Disclaimer: Los personajes aquí presentados no son de mi invención, por lo que renuncio a cualquier afán lucrativo en cuanto a esta historia. Copyright perteneciente a Riot Games.
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Sembrando vientos pt 1
Las mazmorras del Instituto de Guerra eran oscuras como boca de lobo. Ubicadas en algún lugar muy profundo en las raíces de la fortaleza, protegidas por incontables e innombrables hechizos, en ellas se hallaban algunas de las criaturas más terribles que pudieran hallarse sobre la faz de la tierra, y fuera de ella. Desde las bestias del Vacío hasta las abominaciones de las Islas de la Sombra, pasando por diversos espíritus y otras criaturas pesadillescas, allí estaba lo peor de lo peor, el material de las pesadillas de todos los niños de Valoran. Muy pocos se atrevían a poner pie en ese lugar oscuro y silencioso, y los que lo hacían no solían quedarse mucho tiempo. Era un lugar de terror, a pesar de que todo allí estaba atrapado y, supuestamente, bajo control.
Y sin embargo alguien hollaba con su presencia la soledad de ultratumba que reinaba en el lugar. Sus pasos resonaban ominosos en las paredes de piedra, mientras que con una antorcha de fuego imperecedero iluminaba un pequeño círculo a su alrededor mientras avanzaba con su característico andar rengueante. Los más feroces guerreros encogían cuando debían acudir allá abajo, pero no así Swain. Su rostro, a pesar de la pesadez y amenaza que se respiraban en el aire, era tan pétreo como siempre. Su fiel cuervo lo acompañaba mientras pasaba frente a prisiones en apariencia vacías que ocultaban acechantes terrores que no querían dejarse ver frente a su visitante. Muchas celdas pasó por alto hasta llegar casi al final del larguísimo pasillo. Entonces se detuvo frente a una celda particularmente amenazante. Una voz que no podría compararse con nada existente lo recibió con malicia
- Llevas tiempo sin visitarnos ¿No es verdad…Swain?
- Ya casi pensaba que nos habías abandonado – agregó otra voz diferente pero de igual naturaleza desde una celda contigua – Traes noticias, espero.
- ¡¿Es ya tiempo de comer?! – preguntó con un fuerte chillido otra voz asquerosa y fuera de éste mundo.
Aún aquellos guerreros que combatían contra estas criaturas (o aún peor, a su lado) no podían evitar un escalofrío cuando oían aquellas voces antinaturales. El caudillo Noxiano, no obstante, sólo sonrió frente a la bienvenida.
- El tiempo se acerca. Pronto todo estará listo, y podrán saciar sus… apetitos. La última parte del plan está ya en marcha.
- Ahhhh, eso suena bien – exclamó una cuarta voz terrible – La paciencia tiene un límite… y la mía está pronta a agotarse.
- Tu paciencia no es mucha, eso es evidente – comentó Swain con desdén – Sin embargo pronto no tendrás de qué quejarte.
- Estamos atentos, aguardamos nuestro momento – salmodiaron las 4 voces en un coro horripilante – Cuando llegue la hora de sumir este mundo.
- Así sea – terminó el estratega antes de darse la vuelta y marcharse por donde había venido.
Muy lejos de allí, en los límites entre Noxus y Demacia, los trabajadores de una mina de hierro se afanaban como solían hacerlo. Aquella mina era importante para Demacia, más no por ser una gran fuente de aquel mineral tan necesario, sino sencillamente porque hacía no muchos años había pertenecido a Noxus. Más de dos décadas atrás había sido arrebatada, y a pesar de los intentos de recobrarla por parte de los Noxianos, la mina había continuado ininterrumpidamente bajo control Demaciano. Era parte de esas pequeñas cosas que hinchaban el orgullo de aquella ciudad-estado. Pero eso estaba a punto de cambiar.
