Hola, como es habitual, aquí traigo otro 8059 Au. Empezó con hartos ánimos, pero decayeron casi al final, supongo que fue porque era la primera vez que hacia un primer capitulo tan largo, fue sorprendente hasta que ya no quise seguir escribiendo y me frustre notando que a lo mejor la historia era muy rara, no se, es lo que siempre pienso, pero bueno, con tal que una sola persona me lea y le guste supongo que debe ser suficiente para mi. Soy feliz escribiendo 8059 así que debería sentir mas confianza, pero me hundo tan fácilmente…soy todo un caso. Pero lo termine y se los traigo a ustedes para que lo lean y opinen y que ojala les guste. Gracias por tomarse la molestia y gastar su tiempo en mí. Abrazo!

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"A pesar de las gruesas paredes, tu me encontraste…"

Capitulo 1:

Gokudera se asomó al balcón notando de inmediato las miradas desaprobatorias dirigidas a su persona, las cuales no eran pocas. Se aproximaba una gran fiesta y gran parte de la nobleza se encontraban reunidos en el amplio jardín del castillo, hablando de lo maravillosa que seria.

Frunció el ceño decidido a enfrentarlos sin importarle nada, al diablo lo que ellos pensaran de el, sin importar lo que hiciera, siempre le verían con desprecio aunque simularan delante de otros, eso siempre había sido así y ahora, en vez de deprimirse y preguntarse que era lo que hacia mal para tratar de enmendarlo, simplemente les ignoraba. Era el peso que cargaría toda su vida y todo por haber nacido en esa familia, bajo aquellas circunstancias, poseer un titulo que jamás eligió y que era mucho mas valioso que el de esos engreídos que alzaban la barbilla como idiotas creyéndose mejor que todos los demás en el mundo.

El jamás se obligaría así mismo a actuar como ellos lo hacían. Finesa y arrogancia, esos idiotas no eran más que fríos y calculadores gusanos en busca del más mínimo poder. Definitivamente prefería morir a que su vida fuera envuelta por solo mentiras y engaños, no quería aparentar algo que no sentía, con gusto entregaría su titulo de príncipe con tal de ganar un poco de libertad, porque, a esas alturas, sabia que los cuentos de hadas no existían, por lo tanto los finales felices tampoco. Lo único que tenia de aquellas mágicas historias, eran las gruesas paredes de un enorme castillo, que no hacían más que recordarle, a cada segundo, lo prisionero que era. Uno condenado a convertirse en una marioneta que debía obedecer las ordenes de los demás para no dar malas impresiones. Estaba más que cansado de eso.

Sonrió provocadoramente al ver la expresión incrédula de las personas de abajo al verlo sacar un cigarrillo de su bolsillo, encenderlo y llevárselo a la boca, soltando una gran bocanada de humo. La verdad es que no ayudaba en nada en cambiar la opinión que tenían los demás de el, no era más que un chico conflictivo, terco, explosivo y para nada digno de su rango, pero con un porte y figura que no se comparaba a la de todos ellos juntos y eso era lo que más les hacia hervir la sangre. Sin querer serlo, el era el más hermoso de los príncipes y a la vez el más solitario. Años intensificando su mala fama con los que le conocían, haciendo que la admiración se transformara en decepción al conocerle mejor, quedándose cada vez más alejado de todos los que le rodeaban. Realmente pasaba más tiempo encerrado en su habitación por culpa de sus continuos enfrentamientos con todo el mundo y su continua rebelión en contra de las costumbres y el destino que se le imponía, diciendo que no le importaba quedarse solo, que prefería eso a estar rodeado por patéticos lame botas que en realidad despreciaban su compañía. Aun así, la mirada del albino no dejaba de poseer un brillo de tristeza al observar como planificaban y organizaban todo.

