A/N: Hace tiempo que no escribo nada y echaba de menos a Kyoya y al Host Club, así que allá vamos.

Advertencias: Nada del Host Club es mío, esta historia sucede en un mundo diferente al del canon original y no es romance Tamaki/Kyoya... para mí simplemente son un par de amigos con un fuerte lazo entre ellos, casi hermanos.


I.

Anne siempre caía dormida en cuanto se sentaba en el asiento de un avión, a lo mejor era el ambiente de calma, la intimidad de estar decenas de personas encerradas en un mismo lugar o quizás el estar tan cerca de las estrellas que la gente se siente sobrecogida. Que ese vuelo dure unas once horas también puede haber influido en que Anne decidiera dormir para que el tiempo pasase más deprisa. Por eso, cuando la voz del capitán la despertó anunciando la llegada al aeropuerto de Narita en unos minutos, Anne tuvo que contenerse para no desabrochar su cinturón de seguridad antes de que el avión aterrizase. A su lado, el doctor Alleman estiró las piernas frente a sí, aprovechando que los asientos de primera clase tenían más espacio entre una fila y otra de asientos.

-Bueno, ya hemos llegado -dijo mientras se arrellanaba en el asiento, girando la cabeza hacia Anne-. ¿Nerviosa?

-Un poco, la verdad -sonrió ella, colocándose bien el pelo en el reflejo de la ventanilla.

-¿Te encuentras bien? ¿Estás fatigada o tienes fiebre? ¿Algún dolor?

-No, estoy perfectamente -le aseguró Anne, que empezaba a sentir un cosquilleo en el estómago por los nervios de ver a su familia, nada que ver con su enfermedad-. Un poco entumecida, pero creo que es normal después de estar once horas sentada.

-Cierto -asintió el doctor, que movió su cuello de un lado para otro: dormir en un avión nunca ha sido cómodo, ni siquiera en primera clase. A pesar de todo se alegró de que su paciente se encontrara bien, pues era su prioridad en ese momento.

Anne seguía mirando nerviosamente por la ventanilla, a través de la cual ya se empezaban a ver las luces de las ciudades japonesas, delineando calles y avenidas. Alleman miró su reloj y preguntó a una azafata la hora local.

-Las nueve de la noche, doctor -dijo amablemente la empleada, comprobando que todos los pasajeros tuvieran abrochado el cinturón de seguridad para el aterrizaje. Alleman suspiró, "En París tienen que ser... la una del mediodía, más o menos", odiaba el jet lag. Pero el viaje a Japón merecería la pena, se le ofrecía la oportunidad de descubrir el medicamento definitivo para frenar el Lupus, una enfermedad autoinmune que precisamente padecía la mujer a su lado, Anne. Llevaba toda la vida cuidando de personas como ella, que gracias a la Compañía Grantenieux podían tener los medicamentos que aliviaban algunos síntomas de la enfermedad, pero nunca la curaban. Y de la noche a la mañana, un fax encima de su mesa le informa de que la Compañía Grantenieux había hecho un trato con una empresa japonesa, y de que había fondos y laboratorios disponibles para buscar la cura definitiva del Lupus. Y que él había sido uno de los médicos elegidos para ir desde Francia a los laboratorios japoneses.

Ese fue el momento en el que empezó a saltar de felicidad (cosa que no había hecho desde que había terminado la carrera de Medicina) hasta que su secretaria le informó de que tenía un paciente en espera. Pero fue más tarde cuando fue informado que junto a él y el resto de médicos franceses iba a viajar Anne-Sophie Grantaine, mujer gracias a la cual se había fundado la compañía médica (que nadie le pregunte a Alleman cómo, porque realmente no lo sabía) y que padecía de Lupus: la primera de los muchos voluntarios a probar el nuevo medicamento tras estar terminado. Alleman tenía sus sospechas de que el trato de las dos empresas tenía algo que ver con Anne, y de que ese marido y el hijo japoneses de los que tanto hablaba antes de empezar el viaje también tenían algo de influencia en que ella fuera una de las primeras pacientes en probar el medicamento.

Pero no iba a meterse en asuntos que no tenían que ver con él. De momento se estaba imaginando cómo quedaría su cara en la primera página de los periódicos, con un titular parecido a "Milagrosa cura al Lupus encontrada".