No muy lejos alguien observaba las faenas, prestando especial atención a los soldados que vigilaban el lugar desde las torres de vigilancia, y a las murallas que impedían el paso. Los demacianos no eran tontos, cuidaban su tesoro con acero y piedra. Sus ojos verdes hacían silencioso recuento de las fuerzas Demacianas que protegían el lugar. Había hecho aquello ya anteriormente ese día, y el día anterior, y el anterior a ese desde hacía 5 días atrás. Estaba harta de aquel trabajo, pero órdenes eran órdenes, por más que no le gustara admitirlas. Se quedó un momento más, para luego marcharse sigilosamente. Ni siquiera un águila habría podido ver el sutil movimiento de la hierba a su paso. Algunos kilómetros más allá, dentro de la frontera Noxiana, se alzaba un campamento atestado de soldados impacientes y malhumorados. No llevaban más de 3 días en el lugar, pero para ellos esos 3 días se habían hecho una eternidad mientras esperaban la orden de ataque. Después de todo ¿Qué diablos importaba si aquella pequeña mina era custodiada por todo el maldito ejército demaciano? Ellos eran noxianos, hijos de la fuerza, y aunque fueran 1000 ó 10.000 los enemigos, ellos triunfarían. ¿Qué tanto planeaba su general? Ellos no sabían que su general estaba igual de impaciente por iniciar el ataque, pero callaba frente a sus hombres porque sus órdenes indicaban expresamente que debía hacerlo. Por eso Darius estaba solo en su tienda leyendo una y otra vez mapas e informes para intentar distraerse, mientras la sangre le hervía al saber que estaba a sólo unos kilómetros de sus enemigos. En ese sentido nunca había dejado de ser un soldado: aún era impaciente e impetuoso, sólo que había aprendido a controlarse cuando era necesario. Fue esa exasperación la que le hizo dar un respingo cuando Katarina se reportó frente a él, salida de la nada. A la asesina le encantaba hacer gala de su sigilo cada vez que le tocaba servir a las órdenes de Darius, y éste había aprendido a controlar su sorpresa cada vez que ella se le aparecía así. Más en esta ocasión no pudo, porque estaba concentrado en controlar otro sentir, y la asesina esbozó una gran sonrisa al verlo saltar de su silla arrojando lo que estaba leyendo al suelo.
- ¿Te sorprendo, Darius? – preguntó ella con malicia. El general se limitó a dirigirle una mirada de odio mientras recogía sus cosas del suelo.
- ¿Y bien? ¿Qué novedades traes? – preguntó con su mejor voz de mando
- Ninguna. Los soldados siguen siendo los mismos de ayer, anteayer y ante-anteayer. Tampoco ha variado su número – contestó la pelirroja en tono aburrido.
- ¿Estás segura de ello?
- ¿Por quién me tomas? – contestó Katarina sin poder contener su enfado – Yo, al contrario que tú y tu hermanito, tengo cerebro, sé contar y sé reconocer las caras de los que llevo vigilando 5 días - El general le dio la espalda, sintiendo una secreta satisfacción al haber conseguido molestar a aquella petulante.
- Si lo que dices es cierto, entonces Demacia aún no ha notado nuestra presencia aquí. Llegó el momento de actuar – dijo Darius sin prestar atención al gesto exasperado de su interlocutora – Puedes retirarte.
Una vez Katarina se hubo ido, el pelinegro se dedicó a revisar otra vez los mapas y los informes, aunque los había leído tantas veces que se los sabía de memoria. Aquella era una operación importante, y él no iba a fallar. Además, era una pequeña revancha personal. Casi 20 años atrás, cuando él aún era un cadete, una de sus primeras misiones había sido resguardar aquella mina. Había estado bajo el mando de un general cuyo único mérito para estar en ese puesto había sido ser amigo de uno de los nobles de Noxus. Su incompetencia se destilaba en cada una de sus órdenes, y había sido fatal cuando los demacianos atacaron. Eran superiores en número y tenían el elemento sorpresa, pero ellos estaban luchando desde un lugar bien fortificado. Un buen general habría podido triunfar en semejantes condiciones, pero aquel no había encontrado nada mejor que salirles al encuentro. Los demacianos atacaban desde una colina cercana, y los noxianos debían subirla para llegar a sus soldados. Había sido una carnicería y una humillación. Darius había salido vivo, junto con otro puñado de hombres porque su capitán, un cojo al que despreciaba antes de ello, había dado las órdenes precisas para abrirse paso de vuelta a la fortaleza. Allí habían resistido casi 2 semanas bajo su mando, a pesar de que eran poco menos de 2 docenas de hombres contra cientos de soldados Demacianos. Al final, habían debido huir con todos los trabajadores que fuesen capaces de seguirlos, dejando la mina en manos Demacianas. Aquel día el guerrero de Noxus que un día se convertiría en ejemplo del poder de su nación había aprendido la lección de la planeación y la estrategia. En lo personal, él no era el mejor estratega, pero servía bajo las órdenes del mejor, y en batalla siempre sabía qué hacer. Esta vez no fallarían; Noxus se llevaría la victoria.
