Disclaimer: Ninguno de los personajes de Full Metal Alchemist me pertenecen sino que lo hacen a la maravillosa Hiromu Arakawa.

1/12 - Número de capítulo en relación al total de la historia (Epílogo incluído)

¡Hola a todos! ¿Cómo están? Espero que bien. Bueno, como prometí acá está la siguiente historia Royai que dije iba a estar subiendo pronto y espero haya sido lo suficientemente pronto. Ojalá les guste... Y también, para quienes no lo saben o no leyeron antes alguna historia mía o simplemente porque nunca está mal (o de más) recordar, yo actualizo mis historias todos los días. Un capítulo al día, y ésa es una promesa que cumplo diligentemente porque seamos sinceros, palabras es todo lo que tenemos y si no podemos apegarnos a ellas entonces no nos queda nada. En fin, no quiero aburrirlos... Y sí, ésta también toca ser un poco Angst (pero prometí que la siguiente no lo sería -al menos no tanto- y ya estoy trabajando en eso, espero que puedan ser pacientes hasta entonces =D) aunque se deduce dado que está ubicada temporal y espacialmente en Ishbal (la mayor parte de la historia, de todas formas). Como siempre, gracias de antemano por darle una oportunidad a mi humilde historia y ojalá les agrade. Criticismo constructivo es bien aceptado como siempre y sinceramente me gustaría saber su opinión para poder mejorar (aunque sea un poquito cada día). ¡Gracias! Espero les guste... ¡Nos vemos y besitos!


En el último lugar del mundo


I

"Días en que quería morir"


Tambaleándose, dio un paso, su bota hundiéndose en la blanca arena. Blanca... Pensó con amargura, ante la ironía, mientras con dificultad daba el siguiente paso. Y tras este otro. Con suma dificultad. Armándose de todas sus fuerzas para desenterrar su bota del árido suelo y volver a moverla hacia delante. Como si importara... Aún cuando muriera allí, el sol continuaría ardiendo –como todos los días-, sobre su cabeza, como lo hacía en aquel momento, quemando la piel de su nuca. Prendiendo en llamas cada centímetro de piel expuesta. Cada poro, cada pequeña extensión de ésta. Su cuerpo estaba empapado en sudor también –bajo el uniforme-, y polvoriento, haciendo que su cabello y sus ropas se adhirieran aún más a él.

Jadeando, se dejó caer finalmente al suelo. Rendido. Su cabeza colgando entre sus propias manos. El sudor escurriéndole entre los dedos, forrados de blanco. Blanco. El solo hecho de que sus manos continuaran de ese color le estaba quemando. En algún lugar... en algún lugar de su mente carcomida por la culpa... Roy se preguntaba cómo habían terminado las cosas así. No se suponía que lo fueran de esta forma, en primer lugar. Nunca deberían hacer sido de esta forma. Pero, a pesar de todo, había creído que podría manejarlo. El morir como basura en una zanja y el matar indiscriminadamente, solo porque alguien más arriba lo había ordenado. Si... había creído que podría con la carga. Después de todo, era por el bien de su país. Eso se había dicho.

Esto no era eso. Y no veía cómo alguna vez fuera a serlo. No realmente. No era una guerra, ni una aniquilación por un bien mayor, era una masacre. Unaconvenientemente adornada con palabras de gloria y patriotismo y otro centenar de estupideces que la propaganda de la guerra hacía creer y que nada tenían que ver con la realidad. La guerra no era sublime y no había nada de heroico en lo que ellos estaban haciendo allí, perdiendo su humanidad. No, no había nada de glorioso en el ruido de cañones y de perdigones y en el sonido de cráneos rompiéndose y cuerpos cayendo... No había nada de glorioso en el olor a pólvora y a podredumbre y el olor a carne quemada que flotaba en el aire, y que mayoritariamente era a costa de él. Y no había nada de maravilloso en la sangre. De hecho, no había nada.