Aquella celebración no era cualquiera, era en honor a su cumpleaños, pero eso no lo entusiasmaba en absoluto. Era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta que no era más que un festín para lobos y el era la cena. El objetivo era convertirlo en mercancía que diera provecho y por fin poder controlarlo como deseaban. Odiaba como todos le llamaban desde que nació, "Princesa", el era un hombre, no podían pedirle que actuara como una princesita inocente e ingenua en espera de un tonto príncipe azul y, aun así, lo trataban como si fuera una delicada y estúpida mujer, era un completo fastidio, al igual que esa fiesta cuyo propósito era buscarle una pareja que conviniera y que aprobara la familia, dejando en claro que su opinión no valía en nada.

De todos modos, lo más probable es que ni siquiera asistiría, permanecería encerrado en su cuarto como lo llevaba haciendo hasta ahora, donde su única conexión con el exterior era el balcón donde ahora se encontraba de pie. Era su castigo por escapar y Gokudera claramente creía que se lo merecía, había sido un idiota al dejarse atrapar tan pronto. Siempre le afloraban ganas de una vida libre de todo lo que le rodeaba, no era capricho, solamente que al mirar hacia el horizonte, desde su posición, se podía admirar un paisaje interminable. Sus pies deseosos de perseguir el lugar en el que, por fin se sintiera cómodo y encontrara su motivación a seguir, pero debía abandonar aquellas ideas. Por muy desesperado que estuviera, saltar de donde estaba, más que libertad, solo ganaría una pierna rota.

Adoraba, en silencio contemplar a la distancia y observar el cielo, tan pacifico y armonioso. Completamente opuesto a el, que solo poseía un confundido y tormentoso corazón. No es que su escape haya resultado un fracaso por falta de planeación, pudo haber llegado tan lejos como deseaba, pero sus pies se detuvieron. No tenia dudas de que despreciaba su vida en el castillo, pero… ¿Podía voltear y darle la espalda a todo un pueblo por el cual, toda su existencia fue criado para servir y proteger? No importaba su actitud, su terquedad, su pésimo carácter, jamás se toleraría ser tan egoísta. El pecho le dolía de tan solo pensarlo, porque en el fondo sabia que la gente no tenia la culpa de su sufrimiento, pero el tampoco podía mentirles fingiendo ser alguien que no era, no podía sonreírles y desearles la felicidad porque el no sabia que era eso. Había nacido con unas fuertes cadenas que lo unían a ese castillo y que cada vez lo arrastraban hacia lo más hondo y oscuro de el. Jamás podría pensar con claridad y el dolor lo consumiría.

-¡Hayato!- El aludido dio un respingo, había quedado demasiado inmerso en sus pensamientos como para notar que alguien ingresó a su prisión. Giró en busca de la conocida y potente voz femenina que le llamaba, pero antes de darle la cara, ella ya le había quitado el cigarrillo de la boca pisoteándolo ante sus ojos, para luego darle una fuerte y sonora cachetada. No le dio tiempo de reaccionar, apenas comenzaba a sentir el escozor del golpe en su mejilla, cuando fue empujado de vuelta hacia el interior de su cuarto. La mujer dirigió su vista a los sorprendidos y murmuradores espectadores. Una sola mirada que enmudeció a los presentes de inmediato haciéndoles bajar las cabezas. Podían pertenecer a su familia y presumir de todo lo que poseían, pero ante aquellos inquisidores ojos nadie osaba alzar la vista.

-¡Por dios, Hayato!- Reprendió la mujer ya en el interior- ¿Puedes dejar de una vez de darle motivos a esos zánganos de hablar mal de ti? Lo único que saben hacer es venir en tumulto, como moscas a la miel cuando se celebra algo y murmurar lo vulgar que eres como para ser una princesa decente. Cuando ellos creen que por saber usar el tenedor adecuado ya son dignos de la realeza y levantan la barbilla bien en alto… ¡Ya no eres un niño, vas a cumplir dieciséis, compórtate de la manera adecuada! Una princesa no actúa…

-¡No soy una maldita princesa! ¡Soy un hombre, maldición!- Gritó con los puños apretados, la mujer alzó las cejas en forma desaprobatoria y firme. Estaba más que acostumbrada a lidiar con aquella actitud y a las continuas discusiones con su incontrolable nieto. Las demás personas podían fingir desmayos por aquella actitud impropia de una princesa y chillar que era un insulto para la familia real, pero ella no las consideraba más que gente dramática, aunque eso no significaba que permitía tales arrebatos por parte de su misma sangre.

