Hermanos para Siempre - Jim Mizuhara

Capítulo 1

Personajes: Kai & Max

Contenido: Yaoi, Shonen-ai, Lemon, AU

Disclaimer: Ya saben

Observaciones Generales: Bienvenidos, lectores y lectoras, a más una historia! Como es un "clásico", este es más un Kai/Max... futuramente esto va tener lemon, así que de antemano voy avisando, quienes gusten leerlo lo harán, quienes no, falta de aviso no fue. Esto será un shonen-ai, pues planteo la edad de Max como trece años, y la de Kai, quince. Y estarán preguntándose, .¿pero también no debería clasificarse como incesto?. Según mi particular punto de vista, lo sería si fueran hermanos de sangre o al menos parientes, pero como aquí no lo serán ni lejanamente (porque traerán a Kai de otro lugar y se conocerán apenas a esa edad), entonces excluyo la definición; a pesar que serán "hermanos forzados", tanto va si lo son como si se conocieron en el parque de la ciudad XD... bueno, .¡basta de definiciones, y vamos ya a lo que interesa!.


El escritorio quedaba en el séptimo piso del edificio. Por un azar del destino, tuvieron que recorrer siete tramos de escaleras para llegar al lugar, ya que el ascensor estaba estropeado hacía varios días; un poco cansados y sudorosos, la pareja ingresó a un corredor silencioso, observando tanto a izquierda como derecha la presencia de puertas cerradas, todas de un tono rojizo oscuro, mientras que en las paredes las débiles lámparas incandescentes arrojaban luz amarillenta sobre las plaquetas doradas fijadas en los marcos de dichas puertas. Después de golpear brevemente, la pareja ingresó, encontrándose dentro de una amplia sala brillantemente iluminada por luz blanca, con un tapete de caprichosos arabescos verdes en el suelo y cortinas de un neutro tono cenizo en las ventanas, los muebles de escritorio también hacían juego, en una discreta combinación de vidrio transparente y detalles cromados. El aire acondicionado siseaba en un rincón, dejando el ambiente bastante tibio, en comparación al frío inclemente que reinaba afuera. La apuesta e impecable mujer que se sentaba detrás del escritorio hizo un amable gesto para que la pareja se sentara, manoseando al mismo tiempo un puñado de carpetas.

– Bien, señor y señora Tate, creo que después de algunos intentos fallidos de procesar su causa, logramos obtener un resultado favorable. Es todo un logro, considerando las condiciones que ustedes reúnen – dijo la mujer, al tiempo que esbozaba una sonrisa profesional.

– Creo que podemos proporcionarle algo mejor que lo actual – susurró el señor Tate, cuyas manos en su regazo tomaban las de su esposa.

– Me alegro mucho por su decisión – prosiguió la mujer – pero antes que firmen esto, les repetiré todas las advertencias que ya les hicieron: ustedes serán responsables por un problema, que talvez se resuelva o talvez no. Llegarán momentos que desearán desistir de esto, sin embargo, como personas adultas y conscientes que son, serán constantemente avaliados en cuanto a su desempeño, de modo que el motivo de la desistencia no sea culpa exclusivamente del que llevarán a casa. Así como les ha costado obtener estos documentos, de la misma forma será dificultoso librarse de ellos, caso ustedes piensen hacerlo futuramente, y además tendrán problemas de orden legal. Periódicamente les visitaremos en su casa, para verificar ciertas condiciones básicas y para una entrevista particular. .¿Todo esto es claro para ustedes?.

– Ciertamente – dijo la señora Tate, con firmeza – estamos plenamente conscientes de esto.

– Muy bien, aquí tienen la pluma, firmen aquí, aquí y aquí…

En el silencio que de pronto se hizo en el escritorio se escuchaban apenas el siseo del aire acondicionado, las respiraciones de las tres personas y el incisivo rasgueo de la pluma sobre el papel. Las firmas quedaron impresas en los papeles, la mujer asintió, mientras volvía a acondicionarlos en su respectiva carpeta.