Allí, en aquella tierra abandonada por Dios no había nada. Y cuando ellos se fueran aún quedaría menos que eso. Menos que nada. Esa era la orden, después de todo, hacerlo todo desaparecer. Destruirlo hasta los mismismos cimientos. ¿Cierto? Si, esa era la orden. Hacerlo desaparecer todo... Incluso a los niños, mujeres y ancianos. No, incluso a los bebés y a las embarazadas también. Todo. Erradicarlo completamente de la faz de la tierra. A Ishbal... Hacerlo desaparecer... Eso era lo que estaban haciendo allí, después de todo.

Aún encorvado, continuó sosteniéndose la cabeza entre las manos. La espalda le dolía, y los pies en el interior de sus botas le palpitaban dolorosamente de tanto estar parado, pero eso poco podía importarle al momento. A veces... solo a veces, alguna que otra bala le pasaba zumbando, rozando su mejilla sin tocarla; y aún a pesar de que él no se movía, nunca le daba. A pesar de que él no hacía ningún esfuerzo por esquivarla... Había días en que quería morir... Hoy era uno de esos días... Como lo había sido ayer, y como lo sería el día siguiente... Removiendo con la punta de su pie la arena, vio la mancha negra bajo ésta. Sangre. Hasta eso devoraba aquella tierra, todo lo devoraba. Era como un gran agujero negro.

—¡Por favor, déjanos ir! —la voz aún resonaba hueca en su cabeza. La voz de aquella mujer, aferrando a su bebé, y junto a otro pequeño niño que no tendría más de 5 años. Los ojos del niño, sus ojos carmesí, se habían clavado en su mano extendida.

Él había estado listo para chasquear... Sus dedos en posición, unidos en las yemas, pero se había detenido a último momento, sudando frío. No podía, sin importar cual fuera la orden, sin importar nada, no podía hacerlo. Aquellas personas delante suyo no representaban amenaza alguna para él. Ni a la milicia. Aquella no era una guerra justa, ninguna lo era. Pero aquello era ya empujar las cosas demasiado. Bajando la mano, había suspirado. No puedo. Pero antes de poder siquiera decirles que escaparan, toda la escena delante suyo había explotado. Violenta y súbitamente. Dejando un hoyo donde había estado el muro una vez, y tres patrones de sangre salpicada contra lo que aún quedaba en pie de la pared. Uno pequeño... considerablemente más pequeño, que los otros dos. Su mente quedó en blanco.

—¿Qué sucede alquimista de la flama? —esa voz... Ese timbre sádico vibrando jocosamente en las cuerdas vocales. Ojos azules, fríos, fijos en la escena delante de ambos, los ojos de un monstruo. La voz de un monstruo. La sonrisa torcida de un monstruo ¿Cómo podía alguien sonreír allí?—. ¿No tienes el estómago para hacer tu trabajo? —la curva de su sonrisa se enroscó aún más. Estaba disfrutando aquello—. Cuán decepcionante...

Y, sin decir más, había seguido de largo. Pasado junto a él, y continuado caminando, abandonando lo que quedaba de la casa a través del mismo agujero que él había creado con su alquimia. Esquivando cuidadosamente los cuerpos en el suelo, como si no fueran más que basura. Ahora lo eran. Pero Roy no lo había seguido, había permanecido unos minutos más, allí, paralizado. Petrificado. Horrorizado. Hasta que su cuerpo –en un espasmo- se había curvado y el ácido estomacal había escapado de entre sus labios. Habiendo ascendido previamente por su traquea y dejando en su boca un desagradable sabor ácido. Para desaparecer luego bajo la arena... Como todo lo demás.

La arena se tragaría todo lo demás. Y en aquel momento sentía que lo estaba tragando a él. Se estaba hundiendo, cayendo entre las grietas, cayendo... cayendo... ¿Acaso moriría allí, como basura? ¿Acaso todo terminaría? ¿El sol lo quemaría, como él había quemado todo lo demás? Parecía justo... Si, intercambio equivalente. Eso era lo primero que había aprendido de su sensei. Y ahora éste debía estar retorciéndose en su tumba por culpa suya. Y por el uso que le había dado a la tan preciada alquimia que había consumido por completo la vida de Berthold Hawkeye. No quería siquiera pensar... no podía imaginarse... qué pensaría de estar aún vivo... Decepción, era una palabra que no alcanzaba a cubrir nada de aquello.

