Advertencia: todos los personajes son propiedad intelectual de George R.R. Martin. Regalo cutre para Mikah Babasonica, muy fan de esta pareja.

Dear

El cepillo acariciaba aquel cabello cobrizo que, con cada pasada, lo dejaba más suave, más liso, brillante. Siempre había amado ese mar rojizo que se extendía hasta la cintura, perder los dedos, sumergirlos, dejarlos rozar sobre su piel.

Recordaba las veces en que había dejado vagar la mirada, hasta dar con ella. Sentada frente al espejo, su madre cepillándole el cabello, parecía feliz, dulce y tierna, una imagen que recurría a su mente. Y ahora volvía a ser el mismo niño de antaño, contemplándola, oculto en la oscuridad, observando la manera en que sus ojos relucían con las llamas bailando dentro, cómo el viento mecía su cabellera, dándole formas de hadas, de sueños perdidos, detenidos en el tiempo.

Siempre había sido consciente de su posición, el lugar marginal que tenía en su mundo, la poca estima que le merecía, pero él no podía cambiarlo; no era más que un bastardo con quien compartía algún lazo de sangre. Pero no importaba, él la quería. Adoraba su sonrisa tímida, el modo en que reverenciaba a los señores al pasar, su voz que se perdía al cantar y que llegaba hasta él, cálida, dándole fuerzas, ánimos para continuar adelante. Y su recuerdo era de plata y brillaba en las noches solitarias.

Su cabello danzaba, esparciendo su aroma de limón. Ella estaba sentada, la mirada al frente, susurrando canciones que habían sobrevivido en su corazón, bajito para que él no pudiera escuchar. Sigiloso se acercó a ella. Rodeó aquellos hombros, estrechándolos entre sus brazos, cálido, agradable. El reflejo mostró su rostro sonrojado y una sonrisa trémula en sus labios; sus ojos grises brillaban, alegres, felices. Y besó ese cabello sagrado, que olía a flores, a verano, a amor.