-Eres lo que eres y no hay vuelta que darle. Naciste como la princesa de este reino y tu vida y obligaciones están dirigidas para con el pueblo…

-¡Al diablo con el maldito pueblo…!- Gokudera se arrepintió de inmediato de aquellas palabras, no solo por que le hicieron recibir la segunda bofetada del día, sino porque en el fondo el no sentía eso. Su abuela tenía razón y lo tenía claro, había nacido para servir a su gente, así lo habían educado, su destino estaba escrito. Hace años lo habría tolerado sin más, casarse con un idiota que solo le viera por ser un buen partido como institución, como una mercancía. Sonreír y actuar de la manera adecuada, aunque eso no le gustara, ser amable… ¿En que momento dejó de pensar así? Ahora veía al hombre que entraba a su cuarto y lo recordaba, como si una vieja herida se abriera. El no querer quedar sepultado bajo viejas costumbres, el querer respirar en libertad, el querer el mismo buscar su propio destino en el mundo, incluso si al final descubría que simplemente había nacido para gobernar…

-No pierdes tu clase y elegancia incluso cuando castigas a Hayato ¿No, madre?- La mujer fijó su mirada en su hijo sin decir nada para luego dirigirla hacia el albino, inclinándole la barbilla hacia arriba y posando su mano sobre la mejilla que hace solo segundos golpeó. El joven cerró los ojos frustrado- Creo que el ya aprendió la lección…

-Si aprendiera la lección no habría necesidad de repetir esta discusión cada día…Todo esto es tu culpa…

-¿Mi culpa?

-Sabes perfectamente a lo que me refiero, pero sigues fingiendo inocencia…-El hombre siguió con su sonrisa- Dejaré esto por hoy y haré como si lo que Hayato acaba de pronunciar fue una broma de muy mal gusto y perdonaré tu insolencia al irrumpir a este cuarto sin avisar previamente…

-Mil perdones, su alteza…- La mujer hizo un gesto de impaciencia al ver la leve inclinación de su hijo junto con el comentario.

-Me retiro. El castillo esta dado vuelta a causa de los preparativos de la fiesta, aun quedan muchas aprobaciones que dar…Y Hayato- El peliplata le miro de reojo- Detén ahora mismo tu berrinche de no probar los alimentos que te preparan, nada me hará cambiar de opinión respecto a permitirte salir de esta habitación. Sabes bien que te lo mereces, diste la espalda a tu principios cuando decidiste huir, no querrás convertirte en la deshonra de esta familia dándole la espalda a los que confían en ti como lo hizo tu hermana…Aunque ella no cargaba con las responsabilidades que tu llevas encima…-Gokudera se mordió el labio, de seguro no existía nadie allá afuera que confiara en el, escuchaba los murmullos de todos diciendo que solo serviría una vez casado, que al final de cuentas solo se convertiría en un fino adorno al cual contemplar, uno que se mantendría por fin tranquilo al lado del hombre que liderara el reino. Quería pensar en la gente común y corriente que vivían sus normales vidas, pero eso cada día se le hacia mas difícil, tal vez ellos pensaran igual que todos y solo esperaban el día en que el se hiciera a un lado. Envidiaba tanto a su hermana, ella había nacido con suerte aunque la mayoría dijera lo contrario. El no poder reinar en un futuro fue, para algunos, una desgracia caída sobre Bianchi, mientras que ella lo tomó como la oportunidad de buscar sus sueños y el amor, escapando de un matrimonio arreglado ante la mirada atónita de la familia ¿Porque el tuvo que nacer con una soga atada a su cuello y rodeado de tantas mentiras?- Y sabrás que aunque sea tu cumpleaños, no pondrás un solo pie fuera de aquí, tampoco te asomaras al balcón, no quiero que tu actitud espante a los posibles consortes. Tenemos suerte de que poseas tal apariencia, así no los desilusionaras cuando se enteren de tu personalidad, la cual deja bastante que desear para una princesa…

Gokudera escuchó sin rechistar, manteniendo los dientes apretados mientras su abuela se retiraba dejándolo a solas con su padre.