Él no estaba decepcionado de sí mismo. En aquellos momentos, se odiaba a sí mismo. Más de lo que jamás había odiado en toda su vida. Más de lo que habría creído capaz a un humano de odiar —¡Mayor Mustang!

Débilmente, había ladeado su cabeza. Que imagen más patética... Pensó, enderezándose como pudo. Aquellas eran personas que dependían de él también, y no tenía el derecho para estarse rindiendo de esa forma. No cuando aún quedaban personas en el frente a su cargo, no cuando aún tenía vidas que salvar. Así no pudieran ser la de los Ishbalitas. Al menos eso haría...

—¿Qué sucede? —musitó, observando al soldado delante suyo saludar adecuadamente. Lentamente se puso de pie y se sacudió el polvo de los pantalones.

—Lo solicitan en el distrito número 23... Señor...

Acomodándose los guantes, Roy asintió —Bien —había sido un día largo. Uno terriblemente largo –todos allí lo eran- y este particularmente no había terminado. No aún—. Gracias, regrese al campamento.

—Señor, si señor —y, sin decir más, el joven se había retirado. Dejándolo, una vez más, completamente solo.

—Será mejor que me ponga en marcha...

Cuando llegó, no se sorprendió de ver allí también al alquimista de "Hierro" Basque Grand, usando su alquimia para crear ametralladoras y fusilar a civiles, contra la pared que el mismo Mayor Armstrong había alzado, con su alquimia propia. Cercando el distrito, cerrándolo, y atrapando a las personas para que los demás pudieran hacer su trabajo con más facilidad. Su trabajo fue fácil. Un chasquido de sus dedos y medio distrito había estallado en llamas. Piel ardiendo y cayéndose de los huesos y el olor a quemado una vez más en el aire. No obstante, no se había detenido ahí, sino que había continuado chasqueando sus dedos. Una y otra vez, con sus labios tensos en una línea, mientras observaba las brasas esparcirse en el –aún claro- cielo, mecerse, hasta caer y morir bajo sus pies. En la piedra. Mientras, más adelante, en el horizonte, podía ver las llamas lamer el resto. Su obra.

Más allá, dos soldados golpeaban con la culata de sus rifles a un Ishbalita caído –que intentaba vez y vez ponerse de pie-, mientras el llanto de un niño se oía desde algún rincón. Imparable y terriblemente desgarrador. Pero su mente estaba en blanco, y su cuerpo estaba entumecido y todo lo que podía hacer era seguir avanzando por el distrito civil y chasqueando sus dedos e ignorando los gritos de dolor que le seguían inmediatamente después. Como si de esa forma no pudiera asociar la causa y el efecto. Como si no supiera que se trataba de él. Lo sabía, sin embargo. Siempre lo sabría. Y no habría un día en que no soñara con esos gritos. Incluso muchos años después.

Viendo la última columna de fuego extinguirse, dio media vuelta para regresar al campamento. Su capa blanca ondeando ligeramente al caminar entre las nubes de polvo y ceniza y los cuerpos esparcidos por el suelo. Una vista terrible, sin duda alguna. Pero una que ya había visto el día de ayer y que volvería a ver el día siguiente. Allí, en Ishbal, todos los días eran iguales. Si, exactamente iguales... Era como si el tiempo no corriera. Era como si el tiempo o Dios o quien fuera que estuviera donde fuera que estuviera los hubiera abandonado también. Si es que alguna vez había existido, para empezar. ¿Esto era lo que estabas esperando? ¿No era una habilidad que se usa para ayudar a las... personas...?

Tragando el nudo que se le había formado en la garganta, continuó caminando. Arribando, finalmente, al campamento ubicado en ese particular distrito. Decenas de soldados ya estaban allí, sentados y descansando. Tomando algo caliente, para ver si de esa forma se sentían un poco más vivos... o menos muertos... o si aún podían siquiera sentir algo tan trivial como el calor. O quemarse la lengua. Algunos, inclusive, estaban atendiendo sus heridas, o conversando –quizá por última vez- con sus camaradas de la academia militar. Con amigos. Todos a duras penas aguantando. Algunos resistiendo, y otros muriendo en manos de algún médico o camarada más.

