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Última aparición

En una aldea pequeña, enterrada en un exuberante bosque repleto de sauces, nogales y abedules, un grupo pequeño de jóvenes se encontraban reunidos bajo el ramaje.

Vestían túnicas de color verde, atadas a la cintura y puestas de distintas formas entre chicos y chicas. Frente a ellos un hombre de mediana edad impartía clases, cubierto por ropas verde opaco y un mantillo con bastas doradas sobre los hombros.

Sus alumnos, un grupo inferior a la docena y que rondaban los catorce años, estaban apostados en el pasto y ramas del sauce, prestando atención al profesor que, con una varilla de carbón, anotaba un esquema en una tabla grande de madera clara mientras narraba.

Pese a ser el mismo relato que venían escuchando desde que eran pequeños, siempre resultaba fascinante enterarse de nuevos detalles, sobretodo de los hechizos y criaturas que ahora se explicarían; cosas que en su momento no fueron detalladas para no confundirlos.

La historia del Archimago, fundador de la era actual y el más célebre de los magos, era conocida por todos los magos. Desde su muerte hasta hoy son numerosas las leyendas e historias que se alzan en torno a su figura con un insondable misterio, y pese a que tienen algo de verdad, ésta descansa con él sepultada bajo los siglos transcurridos.

Los aprendices querían saber qué aprenderían ese día y esperaban ansiosos los pasos a seguir para comenzar a practicar. Pero no todos ellos estaban igual de interesados en la lección. Atrás, al final del grupo, un chico de melena rubia que parecía mayor al resto tenía la cabeza apoyada en un tronco seco, echado hacia delante. Sus ojos miraban perdidos el bosque con la mente en blanco, totalmente desatento. El murmullo de las hojas lo distraía, pero hasta la conversación que llevaban los árboles lo incomodaba. Aisló todos los sonidos, pero como consecuencia atrajo un eco distante del pasado que lo atrapó en su letargo.

Los gritos de las criaturas, las explosiones de los conjuros y los cuerpos lanzados por los aires. Las armas chocando, atravesando la carne. Él no debió estar allí, pero fue su error. A los cuatro años lo dominaba la curiosidad: siguió a sus padres a escondidas después de que lo dejaran en el refugio. Posteriormente ya era demasiado tarde para regresar. Atorado entre la culpa y el miedo a ser regañado se mantuvo lejos del campamento hasta el atardecer, momento en el que fue vencido por el hambre y decidió buscar a sus padres, pero las tropas se movilizaban y tuvo que seguirlos deprisa: la noche caía y no quería quedarse solo. A punto de darles alcance, cruzando un bosque de árboles centenarios, una espesa neblina azul heló su respiración y un silencio brutal lo paralizó.

Todo se desató con un estallido repentino que fue desde la neblina hacia él. Atemorizado se refugió entre las raíces de uno de los árboles.

Un temblor remeció el valle. Las criaturas huyeron despavoridas de una mole enorme que se alzó en medio del campo de batalla, levantando escombros y árboles, y cuyo profundo gemido rasgó el aire en kilómetros a la redonda. El pequeño era incapaz de gritar por el terror, observando cómo una montaña se movía entre la nube de escombros.

Duró unos segundos, pero pareció ser una eternidad. Los alaridos se apagaron junto con la estampida y la quietud reinó otra vez, acompañada de la penumbra. La neblina continuaba cubriendo el lugar, pero ya no se oía el movimiento de la gran criatura ni se distinguía su silueta.

El niño comenzó a llamar a sus padres, alejándose del bosque que se hacía siniestro en la oscuridad. No se percató de que la niebla se hizo más densa alrededor de su pequeño cuerpo, impidiéndole ver los horrores de la batalla. Entonces encontró a alguien que estaba de pie poco más adelante, cubierto por una capa que ondeaba abrazando su figura. El niño no se cuestionó la ausencia de viento y corrió rápidamente hacia él, atrapando la tela de su espalda, la que jaló con fuerza a la vez que le preguntaba si había visto a sus padres.

Los ojos completamente negros de aquel ente lo penetraron. Su rostro resquebrajado como tierra seca y su mirada intensa fueron una visión aterradora, más cuando se cernió sobre él, envolviéndolo, ahogando su grito.

Grito que repetía en la actualidad, percatándose de ello sólo cuando despertó sobresaltado, con todos mirándolo, incluido el profesor.

