Saint Seiya y Bishoujo Senshi Sailor Moon son copyright de Masami Kurumada y Naoko Takeuchi respectivamente. Fanfic escrito sin afán de lucro.
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Capítulo 1:
—. Jóvenes Enamorados .—
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Lo suyo era todo un ritual. Antes de encontrarse con él se aseguraba de cumplirlo al pie de la letra para verse hermosa ante sus ojos. Primero tomaba un baño de sales; después se untaba crema hidratante en todo el cuerpo, seguida de otra que perfumaba y suavizaba la piel; luego pasaba el cepillo por su largo y negro cabello cien veces: todo para dejarlo sedoso y tan brillante como pluma de cuervo…
Wilfredo graznó en su pedestal, indignado. Esponjó las plumas, como para hacerle ver que entre ellas y su horripilante caballera no había comparación.
—¡Oh! No lo pensaba para hacerte competencia, mi buen amigo —dijo, sonriendo—. Ya sé que nadie podrá ganarte nunca.
Wilfredo volvió a lanzar otro graznido acompañado de una mirada penetrante. Todo él parecía decir: "más te vale, vieja bruja".
De pronto, la campana del reloj anunció las doce. Contrariada, se lanzó frente al espejo.
—¡Es tu culpa! —le gritó a Wilfredo—. No alcancé a maquillarme por estar reconciliándome contigo. ¡Por todos los cielos, qué horrorosa me veo!
El reflejo empezó a ondular: signo inequívoco de que él llegaba. ¡No debía verla tan fachosa! Buscando aligerar un poco el problema, tomó su ungüento para labios y con los dedos se extendió chocolate.
.
Serena despertó sobre su cama. La panza le pesaba y una muela le dolía de tanto chocolate que había comido. La noche anterior se la había pasado en la cocina, preparando una golosina hermosa para darle a su novio Darien. El chocolate definitivo había pesado cien gramos de los quinientos que había comprado ella en la confitería. Los otros cuatrocientos se suponía que eran para regalárselos a sus amigas, pero no había resistido la tentación de probar tantito a pesar de la dieta… y terminó engulléndose los cuatrocientos gramos ella solita.
—¡Ayyy, mi muela! —gimió, oprimiéndose el cachete y girando de lado sobre el colchón.
—¡Eso te pasa por golosa! —la reprendió Luna desde el alfeizar de la ventana—. Encima te fuiste a la cama poco después de que te lo acabaras, valiéndote un comino que aún estuviera caliente. —Luna la miró con discernimiento y terminó diciendo con tono malicioso: —A parte de ponerte como boiler, te quedarás chimuela. Uno no debe comer cosas calientes y luego correr a lavarte los dientes con agua helada.
Serena se incorporó de un salto.
—¿Lo dices en serio? —le preguntó con miedo.
—Mi abuelo se quedó sin dientes justo así —confirmó Luna.
Serena soltó un gemido y corrió a inspeccionarse la dentadura en el espejo del baño que estaba en el pasillo. Estaba asegurándose de que no se le hubiera aflojado, cuando Sammy entró y la vio.
—¿Qué haces? ¿Compruebas que no te hayan crecido más durante la noche, so burra?
—¡Lárgate! ¿Por qué entras cuando estoy yo aquí? —replicó Serena
—Pues para qué dejas la puerta abierta, idiota.
Sammy tomó su cepillo y comenzó a lavarse los dientes, muy poco dispuesto a hacerle caso a su atolondrada hermana mayor.
—¡Mamá! —gritó Serena entonces —¡Sammy es un pervertido; dile que se salga del baño!
—¡Sammy! —amonestó a gritos mamá Ikoku desde la cocina, imaginándose otra cosa —¿Qué te había dicho? Los niños buenos no hacen eso ¡Te van a salir pelos en las manos!
Al oírla, Sammy enrojeció hasta las raíces del cabello. Serena sonreía entre triunfante y socarronamente, los brazos en jarras.
