Luna de Sangre
Estaba a punto de caer la noche, el viento cálido de las tardes de primavera hacía su aparición, como cual hada danzaba entre las flores. Ahí estaba ella, con su uniforme celeste y su cabello largo, se despedía de unas compañeras, era la única que vivía en las afueras de la ciudad, era un largo camino, pero lo hacía en tranquilidad, sola y despacio, me acerque con voz dulce - hola ¿te puedo acompañar? – ella solo hizo una reverencia y siguió caminando ¿me ignora?, la tomé del hombro y grite – ¡no me ignores¡ – ella se sobresalto y comenzó a correr, yo la seguía de cerca, ella miraba preocupada hacía atrás, como si yo quien había sido su único amor le fuera a hacer algo malo, me intentó golpear con su bolso y calló dormida frente a mí.
Hundí con fuerza el cuchillo en la carne que se habría lentamente ante mis ojos, saqué la piel, he hice a un lado las huesos que estorbaban, para que ella me entrega eso que tanto había deseado y que solo ella me lo podía dar.
Hermosa, verdaderamente divina – la luna nos iluminaba, tú ahí sentada mirando con tus ojos marón fijamente como su luz nos bañaba y yo no podía despegarme del cuadro que habíamos creado con tanto esmero. Tú en aquella silla en un rincón del cuarto, con tus brazos a los costados regalándome la magnífica vista de piel clara y que mostrabas sin pudor ante mi, tu rostro pálido se había acentuado y el rojo de la sangre que brotaba de tu pecho abierto, hacía de ti la perfecta musa.
Jamás pensé que llegaría este momento, dónde ambos nos confesáramos el amor indisoluble que había nacido – acaricié tu rostro, quieto y disímil, tan lleno de vida… Una ola de furia recorrió mi cuerpo hasta llegar a mis manos y te avasalle con una bofetada que te hizo tastabillar y caer al suelo con fuerza, mientras rodaba tu corazón hasta mis pies – perdón mi vida, no volverá a pasar – te coloqué nuevamente en la silla para que observarás la luna, arreglé tu cabello y cogí tu corazón – tu corazón por fin es mío y de nadie más, no existe mayor prueba que ahora sea yo que el sostenga en mis manos, aun está tibio prueba de que el calor de tu vida me lo regaste a mí, solo a mi – sabía que deseabas que yo conservase tan preciado obsequio, pero no podía, no podía privarte de aquel pedazo de ti, así que pedí permiso dejando un casto beso en tus labios, que se estaban volviendo amoratados y devolví el frágil corazón a la cavidad en tu pecho, ahora estabas completa, volví a observar afuera - ¿no crees que es bella amor? - te pregunté, mientras mi diestra pintaba con el rojo de tu sangre el vidrio donde se reflejaba la luna – hermosa ¿no? – y tu rostro inmutable respondió – bella luna de sangre.
