Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Lisa Marie Rice.
Jasper Whitlock es un endurecido y atormentado hombre de negocios con un pasado y un presente oscuros. Jasper vive prácticamente recluido en el penthouse de su rascacielos, rodeado por fuertes medidas de seguridad, y pocas son las cosas que logran conmoverle. Pero desde hace un año, Jasper guarda un secreto que dos martes al mes le lleva, a espaldas de todos, hasta un oscuro callejón para observar durante unos breves minutos a una singular artista.
Alice Brandon respira y vive únicamente para su arte. Gracias a la bondad de un cliente anónimo ha podido cumplir su sueño de ganarse la vida pintando. Pero un buen día, mientras se encontraba en la galería entregando un trabajo, es asaltada por unos tipos que intentan matar a un enigmático hombre escondido en el callejón. Tras sobrevivir al asalto y a un tiroteo, Alice se ve de pronto en el lujoso penthouse del hombre que le acaba de salvar la vida. Entre ellos surgirá una pasión como ninguna otra, que llevará a Alice a tomar una difícil decisión…
Prólogo
Manhattan
12 de noviembre
Los sentimientos matan con mayor rapidez que las balas.
El ex coronel del ejército ruso Demitri Rutskoi había conseguido que sus tropas en Chechenia aprendieran esa frase a base de repetírsela.
Era cierto.
Mantienes quieto el dedo en el gatillo al ver a un niño con cara de ángel. Vaya, no puede tener más de ocho años. Y lo siguiente que sabes es que el niño ha sacado un AK-47 y te ha convertido en carne para hamburguesas.
¿Aquella amable ancianita vestida con un burka? Lleva más de tres kilos de explosivos sujetos en su gruesa cintura, a la espera del momento oportuno de ir con Alá y llevarte consigo.
¿Y qué decir de África? Ejércitos enteros de niños de doce años portando armas de más de un metro junto con amuletos que ellos creen que les hacen invencibles, y deseando liquidarte porque les has mirado.
El mundo entero es tu enemigo.
De modo que Demetri enseñó a sus hombres a no tener piedad y a desterrar los sentimientos, pues son letales. Los sentimientos te hacen vulnerable, hacen que dudes cuando se requiere acción, te hacen débil en lugar de fuerte.
Y el sentimiento más letal de todos es el amor por una mujer. Una mujer es igual que una espada apuntada justo al corazón.
Rutskoi jamás esperó poder utilizar esa lección para acabar con Jasper. Jasper Whitlock no tenía ni una sola debilidad que Rutskoi supiera. No confiaba en nadie. No era amigo de nadie. No amaba a nadie.
Y nadie había visto a Jasper en compañía de una mujer.
Por supuesto que no.
Jasper era inteligente. Sabía que una mujer sería una grieta en su armadura, un grave error. Había sobrevivido a cinco atentados contra su vida durante los últimos diez años debido a que no tenía ni un solo punto débil.
A Rutskoi le preocupaba ser él quien liquidara a Jasper. No tenía que haber sido de ese modo. Se había mudado a América para asociarse con Jasper, no para matarlo.
Se sintió fascinado por Jasper Whitlock desde la primera vez que le vio, cuando era un joven teniente del ejército ruso en Chechenia quince años atrás. Había oído varias versiones de la historia de Jasper. Era ruso, ucraniano, moldavo, de Uzbekistán, de Tayikistán… En realidad, nadie lo sabía. Simplemente, surgió de la nada en los años noventa; un hombre joven, extraordinariamente listo e impresionantemente fuerte, que construyó un poderoso imperio que se expandió por el globo.
Jasper había estado suministrando armas y munición tanto a la Obshina, la mafia chechena, como al ejército ruso, que luchaba contra ella. Cuando el suministro de armas procedente de Moscú se agotó, Rutskoi recurrió a Jasper y descubrió que era completamente de fiar. Drake entregaba lo que prometía en el tiempo pactado, en el lugar que habían acordado y en perfecto estado de funcionamiento. Y además, contaba con su propia flota de aviones, helicópteros y barcos para llevarlo a cabo.
Drake era una leyenda. Un hombre venerado en los negocios, pero un enemigo despiadado y letal si se le engañaba.
Rutskoi no tenía intención de engañarle. Al contrario. Cuando dejó el ejército ruso, se dirigió directamente a los Estados Unidos, donde Jasper había fijado su residencia.
Jasper era uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, y se había establecido en la nación más rica y poderosa del planeta. Rutskoi deseaba también un trozo de la tarta, desesperadamente.