—¡Ya me las pagarás! —soltó, asegurándose de empujarla con el hombro al salir.
Después de cerciorarse de que no había ningún problema con sus dientes, de cambiarse y de desayunar, Serena corrió rumbo al departamento de Darien. Abrió con su juego de llaves y miró el reloj de pared. Eran las 12:25 p.m. Darien llegaría en más o menos en media hora más.
¡Qué fastidio ver pasar el tiempo! Ya había esperado demasiado durante veintidós días enteros, cuando Darien había salido rumbo a Osaka para conseguir un trabajo temporal que aseguraba un sueldo realmente redituable. «Es para ahorrar para cuando nos casemos», le aseguró a Serena cuando ella estalló en berrinche al recibir la noticia. «Tómalo con calma, mi amor, será poco tiempo. Además te llamaré todos los días». Serena se dejó convencer al final, pero sólo hasta después de haber recibido un beso apasionado.
Suspiró soñadoramente, recordando el momento. Pensándolo bien, el haber estado tanto tiempo separados haría del reencuentro algo inolvidable.
La cajita primorosamente envuelta que albergaba su chocolate se oprimía con fuerza contra su pecho, donde el corazón le martilleaba con emoción. La separó de sí y con manos temblorosas retiró la tapa. He ahí su chocolate, hecho con sus propias manos, moldeado con amor: suculento, perturbador, insinuante…
…derretido.
—¡Ay, no!
Corrió rumbo a la cocina con la idea de meterlo en la nevera a ver si cuajaba a tiempo, aunque dudaba que tomara una forma bonita teniendo en cuenta la manera en que embarraba toda la caja. ¡Tanto esfuerzo para nada…!
Su vista se topó con la panorámica de la habitación de Darien. La puerta estaba abierta; seguro Darien había llegado horas antes de lo acordado y había salido a algún mandado.
Algo llamó su atención, un resplandor dorado pegado a la pared. Serena entró al cuarto y vio que este provenía del marco de un espejo colgado en la pared; la luz que entraba por la ventana le arrancaba reflejos al cerco de metal. Este ondulaba del lado derecho, representando el relieve de un tronco del que sobresalía una rama que marcaba la parte superior y de la cual se enrollaba una serpiente; finalmente, el lado izquierdo personificaba a un hombre desnudo que recogía la manzana que colgaba de la rama. La serpiente parecía mirarlo fijamente. Serena se quedó absorta observando cada detalle de tan elaborada artesanía.
—Se parece al que vi en mi sueño —murmuró.
—¿Te gusta?
Serena pegó un brinco y volteó rápidamente hacia la puerta. Ahí estaba Darien recargado en el marco, sonriendo divertido.
—¡Darien! —gritó Serena, lanzándose a sus brazos.
Casi se lo comió a besos.
—¿Te gusta? —volvió a preguntar Darien—. Te lo compré en recompensa por ser una chica tan paciente y comprensiva.
—¡Oh, gracias! Es muy… eh… —no encontraba las palabras para describirlo sin que Darien se ofendiera; la verdad le parecía inquietante, extraño y… no, no le gustaba ni tantito —…¡Es muy llamativo!
—Me alegra que te agrade. Lo vi en una tienda de antigüedades y pensé: "A Serena le encantará". ¿Ya viste la infinidad de detalles que tiene? —Se acercó a él y le pasó la mano por el marco—. El grabado es exquisito. Me lo vendieron por una miseria, pero sin duda vale una fortuna.
Serena dudaba que lo haya comprado pensando en ella por la manera en que hablaba. Últimamente Darien sólo pensaba en dinero y negocios.
De pronto se sintió desplazada. Había esperado que su reencuentro fuera apasionante, pero Darien no dejaba de hablar de ganancias. Sus ojos se clavaron en el suelo alfombrado y sus manos comenzaron a estrujar un poco la caja que sostenían.
De pronto, las manos de Darien se posaron sobre las suyas.
