Por Siempre Juntos
Angie C.
Bueno, espero q les guste la secuela y muchas gracias a todas las que me siguen en estas locuras q escribo...muchas gracias.
Capitulo 1
Estaba sentado en su habitual banca dentro de aquella facultad de medicina que había sido casi su refugio durante todo este tiempo; lo triste es que en breve abandonaría el recinto para realizar su internado y servicio social. Su cabello era más corto de lo que solía dándole un aspecto más maduro y le agradecía al cielo haber sufrido los beneficios de la edad que lo hacía ver mucho más varonil que antaño: una espalda ancha, un par de centímetros más a su altura y la loción que emanaba de su piel lo hacían parecer todavía más refinado.
Seguía leyendo aquel libro que en una ocasión Emmett le regaló cuando cumplió 20, lo irónico era que hasta un año después había encontrado tiempo para leerlo. Desvió su mirada gracias a un rayo de sol matutino y suspiró cansado.
– "Fue difícil dejar de recordarla" –concluyó en contradicción a pensamiento iniciando de nuevo su lectura en silencio.
–¡Qué bueno que te encuentro! –la voz de Francis lo había espantado.
–No me digas… necesitas dinero –resopló un tanto fastidiado por la interrupción.
–Si serás menso –se defendió inmediatamente –, aun no es mi hora de comida… como sea, tienes que saber que Elizabeth te está buscando.
–Oh… –suspiró desinteresado.
–¿Sólo "oh…"? ¿Eres idiota acaso? –preguntó con deje molesto –, desde que entramos a la carrera se muere por salir contigo y creo que su obsesión ha aumentado…. De cualquier modo ya te he avisado, tú decides si quedarte aquí tirado o moverte para que no te encuentre.
–Si bueno… gracias Franz –dijo abandonando su libro totalmente –, he pensado y creo que saldré con ella –admitió con un ligero brillo entre la opaques de sus ojos esmeraldas.
Francis lo miró incrédulo y cómo no hacerlo si Edward era un tanto más reservado y loco de lo normal; sin duda nunca acabaría de entender cada decisión que su amigo tomaba.
–A ver… ¿la rechazaste durante tres años y faltando un semestre para terminar la carrera decides hacerle caso? –preguntó con un poco de desconcierto.
–No… solo digo que dejarla con las ganas de salir con un galán como yo podría ser malo para su salud mental –habló queda y sátiramente pasándolo de largo al notar que la susodicha se acercaba.
–¡Edward! –gritó de alegría Elizabeth antes de brindarle un inesperado abrazo.
–Eli… –saludó intentando ser amable con ella –: te queda el blanco –dio un cumplido acompañado por su suave sonrisa.
–Bueno… creo que a ti también –bromeó –, de cualquier modo gracias –se sonrojó –. Te estaba buscando par a invitarte a tomar un café en la tarde, ¿qué dices o me vas a rechazar como siempre?
–Hoy estás de suerte –contestó coquetamente Edward –, paso por ti a las 7.
–Perfecto –anunció alegre –, ya sabes donde vivo –recitó encantada.
–Bueno, tengo clase de Medicina Legal… nos vemos en la tarde –confirmó en despedida antes de tomar su libro y su mochila casi vacía para retirarse.
Se fue del lugar, dejando en el amplio patio tanto a su enamorada como a su mejor amigo; llevaba plasmada un sonrisa en su rostro por lo fácil que había resultado la invitación a Elizabeth, ahora esperaba que su suerte no se esfumara al presentar su examen y es que le aguardaba un largo día.
Elizabeth giró sobre su propio eje con felicidad notando, al fin, la presencia de Francis; sin decir nada y sintiendo que esta era su oportunidad de oro con Edward, lo dejó solo para regresar a la cafetería junto con sus amigas.
Si no hubiera sido porque una de sus compañeras se lastimó el tobillo mientras baja las escaleras del edificio poniente, donde estaban los laboratorios, su mañana hubiera pasado sin pena ni gloria ya que el examen se había pospuesto para la próxima semana. Justo en este momento se encontraba manejando hacia su departamento a un par de minutos de la universidad.
Tan pronto como llegó se despojó de sus pertenencias para darse una rápida ducha. Comió dos rebanadas de pan que encontró en su alacena y se dedicó a terminar su lectura recreativa; no se preocupaba por el estudio… ya tendría toda la noche para hacerlo.