—Hayashi —lo llamó este manteniendo una actitud suspicaz. se había alarmado, pero no era la primera vez que aquél aprendiz interrumpía su clase por mero capricho—. ¿Estabas durmiendo?

Hayashi frunció el ceño, mirándolo fijo con sus ojos verdes y enterró las manos en el suelo.

—Tal vez —respondió de mala gana.

—Y tan bien que íbamos —comentó el profesor al aire—. Sólo porque te has comportado las últimas semanas te lo preguntaré. ¿Vas a prestar atención a mi clase?

—No.

El chico estaba tan molesto que le llevaría la contraria a todo, sin importar lo irracional que fuera.

—Entonces te pediré que te retires —dijo indicando a un costado con la varilla—. Después de clase hablaremos seriamente. Más te vale esperar cerca del pozo o pediré al Gremio de la zona que tome tu caso, y créeme que eso no te agradará.

—Supongo —masculló Hayashi colocándose de pie.

Abrió la cortina de ramas para salir a una pequeña zona despejada entre los árboles del pueblo y el bosque, deteniéndose al par de pasos. La idea de ir para cualquier otro sitio era tentadora, pero algo en la voz del hombre le hizo replantearse ese plan. Pese a que estaba enojado y fue severo pudo notarlo preocupado.

Hayashi se encogió de hombros y fue por el camino de tierra en dirección del pozo cercano, uno antiguo y en desuso actualmente.

Esta es Terra, un mundo regido por la magia.

Tras el cataclismo de la era anterior los sobrevivientes se enfrentaron a un planeta inestable y que pese a la notoria desventaja no se rindieron, convencidos en que si reparaban la tierra dañada mantendrían viva a su descendencia. Frente a tan poderoso instinto y antes de que todo se desmoronara en desesperación, los elementales vinieron para imponer orden, sacudidos por el desastre. Representantes de la naturaleza y los hechos, escucharon los gritos de fe en el fondo de sus corazones y decidieron ayudarlos, ya que eran testigos de su fuerte determinación.

Las personas luchaban para vivir, mientras que ellos querían recuperar su entorno, sus reinos destruidos hacía siglos. Si se ayudaban mutuamente el mundo se recuperaría más rápido.

Algunos elementales eran pequeños y traviesos, rápidos y gráciles, mientras que otros resultaron ser poderosos e imponentes. Todos tienen un papel fundamental en el equilibrio de Terra y las magias a las que representan respectivamente desde aquél entonces.

La alianza entre magos y elementales dio frutos y el mundo pudo ser recuperado para todos, pero tras siglos toda gratitud hacia su ayuda fue olvidada y, pese a ser venerados antaño, se convirtieron en armas de guerra carentes de libertad.

Eso hasta hace diez años, cuando los elementales desaparecieron sin dejar rastro.

Al inicio se supo que estaban perdidos porque no venían cuando eran invocados, una molestia que derivó en un problema, cuya gravedad aumentó paulatinamente con el pasar del tiempo. Los magos les buscaron por todos los rincones, pero sólo se encontraron con callejones sin salida; su paradero era un absoluto misterio y a la vez un gran peligro. Responsables de la estabilidad del mundo, Terra tiene los años contados si no reaparecen antes de cierta fecha.

La distorsión provocada por su ausencia se extiende día tras día, traspasando las dimensiones y afectando a los países de diversas formas, y sin embargo no todos están al tanto de lo que sucede, como en este rincón de la magia Natural.

Aquí, donde la naturaleza se fusiona armónicamente con el poblado, el asunto parece algo muy lejano, un problema que debe ser resuelto por aquellos más poderosos y con mejores recursos. Acatan las reglas mágicas respectivas a su terreno, como enseñar magia a todo aquél que es apto, instruyéndolo hasta años avanzados para controlar sus habilidades y evitar futuros accidentes. Acostumbran a los jóvenes aprendices a usar túnica desde niños porque, en las ciudades donde hay no magos, se sanciona a aquellos que no se identifiquen como tal por medio de ellas; es una ley que ayuda a los "no magos", que son aquellos que no pueden ejercer la magia. Fuera de eso se toman con ligereza las otras normas, y como es un sitio pequeño los aprendices sólo usan túnica para las clases.