—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó preocupado, alzándole la barbilla con un dedo. Los ojos de Serena se habían rozado.
—No es nada. —No tenía derecho de reclamarle. Después de todo Darien hacía todo aquello pensando en que su futuro juntos fuera desahogado. Se llevó una mano a los ojos y se limpió las lágrimas que comenzaban a aflorarle.
Sólo entonces Darien reparó en la caja en forma de corazón que llevaba ella. Rápidamente se la quitó. Serena, recuperó la vivacidad en milésimas; muerta de vergüenza, manoteaba inútilmente en el aire, intentando recuperar la caja de manos de su novio.
—¿Qué? ¿No era para mí? —inquirió, dándole la espalda para evadir sus tentativas. Comenzó a destaparla.
Al ver que la tapa se alzaba, Serena se tapó los ojos.
—¡Ay, no lo veas!
Darien contempló en silencio el poco apetecible menjunje.
—¡Ay qué pena! —Se excusó ella, poniéndose tan roja como luz de semáforo—. Pero te aseguro que se puede comer, ¿eh? ¡Yo lo probé anoche antes de cuajarlo, como me aconsejó Lita!
Darien seguía mudo. A Serena la mataba la expectación.
—Yo a quien deseo comerme —Darien la miró con fijeza —es a ti, Serena.
Los ojos de Serena titilaron mientras él se acercaba lentamente. Sus labios se entrelazaron; sus manos recorrieron la sedosidad de sus brazos, la pronunciada hendidura que era su cintura. No era la primera vez que pasaba, ya tenían tiempo que habían llevado su relación a ese grado de intimidad.
Esta vez, sin embargo, hubo algo que la sorprendió. Siempre había algo que la sorprendía, eso ni dudarlo, pero esta vez se le fue el aliento, sintió que se derretía… Darien, haciendo acopio de su ingenio y del gusto que tenía por tan exquisita golosina, en lugar de tirar el derretido chocolate a la basura lo usó para embadurnarle todo el cuerpo y después lo recogió lenta, parsimoniosamente con la lengua…
—¡Órale qué grueso esta eso! —exclamó Hyoga, enrojeciendo. Sus ojos no se despegaban de la pantalla.
—No creo que sea buena idea que la miremos todos juntos —observó Shiryu igual de colorado—. Eso es más bien para verse en privado.
—¿Por qué lo dices, Shiryu? ¿Es que acaso eres gay y temes acabar insinuándotele a alguno de los presentes? —preguntó el rubio.
Shiryu frunció el ceño.
—No es por eso, idiota.
—¡Ah, ya sé! Lo dices para que Shun te la preste. ¿Piensas compartirla con Shunrei, entonces?
—¡Qué te importa! —masculló enseguida, dándole la espalda para ocultarleel rostro.
Estallaron las carcajadas.
Sin embargo, Shun terminó quitando el DVD para no perturbar más a su amigo.
—"La marinerita lunática XXX" —leyó Seiya antes de pasarle la caja—. ¡Uy, quién te viera, Shun: tan seriecito y bajando porno del internet! ¡Ikki se sentiría orgulloso!
Ahora fue el turno de Shun de enrojecer.
—No la bajé del internet. Me la encontré bajo la cama de mi hermano, mientras hacía el aseo.
—¿Y había más por el estilo? —quiso saber Hyoga. Sentía que la boca se le hacía agua—. Me encanta Sailor Moon. Las falditas volando mientras se transforman son geniales.
—¡Cuidado, Hyoga, que te escurre la baba!
Abochornado, Hyoga se apresuró a limpiarse los labios con la manga.
—¡Eh, caíste! —Seiya rió, señalándolo con el dedo y apretándose la barriga.
—Ya dejándonos de leperadas —interrumpió Shiryu con voz seria —¿Consiguieron los regalos?