– Esta copia queda con ustedes – indicó la mujer – y esta para los archivos. No tengo nada más que desearles buena suerte – concluyó, al tiempo que todos se levantaban y se apretaban las manos.

La pareja salió con las manos dadas, el señor Tate empuñaba los papeles cuando atravesaron la puerta y desaparecieron. Por su parte, la mujer soltó un corto suspiro, meneando la cabeza compasivamente, caminó unos pasos hasta un archivador y deslizó entre centenares de carpetas anónimas la carpeta que tenía en manos, el cual poseía una adusta etiqueta: Hiwatari, Kai.

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El rechinido de los neumáticos apenas fue oído por el chico dentro de su habitación. Estaba demasiado entretenido por los impresionantes gráficos en tres dimensiones del más reciente videojuego lanzado en el mercado, juego ese donde los automóviles podían ser totalmente personalizados de acuerdo con el gusto del jugador, incluso pudiéndose comparle piezas y cambiarle el color de pintura, a cambio de vencer las más complejas y largas pistas de carreras en el que el tiempo era factor fundamental. Los nerviosos dedos del chico presionaban con rapidez los botones del joystick, su concentración fue interrumpida con brusquedad al tiempo que su madre entró en su cuarto, apenas iluminado.

– Maxie, querido… necesito que vengas en la sala un rato.

– Ya enseguida, mamá.

Se pasaron cinco minutos, en los cuales Max no apareció en la sala. Sus padres esperaban en el sofá, impacientes. Max estaba muy ocupado en el preciso momento que su padre lo llamó, justo cuando estaba en el tramo final del juego.

– .¡Maximilian Tate, ven a la sala ya!.

El chico dio un respingo al oír la retumbante voz de su padre haciendo eco por las escaleras, por una reacción involuntaria desconectó el juego de la tomada de corriente misma. Con pasos rápidos llegó a la sala, mirando a sus padres con expresión arrepentida; reunión particular en la sala… mala señal, iban a regañarlo.

– Max, tenemos algo importante a decir – comenzó su padre, con tono superior y que no permitía réplica.

– Exacto… tendremos a otra persona viviendo aquí, con nosotros – siguió su madre, con voz conciliadora.

– .¿Persona?. ¿Quién?. – indagó Max, arqueando las cejas. Se sentía aliviado interiormente pues no era el objeto de la conversación.

– Es un chico llamado Kai. El punto es que él, al contrario de ti, no tiene dónde vivir – dijo el señor Tate, apoyando los brazos sobre el sofá.

– .¿Y sus padres?. – susurró Max.

– No tiene padres – explicó su madre – por eso lo traeremos aquí.

– Eso significa… que ustedes… .¿van a adoptarlo?. – concluyó el estupefacto chico, intentando asimilar la realidad del hecho, pero luego agregó, como para consolarse – bueno, talvez el niño pueda…

– El punto es que no se trata de un niño, técnicamente – interrumpió su padre – es dos años mayor que tú.

– .¿Quéééé?. .¿Es un chico de quince años?. .¡Ustedes… ustedes no pueden traer una cosa de esas a casa!. – protestó el chico, en tono indignado.

– .¡Max, no hables en esos términos!. – lo reprendió su madre, con el ceño fruncido – no todas las personas son afortunadas, como tú, que posean padres, un hogar y todas las cosas que desean. Además, no dará el trabajo que un chico pequeño daría. Entonces es bueno que te acostumbres a la idea.

– .¿Cuánto tiempo quedará aquí?. – preguntó el chico, resignado.

– Si lo traemos, es porque se supone que estará aquí para siempre – respondió su padre, en tono aburrido – la idea no es tan mala así, Max… tendrás un nuevo amigo, y también un hermano, .¿acaso no deseabas siempre eso?. Verás que todo saldrá bien – concluyó, sonriendo.