II.

Yuzuru Suoh maldecía que no hubiera crecido cinco centímetros más. Cinco centímetros, ¡sólo pedía eso! Pero como no era así tenía que estar de puntillas para poder ver sobre los hombros de la gente que se agolpaba frente a la puerta de salida del aeropuerto.

-¿Ves algo, Tamaki? -le preguntó a su hijo, con el que la genética había sido más generoso y era bastante más alto que su padre (¡y aún no había terminado de crecer!).

-No, padre. Aún no sale nadie del vuelo de mère -dijo el chico rubio y de ojos claros, que destacaba entre todas las personas japonesas a su alrededor. En el poco espacio que tenía, no paraba de dar pequeños saltos intentando aplacar su entusiasmo ante la perspectiva de volver a ver a su madre después de tantos años-. ¿Crees que estará bien, padre? ¿Que el vuelo no la habrá cansado demasiado?

-Estoy seguro de que estará bien, Tamaki -le aseguró Yuzuru, que se olvidó por unos momentos de vigilar la puerta de llegadas del aeropuerto y se volvió hacia su hijo-. Ya sabes que últimamente estaba mejorando con la nueva medicación, pero...

-Pero sólo le aliviaba por unos días, no la curaba por completo. Lo sé, padre, por eso ella y los médicos franceses vienen a Japón: para encontrar la cura definitiva.

-Eso es, eso es.

Sin decir nada más ambos volvieron la cabeza hacia delante, por dónde decenas de personas con maletas empezaban a salir expectantes buscando caras conocidas. Pero Tamaki y Yuzuru sólo tenían ojos para una de ellas. Para una mujer rubia, de sonrisa fácil y ojos claros, acompañada de un hombre que la llevaba del brazo, apoyándola.

-Mère! -gritó Tamaki, haciendo que toda la gente a su alrededor se diera la vuelta y le mirase extrañado. Pero en esos momentos la hiperactividad de su hijo no le preocupaba a Yuzuru, sólo el ver cómo Anne miraba hacia ellos y se deshacía del brazo de su doctor para ir hacia ellos. Permitió que Tamaki abrazara a su madre primero, liados en lágrimas de emoción y palabrería francesa que en ese momento no llegó a entender, después de salir de entre los brazos de su hijo, Anne se giró hacia Yuzuru. No hicieron falta palabras entre ellos.

III.

Hacía bastante tiempo que Anne no estaba ingresada en un hospital. Aunque sufría de Lupus, vivía en su propia casa donde tenía varios sirvientes que la cuidaban cuando estaba pasando lo peor de la enfermedad y un médico privado -el doctor Alleman- que acudía a su lado en cuanto se encontraba un poco mal. Es por eso que se sintió rara cuando, nada más llegar a Japón y tras reunirse con su familia y hablar con ellos apenas unas horas en el coche, fue ingresada en un hospital privado en Tokio.

-Sé que hubieras preferido quedarte con ellos aunque fuera un par de días -les dijo el doctor Alleman-, pero el viaje desde Francia ha sido muy largo y quiero vigilar tu estado de salud. Además, tenemos que ver cómo evoluciona la enfermedad sin ningún tipo de medicación hasta la semana que viene, cuando tendremos ya listo el nuevo tratamiento.

-Lo entendemos perfectamente -dijo Yuzuru de forma amable, con una mano sobre el hombro de su esposa.

-¿Cuándo podemos venir a verla? -preguntó Tamaki.

-El horario de visitas es desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche, así que puedes venir cuando quieras después de clases -le aseguró Alleman, que se giró hacia Yuzuru-. Aunque esté investigando la nueva medicación en los laboratorios seguiré siendo el médico de Anne, si me lo permite señor Suoh.

-Por supuesto, doctor. Ahora mismo creo que es el médico que mejor conoce el estado de salud de mi esposa.

Con un par de abrazos y una revisión rápida, el doctor Alleman dejó a Anne en una habitación privada del hospital y se retiró por la noche. El largo viaje había dejado mella en la mujer, y aunque al principio no lo hubiera notado por haber estado nerviosa y emocionada por ver a Tamaki y a Yuzuru, estaba bastante cansada ("El jet lag es horrible" había dicho Alleman, él mismo bostezando) y en el momento en el que se acostó sobre la cama cayó dormida.

