracciones, guardó la nota de Akaashi en el primer cajón de su escritorio, junto al paquete envuelto en papel de estrazas; su vaso fue rellenado con té helado múltiples veces en la medida que estudiaba; y Yamaguchi no había vuelto a intentar algún movimiento de traición.
El último examen que le tocó rendir fue el de educación física. Acondicionamiento físico: flexiones, abdominales, barras, salto, y correr. Yamaguchi guardó su uniforme en el bolso deportivo y se apoyó en las taquillas. Tsukishima, a medio vestir, se pellizcó los dedos de forma involuntaria.
¿Qué podía decir de Yamaguchi? A diferencia de él, o de Akaashi, Yamaguchi tenía una letra grande. Quizá demasiado grande, lo que otorgaba a sus apuntes un aspecto desordenado. Acostumbraba a tachar en lugar de borrar, y sus folios podían convertirse un gran manchón de tinta si estaba especialmente distraído. Akiteru alguna vez definió los cuadernos de Yamaguchi como «nubarrones de lluvia», y por primera vez en la vida, dio en el clavo con una descripción tan acertada.
De haber una correspondencia entre la caligrafía y la personalidad, entonces su personalidad y la de Akaashi debían de converger en alguna característica. Alguna vez leyó sobre el tema, pero no se fio de la fuente, y terminó olvidando lo leído. A Tsukishima solo le gustaba observar las letras de otros y compararla con la suya, como un pasatiempo sin sentido que no tenía demasiada importancia. Tenía tan poca importancia que Yamaguchi también había terminado adquiriendo aquel pasatiempo.
Desde que le llamó la atención a Yamaguchi por haberle abandonado con la delegada, la relación entre ambos, si bien no hubo cambiado, de alguna manera se sentía más tensa. Estaba seguro de que Yamaguchi se sentía de la misma manera.
—Yamaguchi —llamó Tsukishima—, quizá este no sea el momento apropiado para decirlo, pero…
—¿Tsukki?
Tsukishima cambió las gafas ópticas por las deportivas y luego volvió a pellizcar sus dedos.
—Pero no es necesario…
No se sentía capaz de terminar esa frase. En ese momento echó en falta la presencia de Yachi-san. Así habría tenido una excusa para no seguir hablando. Eran los únicos que quedaban en el vestidor en ese momento.
Por fortuna, no hicieron faltas más palabras para Yamaguchi. Quizá Yamaguchi tenía una letra sucia y le robaba los pasatiempos, pero sabía interpretar los silencios a veces mucho mejor que las palabras. Y también, era capaz de decir frases enteras con una sonrisa y una mirada. Si abrir la boca, separó las manos de Tsukishima para que no se hiciera más daños y apoyó una mano en su hombro.
—Vamos a por este último examen —dijo, mucho más animado.
Tsukishima guardó su bolso deportivo en las taquillas y siguió a Yamaguchi hasta el gimnasio. Ahora podía dar el examen sin aquella piedra en la conciencia.
.
.
De todas las materias, gimnasia siempre arrastraba sus notas.
El profesor le tenía manía porque apenas se esforzaba en clases y, para ser un titular del equipo de vóley, al profesor le parecía inaceptable su pobre desempeño. De no ser un profesor, le habría dicho al viejo de mierda que no había mucha diferencia entre el «no puedo» y el «no quiero», y que de verdad le era imposible subir y bajar en la barra a la velocidad que él pedía. Pero como no iba a decir tal cosa, que quería y podía, pero no debía, se arremangó las mangas hasta los hombros y fue el único que no tuvo que saltar para aferrarse a la barra. Le bastó con pararse en puntas.
—¿Cuántas? —preguntó.
—Treinta flexiones.
—¿Treinta? —su récord personal era quince subidas.
—Para ti cuarenta —bromeó el profesor.
Y le había ido tan bien en el resto de los exámenes. Estaba rendido. Flexionó las rodillas para evitar tocar el suelo, y comenzó la tortura.
Subir y bajar, subir y bajar, no había más ciencia que eso. Subir, y bajar, subir y bajar. Recordó a Hinata y Kageyama. Subir y bajar. Seguro que hacían las treinta zumbando. Subir y bajar. Seguro que se hacían cien en un minuto. Subir y bajar. ¿Y Bokuto? Subir y bajar. Seguramente Bokuto-san se pasaba tardes enteras nada más que en acondicionamiento físico. Pero ahora importaba subir y bajar, no Bokuto. Subir y bajar, tampoco Kuroo. Subir… Incluso Yamaguchi llegaba a las treinta. Bajar, subir, bajar, subir. ¿Por qué? ¿Desde cuándo Yamaguchi era una persona fuerte? Bajar, subir, bajar… subir.