¿Y por qué no? Jasper dirigía una empresa multimillonaria él solo. Al igual que todo buen general, necesitaba un lugarteniente. ¿Y quién mejor que Rutskoi, que conocía el negocio desde la base y tenía arraigados y antiguos contactos en África y en la amplia masa de países del Este que antaño eran conocidos como la Unión Soviética?
Era un mundo nuevo en el que un hombre tenía que soñar a lo grande y correr riesgos. Él estaba dispuesto.
Rutskoi había actuado de intermediario en un importante negocio de armas y ahorrado más de un millón de dólares. Había sacado la mitad de su cuenta bancaria en Suiza y aterrizado en Nueva York hacía un mes. Se pasó todo ese tiempo en una suite del Waldorf Astoria, familiarizándose con el nuevo territorio de Jasper.
América. Oh, América. Tan dulce y deliciosamente decadente, pero también rápida y eficiente. No había placer que no pudiera comprarse con dinero; todo envuelto, limpio y desinfectado, pagadero con tarjeta de crédito. Rutskoi disfrutó gastando sus ahorros. Los largos y duros años en un ejército empobrecido, las condiciones infrahumanas de la guerra en Chechenia, el peligro constante… Al fin todo había quedado olvidado.
¿Quién puede recordar los tiempos difíciles mientras descansa en una cama blanda con una mujer dispuesta a cualquier cosa debajo de uno?
Al acabar el mes, descansado y listo para ponerse a trabajar, Rutskoi contactó con Jasper y consiguió una cita para el día siguiente.
Las cosas iban según el plan. Demetri podía sentir el poder fluyendo por su cuerpo. Estaba a punto de comenzar una nueva etapa en su existencia. Había sobrevivido a lo peor que la vida podría depararle y había salido fortalecido. Pronto sería rico, poderoso y temido; la mano derecha de un hombre inmensamente rico, poderoso y temido.
Iba a formar equipo con el mejor en aquella área de negocios y a disfrutarlo hasta el final de sus días.
Todavía podía recordar la febril excitación que había sentido cuando la limusina le dejó delante del edificio de Jasper. Sabía cómo adoptar una expresión impasible en el rostro —bien sabía Dios que había tenido suficiente experiencia tratando con generales borrachos e incompetentes—, aunque en su interior bullía de euforia.
A Rutskoi le llevó media hora atravesar las medidas de seguridad de Jasper, cosa que le había complacido en su momento. Aquel hombre era invencible, impenetrable. Cada nivel de seguridad, ejecutado con perfecta y correcta profesionalidad por los guardaespaldas de Jasper, le había tranquilizado. Se hallaba ante el momento cumbre de su carrera. Estaba seguro de que el único hombre con un mayor nivel de protección era el presidente de los Estados Unidos, y podría decirse que era menos poderoso en su mundo de lo que Jasper lo era en el suyo.
En el mundo de Jasper no existía la democracia.
Finalmente, Demetri fue conducido a una habitación con una puerta que se cerró igual que una caja fuerte.
Ah. El olor a cuero, buen whisky y excelentes puros que llenaba la enorme sala llegó hasta él antes de que sus ojos tuvieran oportunidad de adaptarse a la semioscuridad. Tan sólo había unas pocas lámparas encendidas, pero la primera impresión que obtuvo de aquel entorno fue la de una enorme estancia con un techo inmensamente alto. Y de comodidad. Todo estaba dispuesto para garantizar la comodidad. Grandes butacas de cuero y gruesas y lujosas alfombras. Una variedad de bebidas alcohólicas en licoreras de cristal tallado. Una placa de metal y una caja humidificadora de madera para puros.
—Entre —dijo una profunda voz desde el interior.
Allí estaba él. Jasper.
Demetri no era un hombre fácil de impresionar y no se asustaba ante casi nada, pero Jasper le impresionó y asustó al mismo tiempo. De estatura superior a la media, era inmensamente fuerte y podía convertir sus enormes y ásperos pies y manos en armas letales. Rutskoi le había visto darle un puñetazo a un hombre con tal fuerza, que tuvo el mismo efecto que si le hubiera disparado. También había visto a Jasper masacrar a un hombre de una sola patada.
Era adepto al sambo, el arte marcial ruso, y al savate, el kick-boxing francés. No tenía rival en un combate cuerpo a cuerpo. Se limitaba a derribar a su contrincante y a destrozarle. Y era extraordinariamente inteligente. En ocasiones parecía que estuviese conectado a un sistema de inteligencia secreto al que tan sólo él tenía acceso. Nunca jamás se le pillaba por sorpresa.
La historia decía que el asesinato de Ahmed Masood, el 10 de septiembre de 2001, fue una clara señal para él para desmantelar por completo el suministro de armas a los talibanes.