El chico asintió, perdido en sus pensamientos. .¿Por qué nunca le informaban de las cosas con más antecedencia?. Todo lo que él conocía como siendo su sistema de vida sería modificado, no sería más el centro de las atenciones, y tendría que compartir cosas… un concepto evidentemente abstracto para él. Por alguna extraña razón, cuando su padre le mencionó la edad que tenía le vino a la mente a los bravucones de su escuela, que tenían esa misma edad, y que no cesaban de hacer la vida imposible a él y a cualquiera que tuviera menos edad. La perspectiva de tener uno de esos ejemplares en su propia casa era suficiente para dejarlo receloso. Todo lo que él necesitaba era enredarse en problemas con alguien en su hogar y luego en la escuela, también; por esa época, las vacaciones de invierno habían iniciado, con los primeros cristales de nieve cayendo en las aceras y blanqueando los tejados de las casas, en un clima que antecipaba las festividades navideñas y de fines de año. Por lo general Max no salía mucho de casa, dado que las nevascas obligaban a quedarse adentro, aunque nada le impedía salir al patio y montar sus fortificaciones de hielo y sus vigilantes de nieve.

– .¿Y dónde lo pondrán?. – preguntó el menor, sin saber qué más podría hacer.

– Bueno… la idea era que quedara en la habitación vacía, cerca de la cocina, pero como aún falta hacer algunas reparaciones en las paredes de ese cuarto, provisoriamente lo pondremos en el tuyo. Hay suficiente espacio para colocar otra cama repegada contra la pared – explicó su padre.

Los brillantes ojos azules del chico se estremecieron brevemente. También de esta vez otro pensamiento lo perturbó: un chico perfectamente desconocido en su habitación, de noche… no podría dormirse con tanta confianza. En su inconsciente ya lo había rotulado como teniendo el mismo perfil de los chicos que temía en su escuela, sin siquiera haberlo conocido. El principal problema que Max tenía era su carácter dócil e ingenuo, hecho que facilitaba hacerse de amigos pero también le traía problemas con personas que consideraban esas característica como rasgos debilitantes de la personalidad, de modo que siempre estaba en la inminencia de que alguien lo lastimara. Y su instinto le decía que ese chico sería como ellos.

Con un suspiro de resignación, Max recostó su cabeza sobre el respaldo del sofá, no podía hacer nada, excepto esperar por lo peor.

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Cinco días después que se dio la conversación en la sala, Max quedó a solas, mirando por los cristales. Su creciente ansiedad no era mitigada por ninguna actividad, ningún juego o programa de televisión lo convencería a despegarse de la ventana, através de la cual atisbaba en la calle; hacía media hora que sus padres se dirigieron a algún lugar misterioso, que Max no pudo comprender, para finalmente traer a Kai en su casa. Después de lo que pareció una eternidad, el chico percibió en el horizonte los contornos del automóvil de su padre, acercándose sin prisa, pues el hielo convertía las calles en un peligro potencial; su corazón, que ya estaba acelerado, parecía retumbarle en los oídos cuando dobló despacio y se metió en el garaje, comprimió la nariz contra los fríos vidrios de la ventana, intentando ver más, sus nerviosas manos limpiaban torpemente el vapor que nublaba la ventana a causa de su respiración.

Finalmente pudo ver a Kai, allá abajo. No era lo que él había pensado, .¡Era peor, mucho peor!. Era más alto que él, delgado, brazos torneados que obviamente estaban acostumbrados a golpear personas por la diversión de verlas sangrando, mirada fría, aterradora, petrificante. La impresión que Max se llevó fue suficiente para apartarse de la ventana, asustado, corrió silenciosamente por todos los aposentos de la casa, intentando ocultarse, evitando lo máximo posible tener que encontrarse con aquel chico que, horas después, estaría durmiendo en su habitación, a escasos dos metros de él. Su estrategia resultó por un espacio de quince minutos, momentos en los cuales sus padres estaban descargando las pertenencias del chico y no cesaban de hablar, a la vez iban y venían en la sala, la cocina y la habitación de Max. El ojiazul prestaba atención a las palabras que escuchaba, pero por alguna razón no oyó ninguna que saliera de la boca del chico que trajeron. Como era de esperarse, sus padres comenzaron a buscarlo y registraron todas las habitaciones de la casa, hasta dar con Max.