Cerca de la hora acordada se alistó dejando en el olvido el uniforme blanco para sustituirlo por un pantalón de vestir negro que hacia juego perfecto con la camisa de tono turquesa que se había puesto. Se había vestido con calma cuidando cada detalle suyo, incluso, había decidido quitarse el anillo que lo ataba a su pasado y aunque declarara ya no recordarlo el pequeño objeto de oro se había convertido en parte de él.
Era la primera vez que salía con una chica en mucho tiempo, estaba ansioso y temeroso, aunque no esperaba que Elizabeth lo supiera. Sin embargo una pequeña parte dentro de él anhelaba que si las cosas funcionaban lo hicieran sin prisa porque tanto tiempo sin darse una oportunidad le ocasionaba que esta ocasión fuera, en cierto grado, compleja. Tomó las llaves de su auto y salió del apartamento dejando el rastro de su colonia tras él.
No tardó mucho en llegar a la casa de Elizabeth, arribó solo cinco minutos antes de las siete. Tocó el timbre y sin tener que esperar al menos un poco la madre de Elizabeth lo recibió con un grato saludo:
–¡Nos vemos de nuevo! Espero que hayas estado bien –anunció con una alegría que logró incomodarlo.
–Señora… – saludó a la mujer, de unos cincuenta años, que tenia de frente la cual parecía estar siempre demasiado feliz.
–Sabes que puedes tutearme Edward –le dijo abrazándolo cálidamente–. En un momento baja. ¿Gustas pasar? –invitó.
–Muchas gracias, la espero aquí –respondió con una sonrisa declinando la invitación.
–De acuerdo… –concordó vagamente–, al parecer ya no tendrás que esperar –habló al ver a su hija bajando por las escaleras; vestía mezclilla con una blusa verde y un par de tacones que aumentaban su estatura.
–¡Qué puntual! –saludó.
–Bueno chicos, me retiro –se despidió la madre de Elizabeth.
– ¿Te parece si nos vamos? Creo que te debo una taza de café –le recordó Edward tan pronto estuvieron solos.
–No se diga más…
Iniciaron su relajado paso hasta el blanco auto de Edward el cual, por mera cortesía, abrió la puerta del copiloto para que Elizabeth entrara. Cuando los dos estuvieron dentro solo una superficial charla les acompañó hasta su destino.
–Nos puede traer dos capuchinos, por favor – ordenó galantemente Edward al joven mesero que les atendía dentro de aquel lugar acogedoramente atiborrado de personas.
El mesero se retiró observando fijamente a la bella rubia que lo había cautivado con ese par de ojos azules que poseía ganándose una sonrisa por parte de ella.
–Parece que le gustaste –comentó divertido al notar el hecho.
–¿Celoso? –pregunto sugestiva.
Edward se río discretamente antes de hablar:
–No… no es eso –aclaró al tiempo que la desilusión aparecía en Elizabeth –, es que simplemente es divertido ver su cara con esa impresión embelesada.
–Mira quién lo dice –soltó jubilosa –, tú estás igual o peor que yo…
Ambos sonrieron al tiempo que su plática fluía entre risas, indirectas y comentarios absurdos solo hasta el momento que Elizabeth tornó la conversación más seria:
–Y qué me dices… ¿tienes hermanos? –se mostró interesada.
–Más de los que quisiera –bromeó dándole el último sorbo a su bebida–; soy el menor. Está Emmett que el mayor y Alice que bueno, siempre se la pasan molestándome.
–A mi me hubiera gustado tener hermanos –declaró –, soy hija única y no ha sido muy divertido –comentó con una sonrisa –, te has de llevar bien con ambos, ¿no?
–Definitivamente, sobre todo con Alice a pesar de que cuándo era chico ella y Emmett me molestaban todo el tiempo –sonrió al rememorarlo–. Desde que me vine para estudiar no los he visto tan seguido…
–Eso debe ser horrible… aunque de seguro los disfrutas al máximo en las vacaciones. Debes de recordar los viejos tiempos cuando se reúnen tus hermanos, ¿no? Ya sabes todas esas bromas –comentó –, ¿y qué están estudiando ellos?
–Alice está estudiando diseño textil y mi mamá la está apoyando para iniciar un pequeña empresa –habló tratando de recordar los últimos planes que su hermana le había mencionado –, y el loco de mi hermano pretende ser contador; se graduó hace un año.