Dos días más tarde, había trasladado todos sus negocios a los Estados Unidos y colaborado con la CIA para suministrar armas a la Alianza del Norte. Después de eso, no volvió a vender armas a los islamistas o jihadistas.
A pesar de figurar en todas las listas internacionales de fugitivos y de ser buscado por las Naciones Unidas y la INTERPOL, se convirtió en intocable al obtener protección de los americanos. Sus pilotos transportaban armas a los soldados americanos en Irak y eran los únicos lo bastante valientes, o locos, como para volar hasta el Hotel Baghdad International diariamente, sin importar el peligro.
Cuando Jasper se aproximó, a Demetri se le pusieron los pelos de punta. Sin embargo, hizo un esfuerzo para tragarse el miedo y el temor. Tenía que encontrarse con Jasper en un plano de igualdad o su plan no funcionaría.
—Siéntate, Demitri —ordenó Jasper. Escuchó educadamente la petición de Rutskoi y después, sin alzar la voz, dijo—: Largo.
Al instante, sin tocar ningún timbre o hacer ninguna seña, aparecieron dos enormes guardaespaldas, sacaron a Rutskoi a rastras y lo arrojaron por la puerta, literalmente.
Rutskoi juró venganza, pero era difícil vengarse de un hombre que ni siquiera reparaba en ti.
Hizo correr la voz de que la cabeza de Jasper valía cincuenta mil dólares y se sentó a esperar. Y esperó. Y esperó…
Sin duda Jasper pagaba tan bien a su gente, que cincuenta de los grandes no eran un incentivo suficiente para traicionarle. O eso, o le tenían pavor. Probablemente ambas cosas.
Rutskoi observó, aguardó y trazó planes en vano, hasta que recibió la llamada. No cualquier llamada, sino «la llamada». Aquélla que iba a cambiar su vida.
Por fin, parte del dinero que iba repartiendo por ahí había surtido efecto. Rutskoi había dejado una dirección de Hotmail y recibido un mensaje anónimo.
«Si quiere información sobre Jasper, transfiera 50.000 dólares a esta cuenta bancaria.»
Al pie del e-mail había una larga serie de números, precedidos por las letras CH. Una cuenta suiza.
El banco de Demetri en las Islas Caimán era eficiente y rápido. Al cabo de media hora, recibió otro e-mail.
«Jasper sale de su edificio el primer y tercer martes de cada mes, por la tarde, sin guardaespaldas. Lleva un año haciéndolo.»
Había una serie de archivos adjuntos. Con manos temblorosas, Rutskoi los abrió y… ahí estaba. Información sobre Jasper. Mejor aún, información sobre sus puntos débiles.
¡Por fin! Una grieta en la armadura de Jasper, justo directo al corazón.
Jasper acudía a una reconocida galería de arte en Lexington un martes sí y otro no, de dos a tres de la tarde. Rutskoi sabía mucho acerca de Jasper y aquello sólo era un dato más. Visitar una galería no era una noticia significativa.
No, lo que resultaba increíble era que Jasper jamás entraba en la galería. Esperaba fuera, en la oscuridad de un callejón, y contemplaba qué sucedía en el interior a través de una pequeña ventana, observando desde las sombras. Y lo que sucedía martes sí, martes no, cada mes, puntual como un reloj, era la llegada de una joven artista, Alice Brandon, llevando a la galería su nueva obra para exponer.
Obra que era adquirida puntualmente por un comprador anónimo. Hasta la última pieza. Durante un año, un abogado que representaba a una empresa afincada en Aruba compraba vía telefónica todas las obras nuevas de Alice Brandon, sin importar el precio.
Demetri reconoció el nombre de la empresa. Se trataba de una de las muchas filiales fantasma que Jasper utilizaba para dirigir sus líneas aéreas.
Jasper era quien compraba los cuadros, no cabía la menor duda.
No era de extrañar que el dueño de la galería hubiese incrementado los precios de las obras de Brandon en un 300% durante el último año. Y a pesar de eso, las vendía. Al mismo comprador.
Rutskoi pinchó impacientemente los archivos adjuntos, tratando de descubrir cómo utilizar esa información. Entonces se quedó inmóvil y entrecerró los ojos.
Había cinco archivos, fotografías en formato JPEG de la artista. Rutskoi se recostó, satisfecho.
«Por fin». Ante sí tenía el punto débil que podría acabar con Jasper.
Demetri sintió cómo corría una descarga de adrenalina por sus venas mientras se acercaba a la pantalla para obtener una buena vista de las fotografías. Después de examinar cada una de ellas, dio a imprimir e inspeccionó con atención las instantáneas.