– .¡Papá, no!. .¡No tengo ganas de conocerlo!. – protestaba Max, intentando librarse de las manos de su padre.

– .¿Pero qué timidez repentina es ésa, Max?. Vamos, no te hará nada, es un buen chico – aseguraba su padre, mientras a empujones llevaba al ojiazul hasta la sala.

Cuando llegaron, ambas miradas se cruzaron al aire. Como siempre sucede, la primera impresión es la duradera, los dos chicos comprendieron instantáneamente las características y debilidades del otro con apenas mirarse. Kai observó aquellas temerosas y sumisas orbes azulinas, mientras Max apenas podía sostener la mirada contra los rubiáceos ojos del recién llegado, en los cuales parecían arder brasas incandescentes, trasluciendo odio, indiferencia, dolor… un pequeño empujón de su padre le recordó algo que la primera impresión le había olvidado.

– M-Mucho gusto, mi nombre… es Max – tartamudeó el menor, alzando la mano con todo el poco valor que le restaba.

El chico mayor no se inmutó, sentado en el sofá con los brazos cruzados. Escrutaba a aquel chico rubio y pecoso con la misma indiferencia con que se aplastaría un insecto, pensando en lo profundo de su mente en qué clase de hogar lo habían mandado por la enésima vez. La última casa donde había vivido también tenía un par de chicos, los cuales lo habían fastidiado lo suficiente como para golpearlos hasta que un vecino fue a separarlos, y desde entonces era considerado un problema ambulante cuando se trataba de conseguirle un hogar. Un carraspeo del señor Tate le indicó al ojirubí que debía corresponder al saludo, y que ésas serían las normas que tendría que seguir de ahí en adelante.

Tomó la mano helada y temblorosa de Max, pero no se dignó de presentarse. Una cosa que Max deseaba fervientemente en esos momentos era… que el mundo acabase; sin dejar de mirarlo soltó de nuevo su mano, cruzándolo instintivamente. Otro carraspeo del señor Tate.

– Kai Hiwatari – dijo el chico, con una voz que podía ser de ultratumba.

– Muy bien, ahora que se han presentado ya, pasemos a la cocina – indicó el padre de Max, cuya percepción no alcanzaba la misma frecuencia con que los chicos estaban conectados, los cuales no estaban precisamente felices de haberse conocido.

El chico rubio insistió en tomar la delantera, caminado lo más rápido posible, mientras que Kai los seguía, impasible. El almuerzo estaba puesto en la mesa, y ciertamente que los cuatro reunidos alrededor de ella no hizo que la conversación fluyera con facilidad, principalmente porque Max se negaba a abrir la boca; el ojiazul aún estaba con una mezcla de confusión, resentimientos y temor respecto al más nuevo huésped, por su lado, a Kai no parecía importarle un comino todo aquello.

Mientras sus padres se esforzaban por arrancarle aunque sea algunas palabras, Max se retiró de la mesa, terminando a una velocidad sorprendente. Entró en su habitación a oscuras, corrió las cortinas y encendió la luz, allí pudo ver las pertenencias del chico, al pie de la otra cama que ahora ocupaba el aposento. Intentó hacer caso omiso a aquellos pocos maletines, pero una y otra vez se preguntaba qué podría poseer aquel extraño chico. Con expresión ceñuda se sentó en la cama, cruzando los brazos y contemplando fijamente los bultos, meneaba nerviosamente las piernas; no soportando más la curiosidad, se acercó a mirarlos de todos lados, examinando cualquier particularidad que hubiera. Sus dedos se dirigieron hacia uno de ellos cuando, antes de alcanzarlo, otra mano lo tomó del puño con fuerza, impidiéndolo. El asustado ojiazul vio que era Kai, cuya expresión de energúmeno lo asustaba de veras.

– No toques mis cosas – dijo el bicolor en tono amenazante, apretando más el pulso de Max.