–Se nota que no le tienes mucha fe –dijo en broma.
–No es eso, es sólo que es demasiado infantil –sentenció –. ¿Gustas algo más? –preguntó al notar que la taza de Elizabeth también estaba vacía.
–No, gracias –le regaló una sonrisa–. Y cuéntame más de ti; ¿qué haces los fines de semana? Nunca te veo en la facultad ni en las fiestas.
–Es que nunca estoy –contestó con un deje de broma–. Le ayudo a mi padre en el hospital, aquí en la ciudad.
–Que interesante… es por ello que siembre has ido adelantado –declaró convencida.
–Probablemente –concordó distraído mientras pedía la cuenta –, ¿te parece si caminamos un poco? Hay un parque muy bonito a dos cuadras y te aseguró que te encantará ver la luz de luna.
–Encantada.
Y tan pronto como Edward pagó la cuenta, salieron de la cafetería disfrutando la fresca brisa del anochecer en sus rostros. Llegaron hasta el parque siguiendo su caminata entre una charla amena hasta que decidieron sentarse.
–Debo decirte que siempre pensé que eras más antipático –soltó Elizabeth temiendo molestarlo.
Edward bufó amigablemente por el comentario.
–No te preocupes; ya estoy acostumbrado a que me lo digan –la confortó –, y yo pensaba que eras solo una cara bonita pero durante todo este tiempo, aunque no hablamos mucho, me he dado cuenta que eres una chica muy inteligente y dedicada.
El ambiente se había vuelto un tanto lento entre ambos y las palabras se ahogaban al intentar externarlas; fue ella quien pretendió dar el primer paso tomando suavemente la mano de Edward que, al sentir el contacto, decidió no alejarse dándole más firmeza al agarre. Él tragó saliva sabiéndose nervioso, no sentía que las cosas fueran demasiado rápido mas no pensaba que estuviera listo aún; de cualquier manera intentó acortar la distancia entre ellos dos concentrándose en los brillantes labios femeninos que reflejaban la luna.
A punto de besarse estaban cuando el celular de Edward vibró espantándolo.
–Lo siento –se disculpó después de pegar un ligero brinco por la imprudencia de su celular.
Elizabeth sonrió ocultando su decepción asintiendo en silencio indicándole a Edward que no había problema.
–Gracias –susurró apenado –, es mi padre – informó al ver el identificador.
–¿Cómo estás hijo?–saludó Carlisle al tiempo que su hijo abandonaba la banca en la que estaba.
–Bien gracias papá; ¿pasa algo? –preguntó al notar el tono en la voz de su padre.
–Es sólo que tengo salir de emergencia ¿Puedes venir al hospital? Solo sería la guardia de rutina–habló esperando una respuesta favorable.
–Estoy con una amiga –aclaró–, pero si no hay problema llego en media hora.
–Gracia hijo, no sabes cómo te lo agradezco… por cierto –dijo antes de terminar la llamada –, me da gusto que salgas con alguien.
–No es nada formal –dejó en claro aunque sintiéndose absurdo antes de despedirse.
Edward regreso con cara angustiada y decepcionada; en parte por el momento arruinado y otro tanto por la larga noche que seguramente le esperaba.
–¿Pasa algo? –preguntó Elizabeth al ver la expresión de Edward.
–No…es sólo que mi padre sale de emergencia y quiere que vaya al hospital… en verdad lo siento –habló disculpándose más por el hecho del frustrado beso que por su ida.
–No te preocupes –dio una sonrisa decepcionada–. Será otro día… ¿te veo mañana en la escuela?
–No creo –confesó –, será viernes y solo tengo dos clases; no pasa nada si falto–le aseguró–. ¿Nos vamos?
Elizabeth asintió ante el cambio de humor tan repentino de Edward, siguió sus pasos de cerca y en silencio hasta llegar a donde estaba estacionado el auto que la llevó de regresó a su casa. Cuando se despidieron había algo de incomodidad; la noche estaba nublada y parecía que una tormenta caería con furia sobre la ciudad empeorando, probablemente los sentimientos de Edward.
–Es agradable –admitió Edward en soledad manejando hacia el hospital.
Estacionó el auto en el área del personal; justo en el cajón que llevaba su nombre el cual lograba hacerle reír, tan pronto como dejó el vehículo se adentró en el hospital que su padre había construido junto con otros colegas de antaño.