Al día siguiente le costó un poco situarse para ver dónde estaba, pero enseguida reconoció el aparato atado a ella, midiendo los latidos de su corazón, y la habitación en la que estaba. Anne suspiró al pensar que tendría que pasar unas semanas (quizás meses) en ese lugar.

-Vamos, a empezar con ánimos, o si no este lugar se te va a hacer eterno -se dijo a si misma, dándose ánimos. Se desperezó y se levantó de la cama, abriendo las finas cortinas para que dejaran pasar los rayos del sol que estaba amaneciendo. Ahora que estaba más descansada y de día, se fijó en que la habitación no estaba tan mal: al ser privado parecía más una habitación de hotel que un hospital. La cama era con ruedas y con todo el equipamiento típico, pero las paredes estaban pintadas de un agradable color marrón claro, un par de sillas que parecían cómodas se alineaban en la pared, había una cómoda y una mesita de noche de madera por si el paciente quería guardar algo, y una discreta planta se escondía en la esquina de la habitación, a la que Anne decidió que algún día le pondría nombre. Asomándose por la ventana no se veía exactamente un paisaje bonito, el hospital estaba a las afueras de Tokio, así que más allá del aparcamiento sólo se veía una gran carretera y la sombra de algunos edificios en la lejanía. Anne agradecía que el horizonte estuviera despejado y le permitiera ver perfectamente la salida del sol, algo es algo.

Dirigiéndose al baño para asearse, se volvió a dar cuenta de las diferencias con un hospital público: el espejo era tan grande que Anne calculó que se podían reflejar tres personas a la vez, una al lado de otra, sin estorbarse para nada; la ducha tenía agua caliente que funcionaba y tenía una gran variedad de champús y jabones de mano para elegir. "Mmm... y las toallas son suaves" pensó Anne mientras se lavaba la cara.

Justo cuando acababa de lavarse los dientes escuchó cómo la puerta de su habitación se abría.

-¿Señora Grantaine? -preguntó una voz femenina. Anne salió del baño para encontrarse con una enfermera menuda, de pelo negro recogido y ojos rasgados japoneses.

-Disculpe, me he despertado antes y quería asearme un poco.

-Tranquila. Me alegro de que se sienta con fuerzas para hacer cosas por sí misma -sonrió la enfermera-. Me llamo Yasu, y seré su enfermera para todo lo que necesite, señora Grantaine.

-Muchas gracias, Yasu. Y llámeme Anne, por favor.

Yasu sonrió mientras asentía con la cabeza, y la dejó sola informándole de que el desayuno pasaría en seguida.

IV.

Anne siguió esa rutina durante la primera semana en el hospital. Se despertaba y se aseaba antes de que Yasu llegara con el desayuno, revisión médica a media mañana con el doctor Alleman (que le iba informando de que estaban cada vez más cerca de conseguir la medicación perfecta), veía una película en la televisión de su habitación, comida y por las tardes las pasaba leyendo y durmiendo, aburrida ella sola hasta que Tamaki terminaba en el instituto y pasaba a verla, contándole todo lo que había hecho ese día.

Una de esas tardes aburridas, Yasu se asomó a la habitación de Anne para verla contando los coches que estaban aparcados frente al hospital.

-¡No hay nada que hacer, Yasu! -se quejó la mujer-. He visto todas las películas y me he leído todos los libros que me ha traído Tamaki. ¡Y me estoy agobiando encerrada entre estas cuatro paredes! ¿No hay un jardín o algo donde pasear? ¡Siento como si muriera sin que me dé el aire fresco de la naturaleza! -dijo de forma tan melodramática que a Yasu no le cupo duda de que Tamaki era su hijo y había heredado eso de ella.

-Ahora mismo están regando el jardín, Anne -dijo Yasu, acercando una silla de ruedas a la cama de Anne ("No sé por qué no podemos ir andando a donde queramos, ¿en serio tengo que ir en silla de ruedas, Alleman?" "Reglas del hospital, señora")-. Pero quizás le interese nuestra sala de juegos.

-¿Sala de juegos? -preguntó Anne, que ya estaba siento empujada en la silla de ruedas pasillo abajo.