– Y-Yo apenas… queria ayudar… - gimoteó el chico, con dolor.

– Si quieres ayudar, .¡No cruces mi camino!. – dijo Kai ríspidamente, a la vez soltó con brusquedad al rubio.

El labio inferior del ojiazul se estremecía ligeramente cuando se acurrucó en su lecho, mientras el bicolor abría cuidadosamente sus maletas y de ellas sacó sus ropas, que a los ojos de Max parecieron extrañas, nunca antes había visto como aquellas. De otra maleta sacó una serie de cajitas de madera, cuyo misterioso contenido era asegurado por lazos amarrados con destreza, también algunos libros de tapas oscuras, los cuales parecían muy gastados por el tiempo y el uso.

Cuanto más observaba en silencio a aquel extraño chico con quien compartiría la habitación, tanto más le entraba la curiosidad por saber más de él, cada objeto que sacaba de sus maletas eran blanco de una interrogante que no se atrevía a expresar. Como las cajitas de madera con su resonante contenido, .¿qué habría allí adentro?. Y esos libros, .¿qué asuntos le agradaba leer?.

Se levantó de pronto cuando vio a Kai dirigiéndose a la ventana, lo abrió, dejando entrar una gélida corriente de aire. Su rostro serio miró primeramente el cielo, después dirigió la vista hacia abajo, estaban a una altura considerable pues la habitación de Max estaba en el segundo piso. El chico puso un pie sobre el alféizar de la ventana, luego el otro, permaneció agachado sobre escasos centímetros; Max quedó perplejo, .¿qué pretendía Kai?.

– .¡Kai!., es peligroso allí, .¿qué haces?. – indagó Max, temeroso.

– .¿Y eso a ti qué te importa, niño tonto?. – replicó Kai, con voz impasible, al tiempo que abría los brazos y, medio segundo después, se dejó caer al vacío.

– .¡Kai!.

El sorprendido chico rubio se acercó presuroso a la ventana, totalmente transtornado con la escena que vió. Había pensado en todas las peores posibilidades cuando miró hacia abajo, no esperaba ver sangre. Y en realidad no lo vió, pero sí a Kai poniéndose de pie, sacudiéndose la nieve de los pantalones y caminando sin prisa por el jardín, hasta llegar a la muralla que también saltó como si fuera un obstáculo insignificante.

– .¿A dónde va Kai?. – preguntó el señor Tate, quien estaba al lado de Max y fue atraído por su exclamación.

– N-No sé… - replicó el chico, confuso por lo que veía.

– .¡No hace dos horas que está aquí y ya planea escapar!. – dijo su padre, con tono furioso, al tiempo que bajaba ruidosamente las escaleras. Instantes después salió por el portón del garaje.

Minutos después regresó, el rubio quedó sorprendido al ver a su padre trayendo a Kai sujeto por el brazo. Encerrado en su habitación, Max pudo oír la discusión que se desató en la sala de la planta baja, las voces de su padre y de Kai resonaban por las escaleras, también la voz de su madre era presente, aunque menos frecuente y en tono más conciliador. Por último, para desconcierto de ambos chicos, el señor Tate ordenó a Kai que fuera a su habitación y no saliera de allí hasta que lo ordenase.

Instintivamente el chico rubio se encogió en el rincón de su lecho al ver al bicolor entrando, con cara de pocos amigos, dio un portazo y se sentó bruscamente en la cama. Miró hacia todos los lados, excepto hacia donde Max estaba, corrió las cortinas y volvió a abrir las ventanas. Temiendo que el chico repitiera su hazaña, el ojiazul estaba a punto de hablar cuando Kai se volteó, hurgó entre sus cosas y sacó uno de aquellos extraños libros que se había traído consigo. Cruzó las piernas sobre el alféizar, mientras el viento hacía ondear sus cenizos cabellos, abrió el volumen donde estaba un marcador.

