Petición de LadyChocolateLover: Un Godric Gryffindor&Helena Ravenclaw, con el Barón celoso de por medio.

Ya me moría de ganas por empezar este proyecto. Memento Mori me parece una buena forma de llamar esta recopilación de regalos porque, básicamente, son cosas que nunca se me habrían ocurrido y quiero salir de mi zona de confort creando historias nuevas para personas diferentes, así que me parece una buena forma de llamarlo teniendo en cuenta que considero que tengo que escribir estas cosas ahora sino, no lo haré jamás.

Recordad que estoy dispuesta a escribir sobre lo que sea y del rating que sea así que no dudéis en hacerme llegar vuestras peticiones por FB, review, mensaje privado o en twitter mencionandome (enlace en mi perfil) y con el hashtag #MissManteRegalameUnFic.

Muchas gracias por todo el apoyo y por todo el cariño, de verdad.


Memento Mori


Cabello de cebada.

Para LadyChocolateLover, con la esperanza de haber hecho algo decente que le pueda gustar.

El cabello de Rowena Ravenclaw era rubio ceniza.

A él le recordaba a las campos de cebada que rodeaban su pueblo natal. Le recordaba el fulgor apagado del sol durante las mañanas de invierno. Al tierno toque de una madre.

Rowena.

Rowena, de mirada verdosa y sonrisa elegante. De memoria imposible de equiparar, de manos pequeñas pero de gran poder. Curaba y mataba con una mirada. Aliviaba los dolores del alma con su única presencia. Era el ser más precioso jamás visto. Era la mujer más hermosa que hubiera visto jamás.

Por su belleza y por quien era la dejó hacer lo que quisiera del castillo que le había pertenecido desde la muerte de su padre.

El Barón Sanguinario llevaba tiempo recorriendo los lúgubres pasillos de este castillo que una vez lo situó en lo más alto, pero que al final se acabó convirtiendo en su cárcel para toda la eternidad.

Se encontró a la dulce Rowena Ravenclaw una tarde cualquiera. Rebuscaba entre los pasillos, observaba los cuadros vacíos y jugaba con su varita que enredaba de vez en cuando entre su larga melena, detrás de su oreja. Caminaba con pasos lentos, saltarines y tenía una sonrisa tierna estirando sus labios rojos.

—¿Qué hace en mis dominios, joven? — le preguntó con voz seca.

—¡Oh! ¿Es usted el Barón Sanguinario? ¡Qué suerte! — exclamó la joven, radiante de felicidad sin esperar respuesta — Justo con usted deseaba hablar.

El Barón se la quedó mirando durante un instante y aunque tenía muchas ganas de echarla, como había hecho con cualquier ser que se atreviese a entrar en su castillo, no tuvo el valor cuando se fijó en ella.

Cuando la muchacha le habló de sus planes de crear una escuela de magia en el castillo se negó vehementemente. Pero la muy pesada venía a visitarlo a diario. Acabó por ganarse su confianza y, finalmente, a base de insistir y ser la gran persona que era, cedió. Cedió a entregarle lo único que le quedaba: su hogar.

Ella llegó del brazo de un joven algo más mayor que ella al día siguiente. Detrás de ellos caminaban una muchacha bajita de cabello denso y un joven de mirada altiva y largo cabello negro.

—Godric, este es el Barón dueño de este castillo. Nos permite crear la escuela aquí, ¿no es maravilloso?

El tal Godric hizo una reverencia, su espada colgada del cinto rozaba el suelo pero la larga capa roja tapaba el arma. Rowena lo miraba con ojos de fuego, ojos brillantes de emoción, de alegría.

De amor.

Fue ahí cuando se dio cuenta de su tremendo error, pero fue incapaz de retirar su palabra. Era un hombre de honor a pesar de que moriría en la más estricta de las deshonras. Le había prometido el castillo a Rowena y tendría que mantener su promesa.

Durante los siguientes cuatros años el Barón Sanguinario vio a Rowena Ravenclaw convertirse en una bruja excepcional, de impresionante belleza y sensual inteligencia. Sólo tenía veintiún años, pero demostraba tener la sabiduría y el porte de una mujer mucho más mayor. Helga era algo más mayor, sólo dos años, y era una mujer bondadosa y dedicada que siempre tenía una sonrisa en los labios gruesos. Salazar, en cambio, era taciturno y callado. Pero cuando hablaba solía ser con gran seriedad, sobrio como su traje negro, el que nunca parecía quitarse. Por eso mismo se llevaba estupendamente con él. Compartía muchas cosas con él, muchos puntos de vista. Como, por ejemplo, el tema de la pureza de la sangre. En aquellos años en los que las brujas estaban tan amenazadas por los seres no mágicos no podían permitirse la mezcla.

Quizás por eso mismo Godric Gryffindor le parecía un ser tan terrible. Un hombre que no merecía ni las medallas ni los honores de los que hacía gala. Era un amante de los seres impuros, sucios, y pretendía permitir la entrada a cualquiera a la escuela.

Lo odiaba.

Por eso y por toda la atención que recibía de Rowena, que lo apoyaba incondicionalmente en sus ideas revolucionarias.