A lo lejos, Giolio Comanche, alquimista de Plata, era llevado en camilla y gritando e insultando a los cielos y a algún niño Ishbalita que lo había dañado severamente. El afortunado bastardo podría regresar a casa —¡Roy! ¡Roy Mustang!

Se detuvo en seco, y, lentamente, se volteó en la dirección de la voz. Sus ojos cansados. Honestamente, solo quería dormir y no volver a despertar. O al menos dormir y despertar y continuar con aquello para terminar todo de una endemoniada vez. Regresar a casa, aún cuando no tenía nada a qué regresar. O al menos dejar todo aquello atrás. Aún cuando sabía que no debería desearlo. No de esa forma. No como si se tratara de un trámite burocrático más, pero estaba cansado.

Sus ojos se abrieron ligeramente al ver de quien se trataba. Y un esbozo –intento de- sonrisa alcanzó sus facciones. El hombre delante de él sonrió también –de igual manera- y se acercó, palmeándole la espalda una vez que alcanzó su lado —Hey, ha pasado mucho tiempo Roy...

Con desgano, se quitó uno de sus guantes. Y chocó su puño amistosamente con el de él —¡Hughes, también estás aquí!

Este había asentido, su tono ligeramente jovial a pesar de todo. A pesar de las circunstancias —¡Ohhh! Ahora eres "Mayor Mustang", ¿no?

—Para ser más exactos, es una posición equivalente a Mayor. En realidad, solo tengo la autoridad de un Capitán —musitó, removiendo el otro guante de su mano y guardándose ambos en el bolsillo de su túnica blanca. E inclinándose hacia delante para lavarse el rostro en el medio barril cortado que contenía agua y que venía a hacer de lavabo para todos los soldados del campamento.

—¡Ja ja ja! ¡Igual que yo! —exclamó Hughes.

Y Roy solo lo observó de reojo, arrojándose agua a la cara y mojándose también parte del cabello. Al menos el que caía sobre su rostro, el cual permanecía adherido a su frente a causa del sudor, y su nuca. La cual parecía estar en carne viva —¿Te ascendieron a Capitán? ¿Cuándo?

Hughes se cruzó de brazos —¡Justo ahora! —su voz suavizándose a duras penas—. Gente de alto y bajo rango está muriendo.

Todos estaban muriendo. Sin importar rango, sexo o edad. Sin importar el lado al que pertenecieran, muchos estaban perdiendo la vida allí. Como basura, como si sus existencias no importaran. Y cuando llevaran sus cuerpos de regreso a casa, ni siquiera sabrían quienes eran. Así que simplemente entregarían éstos al azar, a las familias, para que enterraran a alguien más. Si es que tenían siquiera a alguien para enterrar, después de todo.

—Pero tus ojos han cambiado...

Con un trapo, comenzó a secarse la piel —Los tuyos también... —solo deteniéndose a mirar a Maes a los ojos— son los de un asesino...

Pero éste simplemente sonrió, bajando la mirada. Su expresión cansada. La misma que debía tener él, y otros cientos de soldados alrededor suyo, la misma que aquellas alturas debían tener todos —Si...

Eso eran, después de todo, ¿no? Era únicamente lógico... Por lo que, bajando la cabeza, continuaron caminando. Atravesando el campamento por unos instantes en silencio. Observando los alrededores, donde solo quedaba arena, sangre y bandas Ishbalitas manchadas de carmesí. Nada más, y nada menos. Solo restos, y edificios desmoronándose y ruinas y nada que valiera la pena contemplar. Solo rocas y raíces. Solo la nada misma.

—Se siente familiar, como si hubiera sido hace poco... —dijo finalmente Hughes, mientras los dos atravesaban una pared baja de rocas por donde se encontraba derrumbada, descendiendo a duras penas por el terreno irregular. Finalmente, el hombre junto a él sonrió—. Tus ojos brillaban en la academia militar. Discutimos mucho sobre el futuro de este País.

Roy también sonrió, nostálgicamente —Si, en verdad lo hacíamos. Soñábamos con un futuro maravilloso...

Hughes contempló los alrededores —Ahh... Dios. Esta cosa no estaba incluida en ese futuro —no, no lo estaba...—. ¿Cómo es la vida aquí?