Cuando salió de su tienda, se sintió orgulloso al mirar a sus tropas, ya listas y en orden de batalla. La sonrisa sanguinaria que sus enemigos habían aprendido a temer se formó en su rostro mientras el pequeño ejército se ponía en marcha. Hizo un gesto buscando a Katarina, para ordenarle a ella y a su pequeño grupo de asesinos que comenzara con su parte, pero ella ya se había marchado. Más no importaba en realidad. Mientras antes, mejor. La sangre de los demacianos correría hasta manchar el hierro de rojo.
Los vigilantes de las murallas que miraban hacia Noxus alcanzaron a atisbar un brillo metálico antes de que el ejército de los noxianos se revelara bajo la luz del atardecer. La alarma resonó por toda la mina y todos, tanto trabajadores como soldados, fueron a sus puestos de batalla rápidamente; con la disciplina característica de los demacianos. Mientras, los asaltantes hacían lo propio. Las líneas estaban justo a 50 metros del alcance máximo de los arqueros defensores, y Darius no pudo sino sonreír aún más cuando la primera andanada de flechas se lo comprobó.
- ¡Traigan los artilugios! – ordenó cuando sus tropas estuvieron listas. De los árboles surgieron escuadrones de hombres portando piezas de las máquinas de asalto. En menos de 10 minutos estaban ensambladas y listas para atacar. Ahora venía la parte difícil.
-¡Avancen, soldados de Noxus! – Ordenó el general, orden que fue repetida por los capitanes de las compañías. Como si tuvieran una sola mente, las compañías de Noxus avanzaron al mismo tiempo, en un glorioso y terrible espectáculo de acero. Las flechas volaron desde el interior de la mina, así como las piedras y otros tantos proyectiles que arrojaban los defensores. El ordenado avance de los noxianos continuó como si no estuviesen recibiendo daño, más las filas se llenaron de gritos de dolor e ira, sumados a las órdenes desesperadas de los capitanes. Darius contemplaba el dantesco espectáculo ardiendo de ganas de estar entre sus soldados, pero aún no era el tiempo.
- ¡Que avance la primera fila! – ordenó esta vez. La primera fila completa de armas de asedio comenzó a moverse pesadamente hacia las murallas. Tiraban de ellas enormes bueyes vestidos de acero para darles resistencia contra las flechas, empujaban detrás los esclavos de las muchas batallas anteriores. Inmediatamente el fuego de los defensores se concentró en estas máquinas, y en muchos puntos el avance se vio interrumpido cuando las bestias de carga o los esclavos caían. Los capitanes que se encontraban junto al general lo miraban con nerviosismo. El asedio era un desastre, una carnicería como tantas otras habían presenciado esas murallas, y la victoria se veía lejos. Empero Darius estaba satisfecho, por ahora.
- ¡La segunda fila, avancen! – gritó, y la segunda línea de máquinas comenzó a avanzar.
Pero de pronto el fuego no era ni siquiera la mitad de copioso, y un clamor de combate se elevó tras las murallas.
- Es ahora – se dijo La Mano de Noxus, y se volvió hacia los capitanes que quedaban – La distracción ha funcionado, y la asesina está tras las murallas. Muévanse con rapidez, pues en cualquier momento podría perder el control sobre las puertas. Los que no logren entrar, repliéguense y vuelvan a ésta posición.
- ¡Sí, señor! – Ladraron al unísono todos los capitanes, y reunieron a sus tropas con rapidez ejemplar. Darius ya no estaba mirando, había descendido hacia el campo de batalla seguido por todos los soldados que aún no estaban en el ataque.
Versiones más pequeñas de los enormes monstruos de asedio circulaban entre los soldados, operados por un par de ingenieros. Disparaban ganchos rematados por cables de acero hacia las murallas, y desde ahí los guerreros de Noxus intentaban colgarse para subir. Todos los proyectiles se concentraban en los escaladores, lo que permitía a las máquinas verdaderamente grandes avanzar sin dificultad. Cuando estuvieron en posición, los operadores de dichas máquinas hicieron una señal, y los capitanes ordenaron retirarse a sus fuerzas. Cuando hubo un espacio prudente entre los soldados y las murallas, las bestias de acero y madera comenzaron a vomitar su funesta carga. Los proyectiles imbuidos en magia rebotaban contra la piedra, también imbuida, en una curiosa batalla de hechicería. Más eventualmente la magia de las murallas se desgastó, y los artilugios seguían disparando. Primero pequeños pedazos, luego grandes, y finalmente la muralla completa se derrumbó por diversos puntos.