-Bueno, es un nombre que no le viene mucho. Pero hay una mesa de billar y juegos de mesa para quien los pida, además de un montón de sillones donde las personas que tienen que pasar mucho tiempo en el hospital se sientan todo el día y conocen a otra gente.

Anne sonrió ante eso: desde que había llegado a Japón solamente hablaba con Yasu, el doctor Alleman, Tamaki y Yuzuru cuando se acercaban a visitarla. Ella era una persona a la que le gustaba hacer nuevos amigos, así que no le defraudó cuando Yasu la dejó en uno de los grandes sillones de la sala y en seguida un par de mujeres que estaban haciendo punto a su lado se dieron la vuelta y comenzaron a hablar con ella. El que Anne viniera de Francia era otro punto a su favor, pues era la "exótica europea" entre todos los pacientes japoneses, que en seguida se interesaron por las costumbres francesas e incluso una joven le preguntó si le enseñaría algunas palabras en francés. Anne accedió entusiasmada y a partir de entonces sólo iba a su habitación para dormir y para ver a Tamaki y Yuzuru cuando iban a visitarla.

Ellos se alegraron también de que estuviera con gente en el hospital y de que no se pasara el día encerrada en su habitación, así que mientras Tamaki le contaba graciosas anécdotas del Host Club al que pertenecía (cuando Anne se enteró miró de reojo a Yuzuru, que con un movimiento de mano le indicó que mejor no preguntase cómo había logrado mantener en pie muchas de los acontecimientos que organizaba, con todo el dinero que constarían), Anne le contaba todo lo que había hecho con el resto de pacientes durante el día.

Pero había alguien de quien no había hablado con Tamaki, y es que desde el primer día que había ido a la sala de juegos había un chico, quizás de la misma edad que su hijo, de pelo negro y ojos grises que llevaba gafas que siempre estaba en el mismo sillón junto a la ventana, con los piernas encogidas contra su pecho y un libro frente a él, en su cara una expresión concentrada.

-Se llama Kyoya -le dijo Shizuka, una mujer que tenía cáncer y se había convertido rápidamente en la mejor amiga de Anne-. Tuvo un accidente de coche hace muchos meses y ahora no puede hablar, por eso siempre lleva esa libreta con él -la mujer señaló a una libreta negra que tenía el chico a su lado, y el bolígrafo que tenía tras la oreja-, tampoco recuerda nada de lo que le pasó antes del accidente. Tiene amnesia.

-Pobre chico -dijo Anne, la pena reflejada en sus ojos-. Nunca lo he visto hablar con nadie. Bueno, no hablar, sino... ya me entiendes... escribir en...

-Te entiendo, Anne, tranquila -calmó Shizuka a su amiga-. La verdad es que no "habla" con mucha gente. Dicen que como no se acuerda de nada ha tenido que volver a aprender a leer y escribir. Por eso ahora se pasa todo el día leyendo: si no sabe escribir, no tiene manera de comunicarse.

Anne asintió y, aunque estuvo jugando a las cartas con un grupo de pacientes, no paraba de pensar en Kyoya, solo en su sillón esforzándose sobre un libro.

V.

-Mère! ¡Acércate a él! Seguro que tiene algún deseo secreto de hablar con alguien y no puede porque nadie le hace caso... ¡y después me lo presentas! ¿Y si al final nos hacemos él y yo amigos?

Anne rió ante el entusiasmo de su hijo, que no paraba de imaginar futuras aventuras con Kyoya como su mejor amigo. La mujer había vuelto pensativa de la sala de juegos ese día, y ante la insistencia de Tamaki le acabó contando que no paraba de pensar en ir a conocer mejor a aquel chico.

-¡Y después le puedo presentar al Host Club! Seguro que Mori se alegrará al encontrar a alguien como él... de silencioso, me refiero... y Honey le invitará a tarta aunque él no quiera... y Hikaru y Kaoru no pararán de molestarle en todo el rato... y Haruhi... será la única persona normal entre todos nosotros...

Tamaki y Anne se miraron.

-¡Pero qué clase de amigos tengo, mère!