Subió por el ascensor hasta llegar al piso donde estaba la oficina de su padre, no fue necesario saludar a su secretaria de consulta privada ya que era demasiado noche como para que ella permaneciera trabajando.
–Me alegra que llegaras –Carlisle saludó al escuchar la puerta de su consultorio abrirse mientras el seguía metiendo sus cosas en su portafolios.
–¿Qué es lo que pasa? –preguntó al ver la cara de emoción y nerviosismo de su padre.
–El bebé ya va a nacer... –informó alegremente esperando que su hijo comprendiera.
–¿Vas a ir para ayudar? –cuestionó tratando de ocultar su interés.
–No, creo que me desmayaría de la emoción –admitió con una sonrisa–, Emmett es él que me necesita; sabes que tu hermano es más nervioso que yo –le recordó –, podemos irnos los dos y dejar a alguien más a cargo si quieres.
–No… no te preocupes, creo que dejaré que mi hermano goce plenamente su momento. ¿Mi mamá y Alice ya saben? –preguntó curiosidad –, ¿Van a ir?
–De hecho ellas me hablaron –le informó – ¿Sabías que están hasta el otro lado del país
Edward negó en silenció con una sonrisa muda.
–Por cierto… ¿te puedes quedar todo el fin de semana? Regreso el domingo en la noche. Cuando te hablé pensé que estaban aquí pero ahora es más tiempo de viaje.
–No hay problema –aseguró meriendo por dentro gracias a la emoción de saber que su sobrino nacería.
–No hemos tenido mucho movimiento. Solo lesiones y casos menores; ninguna cirugía programada y en caso de que surja algo le hablas al Doctor Suárez.
–Tranquilo papá. Sé cómo se maneja esto –intentó tranquilizarlo.
Carlisle dejó su bata en el perchero y, arreglándose un poco el traje, salió de su oficina velozmente. Edward se dispuso a arreglarse: sacó su bata del armario de su padre y se desabotonó dos cuencas de su camisa. Ya sentado comenzó a revisar los papeles que estaban en el escritorio para después hacer el recorrido de rutina antes de que entrara el siguiente turno. El quinto piso, dónde él estaba, era el de pediatría la especialización que tomaría. Dio inicio a la revisión de cada sección iniciando por la propia para terminar 90 minutos después: nada novedoso e inesperado; cómo su padre lo había dicho.
Regresó a la oficina para descansar pero por cualquier cosa que se ofreciera prefirió estar en vigilia jugando con el anillo que no se había podido poner mas tampoco había podido dejar en su departamento guardado. Lo sacó de la bolsa de su pantalón y comenzó a jugarlo entre sus manos hasta que, inesperadamente, sintió el grabado: lo miró detenidamente, cómo si este le fuera a contestar la pregunta que sus ojos albergaban con desesperación.
Suspiró cansado y se levantó del sillón en donde estaba. Bajó a la cafetería por un poco de café, sentándose en la mesa más aislada del transitado lugar, tomó su celular y marcó un número.
–El numero que usted marco no está disponible, favor de intentar más tarde–contestó la monótona voz de la grabadora.
Dejó el aparato en la mesa y, de nuevo, comenzó a jugar; ahora con el vaso entre sus manos. Seguía teniendo ganas de llorar, a pesar de los años, no podía olvidarlo por más que él se convenciera de haberlo hecho. No supo con exactitud cuánto tiempo pasó en ese estado aletargado solo regresó a la realidad cuando su celular sonó.
–¿Me hablaste?–se escuchó la voz de Alice después de que contestó
–¿Estás con Rosalie? –preguntó en forma de respuesta.
–Camino hacia allá, estamos llegando al hospital donde está. Deberías ver a mamá; está demasiado ansiosa –habló con júbilo.
–Ah… –suspiró cansado–. Me avisan cuando nazca mi sobrino…
–Tenlo por seguro hermanito–Alice trató de animarlo.
–Bueno, nos vemos, tengo trabajo –cortó la llamada quedando en soledad.
Abandonó la iluminada cafetería. Decidió que las escaleras serían una mejor idea para llegar hasta su destino que el frío elevador, al llegar a neonatología disminuyó su paso, observando con atención los pequeños cuerpos que descansaban apaciblemente en los cuneros.