Pero no podía decirle nada, no podía reclamarle nada. Ella tenía esa manera de hablar dulce y suave que le quitaba importancia a todas sus preocupaciones. Además, no quería estropear los tiernos momentos que compartían cada día durante los pocos ratos libres de lo que gozaba la joven bruja.

—¿No es maravilloso? Dentro de poco ya habremos terminado con todas las reformas por fin podremos comenzar con los preparativos. Esta será una maravillosa escuela. Una para todo el mundo. Godric está tan feliz de cómo ha quedado su torre. ¿La ha visto, Barón?

—No — murmuró con los ojos entrecerrados — Y no deberíais ir a visitarlo allí arriba. No es correcto que una dama se dedique a visitar a un caballero cuando no están casados.

—Usted y yo pasamos mucho tiempo a solas.

Claro, pasaban mucho a tiempo a solas, pero no era peligroso. Él no podía hacerle nada a pesar de que se moría de ganas por abrazarla. Deseaba apretarla entre sus brazos, sentir su cuerpo pegado al suyo, irradiando ese calor invitante y tentador. Deseaba recorrer la curva de su rostro, besar sus párpados pálidos cubiertos de diminutas y azuladas venas... Era tan hermosa, tan buena...

—Rowena — escucharon detrás de ellos — ¿Has visitado la bodega de Helga?

Godric se acercó a ellos arrastrando esa miserable capa de raso rojo tras él. La joven se levantó, presurosa, deseosa de acercarse a él y de poderlo tocar sin restricciones.

—Fue esta mañana con Salazar — contestó el Barón viendo claramente que su compañera iba a decir que no con la esperanza de acompañar al bufón de pelo castaño — Yo estuve con ellos.

—Por supuesto... — contestó el joven hombre — Entonces te dejaré disfrutar de tu tarde.

—Oh Godric, ¿por qué no vienes a visitar mi torre más tarde?

Godric la miró a los ojos intensamente. El verdor de la mirada de Rowena era tan intenso que no pudo decirle que no sabiendo lo que significaban sus miradas. Él asintió secamente y se marchó sin decir nada más.

—No os dejaré a solas con él.

—¿Por qué no? Es Godric. Godric nunca me haría nada malo.

—Es un hombre joven, volátil.

Rowena recogió su varita y los pocos libros que había traído consigo esa tarde con el ceño fruncido. Antes de volver a hablar se mordió los labios y lo miró fijamente.

—Creo que se está tomando usted muchas libertades para conmigo. Yo no soy como Salazar. No estoy hecha de piedra. Soy joven, deseo conocer el mundo y ayudar a los demás. Godric es un buen hombre, me ayudará a cumplir mi sueño.

El Barón deseó detenerla, explicarle lo que había querido decir en realidad, pero ella se marchó a toda prisa sin mirar atrás. Sabía que iba a encerrarse en ese extraño laboratorio en el que experimentaba con diferentes hechizos.

Pero no podía quedarse tranquilo, no podía pensar en otra cosa que no fuera los dos jóvenes compartiendo el mismo espacio. Decidió hacer una pequeña visita a la torre de la joven rubia a fin de saber qué estaban haciendo pero lo que presenció al llegar a sus puertas lo dejó del todo mortificado.

Ahí, inclinado sobre ella (sus grandes manos apresando la diminuta cintura de Rowena, todo su cuerpo actuando como un escudo sobre el de ella, dominándola) la besaba Godric Gryffindor. Sus labios apretados contra los de la joven, ella rodeaba su cuello con sus largos y pálidos brazos. Su cabello rubio se había soltado del intrincado peinado que se hacía cada día. Sus mejillas estaban más arreboladas que de costumbre.

—Oh... — la escuchó murmurar cuando se separaron — Oh, Godric...

—Cásate conmigo, Rowena.

—¿Casarnos...?

—Sí, cásate conmigo. Te amor, Rowena. Puedo darte lo que quieras, puedo entregarte lo que desees. Lucharé contra todo lo que trate de impedirnos una vida juntos.

El Barón, lleno de ira homicida, se preguntó si ese jovenzuelo sería capaz de luchar contra él sabiendo que no era más que un mediocre duelista contra él. ¿Cómo iba ese enclenque a amar a Rowena Ravenclaw tal y como ella se merecía? Sólo había pasión juvenil en sus venas, sólo deseaba poseer algo hermoso porque nunca nadie le había negado nada. Rowena era tan pura, tan dulce y candente que no podía negarle nada a nadie, mucho menos si amaba a la persona que le estaba pidiendo algo.

Ella lo amaba con el corazón, lo amaba con sus entrañas. Sabía perfectamente que, a pesar de que crear la escuela era el sueño de ambos, ella era quien lo había puesto en marcha para complacer a Gryffindor. Se proclamaba el rey de todos, el valeroso soldado que había luchado por todos, condecorado y aclamado por todos. Había hecho de Rowena su esclava usando el amor como excusa.