Entonces los noxianos arremetieron, sin dejar que el polvo se asentara. Su grito de batalla resonaba por doquier, clamando sangre y muerte para sus enemigos. Más de detrás de las ahora derruidas murallas, se escuchó, igual de fiero, el grito de batalla de los demacianos, que salían a defenderse. El choque de fuerzas fue formidable, y los que lideraban la carga cayeron aturdidos por la violencia de éste. No así Darius. Repleto de aquella energía funesta que lo poseía en ocasiones como esa, se arrojó sobre los demacianos y los tiró al piso con su fuerza, antes de que su hacha los terminara. Cada hachazo era seguido de un atroz grito de dolor, de sangre manando a chorros desde un cuerpo roto, y una carcajada de triunfo. Para el general noxiano, no estaba realmente vivo sino en el campo de batalla, con la sangre y el sudor recorriéndole por el cuerpo, con los músculos tensos ante cada arremetida, el toma y daca de los golpes y los aullidos de los combatientes. No había mejor música que la cacofonía de la batalla, mejor baño que la sangre de sus enemigos al salpicarle, mejor visión que el cuerpo destrozado, el rostro deformado por el dolor del que tenía en frente. Era un éxtasis fenomenal, hasta ahora no había probado ningún placer que fuese mejor que éste. Así el noxiano arrasó con todos los demacianos que se le ponían por delante, penetrando más allá de las murallas y permitiendo a sus fuerzas avanzar también. Un golpe, un hachazo, un grito de triunfo, esquivar el filo endeble de una espada, encajar el filo de su arma en el cuello de su víctima, golpear con el canto al que tenía detrás para luego hundirle el cráneo de un golpe, empujar con todo el cuerpo al siguiente y que su hacha traspasara incluso el escudo…pero su hacha no traspasó el escudo, el soldado al que atacó fue lo suficientemente hábil para dejar que el filo resbalara por él, sin hacer ningún daño sustancial. Darius salió entonces de su frenesí para observar con cierta sorpresa al demaciano que tenía delante de él. Era bajo, más bajo que el promedio de los demacianos, y no parecía tener una complexión particularmente fuerte, peleaba con una espada y un escudo tan comunes como los que usaba cualquier otro soldado de Demacia y sin embargo aún seguía vivo luego de que La Mano de Noxus hubiese arremetido contra él. Pero el guerrero noxiano sonrió frente a éste nuevo reto: si destazar a vulgares soldados mal entrenados era un placer, destazar a enemigos hábiles lo era aún más. Abarcó de una mirada al soldado que tenía frente a sí, y por un pequeño signo en su casco se dio cuenta que estaba frente al general de la mina. Tanto mejor, pensó cuando balanceó su hacha con una fuerza imposible hacia la cabeza de su rival. Éste hizo ademán de agacharse, pero Darius, en vez de proseguir con el golpe, utilizó el impulso para arrojarse sobre él. Ambos guerreros rodaron en un estrépito de metal, pero Darius fue más rápido en incorporase. Entonces bajó su hacha con una fuerza mortal contra su rival en el suelo. Para su sorpresa, éste rodó hasta situarse detrás de él y tirar una estocada hacia sus pantorrillas. Por suerte para el noxiano su enemigo lo golpeó con el canto de la espada, y no con el filo. Esto le dio tiempo a darse vuelta y ponerse nuevamente en guardia. Se midieron un momento, entonces el demaciano atacó. Utilizando hábilmente su espada para desviar el hacha, acertó un potente golpe con el escudo entre la quijada y la tráquea del noxiano. Éste sólo atinó a arrojar un puñetazo que le rompió los nudillos al chocar contra la armadura del demaciano, pero bastó para alejar la amenaza y recomponerse. Cuando lo hizo comenzó a dar terribles golpes sin tino hacia su enemigo, que sin embargo no pudo hacer nada más que desviar los embates de Darius. Entonces el demaciano cometió un error, y el filo del hacha rozó el brazo con el que sujetaba el escudo. A pesar de su armadura, esto bastó para hacerle un profundo corte en el antebrazo. Bufó de dolor en respuesta, y el general noxiano pensó que la tenía ganada. Se arrojó sin ningún tipo de precaución sobre su rival, con el hacha levantada sobre su cabeza, pero éste evadió al ataque con la gracia de una bailarina y logró situarse detrás del noxiano, enterrándole con furia la espada por un