La curiosidad de Max era suficiente apenas para mantenerlo diez minutos en su sitio, terminado el plazo estiró el cuello todo lo que pudo para intentar ver algo de las amarillentas páginas que Kai iba hojeando; la imposibilidad de ver claramente hizo con que se levantara, sus pasos silenciosos no delataron su presencia más cerca de Kai, absorto en la lectura. Ni estando a corta distancia conseguía leer, los párrafos estaban escritos en un alfabeto incomprensible, con letras que parecían invertidas y otras completamente extrañas. El bicolor se volteó, iba soltar probablemente una maldición pero el hecho de que Max no lo estaba molestando de forma directa lo hizo callar.

– .¿Qué lees? – preguntó Max, con una curiosidad infantil que era imposible disimular.

– Mira – replicó Kai.

– Lo veo, pero… no se entiende. Las letras parecen estar mal escritas – susurró.

– .¡Hmpf!. – refunfuñó Kai – si ves y no lo entiendes, significa que eres un niño tonto – rezongó el bicolor, enfadado.

– .¿Pero qué culpa tengo si están al contrario y mal escritas?. – preguntó Max, encogiéndose de hombros.

– Para tu información, no están mal escritas ni invertidas, niño tonto y desinformado – replicó Kai, impaciente – apenas están escritas de otra forma. Es un alfabeto distinto, llamado cirílico.

– Ci… .¿qué?.

Cirílico, niño tonto, desinformado e incapaz. Lo que ustedes aprenden aquí a escribir no es la única forma de hacerlo en todo el mundo. Existen muchas formas diferentes de escribir – explicó Kai, luego calló - .¡Hey!. .¿Por qué tengo que estar explicándote esto?. .¡Vete de aquí y no me fastidies!.

– .¡Qué fascinante!. – replicó Max, con los ojos muy abiertos y sonriendo- .¿Me lo enseñarías?.

El bicolor se detuvo para mirar al chico rubio. Analizó su expresión concienzudamente, buscando algún error, alguna falla, y la única cosa que pudo concluir era que Max lo decía de veras, con un genuíno interés de su parte; ese interés que había en sus palabras era algo que Kai no reconocía muy bien, dadas sus experiencias anteriores, por eso quedó un poco turbado ante la propuesta.

– Quizás. Un día de estos – fue la reticente respuesta del bicolor.

– .¿Y cómo se llama el libro?. – preguntó de nuevo Max.

Los hermanos Karamazov, de Dostoievsky – dijo Kai, impaciente – oye, .¿pretendes hacerme preguntas hasta qué horas?.

– L-Lo siento – murmuró el ojiazul, agachando la cabeza.

El bicolor se detuvo nuevamente para observar a Max. Su expresión verdaderamente arrepentida lo impresionó, sus orbes clavadas al suelo lo comprobaban; Kai cerró el libro y lo arrojó sobre su cama, abrazó sus propias piernas y luego de observar unos minutos más al rubio, dirigió su vista al cielo plomizo, de donde caía los cristales de nieve.

– Quizás no seas malo del todo – sentenció Kai, extendiendo su mano para recoger algunos flocos de nieve que caían.

– .¿A qué te refieres?. – indagó Max, levantando la mirada.

– A que no pareces ser como los otros chicos, en las otras casas donde he vivido – contestó el bicolor – todos eran un fastidio.

– .¿En cuántas casas más has vivido?. – las preguntas del chico rubio se sucedían tan pronto tenían oportunidad de plantearse.

– Muchas. Desde antes de aprender a contar ya han sido varias, y siempre pasa lo mismo – dijo Kai, suspirando – veamos cuánto tiempo más quedaré aquí.

– .¿Y por qué te han mandado fuera?.

– Por cualquier motivo. En la última había un par de chicos insoportables que no tenían una idea clara del significado de respeto y límites. Se pasaban tocando, rompiendo y robando mis cosas y todas sus estupideces me lo culpaban a mí, así que sus padres vivían regañándome – dijo el bicolor, apretando con fuerza el puñado de nieve que se había formado en su mano y dejando escurrir las gotas de agua – entonces un día les proporcioné una buena razón para regañarme, además de plantar bien en la cabeza de aquellos imbéciles la noción de respeto.