Oh, cómo lo odiaba. Sólo con verlo le parecía sentir su corazón desbocarse en su pecho, en el que había nacido el amor de forma súbita. Pero los ojos de Rowena brillaban de alegría, de gozo y ternura... No era capaz de hacerle ver su error por mucho que la amase. Ella era feliz y no quería arrebatarle tamaña alegría.

La veía cada día más sonriente, más feliz. Sus encuentros acabaron por quedar en el olvido y encontró alivio en sus encuentros con Salazar quien, con su sequedad habitual, conversaba con él de temas menos profundos pero sí más importantes, más esenciales.

El día que tuvieron a la pequeña Helena, años más tarde, el Barón se dio cuenta de que ni una sola pizca de su amor por Rowena había muerto a pesa de haber pasado ya años desde que se hubiese dado por vencido. Sus celos lo martirizaban con más fuerza al ver al joven padre sujetar entre sus brazos a la pequeña criatura pues se sentía más merecedor de tamaña dicha.

Y con horror descubrió, con el paso del tiempo, que Helena había heredado el cabello rubio de su madre. Cabello de cebada... Ceniciento y suave. Tan indomable y descontrolado como el de su madre. Seguramente por eso mismo no podía negarle ningún capricho a la niña a pesar de que la mayoría de las veces eran cosas del todo inapropiadas para una señorita. Más teniendo en cuenta que era la hija de ambos fundadores. Le contaba cada secreto que ella deseaba saber, le traía todos los dulces que pedía. Entretenía a los profesores en largas charlas para que no llegara tarde a sus clases...

En definitiva, el Barón opinaba que Helena debió de haber sido sorteada en la casa de Salazar, pues su astucia era grande, pero su parecido y lealtad a su madre eran la parte de su carácter que más destacaba. Era casi tan inteligente como su madre y estaba dispuesta a cualquier cosa para demostrarlo.

—¡Por favor! ¡Tráigala de nuevo, no puedo decirles que se la ha llevado y se ha marchado con ella!

—¿Por qué no? — contestó, lleno de confusión — ¿Por qué habría de ir yo? Gryffindor sin duda estaría mejor posicionado. Es su padre después de todo.

—Godric le daría un castigo demasiado severo. Sólo deseo que mi hija regrese sana y salva. Sólo deseo abrazarla y hacerle ver que ese no es el auténtico camino a la sabiduría...

No pudo decirle que no.

No cuando ella confiaba en él después de tantos años, después de que la relación se enfriara tanto. Oh... Era tan hermosa como hacía veinte años. Era tan sabia, tan dulce... Godric Gryffindor, altanero y orgulloso, no se merecía la familia que tenía y quizás por eso mismo la bella Rowena le estaba encomendando tamaña hazaña: ir a Albania a buscar a Helena, quien se había llevado la diadema de su madre, una reliquia de gran poder. No podía decirle que no a esa mujer. Nunca podría.

Pero Helena era digna hija de su padre y a pesar de ser inteligente y buena también era arrogante como tanto caracterizaba a todo aquel que viviera en la torre escarlata. Así que la mató a sangre fría por negarse a entregarle la diadema y regresar con él a Hogwarts. Pero al verla tumbada en el suelo boca abajo, no pudo evitar pensar en el cabello de Rowena.

—¿Qué he hecho...? ¡Grave error he cometido al dejarme llevar por mis impulsos! ¡Rowena jamás me perdonará...!

No podía regresar al castillo llevando consigo el cadáver de la joven. La deshonrra era terrible, el dolor insoportable. Traicionar la confianza que con tanta esperanza y cariño había sido depositada en él le causaba un dolor insufrible. La visión de ese cabello rubio, hermoso, denso y rizado le producía un dolor insoportable en el pecho. Uno al que no podría enfrentarse. Uno del que sería incapaz de deshacerse jamás por muchos siglos que pasaran...

Cumplió su promesa, sí. Trajo de vuelta la diadema y a la joven Helena, mas sin duda la reacción de Rowena al ver la transparencia etérea de su hija y su viejo amigo no fue en absoluto la que el esperaba.

—Lo sabía — dijo llanamente la mujer con una sonrisa triste, derrotada.


Lady, sé que quizás esto no era lo que esperabas, pero sin duda me ha inspirado brevemente para crear esto. Dado que el Barón, en el cannon, está enamorado de Helena, he tenido que hacer modificaciones leves para que encajara algo más. En un principio el Barón ya estaba muerto en el momento en el que Rowena lo convecía de que le entregara el castillo para convertirlo en una escuela (y sin duda me habría quedado mucho mejor...) pero para mi primer intento de historia sobre los Fundadores deseaba ceñirme algo más al cannon que a mis headcanons.

Aún así espero que haya sido de tu agrado y que hayas quedado satisfecha.

E cuanto al resto del mundo: sigo aceptando sugerencias. No teman pedirme el ship que quieran, el rating que quieran y las situaciones que prefieran. Estoy aqui para ampliar mis horizontes, mejorar y haceros felices. En todo caso, muchas gracias a todos por pasaros por aqui, por los grupos de FB en los que me habéis estado dejando vuestras peticiones y por vuestra eterna paciencia.

Os quiero muchísimo,

Miss Mantequilla.