-Creo que deberías dejar a un lado tu terco orgullo y comportarte como tu abuela quiere, hijo…-Le hablo el mayor colocándole su mano sobre el hombro-Entiendo tu frustración y el miedo que debes sentir al notar como el futuro cada vez esta más cerca, determinando tu destino, pero hemos nacido con el deber de velar por el bienestar del pueblo antes de nuestros deseos…Así es y será siempre…

-¡No me toques!- Explotó el albino quitándose la mano ajena con un manotazo-¡Tu mejor que nadie sabes como anteponer el bienestar de los demás! ¡¿No?! ¡Pero no olvides que mi madre o más bien tu "amante" también pertenecía a ese pueblo que tanto dices debemos proteger y aun así la abandonaste! ¡Pisoteaste sus sueños mientras te reías en su cara! ¡¿Cierto?! ¡¿O fue por el bienestar de la gente que le arrebataste a su hijo y la dejaste como un juguete roto?! ¡Tú jamás me entenderás, maldición!

-¡Hayato!

Incapaz de mantener la mirada, el peliplata volteó saliendo corriendo hacia el cuarto del baño, cerrando la puerta. Corrió la llave de la ducha metiendo la cabeza bajo el chorro de agua helada, quería enfriar sus iracundos pensamientos, apaciguar a su corazón que no hacia más que latir dolorosamente. Metió todo su cuerpo bajo el agua que caía, tal vez así, también podría su sufrimiento congelarse y acallar las voces que le llamaban "princesa" mientras tocaban con insistencia la puerta.

Golpeó con fuerza desmedida la pared con el puño, sin importarle si se lastimaba, al menos la herida le daría la excusa necesaria para poder derramar finalmente las lagrimas que amenazaban por salir en todo momento. Se dejó caer recostándose sobre la amplia bañera, tapándose los oídos con las manos, entre tanto la sangre que salía de una de ellas se perdía con el agua. Deseaba perderse de igual manera, cerrar los ojos y olvidarse de todo, pero le era tan difícil. Enterarse de su verdadero origen a tan temprana edad le había marcado, creándole un profundo vacio, le habían quitado a su madre dejándolo solo y ella había muerto de tristeza ¿Cómo podía perdonar aquello y encajar en un mundo al cual odiaba? Simplemente no podía, al menos no en ese momento…

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-¿De verdad tengo que acompañarte, padre?-Preguntó Yamamoto impaciente. No tenia idea de que llevar ni como hacer un maleta. La idea de viajar nunca había sido discutida y mucho menos la de visitar un "reino", aunque de algún modo le emocionaba a pesar de no tener detalle alguno mas que las historias que le contaba su padre en su infancia, sobre como defendía a la corona en su juventud. Pero no estaba seguro si era necesario acompañarle, después de todo, la invitación estaba solo a nombre de su padre.

-¡¿Qué dices, Takeshi?! ¿Cómo voy a presentarme ante la familia real yo solo cuando les he hablado tanto de lo orgulloso que estoy de ti?-El menor se rasco la mejilla un tanto apenado, siempre era vergonzoso que los padres hablaran de sus hijos a extraños, el que lo hicieran a la realeza debía empeorarlo cien veces mas, después de todo el no merecía tantos halagos, solo era un simple adolescente bueno solamente en los deportes, pero entendía los motivos de su padre y no podía negarse. Se veía realmente feliz y no podía quitarle eso. Aparte, no tenia nada que perder, estaba de vacaciones y debía aprovechar la juventud de sus diecisiete años y solo al final del viaje decidiría si se arrepentía de esa pequeña aventura o no.

-Aun así… ¿No es extraño que te inviten después de despedirte?-El hombre rio a carcajadas al escucharle.