– .¿Q-Qué has hecho?. – preguntó Max, temiendo la respuesta.

– Les rompí la nariz de un puñetazo. Sangraron un bocado y corrieron adentro, llorando como dos niñitas, pero se merecían. Después de eso me devolvieron y ahora estoy aquí – contestó Kai, esbozando una sonrisa más bien irónica – y tú no me pareces ser del tipo que romperé la nariz antes de largarme.

Ese era el tipo de información que Max no quería recibir, aunque interiormente sabía que Kai sería capaz de tales cosas. Sin embargo, sus palabras no sonaban más irritadas como al comienzo, talvez le haya inspirado confianza suficiente como para no actuar con él de forma brusca.

– .¿Dónde te mandaban de vuelta?. – inquirió el rubio.

– A un hogar sustitutivo, que es donde prácticamente me he criado. Allá también hay muchos otros niños, todos son unos rechazados como yo – comentó el bicolor, mirando al cielo – y no creo que nuestra suerte cambie tan pronto.

– Tú estás aquí – le hizo recordar el ojiazul.

– Si dijera eso desde la primera vez, no estaría aquí – replicó Kai – he repetido demasiadas veces el camino de vuelta para saber cuándo será la última vez que regresaré allá.

En el silencio posterior a ese diálogo, el padre de Max subió las escaleras para anunciar a Kai que podría salir de la habitación, el bicolor reaccionó con desprecio ante el anuncio, pero el señor Tate hizo caso omiso, comprendía que necesitaba tiempo para adaptarse a las nuevas reglas. Su mirada recayó nuevamente sobre Max, el chico rubio soportó tal actitud hasta que no tuvo más opción que preguntar:

– .¿Qué miras?.

– Te miro a ti – respondió el bicolor – me recuerdas a un amigo mío.

– .¿Cómo se llama?.

– Yuriy. También vivía en el hogar sustitutivo, sus ojos eran parecidos a los tuyos. Y me gustaban muchísimo – dijo Kai, irguiendo significativamente las cejas y esbozando una media sonrisa.

– Eh…y, .¿Dónde está ahora?. – balbuceó Max, como si la respuesta lo incluyera personalmente.

– Sabrá el demonio. Otra familia se lo llevó hace un mes atrás, quizás no lo vuelva a ver más – contestó, en tono triste – éramos buenos amigos durante unos tres años, más o menos. Incluso dormíamos juntos.

– .¿Ustedes hacían… qué?. – exclamó el rubio, con los ojos desorbitados.

– .¡No es nada de lo que piensas, tonto!. – dijo el bicolor, meneando negativamente un dedo – se trata que allá dormíamos todos en una habitación, las camas apilonadas unas sobre otras, .¿comprendes?., y siempre habían los chicos que trataban de hacerles tonterías a uno, como meterle grillos o saltamontes bajo las mantas o derramar sus vasos de agua en las entrepiernas. De modo que para evitar eso dormíamos a los pares… bueno, eso para quienes tenían amigos por quienes confiar. Si dormías solo era más probable que te hagan cualquier cosa. También durante el día andábamos en pares o grupos, para evitar que nos golpearan, siempre había un chico más grande que trataba de imponerse y eso no podíamos aceptar.

Toda esa explicación hizo viajar la imaginación de Max, creando en su mente un mundo extraño e inhóspito, donde paredes grises y sucias se erguían como murallas de prisión, por los barrotes carcomidos se veían a los mismos chicos que temía en la escuela y otros tantos más que no conocía, y al sonar de una campanilla todos estaban merodeando por el mismo patio, víctimas y victimarios intercambiaban miradas recelosas, mientras el chico rubio estaba en medio de toda esa pesadilla, solo, con una decena de ojos clavados en él, ansiando ser el primero en lastimarlo, darle un empujón que lo derribara al suelo. Sacudió la cabeza, asustado, intentando disipar esas terríficas divagaciones.