-Jajajaja, tranquilo Tamaki, seguro que no será tan malo como parece -rió Anne, consolando a su hijo que se había lanzado a su regazo, lágrimas de cocodrilo rodando por sus mejillas.

VI.

-Hola.

Unos ojos grises se asomaron tras el libro, se fijaron en que alguien le estaba hablando y volvieron a esconderse tras las páginas. Anne se removió en el sitio durante unos segundos, esperando a ver si Kyoya hacía algo más. Al ver que el chico estaba dispuesto a ignorarla y seguir con su lectura, Anne carraspeó y se acercó al sofá donde estaba sentado.

-¿Te importa que me siente? Hoy me he levantado especialmente cansada... -Anne se inclinó hacia el sofá con el propósito de apartar la libreta negra para poder sentarse, pero Kyoya se la quitó de las manos con una mirada de fastidio en la cara, arrimándose a su lado del sofá para que hubiera el máximo espacio posible entre Anne y él. Ella se limitó a sonreír y a sentarse a su lado.

"¡Me ha mirado con cara de odio! ¡Oh, madre mía, madre mía! ¿Qué hago? Ahora se pensará que soy una pesada y no querrá saber nada de mí... siempre me puedo ir fingiendo que estoy loca o algo, al fin y al cabo estoy en un hospital... ¡pero entonces qué le digo a Tamaki! Estará triste y llorará (aunque sea falsamente), y Kyoya seguirá aquí solo y sin hablar con nadie... ¡tengo que hacer que me hable, sea como sea! Aunque realmente no hable..."

En ese momento Anne se fijó en el nombre del libro.

-¡Oh! ¡Estás leyendo La historia interminable! Yo solía leerle ese libro a Tamaki cuando era pequeño, en francés claro, porque soy de Francia, ¿sabes? -"¿Por qué dices estas cosas, Anne? Ahora si que pensará que estoy loca" los nervios no le permitían pensar bien en ese momento.

Kyoya apartó un poco el libro para mirar la portada, mirar a Anne y a su pulsera de identificación, donde ponía claramente su nombre completo.

-Si, bueno. Que soy de Francia no es muy difícil de adivinar, mi nombre no es muy japonés que digamos... -Kyoya alzó una ceja y volvió a su libro-. Esto... me han dicho que no puedes hablar, y que estás aprendiendo a leer y escribir otra vez...

Ante esto Kyoya apartó el libro de golpe y abrió la libreta negra, escribió en ella y se lo enseñó a Anne:

Ya sé leer y escribir perfectamente, gracias. No necesito ayuda.

-¡No! No soy profesora ni nada de eso, además, mi marido es japonés y yo aún tengo algunos fallos en el idioma de vez en cuando. Es simplemente que te veía aquí solo sentado mientras el resto de gente hablan y juegan entre ellos.

Kyoya se encogió de hombros y señaló su libro.

-Oh, ¿te entretienes leyendo? -Kyoya asintió y volvió a escribir en su libreta.

A veces no merece la pena hablar con el resto de gente.

-¡Pero esa es una idea horrible! ¿Y si ellos quieren ser tus amigos? Lo que pasa es que no se atreven a acercarse a ti porque piensan que no podrás hablar con ellos -el joven la miró con una ceja alzada-. Bueno, no puedes "hablar" en el sentido estricto de la palabra, pero puedes comunicarte con esta libreta y con señas... ¿sabes el lenguaje de los signos?

Kyoya asintió, pero no hizo ningún movimiento con su cuerpo.

¿Por qué te has acercado tú a hablarme?

-Bueno... en realidad siempre he pensado en acercarme, pero fue mi hijo Tamaki el que me animó a venir. ¿Sabes? Creo que tenéis la misma edad, creo que os llevaríais bien.

El joven puso cara de escepticismo, pero antes de que Anne le pudiera decir nada un enfermero se acercó a ellos.

-¿Señora Grantaine? Tiene visita, le está esperando en su habitación.

Anne le dio las gracias al enfermero y se levantó del sofá, girándose hacia Kyoya.

-Ese debe ser Tamaki, algún día tendrías que venir a conocerle -el joven puso los ojos en blanco y levantó su libro, volviendo a su lectura-. ¿Estarás aquí mañana? Podríamos seguir hablando.