—Yo sí —dijo Shun—. Un frasco de perfume —levantó una bolsa de papel muy adornada y de vivos colores —¿Creen que le guste? Procuré que fuera de marca, pero me sigue pareciendo poca cosa; con lo acostumbrada que está ella a recibir coches como presentes cada año…
—No te apures —lo consoló Shiryu. Simpatizante a la filosofía zen de su Maestro, agregó: —Con la intención le debería bastar.
—¿Y tú que le vas a dar, Shiryu? —inquirió Hyoga, alzando la ceja para denotar curiosidad. Como últimamente Shiryu andaba muy adepto a aplicar la frugalidad a cada aspecto de su vida, temía que saliera con un: "Mi presencia y mi atención, por supuesto".
—Un libro de feng shui —respondió el moreno. A pesar de que el Zen condenaba el materialismo, consideró prudente no presentarse con las manos vacías ante semejante cumpleañera. Sin embargo Hyoga, que como buen occidental que era no entendía el sacrificio que intentaba hacer, no vio la diferencia entre la teoría que se había planteado y su respuesta. Shiryu lo vio rodar los ojos con exasperación antes de decir con un deje de arrogancia:
—Menos mal que estoy yo para aminorar el daño, porque si ella viera lo que pretenden regalarle estaríamos fritos. —Shiryu frunció el ceño, un poco molesto—. Chéquense nada más qué monada —continuó Hyoga. Acercó un paquete enorme y comenzó a destaparlo haciendo pausas dramáticas.
—Ya apúrate, presumido —se impacientó Shiryu, cruzándose de brazos.
—¡Uy, uy! —rezongaba el rubio.
Hyoga extrajo un mullido abrigo de piel blanca de la caja.
—¡Órale! —Exclamaron sus espectadores al unísono.
—¿Es piel de verdad?
—¡Pts! —Hyoga se daba importancia —¿Qué pasó? ¡Hasta la pregunta ofende! Por supuesto que es de verdad. Y lo mejor del caso es que no gasté ni un quinto: sólo maté al oso y una señora me hizo el favor de confeccionarme el abrigo, en agradecimiento porque le salvara al hijo de que el oso se lo tragara.
Shiryu entrecerró los ojos cuando examinó la suave piel, deslizando los dedos sobre ella.
—Tienes suerte de vivir en Siberia —musitó con un leve dejo que bien podría interpretarse como envidia.
—Tengo de que Saori cumpla años en noviembre —corrigió el ruso—. De haber nacido en abril no tendría pretextos para ahorrarme una lanita.
—¡¿Qué Saori cumple años?! ¿Cuándo?
Todos voltearon a ver a Seiya. Sólo hasta entonces se dieron cuenta de que él no había formado parte de la conversación desde que empezaron con eso de los regalos.
—Seiya —Shiryu lo miró con preocupación—, no me digas que olvidaste que mañana es el cumpleaños de Saori.
—¡¿Qué?! ¡¿Mañana?! ¡¿Estás seguro?!
—Sí. Eres su novio, deberías saberlo.
—¡No soy su novio! —explotó el castaño a manera de excusa.
—Bueno —Shiryu adoptó un tono conciliador, alzando las manos para pedirle paz a su alterado amigo—. Pero por lo menos debió llegarte una invitación, ¿no?
Seiya se lanzó contra el buzón, que nunca vaciaba por temor a encontrarse las cuentas por pagar. Entre los sobres, encontró uno muy adornado, todo arrugado porque el cartero lo había metido a la fuerza por la obstruida hendidura.
—¡Oh, no! —Exclamó Seiya una vez que hubo confirmado la fecha, ciñéndose con una mano los cabellos del flequillo. Daba la impresión de que se lo iba a arrancar de un tirón en cualquier momento—. Muchachos, ¿qué hago? No puedo ir a la fiesta con las manos vacías, voy a quedar como un tonto.
—Pues no vayas y evítate el linchamiento —solucionó Hyoga simple y llanamente.
—No, no puede hacer eso —intervino Shun—. Seiya, tú significas mucho para Saori. Si no vas ella se ofendería mucho. ¿Quieres que te reclame? Tal vez hasta termine retirándote la palabra.