-¿Despedirme? Te equivocas, Takeshi. Fui yo quien decidió abandonar…El país ya había crecido prósperamente y se mantenía la paz. Determine entonces que tanto mis habilidades como mi katana ya no eran necesarias. Me fui con la cabeza bien en alto, aunque triste al mismo tiempo. Regresé a Japón y conocí a tu madre, nos enamoramos, abrimos juntos este restaurant de sushi y luego te tuvimos a ti…Mi vida ya estaba establecida y mis momentos como protector de la corona ya no eran más que recuerdos felices y llenos de valor…-El beisbolista observo a su padre, se veía lleno de orgullo al rememorar y a la vez nostálgico. Podía notar que este viaje era algo realmente importante para el.

-Y ahora… ¿Sientes deseos de volver?-El hombre le miró fijo unos segundos para luego darle unas palmaditas en la espalda con una sonrisa.

-Mi vida esta aquí, Takeshi. Solo regresare al reino porque la invitación fue hecha directamente del puño y letra de la reina…

-¡¿La reina?!-Yamamoto abrió los ojos sorprendido mientras su padre solo reía por su reacción.

-Es un reino pequeño, aunque eso no quita el hecho de que es muy poderoso. Tiene una gran influencia y es realmente apreciado. Ha mantenido su prosperidad durante muchos años y eso es digno de admirar. Todo gracias a la reina, debo decir, la conozco bien ya que yo fui su guardia personal, era joven e inexperto, pero ella siempre me trato con amabilidad, pero sin quitarle la dureza propia de su categoría, casi como una madre podría decir. Aunque sabia que no era mas que un empleado a sus servicios, jamás me sentí de tal modo, realmente gozaba con lo que hacia, proteger y resguardar eran mi pasión. Su alteza parecía entenderlo mas que nadie, pero fue la primera en felicitarme por querer hacer mi vida alejado de conflictos…Su carta esta vez decía que debía asistir al cumpleaños número dieciséis de su nieto y si era posible, acompañado de mi tan hablado hijo…-El muchacho escuchó en silencio. Comenzaba a preguntarse como seria aquella familia, la curiosidad le invadía y tal parecía, el profundo entusiasmo de su progenitor se le estaba contagiando…

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Yamamoto estaba atónito, le había costado cerrar la boca luego de observar como aquel interminable paisaje tan solo fuera el jardín trasero del enorme castillo de la familia real. Rodeado de las más maravillosas y coloridas flores que marcaban senderos tan limpios y ordenados que hacían dudar si se podía caminar sobre ellos o no, junto a las piscinas, cuyas aguas cristalinas harían palidecer a cualquier espejo y que se conectaban entre si por majestuosas y radiantes fuentes.

Había perdido toda pista de su padre en cuanto pusieron un pie en aquel sitio digno de una hermosa postal. Había sido una gran locura, mucha gente había recibido al hombre como un gran héroe, preguntándole porque no había vuelto antes para charlar con sus antiguos compañeros. Todos eran antiguos empleados de confianza deseosos de una plática entre amigos, pero en un segundo la multitud se había esfumado y se encontraba ahora rodeado de personas demasiado elegantes, tanto que podía sentir como su intenso brillo cegaba sus ojos. Se sentía realmente como un bicho raro, siendo ignorado por algunos y por otros siendo realmente arrinconado con toda clase de preguntas y conversaciones, pero lo que decían los que le hablaban podría considerarse apropiado para una revista de chismes de la realeza. Se suponía que era la fiesta de cumpleaños del príncipe, pero a nadie parecía importarle que el no estuviera allí, solo se divertían y reían sin parar.

Un minuto entre ellos y ya se sentía sofocado e incomodo, dejándolo en completa evidencia de que no era parte de su mundo. Aun así sonreía, no quería estropear nada, solo esperó a que se aburrieran de su plática y se alejó lo más rápido posible cuando los vio distraerse.