Kyoya le miró fijamente, levantando con un dedo las gafas que le resbalaban por el puente de la nariz. Finalmente asintió con la cabeza, y Anne extendió su mano hacia él.

-Encantada de haberte conocido, soy Anne-Sophie Grantaine.

El joven miró la mano durante unos segundos y finalmente asintió mientras la estrechaba, señalando su propia pulsera de identificación.

Otori Kyoya

VII.

A partir de ese día Anne se dedicaba a descubrir poco a poco el carácter de Kyoya: parecía un chico simpático, pero cerrado en sí mismo (a Anne le costaba mucho que le prestara atención a ella sola y dejara el libro de lado), y una vez le pidió un favor y Kyoya le dijo que qué es lo que le daba a cambio.

Por supuesto, no voy a hacer nada si no me llevo algún beneficio.

Estaba claro que le interesaba la economía y la política, puesto que varias veces lo veía leyendo esas partes del periódico y para que estuviera ingresado en un hospital privado su familia debía dedicarse a algo de eso que tuviera muchos beneficios. Pero cuando Anne le preguntó sobre su familia y el por qué ella nunca había visto que nadie fuera a visitarle, Kyoya cogió su libro y libreta y se marchó a su habitación.

-Creo que su familia es un tema delicado -le dijo a Tamaki y Yuzuru un día que la estaban visitando-. Al día siguiente me dijo que por favor no le preguntara sobre su familia. Nadie viene a verle, ¿será huérfano?

Tamaki cogió la mano de su madre, consolándola mientras pensaba en lo horrible de no tener familia, mientras Yuzuru fruncía el ceño y desviaba la mirada.

-¿Yuzuru? ¿Pasa algo?

-No, Anne, querida -dijo el hombre, acercándose y sentándose en el borde de la cama, cogiendo la otra mano de Anne-. Solo que debes comprender que no todas las familias ricas de Japón son iguales. Ya sabes todos los impedimentos que puso mi madre a nuestra relación hasta que yo mismo fui nombrado presidente de la compañía Suoh, y de cómo no aceptaba a Tamaki hasta que el mismo se hizo de valer.

-¡Padre! -dijo Tamaki, un rubor en sus mejillas de vergüenza-. La misma abuela puso de su parte, o si no yo no hubiera tenido nada que hacer.

-Lo sé, hijo -sonrió Yuzuru, desviando la mirada hacia la ventana-. Me refiero a que muchas familias son muy conservadoras, y los matrimonios son concertados y realmente los hijos son un seguro de que en el futuro las empresas familiares tengan a un buen presidente que las lleve... no tienen el espíritu de familia que tienen que tener.

-¿Quieres decir que...? -Anne tenía una mano en la boca y una mueca de horror en la cara, la mano que tenía la de Tamaki apretando ligeramente.

-La familia Otori lleva una gran empresa, en su mayor parte farmacéutica aunque también tienen otros negocios. Y desde el accidente Kyoya no puede dedicarse a asuntos de esa empresa familiar: ahora mismo tiene un tutor en el hospital que le da las clases básicas del instituto y quizás algún día llegue a la universidad, pero sin poder hablar y sin memorias de antes del accidente no puede dedicarse al mundo de los negocios que tiene la empresa Otori. Así, si un hijo no puede producir beneficios... ya sabes, se le deja un poco de lado.

-Pero... ¡pero eso es horrible! -dijeron Anne y Tamaki a la vez, una mueca de horror en sus caras.

-Así es como funcionan las cosas en la familia Otori, creo yo: no dejan a Kyoya tirado, pero saben que está aquí en el hospital, bien cuidado y con educación particular hasta que se recupere lo suficiente para poder volver a casa.

-Yuzuru, muchas veces he estado hablando con él de política, economía y cosas que pasan hoy en día, y a mí no me parece que tenga ningún problema -dijo Anne, pensando-. Es más, yo creo que es un chico muy inteligente: por lo que me han dicho en apenas unos meses ha aprendido a leer y escribir de nuevo. ¡Y ya está dando clases del nivel de insituto!

-No te niego eso -rió Yuzuru de repente-. Conozco al cabeza de familia de los Otori y a sus hijos (que son los hermanos de Kyoya), y todos ellos son muy inteligentes. Es un punto a favor de Kyoya para su recuperación.