Viven del entorno que crece silvestre a su alrededor, ayudándolo a sanar y devolviéndole los favores que éste les da, que son la comida, la sombra y los materiales para construir y fabricar. No labran la tierra porque la natura les ofrece alimento suficiente, pero cosechan de forma independiente diferentes hortalizas que intercambian entre ellos cuando se da la ocasión.

Por sus calles merodean animales salvajes que viven en los alrededores, como zorros, roedores, patos; hasta halcones y linces, con los que muchos habitantes se comunican gracias a su profunda conexión con la naturaleza.

Hayashi caminó lento hasta el pozo, tomándose todo el tiempo del mundo. Quería calmarse ya que cuando se encontraba irritado las voces de las plantas se volvían un chirrido equivalente a rasguñar una pizarra. Y el pozo estaba sepultado bajo plantas y árboles que se adueñaron de la zona cuando quedó desocupada.

Doce años habían transcurrido desde aquél accidentado encuentro en la guerra, hecho que sepultó como una pesadilla de su niñez. Raras eran las veces que lo asaltaba el recuerdo, el que solía reaparecer únicamente cuando nombraban al elemental de Tierra.

«¿Lo nombraron?» se preguntó, pensativo.

Como se quedó dormido no estaba seguro, aunque la clase iba del Archimago, quien fue amigo de los elementales, así que cabía la posibilidad.

Se llevó una mano a la cabeza mirando los escombros del pozo, rascándose y desordenándose el cabello. Ahora no podría dormir tranquilo sabiendo que si alguien mencionaba a "aquél" le haría revivir esa pesadilla… Pero, ¿por qué ahora lo recordó con tanto detalle?

Con la mente hecha un manojo se acercó al tilo que estaba por allí. La claridad del recuerdo le daba escalofríos, quería dejarlo atrás pero las sensaciones no lo abandonaban. Deseaba saber porqué fue como revivirlo, no sólo recordarlo.

Hayashi se sentó contra el tronco apoyándose de forma que estuviera cómodo, tomando una de sus ramas bajas. Ésta se curvó y soltó de su mano para atraparle la cabeza, envolviéndola con las hojas. El relato suave del árbol, como un canto sin ritmo, resultaba relajante y tranquilizador para él.

Escuchar las voces de los árboles usualmente le traía más problemas que ayuda, lo distraían mucho y de repente ocurría que se agolpaban por comunicarse con él, pero en situaciones así admitía que era una bendición. Siempre tenía con quien conversar sin importar lo mal que se llevara con el resto del pueblo.

—¿Hayashi?

El chico reconoció la voz del profesor y apartó la rama con cuidado, mirándole extrañado.

—¿Ya pasaron las dos horas…?

Mientras el hombre miraba al árbol en lo que se acercaba. Levantó las cejas en gesto aprobatorio antes de dirigirse a su alumno.

—No, pero tuve que terminar la clase antes. Ven, alguien que te está buscando espera en la caseta de materiales.

—¿Alguien me busca?

—Es prudente que nadie en la aldea le vea, por eso le dije que se escondiera ahí en lo que yo te buscaba.

Aquello alarmó al chico.

—¿Quién es?

—Si quieres saber pues ven —ordenó encaminándose hacia el sitio mencionado.

De forma torpe él le dio unas palmadas al tilo y corrió tras el hombre.

Los árboles en esa parte de la aldea guardaban un absoluto silencio, lo que sorprendió a Hayashi. Era la primera vez que sentía con ellos lo mismo que en las calles de la aldea: que era observado, analizado, que todos callaban cuando él pasaba y susurraban. Aquí los árboles no cotilleaban entre ellos, solo eran como un pasillo largo de personas cuya atención era él, sólo él.

—¿Y nuestra charla? —preguntó el rubio a modo de distraerse. Prefería escuchar una reprimenda que seguir con ese tenso silencio.

—Si gustas —dijo afable el maestro—, pero era lo mismo de siempre. Naciste con aptitudes de mago y se te entrenó hasta cierto nivel, no puedes renunciar porque estás disgustado con el sistema.

—De verdad no quiero ser mago.

—Lo sé, lo has repetido hasta el cansancio, pero ya no puedes abandonarlo. Si yo no puedo hacerte aprender otros lo intentarán, y por la fuerza, todo para que cumplas tu rol de mago de una u otra manera. De seguir rebelándote te encerrarán, y con tu don para hablar con las plantas tan único temo que te lastimen con tal de hacerte "cooperar".