—Vamos, vamos Tsukishima-kun —gritó el entrenador.
Tsukishima no hallaba aire para gritar que ya no podía más.
—Quince flexiones, vamos chico. Dieciséis. Diecisiete.
Si estuviesen Kuroo y Bokuto, se estarían revolcando de la risa en este momento.
—Dieciocho.
Se iba a descolgar.
—Una más, una más.
Podía sentir los ojos de Yamaguchi en alguna parte, apremiándole. Su voz en alguna parte, impulsándole. Pero no tenía mucho sentido. Tsukishima finalmente, estaba solo.
El último número que escuchó fue «veintiuno». Entonces cayó, y no tuvo idea quienes lo sostuvieron por la espalda. Lo arrastraron a un costado de la cancha, y dejaron su cuerpo debilucho sobre unas colchonetas. Lo único que subía y bajaba en esos momentos era su pecho. Yamaguchi llegó al cabo con una toalla de manos y una botella de agua. Tsukishima cerró los ojos. Sintió como Yamaguchi deslizaba la goma de sus lentes deportivos hasta el cuello, y luego le limpiaba el sudor del rostro con la toalla.
—Te dije que lo harías bien.
—Se me van a salir los brazos.
Yamaguchi ayudó a Tsukishima a sentarse y le tendió el bote de agua. Les dieron quince minutos de descanso antes de iniciar el último test, 20 metros de shuttle run [2]. Quizá sí había algo peor que la barra después de todo. Tsukishima se ajustó las gafas.
Con huinchas de embalaje se delimita sobre la cancha una distancia de veinte metros, Tras la línea de partida, los corredores esperan la señal de partida. Suena el primer silbato y los corredores deben completar veinte metros hasta que suene un segundo silbato. Cuando este suena, los corredores dan media vuelve y deben completar veinte metros de regreso a la línea de partida antes de que suene el tercer silbato.
Es un ejercicio fácil de entender. Los estudiantes se relajan. Los intervalos entre silbato y silbato son holgados y a Tsukishima, con sus piernas largas, le basta con caminar rápido. Entonces, al cuarto silbato se completa medio ciclo, y el intervalo entre los silbidos se acorta. El alumno debe apretar el paso.
Al empezar el segundo ciclo, el trote se torna firme, la frecuencia respiratoria aumenta, y las piernas ya están calientes. Cuatro silbatos más, y luego cuatro más, y Tsukishima ya se encuentra en el tercer ciclo. El trote se asemeja cada vez más a una carrera, la respiración se agita, y aparecen las primeras señales de sudor. La tortura recién empieza. Al quinto ciclo ya están corriendo y las costillas le aprietan. Quinto ciclo y medio: no puede controlar la respiración. Sexto ciclo: los silbatos le comen los talones. Sexto ciclo y medio: las costillas apenas son capaces de contener sus pulmones, y todavía faltan muchos silbatos más para el siguiente ciclo.
La nota mínima para aprobar se logra al séptimo ciclo. La calificación perfecta a los diez. La mejor marca de Tsukishima había sido al quinto ciclo, pero Yamaguchi, que su mejor marca era al octavo ciclo, le aseguró que era el día de los milagros.
—¿Por qué estás tan entusiasta hoy? —le preguntó. Yamaguchi se tomó un mechón de cabello.
—No lo sé, amanecí así. Es el último día de exámenes. Es nuestro último examen. Y tú hiciste veintiún flexiones en la barra. A ver, muéstrame esos brazos.
Instintivamente Tsukishima escondió sus brazos tras la espalda.
—¿Cuántos hiciste tú?
—Llegué a los cuarenta.
—Cuarenta —repitió. De pronto le interesaron mucho la punta de sus zapatillas—. Bien.
Tsukishima sabía que el buen humor de Yamaguchi se debía a la conversación que tuvieron en los vestuarios. Y sabía que Yamaguchi sabía que él sabía. Pero también era cierto que era el último examen y Tsukishima estaba superando todas sus marcas.
Dejaron sus botes de agua sobre unas banquetas y se posicionaron tras la línea de partida. ¿Día de los milagros? ¡Qué cursilería! Pero ocurrió que Tsukishima cayó al séptimo ciclo y logró aprobar educación física. Yamaguchi se rindió al noveno ciclo, y para él fue un poco frustrante, pero también un éxito. Llegaron arrastrándose hasta las duchas, y salieron de ellas sin piernas, pero aunque no llegaron a la calificación perfecta, lo contaron como una victoria de todas maneras, y aprovecharon el día de los milagros para pedir el libro de Takeda en la biblioteca.
—¿Kamen no kokuhaku? —repitió la bibliotecaria con cara apenada. Resultó que ya los había prestado todos—. Pero es un excelente título a añadir a la biblioteca personal.