Definitivamente el viaje no había comenzado tan bien, su primer inconveniente había sido separarse de su padre y perderse en aquel infinito jardín lleno de desconocidos muy diferentes a el, aunque eso a el no le afectaba, no estaba seguro si ellos eran tan abiertos de mente y despreocupados como el y no quería quedarse para averiguarlo. Llegaba a entender el porque el festejado no quisiera presentarse a su propia celebración, aquello parecía un banquete dedicado a cualquiera, menos para el.

Caminó perdido entre la multitud sintiéndose tristemente decepcionado, el mundo de colores brillantes que creyó, no era tal a pesar de que todo seguía siendo perfecto. Resplandeciendo como estrellas entre ellos y alejándolo con su destello. Buscó desesperadamente una salida, una tarea difícil en tan enorme lugar y colarse no le parecía lo más apropiado…Solo que el balcón que, ventajosamente para el, se veía un tanto alejado de las miradas y perfecto para escabullirse a cualquier otro sitio le parecía que le llamaba brindándole ayuda para escapar. No creía que a alguien le importara que se metiera a un cuarto si salía rápidamente después, aunque, lo más probable es que nadie estuviera adentro ocupando las habitaciones a esas horas cuando podían estar disfrutando de tan "encantadora" fiesta ¿Quién podría estar en su cuarto cuando afuera estaba tan animado? Miró a todos una vez más antes de comenzar a treparse por la pared, definitivamente nadie de ellos estaría dispuesto a perderse eso. El por su parte solo quería encontrar a su padre y rodearse de los que hace años fueron sus camaradas y no de los que le llamaron un simple sirviente.

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Gokudera cerró los ojos con fuerza. Apretar los puños era una estúpida idea cuando una de tus manos estaba herida por culpa de patéticos arranques de furia, pero no había podido evitarlo, estaba completamente fastidiado. Apenas podía moverse de la cama porque solo a el se le ocurría remojarse en agua fría como un demente, sin embargo, peor que el dolor y el malestar, era el escuchar las risas y como los otros se divertían a su costa atravesar la ventana. Deseaba dormirse de una maldita vez y que toda su frustración desapareciera. No es que deseara estar ahí abajo y celebrar, era absurdo, después de todo no tenia nada que celebrar ni con quien hacerlo, no le agradaba a nadie y el no mendigaría simpatía. Se bastaba el solo, aunque eso derivara en terminar pudriéndose en esa habitación. Apretó los dientes tratando a toda costa de que las lágrimas no salieran hasta que lentamente dejó de luchar contra sus emociones y el sueño se hizo presente.

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Yamamoto pensó en la suerte que tenia al encontrar la ventana del balcón abierta, no se le había ocurrido que esta estuviera cerrada y no imaginaba nada peor que el tener que bajar, no porque le hubiera costado trepar, en realidad había sido mas fácil de lo que pensaba, se lo debía todo a su condición física, si no porque no quería volver a la fiesta ya que no tenia otro plan de huida.

Puso un pie en la habitación, deseoso de llegar al otro lado, abrir la puerta, salir y ponerse en busca de su padre, pero en cuanto sus ojos se acostumbraron a la poca iluminación, comparada con el potente sol del exterior, se dio cuenta que no estaba solo en ese amplio cuarto, por suerte, el dueño de la habitación se encontraba dormido en la cama.

Pensó de inmediato en que si aquel chico, que dormía cómodamente en la cama, no era el príncipe como el de cuentos de hadas que alguna vez leyó, hermoso y brillante, entonces todas esas historias eran mentira o sus ojos deliraban al ver tanta belleza. Tragó en seco, corrió hacia la puerta tratando de que en el transcurso, sus temblorosas piernas no flaquearan torpemente y deseando que su alborotado corazón, no terminara despertando al bello durmiente con sus latidos que resonaban como un tambor con parlantes dentro suyo por culpa del sentimiento de estar invadiendo propiedad privada, mezclado con el de no poder creer que sus mejillas hubieran adquirido una temperatura tan alta al ver solo a otro chico, pero para su desgracia, sus latidos no solo se hicieron más sonoros, si no que también, la puerta no abría.