Seiya soltó un lastimero gemido de angustia.
—¿Qué hago? ¡Chicos, por lo que más quieran, ayúdenme!
Daba pena verlo. Shiryu terminó compadeciéndose de sus ojos de cachorrito a medio morir.
—Si te das prisa, tal vez encuentres todavía una tienda abierta, así tendrás tiempo de sobra para arreglarte mañana, antes de irnos a la fiesta —sugirió.
—Pero es que no tengo dinero, me lo gasté todo en las maquis.
Shiryu se sopló el flequillo antes de responder:
—Yo te presto. Anda, vamos.
Salieron. A tres calles encontraron una florería. Shiryu, como buen amigo que era, quería evitar que Seiya hiciera el ridículo y le aconsejó comprar un ramo de rosas rojas, como símbolo del amor eterno que le profesaba a Saori.
—¡Qué cursilería! —farfulló Seiya, sintiendo que las orejas le ardían. Menos mal que estaba oscuro y Shiryu no podía verle el rostro.
—¡Ándale, no seas ranchero! Saori se emocionará, ya lo verás. Y, si tienes suerte, tal vez termine agradeciéndote el detalle como Darien a Serena.
Shiryu le guiñó un ojo. Seiya se puso más rojo de lo que estaba, pero no podía negar que la perspectiva le atraía.
—Ándale, ve —le dio un empujoncito para acercarlo más a la puerta del local—. Yo te espero en la casa.
Antes de entrar, Seiya le lanzó un último vistazo de invalidez a su amigo y éste le hizo señas con las manos, animándole a completar la sencilla operación de traspasar el portal de la puerta. Seiya suspiró. Hubiera deseado que Shiryu le hiciera compañía hasta el final; se sentía ridículo y fuera de lugar en ese local lleno de florecitas.
Buscó las rosas entre los arreglos florales. Entre más tiempo pasaba, más le pesaba la certeza de que era un criminal, por la intención por las que las quería. Vio una empleada y abrió la boca para pedir su ayuda, pero de inmediato la volvió a cerrar: le daba demasiada vergüenza. En su mente, la chica tenía rayos X y podía usarlos para sondear sus pensamientos; minutos después lo echaba a la calle, lo tachaba de pervertido enfrente de todos los transeúntes y después iba a parar a un tribunal, donde se expedía una orden de restricción que le prohibía acercarse al local a menos de quinientos metros de distancia…
Mejor se las apañaba solo.
Pasó una hora y nada. Seiya ya estaba desesperado, sólo deseaba largarse de ahí. Pero no sin el ramo. Si no lo llevaba… si no iba a la fiesta, Saori le aplicaría la ley del hielo.
—¡Oh, Señor! Me temo que en existencia sólo nos queda uno, pero es muy caro —le informó una empleada cuando al fin se atrevió a preguntar.
—No importa —dijo. Que al cabo Shiryu es el que paga, completó en sus pensamientos.
La empleada lo llevó a la trastienda. Lirios, orquídeas, claveles, narcisos, violetas, margaritas y demases se erguían orgullosos en una alegre explosión de color. Pero en medio de todos ellos sobresalía un ostentoso y elegante bouquet de aterciopeladas rosas tan rojas como la misma sangre.
—Tiene suerte, nos lo regresaron de una boda esta mañana. Ellos querían crisantemos, pero hubo un error al levantar el pedido… —explicaba la empleada.
Seiya se distrajo oyendo a otra voz femenina repitiendo casi lo mismo que la muchacha que lo atendía. Seiya no podía ver a la mujer ni a su cliente, el enorme ramo que tenía en frente se lo impedía.
—… hubo un error al levantar el pedido. Este es, ¿qué le parece? Son príncipes negros: la elegancia personificada entre la gama de rojos que pueden ofrecer las rosas.