Una extraña opresión en su pecho apareció.
–Debe de tener cuatro años –comentó al aire antes de continuar su paso.
Eran cerca de las seis de la mañana cuando el dolor en su espalda, por dormir en el sillón, lo despertó; irguiéndose cansadamente fue hasta el baño y se mojó la cara obligándose a despertar completamente. Arregló su ropa y cabello para dar la ronda matutina, mas tarde levantó su informe y buscaba en internet algo interesante con lo cual distraerse. Estaba concentrado enfrente del monitor gracias a un video cuando el teléfono sonó:
-¿Bueno? –saludó.
-Buenos días doctor –siempre le llamaban así aunque aun no lo era oficialmente–. Hay un caso de traumatismo severo, ¿puede localizar al doctor Suárez? Al parecer no está en su oficina y no podemos localizarlo.
-En seguida lo encuentro –afirmó–, bajo en un momento.
Terminó la llamada y Edward tecleó un número privado del doctor para darle avisó sobre el caso posteriormente bajó a toda velocidad para darle el primer vistazo al niño recién ingresado.
Los accidentes solían pasar, sobre todo los automovilísticos que, en algunos casos, dejaban a personas en condiciones mortales además del pesadísimo tráfico que dejaban en las calles de una ciudad a una hora tan temprana.
-¡Genial! –bufó con ironía al ver el embotellamiento frente ella.
-¿Etas enoadamamá? –preguntó inocentemente un pequeño de cuatro años desde el asiento trasero del auto.
-No cariño, es sólo que se nos hizo tarde –explicó amable mientras lo veía por el retrovisor.
El pequeño de ojos verdes no entendió el concepto de "tarde" así que prefirió seguir jugando con su peluche favorito. Su alegría se notaba en el brillo de sus esmeraldas resaltadas por largas pestañas. Poseía un cabello del mismo tono que su madre con la pequeña diferencia de un par de rizos se formaba, casi voluntariamente, en su cabeza al tiempo que la blancura de su piel terminaba por resaltar sus rasgos de manera maravillosa.
-No quiedo il –repitió mirando el cielo.
-Tienes que ir bebé, tengo una entrevista de trabajo –explicó mientras el trafico cedía lentamente.
El trayecto duró más de 30 minutos desesperando a Bella ya que iba tarde para su entrevista de trabajo y todavía tenía que pasar a la guardería para dejar a Anthony; seguramente este iba a ser uno de esos tantos días en que las cosas no le salían bien.
Estacionó el auto frente a la puerta cerrada y tocó la puerta de la guardería rogando al cielo que le abrieran:
-Lo sentimos Señora Swan, sabes cuáles son las reglas –habló la directora del lugar al verla con su hijo en brazos.
-No fue mi culpa que hubiera tanto trafico –explicó un tanto alterada.
-Lo siento; el horario de entrada ya pasó hace una hora… me temo que tendrá que llevarse a Anthony con usted hoy.
Bella miró con una sonrisa a su hijo mientras lo cargaba, él la abrazó y se aferró a ella perdiendo el contacto visual con su madre. No tardó mucho para que se rindiera ante la acción de su hijo; hacía mucho tiempo que no pasaba todo un día con él ya fuera por los estudios, la casa, la búsqueda de trabajo…o incluso Abraham.
Era un momento que no debía desaprovechar.
-Perfecto –dijo con una sonrisa–. Nos iremos a tomar un helado, ¿verdad?
La carita de Anthony se iluminó de alegría y le regaló un inesperado beso a su madre. Bella le dio la espalda a la directora y el pequeño miró seriamente a la mujer tras ellos y al considerar una distancia prudente le enseñó su lengua en una muestra de desagrado.
-¿Heado? –preguntó tan pronto como estuvieron en el carro.
-Todavía no. Es muy temprano y mami tiene que ir a una entrevista, ¿me acompañas? –preguntó con una alentadora sonrisa a lo cual Anthony asintió emocionado -. Vamos, entonces.
Bella despertó de nuevo el motor de su auto. Le tomó quince minutos más en llegar hasta las oficinas de relaciones públicas de Seattle.
Vivía entre Seattle y Madrona, una ciudad no tan grande como la primera, recién se había mudado gozando al fin de su libertad.