Hayashi apretó los labios hacia un costado, en una mueca incómoda. Podía imaginarse esa situación.

—Sabe que aprendo, pero como no me gusta la idea no me motivo.

—A ellos les vale poco si te motiva la magia o no. Es mejor si pasas los cursos de una vez y te dedicas a alguna cosa tranquila aquí en el pueblo. Puede que te llamen a ayudar, pero ya no te forzarán. —El hombre bajó la vista y suspiró profundo—. Si estuviera en tu lugar también estaría disconforme con ellos. Te exigen algo sin haberte dado una respuesta a tu problema.

—¿Problema? —preguntó inseguro, quedándose un paso atrás.

—Sé que estabas recordando la guerra. Llevo suficientes años tratando de enseñarte como para reconocer cuándo te atormenta.

Hayashi quiso responder a la defensiva, pero le pareció inoportuno despotricar contra él cuando todo apuntaba a que fueron a buscarlo para reformarlo, sino amenazarlo de que cooperara de una vez. Como persona su maestro era alguien agradable y comprensivo, que de verdad lo quería. No se merecía que esa charla acabara en pleito.

—¿Usted mencionó al…?

—No, y es una de las cosas que me llamó la atención.

La caseta donde se guardaban los materiales, listas y libros para las clases de los diferentes cursos estaba frente a ellos. El musgo la cubría casi por completo, dándole un aspecto lúgubre.

—Continuaremos después —dijo el hombre abriendo la puerta, siguiéndolo al interior y cerrando tras de sí—. Aquí está, él es Hayashi Nathuru.

Como las ventanas estaban tapadas el lugar había quedado a oscuras, y en conjunto con la humedad que impregnaba el aire, daba la impresión de que se encontraran en una cueva más que en una caseta. Una lámpara de aceite sobre una mesa era todo lo que alumbraba el lugar.

Las sombras de un rincón se movieron, acercándose.

—¿Nadie los ha seguido?

Hayashi enarcó una ceja al escuchar la voz femenina.

El profesor negó.

La figura era alta y estaba cubierta por una larga capa turquesa con mantillo y capucha de tela brillante, con dobladillos plateados e inscripciones en un idioma que Hayashi no pudo identificar. Todo su cuerpo era un misterio, excepto sus brazos que asomaron del manto, largos y finos, de piel clara, para retirar la capucha echándola hacia atrás.

—¡¿Una elfa?! —Exclamó Hayashi.

—Mi nombre es Clavel —se presentó introduciendo una mano bajo el largo manto que ocultaba todo su cuerpo, extrayendo un sobre que entregó al maestro. Ella poseía ojos almendrados y pícaros de color café, y una larga cabellera verde agua que caía lacia sobre su espalda. Era más alta que Hayashi y seguramente mayor en edad, aunque se veía bastante joven—. Clavel Vannor.

—¿Tú eres quien me buscaba? —Hayashi la apuntó con insistencia. Quería explicaciones porque un elfo no sería enviado por el gremio de magia, pero su maestro leía la carta y no le prestaba atención.

—No te alborotes —pidió ella haciéndole gesto de silencio.

—Los elfos no llegan a este lugar, viven muy lejos, en las profundidades de la selva y no suelen salir. ¿Qué pasa en realidad?

—Ya veo, yo tampoco me lo esperaría. —El hombre bajó la carta y les dejó, acercándose a unos estantes llenos de libros.

—¿La puedo leer?

—Mejor te explico yo —se ofreció Clavel. Era alegre y jovial, sin embargo mostraba suficiente seriedad—. Después de todo a partir de hoy seremos compañeros de viaje.

—¿Viaje? —El chico ya no entendía nada.

—Se trata de los elementales. Muchos los han buscado, con cada método que te puedas imaginar, pero va más de una década sin resultado alguno. Sin el equilibrio que ofrecen entre la energía y los elementos, Terra no llegará muy lejos al ritmo que va. Muestra de ello son grandes cambios que están ocurriendo y a medida que pasa el tiempo serán aún peores.

Hayashi tragó con dificultad.

—Algo así dicen aunque aquí apenas se nota. ¿Y qué tiene que ver eso con nosotros en un viaje? ¿Quién te ha enviado y por qué me eligió a mí?