costado. Para todos los efectos, su armadura no fue más que un trozo de tela, incapaz de detener ni siquiera un poco el trayecto del arma, pero sus costillas lo salvaron de una muerte segura, pues no se rompieron sino que engancharon el filo de la hoja. El dolor fue terrible, pero el noxiano aún estaba vivo. Se dio vuelta y acertó otro puñetazo sobre su enemigo para enviarlo lejos de sí. Con un jadeo tomó su hacha con las 2 manos a nuevamente se arrojó sobre el demaciano, que esta vez estaba caído. Al ver que no podría esquivar a Darius, el general rival soltó el escudo, empuño su espada con ambas manos, y con un grito de guerra la alzó en el momento en que tuvo a su enemigo encima. Darius sintió como el acero frío le atravesaba el hombro hasta el otro lado, bloqueando la caída de su hacha. Emitió un terrible rugido de dolor, y retrocedió. Su enemigo retrocedió arrastrándose también, a la espera de ver el resultado de su acción. El guerrero noxiano soltó su hacha, y aferrando la empuñadura de la espada se la sacó de un tirón del hombro, para luego arrojarla lejos. El demaciano intentó incorporarse pero no tuvo tiempo; Darius lo tomó, lo levantó del suelo como si no pesara y lo arrojó contra lo que quedaba en pie de la muralla. Luego tomó su hacha y se dirigió a rematar al demaciano aturdido. Éste se había hecho con otra espada y lo esperaba de pie, aunque apoyándose en la pared. El general noxiano hizo el amago de levantar su hacha, y en respuesta el demaciano se arrojó con la espada por delante, buscando ahora sí el corazón del noxiano. Pero, a pesar de sus heridas, Darius fue más rápido, y hundió profundamente el hacha en el omóplato de su enemigo, casi cercenado el brazo entero. El demaciano profirió un curioso grito de angustia, y cayó apoyándose en la muralla. Sin perder tiempo el noxiano avanzó hacia él; ya no había ninguna sonrisa en su rostro. Había subestimado a su enemigo y le había resultado casi fatal en 2 ocasiones, pero aquello había acabado. Su rival también lo sabía, pues detrás del casco 2 ojos azules extrañamente perturbadores lo miraron desafiantes. Entonces Darius levantó el hacha por sobre sí, y con un furioso grito la enterró muy profundamente en el cráneo del general demaciano. Había terminado. Tuvo que tironear para despegar su arma de los huesos del caído, y aún así el casco quedó enganchado en ella. Entonces los ojos del noxiano se abrieron de horror. Una cabellera larga y rubia, manchada de sangre y trozos de cerebro salió de debajo del casco, y un rostro antes hermoso y delicado pero ahora con una mueca horrible fue revelado. Lux… El general retrocedió, y cayó de espaldas, alejándose de aquella pesadilla. No podía ser, de ninguna forma era posible…
- ¡Señor! – lo llamó uno de sus capitanes, sorprendiéndose de encontrarlo tan herido y caído. Darius tornó apenas a mirarlo para luego concentrarse en el cadáver que tenía en frente de él. Entonces notó que, a pesar de un cierto parecido, la mujer que tenía delante no era Lux. Sólo era otra general demaciana, que a pesar de su destreza no había podido con él.
- ¿Ésta bien, señor? – preguntó el capitán con cierta preocupación
- Cl…Claro que estoy bien, imbécil – dijo el General intentando dar firmeza a su voz – Ayúdame a incorporarme, rápido.
El capitán lo levantó de un tirón, y un rayo de dolor lo atravesó hasta la médula. Intentó no dar muestra de su dolor frente a su subordinado, pero un bufido escapó entre sus dientes.
- Debería acudir a los curanderos, señor – Le dijo con cierto nerviosismo el soldado al notar las terribles heridas de su general.
-N-No hay…tiempo – Le contestó jadeante Darius. Cada respiración enviaba una nueva oleada de dolor intenso a través de todo su cuerpo – D-Dime…D-Dame un informe de la situación.
- Hemos logrado penetrar las defensas de los demacianos – Informó con voz marcial el soldado - La distracción de los asesinos funcionó espléndidamente y muchos hombres lograron entrar por la puerta, señor. Sin embargo se vieron rodeados por las fuerzas enemigas, y debieron abrirse paso hasta nosotros para escapar. Muy pocos sobrevivieron, pero nos dieron el tiempo suficiente para ganar todo el terreno que necesitábamos. Los demacianos se baten en franca retirada, y la mina ya casi es nuestra.
