Apoyada en el marco de la puerta, una mujer con jersey negro de cuello alto y pantalones de pinza también negros, con las manos en los bolsillos y una sonrisa ladeada, observaba atentamente la interacción entre su mujer y el hijo de ambas. Pasaban los años y, Regina, seguía asombrada. Después de todo, la imagen de postal que tenía ante sus ojos no había sido de fácil creación.

"Bien!" dijo el chico con el puño en alto y saltando de la cama. "He vuelto a ganarte Ma. Revancha?"

Emma miró al chico sonriendo tiernamente y echó un vistazo al reloj. Dirigió su mirada hacia la puerta; sabía perfectamente que Regina estaba observándolos. Aunque sonriendo, su mujer negó con la cabeza señalando, a la vez, el reloj que colgaba de su muñeca derecha. Fue entonces cuando Henry, el chico, supo que la revancha quedaba aplazada hasta la noche siguiente.

"Esta bien..." dijo Henry agachando la cabeza y metiéndose lentamente en la cama. "Pero, a cambio, tienes que contarme una historia".

"Henry, ¿no eres ya un poco mayor para los cuentos?" preguntó Emma. Pero no le hizo falta respuesta. Su hijo la miraba atentamente con una sonrisa traviesa en los labios. Regina decidió intervenir.

"Henry, es hora de acostarse. No remolonees".

"Sólo una historia... por favor" soltó el chico aprovechando su habilidad para derretir a sus madres con su mirada de niño bueno.

Emma miró a Regina, cuya cara permanecía impasible aunque, la joven, sabía que su mujer estaba riéndose por dentro. Volvió la mirada hacia el chico.

"Ya has oído a tu madre Henry. A dormir y nada de cuentos"

Pero Henry no estaba dispuesto a perder. Quería una historia y sabía cómo conseguirla. Levanto un dedo de su pequeña mano haciendo un gesto a Emma para que se acercara y en voz baja, pero no lo suficiente, le dijo:

"Ma... si no hay a historia le contaré a Mamá que ha pasado hoy con... "

Emma enrojeció y tapó la boca de su hijo con una de sus manos. Giró la cabeza y vio a Regina observándola inquisitivamente.

"Una historia no le hará daño antes de dormir Regina. Además tan sólo son las nueve y..." levantó la muñeca mirando el reloj " … cuarto".

Regina sacó sus manos de los bolsillos y gesticuló hacia Emma, diciéndole con su cuerpo, que hiciera lo que quisiera. Dio media vuelta y empezó a salir de la habitación pero aún, de espaldas, tuvo tiempo de decir:

"Sé lo que ha pasado con el sofá Emma"

Emma y Henry se miraron sorprendidos.

"Cómo lo sabe chico?" preguntó Emma, extrañada, porqué creía haber disimulado a la perfección la mancha de chocolate en uno de los cojines de piel blanca del sofá. Henry, le contestó con la mirada jurando y perjurando que él no se había ido de la lengua.

Acostándose en la cama junto a Henry, Emma soltó con una voz exageradamente alta:

"Chico, a veces juraría que tu madre es bruja"

La carcajada de Regina resonó en todo el pasillo.

"Bueno... y que historia te apetece oír?"

"Ya sabes cuál me gusta" dijo Henry mientras se acomodaba bajo las sábanas.

Emma suspiró alegremente. Sabía perfectamente a que historia se refería su hijo. Desde que era pequeño, le encantaba escuchar sobre aquel poder mágico que había unido a sus madres. El amor.

"Es una historia muy larga Henry"

"Puedes contármela en varios días. Cómo cuando leemos un capítulo de un libro cada noche".

"Esta bien" dijo Emma. "¿Estas preparado?"

Henry asintió con la cabeza y espero a que empezara el relato.

"Erase una vez, no muy lejos de aquí, cuándo..."

Sentada, completamente tensa, en el asiento 4B del avión, con los ojos brillantes, gotas de sudor bajándole por la frente y los dientes apretados cualquiera diría que, Regina Mills, era una mujer de 23 años, hermosa, sensata y inteligente con un brillante porvenir por delante. Y es que, aunque no era una neófita en eso de volar, los aviones aterrorizaban a la joven.

"No me gusta volar. Odio volar. Va en contra de la naturaleza humana. No, no me gusta volar" iba refunfuñando Regina en voz baja sin darse cuenta que una chica rubia, algo más joven que ella, se había ocupado el asiento de al lado.

"Debería estar prohibido. ¿Cómo se aguanta un bicho de estas dimensiones en el aire, eh?. Odio volar. Lo juro, odio volar"

"Intenta repetirlo tres veces Dorothy. A lo mejor así, cuando abras los ojos ya estas en casa"

Regina abrió los ojos rápidamente y se encontró con la mirada sonriente y algo burleta de la joven rubia.

"¿Sabes que es el método más seguro para viajar, no?"

"¿Sabes que es de mala educación entrometerse en los asuntos de otros, no?" contestó Regina contundentemente.

Emma, la chica rubia, cerró los ojos suspirando y apretándose el puente de la nariz. Iba a ser un viaje muy largo hasta Paris con esa repelente al lado. Un viaje que no había hecho más que empezar porqué aún estaban rodando por la pista. Observo a la chica morena durante unos segundos y viendo cómo se hablaba y cómo iba vestida enseguida supo que hacer.

"¿Qué?" le inquirió Regina con mala leche, harta de ser observada.

Emma sonrió.

"Nada... " contestó Emma y volvió a sonreír para después cerrar los ojos apoyándose en el respaldo del asiento. Sabía que la otra chica no dejaría correr el tema y estaba en lo cierto pues, enseguida, la voz de Regina le obligó a abrir los ojos.