Alice Brandon era una mujer increíblemente atractiva, de estatura baja, delgada, como tantas mujeres de Manhattan. Pelo lacio color negro, exquisitas facciones, piel perlada. Poseía un tipo de belleza clásica. Ella era sin duda el motivo por el que Jasper compraba toda su obra y se quedaba junto a una ventana en un oscuro callejón las tardes de los martes alternos.
Para verla.
Aunque, por descontado, resultaba extraño pensar que Jasper… ¿cómo se decía en inglés?, «estuviese encaprichado». Jasper no era un hombre paciente. Cualquier cosa que desease, la obtenía por los medios que fuesen necesarios. No había nada que no pudiera tener. Si deseaba a aquella mujer, lo único que tenía que hacer era comprarla. ¿Por qué esperar fuera en un callejón, expuesto, durante un par de horas al mes para verla?
Alice Brandon no parecía ir maquillada y su ropa era corriente. Pero en una mujer así, el maquillaje resultaba casi superfluo y no necesitaba prendas que realzaran su belleza.
Parecía totalmente natural, serena, bella sin maquillar o retocar. No se ajustaba en absoluto al tipo de Jasper. Aunque, si lo pensaba, ¿quién sabía cuál era su tipo? ¿Quién sabía siquiera si le gustaba un tipo determinado de mujer?
Jasper podía permitirse lo mejor, y aunque Alice Brandon era deslumbrante, no tenía un cartel en el que pusiera «amante» sobre su persona, como era el caso de muchas mujeres. Demetri había pagado a suficientes prostitutas como para saberlo. La clase de mujer que miraba el reloj y los zapatos de un hombre antes de mirar su cara. La clase de mujer enganchada a Armani y Tiffany del mismo modo que los matones callejeros estaban enganchados al crack.
Alice Brandon era diferente. No parecía gastar demasiado en sí misma y no daba la impresión de estar en venta.
¿En qué estaba pensando Jasper? Con su dinero y poder, podría tener mujeres hermosas haciendo cola alrededor de la manzana, esperando pacientemente para servirle de cualquier modo que deseara. Podría tener todo un harén adiestrado para darle placer en todas las posiciones posibles, tal y como a él le gustase. No había nada sexual que no pudiera tener o comprar.
Quedarse en las sombras en el frío invierno o el ardiente bochorno del verano de Manhattan, durante una o dos horas al mes, sin sus guardaespaldas, sin cualquier tipo de seguridad, para ver fugazmente a una mujer… era una locura.
Todos los datos recabados acerca de Alice Brandon resultaban chocantes. No tomaba drogas. No tenía vida sexual que el informante supiera, ni con hombres ni con mujeres. No era adicta a ropas caras ni a joyas. Ese mes había realizado un único pago con tarjeta de crédito por un importe de unos cuantos dólares en una tienda de ropa barata, de la que cualquier mujer de Manhattan se carcajearía.
Demetri abrió de nuevo los archivos y la miró fijamente.
¿Por qué arriesgarse? Jasper era el ser humano más preocupado por la seguridad que había conocido. Más que muchos de los capos de la mafia rusa. Más que Putin.
¿Por qué arriesgarse a quedar indefenso durante varias horas al mes? ¿Qué podría merecer tal riesgo? Jasper no sólo era vulnerable mientras se encontraba en el callejón, sino también en el trayecto de ida y vuelta.
¿Para qué? «¿Por qué?»
No podía ser por las pinturas, acuarelas y dibujos en sí. Ya eran suyos y podría tener acceso a ellos en cualquier momento. No, era más que eso. «Tenía» que ser por la mujer.
Jasper deseaba poder observar a Alice Brandon sin ser visto. Debía de tener mucho interés en ella para arriesgar tanto. Y no podía permitirse mostrar dicho interés a sus hombres. Eran leales, eso era cierto, pero la lealtad en su mundo se compraba con dinero. Jasper no tenía amigos, tenía empleados. Y los empleados se volvían desleales. No había más que mirar al informador. Acababa de abrir un enorme agujero en la armadura que rodeaba a Jasper por la miserable suma de 50.000 dólares.
De modo que ahí estaba Jasper, observando a una hermosa mujer que ignoraba su existencia, completamente indefenso, varias horas al mes. Demetri podía capturar a la mujer, obligar a Jasper a cederle su dinero y contactos, matarle a él y a la artista, y convertirse en uno de los hombres más poderosos del planeta; todo de una sola jugada.
Por fin tendría lo que tanto había ansiado.
La decisión estaba tomada. Era jueves. Lo tendría todo preparado en unos pocos días.
El martes por la noche acabaría con Jasper y ocuparía su lugar.
Demetri cogió el teléfono. Era hora de reclutar a un compañero.