El general sólo asintió con la cabeza. El trabajo estaba hecho
- V-Vuelve con tus… hombres y asegúrense de… de que este lugar sea definitivamente nuestro – Ordenó al capitán, que esbozó un saludo y regresó con su tropa.
El dolor era demasiado, así que el guerrero se sentó. Arriba ya casi anochecía, y el cielo tenía un tono púrpura oscuro, más por donde el sol aún se mantenía estaba rojo como la sangre. Las aves de rapiña se recortaban como negros y ominosos puntos en aquel trozo de cielo, dejando oír sus chillidos ávidos de muerte. Eran el epílogo de aquellos episodios sangrientos. Darius se volvió a mirar la silueta de la guerrera caída. Ahora casi no se notaba aquella horrida mueca, ni su cabeza abierta. Pero su pelo dorado aún destacaba, a pesar de la poca luz que quedaba. No era Lux, pero pudo serlo. Tal vez algún día, en alguna batalla, estaría de frente a ella. ¿Qué haría entonces? ¿Sería capaz de matarla, de ser el guerrero que debía ser? Aquella general era un recordatorio de cuán fácil era. Sólo debía olvidar que la amaba, que en ella había encontrado reposo para su alma atormentada, sólo debía dejar caer su hacha… y Lux no sería más que un despojo, tal vez con una mueca similar a la de aquel cadáver que pronto sería pasto de los cuervos y los buitres. Suspiró, y eso envió otra oleada de dolor terrible por todo su cuerpo. Con suerte no tendría que llegar a eso, lo matarían antes. Sería mejor que acabar él mismo con la única luz de su vida. A lo lejos escuchó el pregón de un curandero, buscando a aquellos noxianos que aún seguían vivos. Haciendo un esfuerzo casi inhumano, se levantó y olvidó los funestos pensamientos que lo anegaban. Era hora de volver a ser La Mano de Noxus.
La noticia de ésta batalla recorrió todo Valoran como el fuego en la paja seca. A pesar de que las confrontaciones armadas entre Demacia y Noxus eran pan de cada día, ésta tenía la particularidad de ser algo evidentemente bien planeado, en el que se había invertido una fuerte cantidad de recursos por parte de los atacantes. Y lo más grave, era una provocación directa a la influencia de la Liga sobre los conflictos entre naciones. Según el estatuto de la Liga, todos los conflictos de esa envergadura debían decidirse en los Campos de Justicia, y no en batallas sangrientas. Demacia reclamaba la restitución del territorio perdido y severas sanciones contra su rival, reclamando a la Liga intervención en el asunto. Noxus, en tanto, aducía el derecho de "hecho consumado", y declaraba que decisión que tomase la Liga sobre el asunto sería injusta. "Derramamos la sangre de nuestros soldados, invertimos nuestros recursos ¿Y ahora la liga pretende arrebatarnos lo que con justicia nos hemos ganado en la lid? El Instituto de Guerra es un mediador y no un juez, y si desea declararse como tal, atropellando la soberanía de las naciones de Valoran, la gran nación de Noxus se planteará seriamente la salida de una institución tan despótica" había declarado Swain en el juicio realizado sobre el asunto por el Alto Consejo de la Liga. Una declaración previsible, y que aún así había encendido fuegos entre ciertos campeones. Por supuesto, todos los noxianos y casi todos los zaunitas habían aclmado estas palabras (estos últimos tenían un enorme encono por el Alto Consejo luego de que les fueran impuestas severas sanciones a los "científicos" zaunitas dada la escasa moralidad de sus experimentos), pero también habían encontrado aceptación entre los campeones "independientes" (como Zed, Syndra, Morgana, entre otros) e incluso en algunos de los afiliados a las diversas naciones y/o territorios de Valoran. Según algunos, incluso los seres de los que nadie quería acordarse habían apoyado las palabras del caudillo noxiano. "Escucho a las abominaciones de Las Islas de las Sombras aclamarte" había dicho Nasus en aquel mismo juicio "Veo las sonrisas de los monstruos del vacío ante tus palabras. Soy testigo de cómo se yerguen las pesadillas vivientes, esperanzados ante lo que dices. Te tienes como sagaz al hacer estas declaraciones aquí, Swain, frente a representantes de toda Valoran, pero pareciese que no mides el peligro de tus palabras. No eres, pues, más que un necio de lengua hábil" Sin embargo muchos más habían escuchado al estratega que al curador, sobre todo porque nadie podía entender cómo lo que había dicho el Gran General de Noxus afectaría a aquellos que estaban muy profundo bajo el suelo del Instituto.