Se apoyo en la pared y suspiró. No tenía un plan B y no se creía capaz de crear uno, el encontrar a alguien lo sacó por completo de balance a pesar de que la otra persona estaba completamente ajena a su presencia.

Cualquiera diría que era el más afortunado de todos, llegando a una fiesta en la que jamás se imaginó y encontrando a un peliplateado recostado, como esperando al valiente príncipe azul que le rescate de la torre, solo que el no lo era. Solo era un chico normal, lo suficientemente torpe como para perderse y llegar precisamente a donde se encontraba, que vestido con unos jeans y una simple camiseta, mucho menos pasaría por un caballero con brillante armadura.

Aun así, camino hacia el albino, sentándose a su lado, no entendía el porqué, su cuerpo parecía moverse por voluntad propia.

Al final se había equivocado, de todas las habitaciones, precisamente la que escogió estaba ocupada. Sonrió, apartando un mechón de cabello del pálido rostro, secando una lagrima que caía por su mejilla y entonces, sin previo aviso y con sus piernas que claramente no cooperarían en correr para saltar por el balcón, los ojos ajenos se abrieron, dejando a la vista las esmeraldas más preciosas y tristes que nunca en su vida creyó ver.

El desconcierto fue para ambos y duro por unos segundos hasta que Gokudera reaccionó, dándose cuenta de que algo no era como solía ser siempre. Se incorporó prendiendo la luz de la mesa, sin dejar de ver al joven que hacia lo mismo y por algún estúpido motivo, deseó que sus miradas nunca se apartasen.

Tenia que hacer algo, un desconocido estaba en su cuarto, tan cerca que podía sentir su calidez y escuchar su respiración, pero extrañamente no podía moverse. Lo imposible sucedía y lo estaba sobrepasando ¿Como podía ser tan patético como para no reaccionar a algo así?

Al menos debía empujarlo, golpearlo y preguntarle a gritos que rayos quería. Maldijo a la fiebre, mientras veía su reflejo en aquellos ojos miel. Unos ojos en los cuales no vio lo de siempre, no lo juzgaban, solo lo aceptaban tal cual se estaban presentando. Meneó la cabeza rápidamente al darse cuenta de lo delirante de sus pensamientos. Frunció el ceño molesto con si mismo y confuso con respecto a su "acompañante", los movimientos de el eran tan nulos como los suyos.

Movió los brazos acercándolos al moreno, tratando de que estos se dignaran de una buena vez a realizar un simple empujón, pero entonces sus manos fueron sujetadas por un delicado, pero firme agarre por parte del pelinegro. Hizo una mueca antes de abrir la boca para comenzar a reclamarle a gritos, el suave tacto ajeno sobre su mano herida le hacia sentirse ridículamente débil. De seguro todos en el castillo mirarían la escena con orgullo, se estaba comportando como la frágil princesita que querían que fuese.

-Lo siento…-Fue el susurro casi sin aliento por parte del moreno que al notar los vendajes en su mano, le soltó tomándolo entonces de la muñeca. Gokudera aun no podía soltar ni una sola palabra- Solo quería salir de aquella fiesta, creí que no habría nadie y no pensé que la puerta estuviera cerrada…Así que por favor, no grites…- Tartamudeó de forma indecisa, terminando con una sonrisa. El albino acentuó aun más su ceño fruncido y Yamamoto supo entonces que el peliplata no cooperaria aceptando su ruego.

-¡¿Quién rayos…?!- Alcanzó a gritar antes de su boca fuera silenciada. El moreno había cubierto con sus propios labios los ajenos mientras aun sujetaba los brazos del ojiverde. Gokudera abrió los ojos sorprendido, no por la original manera de acallar su voz si no porque en ese instante sus emociones luchaban dentro de el, por una parte, las ganas de matar al moreno a golpes se enfrentaba a sus ganas de cerrar sus ojos y dejarse llevar por aquel muchacho sin nombre, que a pesar de las gruesas paredes de la prisión en la que se encontraba, lo había encontrado.

Continuará…