¿Vida? Pensó amargamente. No, aquello no era vida. Si había algo tal que encajara bajo la descripción de la palabra vida no estaba allí. No en los campos de batalla y en el fuego cruzado y no estaba bajo sus pies, bajo la arena, tampoco. Pero se abstuvo de señalar. Hughes probablemente lo sabría también —No hay mucho que decir —su expresión distraída—. Dispararles artillería, acorralarlos, rodearlos y quemarlos. Entonces les disparamos con todo a los que quedaron vivos... Y repetir todo eso.

Un ciclo, un maldito e interminable ciclo —¿Realmente planean continuar hasta que el último Ishbalita esté muerto? Hasta enviaron a los alquimistas estatales... —musitó su acompañante.

Y Roy asintió. Su mirada fija en el horizonte —Hey, Hughes.

—¿Si?

—Esto es una campaña de aniquilación. Si el objetivo es suprimir la rebelión, ¿no crees que haya muchos riesgos también? —y esa era una idea que no podía sacarse de la cabeza. Sin importar cuantas vueltas le diera al asunto, cuanto pensara en ello, no podía encontrar una respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué tanto gasto del costo militar y tantas vidas y por qué una operación tan grande solo para reprimir a un pueblo pagano? ¿Uno que a duras penas podía conseguir armas con las que defenderse, más allá de la guerra civil? No tenía sentido. No, pero quería evaluar su respuesta. Quería saber qué pensaba el hombre a su lado al respecto. En ocasiones, Roy ya no contaba siquiera con que su propio juicio estuviera bien. O fuera, al menos, acertado.

—También estaba pensando eso. Este lugar no tiene muchos recursos o algún valor comercial en el peor de los casos —y no, no los tenía. Con el clima y la escasa fertilidad de la tierra a penas si se podía sembrar algo. Todo lo que crecía allí eran cactus—. Después de derrochar tanto armamento, ¿la única ganancia es la de "conseguir la paz"? ¿En estos momentos en que el sur y el oeste también son peligrosos?

Roy negó con la cabeza. Si, ese era exactamente el problema. ¿Por qué priorizar una guerra civil cuando Aerugo –al sur-, Drachma –al norte- y Creta –al oeste- estaban intentando constantemente invadirlos? ¿Por qué priorizar algo que podría haberse solucionado por otros medios que no fueran los bélicos? —No lo entiendo. ¿Hay algo aquí para llegar tan lejos?

Maes pasó su mano por su mentón sin afeitar —Cierto, ahora está a punto de terminar pero y si ellos van a convertir este lugar en una base para comerciar con los países del este en el futuro...

Asintió. Exactamente —...sería de mal gusto ofrecerlo como un campo quemado.

Sin embargo, en ese instante, un soldado apareció corriendo –carta en mano- e interrumpiendo su conversación. Ambos miraron al recién llegado —¡Teniente! ¡Teniente Hughes!

—Es capitán —le corrigió. Y el hombre, llevándose la mano a la frente se disculpó.

—¡Oh! ¡Perdóneme! —y luego, sonrió, extendiendo su mano con un sobre atado con una pequeña soga—. Es una carta.

Y Roy, en silencio, lo observó tomarla. No obstante, se sobresaltó al oír la excesivamente energética respuesta del hombre —¡Ooohhh!

Fastidiado, se volvió a él, temiendo otro nuevo exabrupto —¿Qué pasa?

Aún así, no esperaba la reacción ridícula de Hughes ni su expresión de idiota mientras sonriendo sostenía la carta y la hacía girar frente a sus ojos. Sus mejillas enrojecidas, y no por el sol —Es de mi maravilloso futuro.

Ahora ligeramente sorprendido, leyó el nombre del remitente —¿Gracia? ¿Una mujer? —tú quieres proteger a tu país, pero yo quiero proteger a la mujer que amo... ¿Encontraste una mujer tan grandiosa?... Eres un tonto, por supuesto que voy a encontrar a una así de grandiosa... Si, ya lo recordaba. La ambición de Hughes.