-Pero padre, si Kyoya puede ya leer y escribir, y ya sabe utilizar el lenguaje de signos para comunicarse... ¿por qué no lo llevan ya a casa? -preguntó Tamaki- Sé de alumnos en Ouran que son también mudos o sordos y han podido superar el instituto y llegar a la universidad.

El hombre se quedó pensativo durante unos minutos, mirada perdida en la pared de la habitación.

-Está claro que cuanto antes vuelva a casa y al instituto antes podrá volver a tener una vida normal. No sé por qué sigue aquí, Tamaki, lo siento -el joven se inclinó hacia su padre para seguir debatiendo, pero Yuzuru levantó una mano en señal de silencio-. De todas formas, Tamaki, no te inmiscuyas en asuntos de la familia Otori. Son muy poderosos y ellos tendrán sus razones. Ahora despídete de tu madre, mañana comenzará la nueva medicación y tiene que descansar esta noche.

VIII.

Tamaki se ajustó la corbata y se quitó una pequeña mota de polvo de su traje. Dando el visto bueno a su reflejo salió del aseo y se hundió entre la gente que estaba reunida en la pequeña fiesta: por pequeña quería decir que todo el mundo iba de gala, la decoración navideña colgaba de todas las lámparas de la enorme sala y un cuarteto de cuerda tocaba versiones clásicas de villancicos. Sonriendo y saludando a un par de personas conocidas, Tamaki siguió andando con cuidado de no pisar ningún vestido y de no tirar ninguna copa de champán, buscando a sus padres entre la muchedumbre.

Hacía ya un mes que Anne había comenzado el nuevo tratamiento, y excepto algún día que otro que se sentía más débil, todo iba viento en popa: cada día estaba más animada y no paraba de hablar de cualquier cosa y de andar de un lado a otro de la habitación sin cansarse como antes. En esos momentos es cuando se veía que definitivamente Tamaki había heredado la hiperactividad y lo melodramático de su madre. Era por eso que, para la fiesta de Navidad y durante unos días, el doctor Alleman le había dejado ir a casa con Tamaki y Yuzuru.

-Pero en cuanto te sientas mal, cansada, mareada, extraña o veas que te faltan las fuerza me llamas. EN SEGUIDA -fueron las palabras exactas del doctor antes de firmar el documento que le permitirían a Anne pasar las fiestas con su familia. La mujer asintió a todo ello y su hijo y marido juraron llamar al hospital si pasaba algo de eso. En la mansión Suoh había habido varios momentos de tensión, sobre todo la primera vez en la que Anne se encontró con la madre de Yuzuru. La anciana miró largo rato a la mujer rubia, que mantuvo la cabeza alta mientras apretaba cada vez con más fuerza las manos de su hijo y su marido. Pero antes de que nadie pudiera decir nada la anciana Suoh hizo una reverencia respetuosa ante ellos.

-Bienvenida.

Anne respondió a la reverencia y la anciana desapareció en las entrañas de sus aposentos. Desde entonces se veían siempre en las comidas, y si bien no había un espíritu familiar entre ellos puesto que la anciana hablaba lo justo, ambas mujeres se respetaban y podían llegar a cruzar unas palabras entre ellas. Yuzuru suspiró de alivio ante la situación y le confesó a Anne que se alegraba, aunque las cosas no eran perfectas su madre estaba dispuesta a darle una oportunidad.

También al entrar en la fiesta de esa noche Yuzuru y Anne habían recibido más de una mirada curiosa y algún que otro murmullo de "el presidente Suoh y su mujer francesa", que había vuelto de su "destierro" en Francia. Pero aparte de eso todo iba como la seda.

-¡Tamaki! -exclamó Yuzuru, captando la atención de su hijo-. Acércate, aquí hay alguien que quiere conocerte.

El joven se aproximó a su padre, que tenía a Anne de un brazo y con la otra mano señaló educadamente al hombre frente a él. De pelo negro engominado hacia atrás y ojos grises que le observaban tras unas gafas, el hombre era un poco más bajo que Tamaki. Debía de tener entre cuarenta y cincuenta años y por la forma en la que se mantenía (cabeza alta, espalda recta y mirada penetrante) debía de ser bastante poderoso en alguna empresa. A su lado había dos jóvenes muy parecidos a él, un poco más altos y uno de ellos sin gafas que sin duda tenían que ser sus hijos.

