La plaza está llena de niños. La mayoría están en grupo: algunos se están pegando con espadas de madera, otros charlan en grupo. Dos de ellos están haciendo y deshaciendo hechizos bakudou de restricción a un perro callejero. Hay un niño en pie, todavía al lado de la puerta de la escuela, junto a la columna. Debe tener alrededor de diez años, si nos guiamos por los estándares humanos. Su pelo, de color castaño y muy abundante, cae en ondulaciones, enmarcándole la cara y tapándole los ojos. Si se lo apartase de la frente de vez en cuando no sería extraño, pero él no lo hace. En una mano tiene un libro abierto. Con la otra pasa las páginas de vez en cuando, a intervalos increíblemente regulares. Resulta una posición un tanto antinatural: podría sentarse; podría apoyarse contra la columna. Pero no. Él simplemente continúa la lectura con expresión seria.
Nota una presión en el hombro, como si algo se lo hubiese tocado. Mira alrededor con un desconcierto que desaparece en seguida.
-Ya puedes salir.
Vuelve a sentir el contacto, esta vez en un costado. Su reacción ante un fenómeno que a todas luces debería resultar como mínimo antinatural es inapropiada para su edad: se limita a conservar la calma y seguir leyendo mientras algo le pellizca la mejilla, le baja los calcetines (llegados a ese punto, intenta dar una patada, pero, tal y como esperaba, le recibe el aire) y juguetea con su pelo.
Cuando el otro niño, algo más mayor que él, reaparece delante de él, cierra el libro, marcando la página con el índice; sonríe con una condescendencia que pretende enfadarle y responde con tres palabras dirigidas también a su vena sensible.
-Poco a poco vas mejorando, Hirako.
El aludido pone una sonrisa de oreja a oreja que no anuncia nada bueno. Él tiene una actitud mucho más relajada. Sus ojos reflejan una alegría extraña, como si estuviese a punto de caducar. Su actitud es prepotente; intenta no dejarse intimidar. No lo está consiguiendo, pero eso el chico frente a él no tiene manera de saberlo.
Hirako lleva algo en la mano derecha: una espada. Una katana con las cintas de la funda enredadas entre ellas y atadas para que no molesten. La discusión sobre llevarla sujeta a la cintura para tener la otra mano libre que han intentado tener varios profesores, sus padres e incluso unos cuantos miembros menores de las Trece Divisiones siempre terminó en un monólogo desesperante e inútil que al niño le entraba por un oído y le salía por el otro, así que desde hace un par de semanas nadie le molesta cuando le ven con la katana en la mano izquierda. La otra mano la lleva en el bolsillo. Al ver que su compañero vuelve a abrir el libro, intenta interrumpir:
-¿Qué te hace pensar que he terminado, Sousuke?
El chico decide ignorar a Hirako, y continúa con la lectura. O lo intenta. Varios kanjis están girados en distintas direcciones. Mira al frente, pero Hirako ha desaparecido de nuevo. Cuando vuelve a centrarse en el libro, ha vuelto a la normalidad.
-¿Y bien? -Sousuke vuelve a alzar la vista. Los ojos de Hirako están a la altura de los suyos, pero él está sentado en el aire, cabeza abajo.
-Impresionante.
-¿A que sí? Soy como el gato de Cheshire.
Sousuke no sabe qué gato es, pero tampoco lo va a admitir. Suena mundano. La típica cosa que Kisuke Urahara, ese niño que prácticamente vive en la biblioteca de la Academia, diría. Hirako vuelve a desaparecer. Sousuke espera unos segundos y luego vuelve a su libro. Se muere porque le forjen la katana de una vez.
SORA DESU!
He empezado un nuevo fanfic ^^ Espero que este dure unos pocos capítulos más que el resto, y la verdad es que estoy bastante ilusionada con él. Irá integrado en la historia original de Bleach, así que en los próximos capítulos cabe esperar spoiler a mansalva. ¡Espero que este capítulo os haya gustado! ¡Y por favor, déjame tu comentario! ^^