—Fue el Gremio Supremo —dijo el profesor bajando el sobre, sujetando en la otra mano un libro—. Pero la carta no dice más de lo que ella te ha explicado, sólo solicitan tu presencia y cooperación. De hecho, ni si quiera nombra a los elementales.

—Le pido que deje todo esto en secreto…

—Tranquila. Les doy mi palabra, aunque tu instinto podrá decirte mejor la verdad.

Clavel sonrió. Como elfa tenía un agudo sentido para detectar la mentira y la traición por medio del timbre de la voz y los latidos del corazón. Sabía que el profesor era digno de confianza y ella estaba orgullosa de haberle pedido que la ayudara.

—El Gremio Supremo ha reunido mucha información —dijo Clavel—, y, sin embargo, tampoco ha podido encontrarlos.

—¿Y qué podríamos hacer nosotros? —Preguntó Hayashi angustiado. ¿Por qué le decían todo eso? ¿Por qué a él? No le hacía sentido que una elfa lo buscara para contarle un terrible porvenir, más aún, que lo invitara a una aventura incierta.

El profesor le puso una mano en el hombro y le habló de forma serena.

—Hay cosas que nos pueden parecer absurdas y sin sentido, pero deben ser como son porque de otra manera no sería lo mismo. ¿Qué pierdes con ir? ¿Clases?

Hayashi sonrió comprensivo. No tenía nada contra aquél hombre cuando era solamente eso: un hombre. Cuando era un profesor él se convertía en alumno y de algo que a él no le gustaba.

Entendió el mensaje. Aparentemente no se lo llevarían para forzarlo a aprender magia, sólo le pedían que ayudara. Además, el Gremio Supremo estaba muy por encima del Gremios de la zona, cuyos magos nunca pudieron resolver el misterio de aquello que emergía de él cuando sentía mucha ira, ese poder abrumador que nacía de un lugar incierto en su interior y que era incapaz de controlar

En la susodicha guerra de hace doce años muchos vieron al elemental de Tierra y fueron testigos de que este no se marchó como solía hacer, rasgando el suelo o moviéndose entre los cerros hasta perderse de vista. Eso creaba una sospecha, una intriga fundada que sopesaba sobre Hayashi, quien fue encontrado en los alrededores, sin embargo, era imposible que el elemental se hubiera escondido en él, ya que eso significaba la muerte inmediata. Él relató su horrible encuentro con el hombre de túnica café a sus padres y a todo el que le preguntara respecto a qué había pasado, y los pocos que le creían no tenían idea de qué fue. Una criatura así era totalmente desconocida y pensaban que fue un ser invocado por el mago fantasmal enemigo, tal vez era el remanente de una ilusión.

¿El Gremio Supremo estaría interesado en su relato tras años de fracaso? Quizás Clavel también hubiese tenido un encuentro similar con otro elemental.

—No dejo de pensar que tal vez se equivocaron. —Hayashi suspiró aturdido—. Elementales, Gremio Supremo… Si los magos más poderosos no han conseguido nada, ¿qué podría lograr yo? Digo, no me niego a ir, sólo quisiera saber más.

—Ve al Gremio Supremo y te explicarán. —Terminó de alentarlo el profesor—. No cualquiera puede ir, ser invitado es un honor que te recomiendo no rechaces.

—No manejo más información. —Clavel echó los hombros hacia atrás—. Una vez que estemos allá deben explicarnos qué quieren que hagamos, indudablemente, o por qué nos han llamado. ¿Estás de acuerdo o necesitas un tiempo para pensarlo?

Hayashi negó, tendiéndole la mano para demostrarle que ya se había decidido. Todo aquello le daba curiosidad y pese al miedo sentía que debía aprovechar la oportunidad.

—¿Cuál es el plan ahora? —Preguntó pensando en lo genial que era haber estrechado la mano de una elfa, sin contar que además viajaría con ella.

—Esperaremos a la noche para irnos sin que nos vean. El Gremio Supremo me indicó que debíamos recoger al siguiente aprendiz relativamente cerca, en una cascada de larga caída. Debido a la distorsión no han podido llevarlo al Gremio, así que debemos buscarle. —Clavel observó la reacción de su nuevo compañero—. ¿Sabes dónde es?

—Creo que sí —respondió Hayashi lleno de confianza.