Disclaimer: Kazue Kato es la dueña de Ao No Exorcist. Gracias a ella el ocio no existe en mi aburrida vida.

Advertencias: Este es un fanfic donde Dark!Rin hace su aparición. Y eso sumado a que también Shiemi participa aquí, da como resultado un Dark!fic. Advertido estás de que si no te gusta esta temática, pues huir de la página~

Vanilla dice... Si, Shiemi no es bienvenida aquí (?).

Notas/Aclaraciones: Basado en la versión del anime. Y, cabe mencionar que si no has llegado a los últimos capítulos del mismo, hallarás algunos breves spoilers.


Tú eres el problema

— ¿Rin? —susurró la chica. Sentada a su lado, le miraba con aire de preocupación.

— ¿Eh? ¿Qué pasa? —despertó el pelinegro, mirándola de reojo.

Ella negó y le sonrió, como consolándolo. Después de todo lo ocurrido, después de todas las pesadillas que había tenido que vivir, seguro que a aquél chico no le caería mal un gesto amable, aunque sea.

Éste le sonrió también, apenas comprendiendo la conversación gestual que la rubia quería entablar.

Cuántos problemas —pensaba— Además, no es como si quisiera sonreír en tales momentos. Con Yukio siendo Paladín y gran parte de los exorcistas recolectando sangre demoníaca. Rin no se sentía nada bien. A veces le daban ganas de irse, huir a cualquier parte y desahogarse. Pero bien sabía que debía quedarse. Más que nada para proteger a su inteligente pero a veces descuidado hermano.

Y, a pesar del aprecio que le tomó a todos esos chicos de su clase, no lograba evitar sentir en ciertos momentos el odio retenido que le solían generar. Cuando no le dejaban actuar solo; cuando por su culpa se veía presionado. Sin embargo y a pesar de todo, no eran tan inútiles. Excepto una.

La orna de su zapato, la que tenía que salvar siempre; Shiemi.

¿Ella pensaba que él sería su héroe?

Creyó haberlo aclarado desde el principio: "Ella no es miamiga"

Y desde entonces, la ha visto únicamente como aquella persona que va y viene, que es amable con las personas. No duda de su gentileza y buena voluntad, pero ojalá no fuese una carga tan pesada… —se repetía.

Cuántos problemas —pensó de nuevo—. Teniéndola a su lado no podía hacer nada más que sonreír como estúpido y hacerle creer que todo estaba bien.

Pobre niña, pobre chica. ¿Se merece esto?

Por supuesto, algo tenían que costar sus repetidas metidas de pata.