—¡Ella ha estado sola en Central esperando que regrese! —exclamó felizmente, agitando la carta en el aire y delante de las narices de Roy. Pero, de repente, la expresión decayó—. ¿Sola? —y luego... el pánico cundió—. ¡Aaahh! ¡¿Qué es lo que haré si otro hombre intenta arrebatármela? No, mi Gracia no abandonaría a un sujeto tan maravilloso como yo. ¡No, no, no... Pero no hay forma que los hombres no se fijen en una hermosa mujer sola...

Irritado, soltó un suspiro. ¡Dios, había olvidado cuan ridículo e insistente podía ser el hombre cuando lo deseaba! —Hughes, te daré un consejo... —cuando vio que tenía su atención, continuó— Es algo que ocurre seguido en las películas y novelas... "Aquel que habla sobre sus seres queridos en el campo de batalla es el primer en morir" —concluyó, dramáticamente, alzando la mano y gatillando su dedo, como si tuviera –de hecho- un arma en ella.

Hughes, molesto, farfulló —¿De qué hablas? —y luego, sus ojos se suavizaron, una vez que se posaron sobre la carta—. Con esto podré vivir hasta mañana... —sin embargo, la calma se desvaneció y su humor jocoso regresó al instante. Como si nada hubiera pasado—. ¿Y que hay de ti? ¿No tienes cosas del corazón sobre qué hablar?

¿Cosas del corazón? Pensó, con ironía. No, todo lo que tenía era una madrastra brusca y poco afectuosa, y las empleadas del local de ésta en Central. Esa era toda la extensión de mujeres que conocía. Y Riza Hawkeye, la hija del que una vez había sido su maestro. Aunque dudaba que alguna vez fuera a volverla a ver, aún cuando le había dado su tarjeta en caso de emergencia –y le había dicho específicamente que preguntara por él-; si, dudaba que lo hiciera. No que eso importara demasiado ahora, no realmente. Aún así, le hubiera gustado hacer más por el único miembro restante de la familia de su sensei. Si tan solo porque era lo correcto, o porque le debía al hombre su conocimiento básico de alquimia. Pero no tanto como le debía a ella... De hecho, de no ser por ella, él jamás habría perfeccionado su alquimia de fuego. Ni siquiera la tendría en sus manos, para empezar.

—¡Aaaaaaahhh! —oyó gritar entonces tras él, y ambos se voltearon rápidamente. No obstante, al bajar la mirada a sus manos, recordó que no tenía sus guantes puestos. Los tenía aún en su bolsillo derecho, si, pero jamás llegaría en tiempo a colocárselos y chasquear sus dedos antes de que el Ishbalita asestara el golpe con su cuchilla. Estaba cerca, demasiado cerca. ¡Maldición! ¿Cómo habían sido tan tontos para bajar la guardia de esa forma? Campamento o no, estaban en guerra, y deberían haber comprendido ya a aquellas alturas que ningún lugar era seguro.

Hughes, a su lado, había sacado rápidamente su propio cuchillo. Pero antes de que la situación se precipitara sobre ambos y debieran defenderse de su atacante –el cual se había deslizado furtivamente por detrás- una bala impactó en el lado derecho de su cabeza, por encima de la oreja, y lo envió de un solo golpe al suelo. Sangre saliendo de su cabeza y salpicando en la opuesta dirección, siguiendo la violencia del disparo. Rápidamente, Roy se colocó un guante y se volteó. Listo para incinerar a cualquiera que tuviera un arma y estuviera aproximadamente cerca de ellos —¡¿Un disparo?

—Esta bien, Roy —replicó Hughes, aún a su lado, guardando su cuchillo de regreso en su bolsillo. Su mirada perdida en algún lugar distante, hacia atrás. En algún lugar del cielo—. Tenemos unos "ojos de halcón" vigilándonos...

—¿Hal... cón? —jadeó, aún sudando frío. Y percatándose, por primera vez, de que Hughes estaba observando la silueta recortada en el cielo de una alta torre en particular. Sus ojos captando un destello a la luz del sol.

Hughes asintió —Si, aún es una francotiradora anónima... Entre nosotros, es muy discreta. Aún es una cadete de la academia militar, pero de cualquier forma tiene un buen brazo. Parece que ha sido traída hasta aquí. Hah... —sonrió amargamente— Pensar que tienen que traer a una chica como ella... Este debe ser el fin...