—Más pasional imposible —coincidió el cliente que iba con ella. Seiya se moría de curiosidad, la voz del hombre le pareció conocida. Por más que intentó estirar el cuello, el follaje de las flores terminaba por obstaculizarle la vista. Sólo pudo atisbar las piernas de la empleada y los jeans rematados en tenis que llevaba él—. Me gusta, démelo.
—Es usted un caballero con gustos exquisitos —lo alabó la mujer—. Siento envidia por la chica que las recibirá. Es afortunada.
Por un terrible momento, Seiya observó como las rosas se alzaron de su pedestal. Afortunadamente, la chica que lo atendía se lanzó sobre él e impidió que su compañera le robara la venta.
—¡Un momento! Me temó que este ya lo vendí, señor —se justificó ella con la voz más amable que pudo.
—¡Mentira! —refutó la otra —¡No te apoderarás otra vez de mis ventas!
Como parecían a punto de agarrarse del chongo, Seiya intervino para instaurar paz.
—¡Calma! ¡Calma! ¡No es para tanto!
—¡Esa voz! —exclamó el otro hombre al otro lado del ramo —¡Tú eres…!
Se dejó ver. Era…
—¡¿Jabu?!
—¡Seiya! —Jabu le dedicó una mueca de contrariedad. Oliéndose para qué quería el ramo su compañero de armas, se volvió rápidamente a la vendedora y gritó: —¡Rápido, cóbreme de una vez!
—¡No, cóbremelo a mí! —saltó Seiya, sacando rápidamente los billetes del bolsillo de sus vaqueros.
—¡Yo lo vi primero! —vociferó Jabu.
—¡Yo llegué aquí antes que tú! —alegó Seiya.
Seiya y Jabu se lanzaron chispas, cada musculo de su cuerpo preparado para arremeter contra el rival en el momento menos esperado. Y es que ambos estaban conscientes de que su amor dependía de ese arreglo y, por ello, no estaban dispuestos a cedérselo al otro sin presentar previa batalla. Sin embargo, Jabu no era tan iluso como para esperar que un milagro le permitiera ganarle a Seiya; en una batalla cuerpo a cuerpo él llevaba todas las de perder.
Pero aún le quedaba una alternativa: usar el cerebro.
—¡Oh, mira! ¿No es esa Seika? —exclamó, apuntando hacia la puerta.
—¿Dónde? —quiso saber Seiya, girándose para buscar con la vista a su hermana.
¡Estúpido!, pensó Jabu riéndose. Sólo Seiya fuera podía caer en un truco tan viejo. No desaprovechó la repentina distracción; se apoderó del ramo y salió huyendo con él, al tiempo que arrojaba el dinero al aire y le gritaba a nadie en especial:
—¡Ahí tiene, quédese con el cambio!
—¡Agh, maldito tramposo! —gritó Seiya, dándose cuenta demasiado tarde del engaño.
Salió corriendo tras sus pasos, dejando al par de empleadas peleándose por los billetes que aún revoloteaban en el aire.
Pero para cuando alcanzó la calle, Jabu ya había logrado esfumarse. Seiya maldijo dando pataletas contra el suelo alrededor de media hora; luego, con la garganta doliéndole de tanto que había gritado, tomó el camino a su casa cabizbajo y muy triste.
—¡Pinche cabrón, juro que me las pagarás! —rumiaba de vez en cuando, dándole de patadas a una lata de refresco que se había encontrado tirada.
—¡Pssss! —siseó alguien.
Seiya se volteó y entre las sombras de un callejón a sus espaldas, logró entrever la silueta de hombre que cargaba con un bulto.
—¡Pssss, eh, tú! —insistió el tipo, haciéndole señas para que se acercara con una mano.
—¿Yo? —Seiya se señaló así mismo.
—Sí, tú. Ven —se impacientó el sujeto. Seiya se acercó—. Cómprame un espejo. Te lo dejo bara, carnal. —Seiya tuvo la ligera impresión de que no hablaba con él: no le miraba, los ojos de aquel hombre se mostraban esquivos; hora se posaban hacia su izquierda, hora hacia su derecha.