Era administradora de empresas y espera encontrar un buen trabajo que le permitiera ganar lo suficiente para darle lo mejor a su hijo pero que al mismo tiempo le permitiera estar con él, utópico quizás, pero no perdía la esperanza. Había estudiado una carrera corta, una desventaja, pero confiaba que se le diera la oportunidad para probar sus habilidades.
Llegó a un pequeño edificio tapizado de espejos; cargó a su hijo para entrar y caminó hasta una elegantemente discreta recepción. La secretaria a cargo le pidió se registrara para poder anunciarla a la vez que le recomendaba amablemente dejar a su hijo en la sala para infantes; la estaban esperando desde hace veinte minutos.
A Bella le costaba tanto separarse de su hijo así que lo dejó con temor de perderlo y es que él era lo único que no la hacía olvidar a Edward.
-Juega un poco, mamá no tarda –le animó ante la resistencia que Anthony opuso al ver que le dejaba.
Y aun sin querer quedarse en la colorida habitación Anthony le dio otro beso en la mejilla antes de despegarse de sus brazos.
-Pase por aquí –la recepcionista le indicó el camino después de abandonar la habitación infantil y subir por elevador.
-Gracias –dijo antes de tomar el valor y entrar en la oficina–; buenos días –se mostró segura.
-Señorita Swan… –habló un hombre un tanto mayor–, llega tarde.
-Lo siento señor…
-Licenciado Avendaño –impuso presuntuosamente.
-Tuve un percance –de disculpó distante ante la arrogancia del hombre esperando a que la exhorta para sentarse.
-Por favor –le indicó–. Bien, comencemos… ¿Qué edad tiene?
-20 años…en un par de meses los 21 –aclaró.
-Es muy joven para haber terminado una carrera –comentó fríamente.
-Lo sé, fue una carrera corta –se defendió.
-¿Corta? –preguntó interesado- ¿Por qué decidió hacerla?
-Bueno, asuntos personales… -contestó deseando que no preguntara más.
-¿Qué tipo de asuntos? ¿Dinero? –insistió entrometidamente con un tono que daba la impresión de gozar la incomodidad de Bella.
-Soy madre soltera –informó ácidamente esperando que el licenciado Avendaño se callara; lo cual, tuvo resultado por un par de segundos.
-Bien… –carraspeó-, ha de saber que nuestro trabajo es buscar a la gente correcta para las empresas que nos lo solicitan. En este momento una nueva y pequeña empresa de la industria de la moda nos está solicitando un Administrador de empresas. ¿Por qué cree que merece este trabajo?
Ella pensó su respuesta; había un sinfín de ideas que se le venían a la mente pero todas era demasiado subjetivas como para poder externarlas así que mejor decidió dar un pequeño discurso:
-Merecerlo no, mas considero que soy lo suficientemente hábil y cuento con las ganas de trabajar como para tener derecho a uno oportunidad –habló totalmente segura a pesar de que sus manos temblaban por debajo del escritorio.
-Me agrada tu personalidad –puntualizó-. ¿Qué edad tiene tu hijo?
-Cuatro señor.
-¿Su padre te abandonó? –preguntó interesado inclinándose sobre el escritorio.
-En teoría lo abandoné yo –habló fríamente al notar el tono de voz del hombre frente a ella.
-Curioso –soltó indiferente -, ¿y cómo piensas cuidar de tu hijo si trabajas? –cuestionó arrogante.
-Está inscrito en la guardería; en realidad no me causa mayores problemas. Es un niño muy tranquilo - presumió antes de que la lluvia de preguntas sobre proyectos de trabajo y vida cayeran sobre ella.
Decenas de preguntas más tarde Bella salía del edificio de recursos públicos con una sonrisa de suficiencia y confianza; eran las 11:30 de la mañana.
-¿Quieres ir a desayunar? –le preguntó a Anthony quien, emocionado, asintió.
-¿Puedo pedil hot-cates? –preguntó esperanzado.
-Claro –le contestó mientras lo cargaba para cruzar la calle en dirección al restaurante.
Anthony tenía su cabecita recostada en su hombro al tiempo que jugaba con el cabello de su madre.
-Mami… -la llamó con voz baja pero insistente -, ¿ques un papá? –preguntó dejando perpleja a Bella.
Bueno, ¿q tal?
Espero les haya gustado y si no ps tamb me lo pueden decir en review! jejeje pero dejen porfa!
Las amo! gracias por leer!
Angie C.
