Desvié la mirada de aquellos ojos claros y penetrantes mientras sentía mis mejillas enrojecer y mis piernas flaquear. Mis manos se asieron al respaldo de la silla para evitar que el peso de mi cuerpo me hiciera ceder y caer.
Me maldije mil veces por mi debilidad, por aquella debilidad que me provocaba el sujeto que tenía delante de mí, con sus ojos, su sonrisa, su porte… Su sola presencia me embriagaba como si de una potente droga se tratara. Adormeciendo mis sentidos para hacerlos suyos, siendo dueño de mis actos y de mis pensamientos, esclavizando mis anhelos, sueños y deseos.
-¿Estás bien?
Tu voz fue suave, pero firme y sensual, me hablaste como si no tuvieras nada que ver con todas aquellas sensaciones y sentimientos que provocabas en mí. Instintivamente alcé mi rostro y mis ojos a buscaron los tuyos, me mirabas curioso y preocupado.
Te acercaste unos pasos hacía mí, deseé retroceder, pero sentía que si lo intentaba mis piernas acabarían fallándome. Entonces llevaste tu mano a mi frente con suavidad, y sin evitarlo me estremecí ante el contacto de tu piel sobre la mía. Supongo que debiste de notar mi temblor, apartaste tu mano y me miraste en silencio, me sentí desnuda, descubierta. Me aterré ante la posibilidad de que al final te hubieras percatado del porqué de mi comportamiento desde hacia días imprecisos, no sabría decir cuando había pasado, no podía determinar en que momento había empezado a verte del modo en que ahora no podía evitar observarte. Simplemente había ocurrido, y ya no era capaz de frenar el rumbo de mis pensamientos.
-Estás temblando.- murmuraste preocupado. –Será mejor que te vea un médico, le mandaré llamar ahora mismo.
Sonreí suavemente, no entendía de donde provenía esa inocencia en lo momentos menos oportunos, tú, el eterno don Juan, no eras capaz de darte cuenta de lo que tenías ante tus narices. Era tan evidente que me dolió aquella indiferencia hacia mis emociones. ¿Significaba eso que yo no era lo suficientemente mujer para ti?
-No necesito un médico.- dije fríamente y de modo cortante.
Nuevamente, tuve que desviar la mirada de aquellos preciosos ojos para no ceder ante el dolor con el me observaban.
Me sentí mal, no quería tratarte de ese modo, tú no tenías la culpa de lo que sentía. ¿Pero que sentía? ¿De verdad era esto lo que llamaban amor? Jamás había sentido nada semejante, aunque, al fin y al cabo, era una novata en el juego de la vida y de los sentimientos.
-Me voy a descansar.- dije sin darte tiempo a decir nada y asiendo acopio de fuerzas abandoné la sala sintiéndome cada vez más confusa e indefensa.
Me dirigí a mi habitación y me tumbé en la cama cerrando mis ojos con fuerza, deseé desvanecerme en ese mismo momento y dejar de sentir todas aquellas sensaciones extrañas.
Suspiré e intenté pensar en cuando había comenzado ese horrible calvario.
¿Cuándo? ¿Cuándo había ocurrido? ¿En que momento se había convertido en alguien tan importante para mí?