—¿Un espejo?
—Sí, mira: —el hombre medio desenvolvió el bulto que llevaba para mostrarle parte de la mercancía a vender—. Pura calidad. El marco es de plata. Data del siglo doce.
—¡Ah, cabrón! ¿Y por qué traes tú semejante reliquia? ¿No debería estar en un museo? A mí se me hace que te la robaste.
—¡Qué pasó, carnal! —Se indignó, o al menos lo fingió—. Soy un hombre honrado. Te lo dejo en cien.
¿Honrado? En su lugar él nunca hubiera vendido un espejo de ese tamaño con el marco de plata por tan ridícula cantidad.
—Cincuenta —regateó
—Noventa.
—Cincuenta y tres.
—Ochenta y es mi última oferta.
—Cincuenta y cinco y si quisiste… ¡Oh! ¿Ese que viene ahí no es un policía?
El tipo aceptó el dinero y se largó a paso veloz. Seiya cargó con el bulto hasta su casa; sentía el ánimo hasta las nubes. Al llegar, les contó a todos su gran hazaña.
Desembalaron el espejo, que lucía mucho más elegante y bonito que cuando lo vio a la luz mortecina de ese sucio callejón. El marco era de plata auténtica, como constató Shiryu, y el relieve, según Hyoga, estaba inspirado en un pasaje religioso contado en la biblia. Del lado derecho mostraba a Eva desnuda sosteniendo una manzana y, en el izquierdo, el tronco de un árbol por el cual reptaba una serpiente.
—No debiste hacer tratos con un tipo tan sospechoso —reprendió Shun cruzado de brazos, molesto porque ninguno de los otros le llamara la atención a Seiya—. ¿No te das cuenta de que estás alentando la delincuencia?
—Mira, Shun, si vamos a hablar de moral, tú le robas el porno a tu hermano —replicó Seiya, molesto a su vez porque no participara de su entusiasmo.
Shun se puso colorado.
—¡Eso no es verdad!
Seiya lo ignoró.
—Y ahora, si me disculpan, voy a echarme una siestecita. —Soltó un gran bostezo.
Seiya se quedó dormido sobre el sillón, abrazando el espejo mientras su cristal lo reflejaba.
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—¡Mi amor! ¡Al fin! ¿Por qué tardaste tanto?
Una mujer de cabellos largos corría hacia él, con los brazos extendidos. Estaba muy oscuro y, por ello, creyó que era Saori quien salía a su encuentro. Feliz, arropó el pequeño cuerpo en sus brazos, aceptando el abrazo… sólo hasta entonces se dio cuenta de que la mujer que le abrazaba no era Saori, sino una extraña de cabello oscuro, como el ala de cuervo.
N/A: Este fic lo comencé hace años a petición de mis amigas, que son mega fans de Sailor Moon. Sé que debería estar actualizando mis otros fics, pero encontré este y de pronto me asaltó la inspiración para continuarlo. Imaginense: ¡3 años guardado! No podía dejar pasar la oportunidad.
Shiryu tacaño no es invención mía. Eso está basado en las parodias SD que circulan por la red, en donde se ve que a Shiryu le encanta hacer sus compras en Hong Kong, pero sólo si puede regatear. Y lo de su arrogancia tampoco es invento mío. Su maestro, que según Ohko vivía usando el lenguaje zen (o lo que es lo mismo: un lenguaje budista), lo regañaba mucho al principio de la serie porque era muy adepto a mostrar su superioridad, dando muestras de lo superficial que podía llegar a ser su carácter. De hecho, Shiryu se la pasa puliendo ese defecto a lo largo de la serie.
A propósito, ¿es cierto que van a sacar otra serie de Sailor Moon por su veinte aniversario? Espero que no sea otra remasterización como hicieron con Dragon Ball Z. Señores, ¡algo nuevo, por favor!