– Claro que, después de algún tiempo durmiendo así, uno acaba descubriendo cosas nuevas – agregó Kai, en tono completamente ambíguo – nuevas y agradables, también.

– .¿C-Cómo?.

– Hum, .¿cómo podría explicártelo?.… bueno, no tiene explicación, si nunca lo has sentido entonces no comprenderás.

– .¿A-A qué te refieres?. – tartamudeó Max, nervioso por conocer la respuesta.

Kai no se lo dijo en voz alta, apenas dejó que sus labios formaran las palabras lentamente, de modo que el chico rubio fue captándolas una a una, hasta que finalmente comprendió. No sólo lo comprendió, como se sonrojó abruptamente ante el cuestionamiento.

– .¿E-Eso?.…bueno, yo… n-no sé a ciencia cierta, pero… ya he sabido…

– Hmmm… quizás aún no tengas un conocimiento más extenso sobre eso, pero no te preocupes, llegará el día que no necesitarás más explicaciones – replicó el bicolor, guiñándole un ojo.

– .¿Eh?.

– La teoría no conduce a ninguna parte, verás que no. Cada uno tiene su forma particular de descubrirlo, nosotros lo descubrimos así – sentenció Kai, antes de dejarse caer nuevamente por el borde de la ventana.

– .¡Kai!.

El tiempo que Max llevó hasta llegar al alféizar fue suficiente para encontrar a Kai abajo, asombrosamente intacto, sacudiéndose la nieve mientras examinaba el jardín cubierto de hielo. Apresuradamente el rubio bajó las escaleras, hasta darle alcance.

– No hagas más eso, Kai. Puedes lastimarte y me asustas cuando lo haces – lo regañó Max, visiblemente molesto.

– Primero: si me lastimo no importa a nadie. Segundo: si te asustas o no, es problema tuyo – replicó Kai con altivez.

– .¿Dónde vas?.

– A ninguna parte, apenas deseo andar por aquí, quizá no dure mucho antes de marcharme – repuso el bicolor, observando los pocos caminantes que se aventuraban a andar por las veredas cubiertas de hielo. A lo lejos se veía el débil resplandor de un lago congelado, donde algunos niños patinaban sobre el hielo, tan lejanos que sus siluetas eran poco visibles.

– .¿Qué desearías hacer?. – dijo Max.

– Hmmm… .¿Ya te has dado cuenta de eso?. En todo este tiempo la única cosa que me has hecho es preguntas y más preguntas, no me has referido nada de interesante. Y yo me canso fácilmente de contestar indagaciones fútiles – replicó Kai, en tono aburrido – bueno, talvez no tengas nada para decirme. Mi vida, particularmente, es una basura, pero nunca podré quejarme de que es monótona.

– .¡Kai, no digas cosas así!. – protestó Max, molesto.

– Y también has repetido mi nombre unas mil veces, llego a la conclusión de que te gusta. Apenas cuídalo para que no se gaste muy pronto.

Max frunció el ceño, el bicolor estaba tan acostumbrado a las demostraciones de ira de los demás que terminó ignorando esta también. Reconocía diversos tipos, y la que el rubio exhibía era del tipo inofensivo y pasajero, en un par de horas lo olvidaría.

– A veces quiero saber por qué mis padres te trajeron aquí – murmuró el rubio entre dientes, al tiempo que se volteaba y entraba en su casa.

El bicolor se apoyó contra la verja metálica, con las manos cruzadas bajo el mentón, contemplando los árboles sin hojas, las personas abrigadas dando pasos en falso sobre el hielo, la nieve en las aceras, las lucecitas navideñas y aún los chicos que seguían patinando indolentemente en el lago, meneó la cabeza y murmuró:

– Yo también quisiera saber por qué rayos tus padres tuvieron que traerme justamente aquí… Max.


Y hasta aquí el primer capi, espero que les haya gustado. Seh, el chico ruso está de lo peor, y no es para menos... pero en los capis subsiguientes se pondrá mejor, si trata así a Max en lo que sigue, creo que no tendría más capítulos esta historia xD... espero sus opiniones, y hasta pronto!