-Te presento a Yoshio Otori, presidente de la empresa Otori. Y sus dos hijos, Yuuichi y Akito Otori -Tamaki se quedó por un momento lívido, con los ojos como platos: ¿era esta la familia del chico con el que su madre hablaba en el hospital? ¿Kyoya? ¿La familia que le había abandonado sin querer saber nada más de él?- La de los Otori es la empresa farmacéutica con la que la Compañía Grantenieux ha hecho el pacto para poder encontrar la cura del Lupus, la enfermedad de tu madre -añadió Yuzuru, viendo que su hijo estaba pensando en el asunto de Kyoya (aunque aún no lo conociera). Tamaki hizo una reverencia de agradecimiento hacia Yoshio y sus hijos.

-Encantado de conocerles -dijo el joven-, y debo de agradecerles la oportunidad de poder curar a mi madre.

Yoshio le devolvió la reverencia.

-También es un placer conocerle -dijo el hombre, ni rastro de una sonrisa o algo que no fuera indiferencia en su rostro-, no tiene por qué agradecérnoslo. Simplemente es un negocio muy rentable en el futuro y la empresa Otori obtendrá grandes beneficios por su comercialización por todo el mundo, y más teniendo en cuenta que el tratamiento está dando muy buenos resultados.

-Así es, señor Otori -asintió Anne, tras lo cual la conversación derivó en asuntos de política que Tamaki fue incapaz de asimilar. No fue hasta que ya estaban de vuelta a la mansión Suoh, en la limusina y sólo Yuzuru, Anne y él cuando explotó.

-¿Lo habéis oído? ¡Sólo le interesa el negocio! -exclamó Tamaki de repente, asustando a sus padres por un momento- Podría haber dicho que se siente mucho mejor al ver a todas esas personas recuperándose del Lupus, aunque fuera mentira. ¡Pero ha dicho que es por el negocio! Por el dinero que sacará si la medicina es efectiva y se saca al mercado. ¡Normal que haya abandonado a uno de sus hijos en el hospital! Si no puede sacar dinero de él no le interesa que...

-¡Tamaki! -exclamó Yuzuru, una mezcla de reproche, enfado y advertencia en su grito. Tamaki enmudeció, y aunque seguía furioso por la situación con el señor Otori no dijo nada- Para de decir esas cosas ahora mismo. Puede que el señor Otori sólo esté interesado por el dinero, pero gracias a ello tu madre y miles de personas tienen la oportunidad de recuperarse del Lupus. Alégrate por eso y olvida el resto. Olvida también lo de Kyoya: la situación de ese chico con su familia no es de tu incumbencia.

-Si, padre.

Tamaki pasó el resto del viaje en silencio, frustrado por tener que alegrarse de que su madre y miles de personas vayan a recuperarse de su enfermedad mientras Kyoya seguiría encerrado en el hospital. Frustrado por la vida de alguien a quien no conocía.

-Eres un chico muy honrado, Tamaki -le dijo su madre aquella misma noche, antes de retirarse a su habitación-. Quieres que todos sean felices y tengan una vida digna, pero no todo es perfecto en el mundo real -una delicada mano se posó en el hombro del joven-. Estás creciendo, haciéndote un hombre hecho y derecho, y me alegro de que tengas una moral tan honesta. Pero estás descubriendo que un mundo perfecto no es posible, y tú no puedes salvar a todas las personas que lo están pasando mal.

-No a todas, mère. Pero pudiendo... salvar... a una de ellas, a Kyoya, teniendo la oportunidad de salvarle a él, ¿no la aprovecharías?

Anne sonrió dulcemente.

-Tu padre no quiere que te metas en líos, Tamaki, por eso te ha pedido que no intentes hacer nada con ese chico. Para él el trato entre los Otori y la Compañía Grantenieux es muy importante, sobre todo por mí. No quiere que los Otori se echen atrás y dejen de investigar el medicamento para el Lupus.

El joven asintió, comprendiendo lo que le decía su madre. Aun así, no se iba a dar por vencido.

-¿Puedo conocerle, mère?