Corazon en altamar.

Prologo "Corazón en altamar"

Para Draco los días morían, al igual que los peces en manos de los brutales pescadores, sometidos a la muerte sin tener otra opción.
La estufa de hierro destartalada dejaba caer por sus cientos de ínfimas goteras agua hirviendo mezclada con aceite.
El paño que cubría la cabeza de Draco no podía retener a unos mechones rubios rebeldes que caían sobre su frente y ojos, fastidiándole el panorama del sartén al fuego, la cual estaba a pequeños pasos de caerse partes por partes como si fuera un rompecabezas que ni con miles de kilos de pegamento podrían volver a restaurarla a su gloria original ,como la primera vez que la vio en el regalo de su boda.
Suspiro, mas de 5 años había pasado de esa noche calurosa y con miles de promesas de felicidad, que poco a poco fueron perdiéndose entre los años de su juventud. Los pliegues de las mangas de camisa arremangada estaban desasiéndose con lentitud sobre su piel blanca mientras colocaba grasa de ballena para freír.

-¿Cuando volverá mi padre de su casería de ballena?- la suave voz del infante resonó por las paredes de piedra.

Una maraña de cabellos pelirrojos rodeo la mesa hasta llegar altura de su regazo donde se resfrego como un pequeño cachorrito. Y así era, ese era su pequeño cachorrito comadreja, como le gustaba llamarlo, que después de 6 años juntos se acostumbro a ese pequeño gesto que a la vez significaba mucho. Significaba que extrañaba a su padre, mas incluso de lo que el debería extrañarlo, ya que siendo su esposo debía esperarlo siempre con anhelo de cumplir todos sus deseos.

-Cuando veas velas blancas en el horizonte y huelas el salado mar en tu cuarto-le habría gustado decir que cuando oliera el penetrante olor a licor y ron, mezclando la suciedad de semanas sin tocar jabón ni agua, era esa la señal- sabrás que regresara- termino de decir acariciando sus revoltosos cabellos.
Hugo sonrió y se alejo de la cocina por prevención al fuego de la sarten y se sentó en las sillas de madera antiguas, regalo de su madre antes de perecer en sus aposentos ,con la mirada perdida en el mar. Levanto la mirada a la ventana frente a el para observar el indiferente e infinito mar ante sus ojos, el muelle se extendía como un jardín delantero de su hogar, dejando a la vista velas blancas a punto de partir hacia el horizonte.
No hace muchos años el soñó con formar parte de esas velas, dormir arrullado por los suaves susurro del agua salada, mecido por la dulce marea como una mano que mese una cuna. Soñar bajo las estrellas y entregarse a las apasionantes aventuras que ofrecían miles de kilómetros de agua salada. Pero todas esas excitantes expectativas fueron quitadas de su vida al conocer a un joven apuesto y con falsas promesas de amor.
Quito la vista de sus fallidas expectaciones y se apresuro a preparar la comida, porque muy a lo lejos distinguió las velas blancas de un navío que reconoció al instante.
Sabia la rutina, sabia su lugar, sabia que debía hacer a continuación para satisfacer a su marido, siempre; como si fuera un robot.