La bibliotecaria también era muy amiga del profesor Takeda y compartían las mismas ideas. Tsukishima y Yamaguchi intercambiaron una mirada.
—Lo siento Tsukki, es mi culpa —se disculpó Yamaguchi—. Te conseguiré el libro.
—No importa.
—No volveré a molestarte con la delegada, lo prometo.
—Que no importa.
Su iPhone vibró en ese momento. Estaba siendo un día tan bueno, pero tenía que aparecer Kuroo para fastidiarlo todo. Al parecer tenía una duda puntual sobre dinosaurios. Tsukishima le mostró el mensaje a Yamaguchi, «¿Cómo se llama el dino con una aleta por toda la espina?». Había sobre él una decena de mensajes similares, ninguno respondido.
—No sé por qué cree que puede preguntarme estas cosas.
—Pero te sabes la respuesta, ¿cierto?
—Sí claro —si por «aleta en la espina» Kuroo se refería a la vela dorsal de algunos dinosaurios, que se formaba por la extensión de ciertas vértebras de la espalda, entonces lo tenía claro.
—¿Y por qué no le respondes?
—Porque si lo hago se pone muy pesado.
—Respóndele —pidió con una sonrisa delgada—. Si se pone pesado, te debo un shortcake. Si no, te lo compras tú.
—Hecho.
Tsukishima escribió la respuesta «spinosaurus», y ambos miraron la pantalla, esperando la respuesta. Al cabo de unos segundos, apareció la señal que indicaba que Kuroo estaba escribiendo un mensaje. Pero se arrepintió a medio camino y no respondió nada. Una sonrisa de suficiencia se extendió por el rostro de Yamaguchi.
—No cantes victoria tan rápido.
—Juzgas a las personas de forma muy categórica, Tsukki.
El rostro de Kuroo apareció en la pantalla ese momento. Una llamada entrante. Tsukishima 1 Yamaguchi 0. Sinceramente, Tsukishima hubiese preferido perder la apuesta.
—¿Qué pasa? —saludó. Al otro lado del auricular era todo gritos.
—¿¡Spinosaurus!?— la voz de Kuroo—. Pero había otro, como un cocodrilo.
—¡Te lo digo! ¡El dimetrodon no es un dinosaurio! —Y allí la voz de Bokuto.
—¿Me tienes en altavoz? —preguntó Tsukishima.
—Fue idea de Bokuto.
—Dile Tsukki, que el dimetrodon no es dinosaurio.
—Tsukishima —corrigió—. Y lo siento Kuroo, pero Bokuto-san tiene razón.
Se escuchó un aullido explosivo que hizo a Tsukishima apartar el teléfono de su oreja. Tres situaciones hacían hiperventilar a Bokuto: ganar un partido de vóley, ganarle a Kuroo, y una barbacoa. El canto de victoria de Bokuto fue tan estruendoso que incluso Yamaguchi llegó a oírlo
—Por favor, bajen la voz —pidió Tsukishima.
—Tsukki, ¿por qué hablas en susurros?
—Estoy en la biblioteca.
Tsukishima le explicó brevemente a Kuroo por qué se encontraba allí. Kuroo y Bokuto aprovecharon para mandarle saludos a Yamaguchi que Tsukishima jamás entregó, y después Bokuto tuvo una genial idea. Bokuto siempre tenía geniales ideas. De ser otra idea, Tsukishima habría rodado los ojos.
—¿Dices que ya se llevaron todos los libros de tu biblioteca? Pero yo conozco una biblioteca que tiene todos los libros del mundo. ¡Akaashi ven! ¡Es Tsukki…shima!
Y así empieza esta historia. Porque cuando Akaashi, quien hasta ese momento no se había pronunciado, preguntó:
—¿Qué libro necesitas?
Tsukishima supo que el libro que necesitaba estaba en el primer cajón de su escritorio, envuelto en papel de estrazas.
[1] Paris era una fiesta (1964), Ernest Hemingway. Editorial Seix Barral, Traducción Gabriel Ferrater.
[2] En japonés, 20 Mētorushatoruran. Yo lo conozco como test naveta.
He decidido, por razones y motivos, volver a subir este fic. El original se encuentra en esta misma cuenta bajo el título Inaccrochable BORRADOR. La historia no ha cambiado en nada, aunque hay detalles con la narración y los diálogos que son diferentes. Quizá los cambios no justificaban abrir un nuevo archivo, y bastaba con editar el antiguo, pero yo lo prefiero de esta manera... dicho todo lo anterior, el que este doc sea una versión 2.0 no garantiza en lo absoluto que no hayan errores de ningún tipo, pero prometo que me estoy esforzando más que nunca por ser prolija.
Gracias por leer... ¿porque nos leemos, cierto? :) Hasta la próxima semana.