"¿Qué?"

Emma volvió a sonreír frustrando más a Regina.

"Me preguntaba que hace una chica como tu... tan, tan... cómo una reina en clase turista" respondió la rubia y la cara de Regina enrojeció.

"No sólo te entrometes en los asuntos de otros sino que, encima, te atreves a juzgarlos. No tienes educación."

Emma se incorporó en su asiento.

"No soy yo quien lleva un vestido de Chanel y unos zapatos de Prada en un asiento de clase turista. Papá ha cerrado el grifo y no te ha dejado ir en primera clase o, simplemente, eres de esas de "quiero y no puedo"?"

El avión ya había alzado el vuelo y Regina no lo había notado. Eso era bueno. Eso era lo que pretendía Emma.

"Para tu información, y no sé porqué me molesto en comentártelo, no les quedaban asientos libres en primera. ¿O crees que me gusta estar aquí acompañada de.. " Regina señalo a Emma con el dedo moviéndolo abajo y arriba "... alguien como tu?. Y, aunque creas lo contrario, gano suficiente dinero cómo para pagarme los trajes y los viajes por mi misma".

Regina no entendía porqué pero sentía la necesidad de hablar y de rebatir todo lo que aquella chica le decía.

"Lo que tu digas …. reina. Me extraña que no hayas puesto una toalla en el asiento por miedo a coger germenes que te conviertan en pueblerina" contestó Emma aún sonriendo irónicamente. Tampoco entendía porqué y, lo que había empezado como una maniobra de distracción, se había ido convirtiendo en una necesidad imperativa de continuar hablando con esa mujer y conocerla. Aunque fuera a través de una discusión.

"¿Cuesta mucho imaginar que a alguien le guste arreglarse y vestirse bien y no con algo que dé la sensación de haber pasado la noche en la calle? No es algo que tenga que ver con el dinero sino con la propia imagen. Aunque supongo que eso es algo que, en el instituto de barrio del que debes haber salido, no se aprende."

Regina la miró atentamente esperando una respuesta. Sabía que había sido dura y que posiblemente la chica rubia ya no hablaría más con ella. Pero lo necesitaba, no sabía porqué, pero lo necesitaba.

Justo, en ese momento, la luz de la señal de obligación de llevar el cinturón puesto se apagó. Estaban en el aire.

Emma se desabrochó el suyo y se levantó. Se acercó a Regina y susurrándole en la oreja le dijo riendo:

"Felicidades... reina... ya estamos en el aire y has sobrevivido" se apartó un poco y la miró a los ojos riendo cariñosamente. Y, entonces, Regina entendió que la chica rubia había empezado a discutirse con ella sólo para que olvidara el pánico a volar mientras duraba el despegue. Su cara se iluminó y no pudo evitar reír.

A los cinco minutos, Emma volvió y ocupó su asiento otra vez. Regina la miró de reojo. Parecía que la joven quería dormir pero no quería dejar pasar la oportunidad de darle las gracias, así que, se inclinó de lado hacia ella y, extendiendo la mano, le dijo:

"No sé cómo darle las gracias señorita..."

Emma abrió los ojos y admiró durante unos segundo la belleza de Regina. Extendió su mano también encajándola con la que le habían ofrecido. Un extraño cosquilleo le recorrió el cuerpo y en el estómago se le aposentó una sensación desconocida pero agradable, muy agradable. Cómo de haber realizado un viaje muy largo y, por fin, llegar a casa.

Regina tampoco fue inmune a las mismas sensaciones. Le recordaban a todo aquello que había leído sobre el amor a primera vista y las almas gemelas pero ¿eso era imposible no?. Al fin y al cabo, ella ya estaba enamorada y comprometida para casarse.

La voz de Emma la arrancó de sus pensamientos.

"... Swan. Emma Swan"

"... Mills. Regina Mills"

Resultó, al final, que ninguna de las dos durmió en ese viaje. Pasaron las horas compartiendo vivencias y, así, Emma aprendió que Regina provenía de una familia bien situada de Storybrooke – Maine -, que se había graduado la primera de su clase en la universidad y que, ahora, la facultad de derecho de Harvard le esperaba con los brazos abiertos. Descubrió también que le gustaba montar a caballo, prefería la música clásica a la actual, las películas serias a las comedias, que no era la primera vez que viajaba a Europa, que en política era demócrata a pesar que toda su familia había votado a los republicanos siempre, que prefería la lectura a los deportes, la pasta a la pizza y esperaba tener familia algún día.

Por su parte, Regina aprendió que Emma había terminado el instituto hacía dos años pero no tenía ninguna intención de ir a la universidad, que llevaba dos años trabajando en diversos sitios a la vez para poder viajar a París por primera vez, que su familia formada tan sólo por un tío y un primo había vivido siempre en la misma casita en los suburbios de Boston, que nunca había montado a caballo pero le encantaba ir en bici, que su posesión más preciada era un Volkswagen Beetle amarillo que había pertenecido a sus padres. Sin que fuera una sorpresa, aprendió que la música preferida de Emma era el rock, se reía con las comedias absurdas de Monty Phyton, que le gustaba leer pero prefería ver un partido de fútbol, cenar pizza y coca-cola y que nunca se había planteado si quería tener hijos o no.

Fueron siete horas de vuelo que se esfumaron rápidamente entre conversaciones y miradas furtivas. Siete horas de confidencias, planes para el futuro y para intentar descubrir que era aquella sensación confortable que las invadía a las dos cada vez que se tocaban o miraban directamente a los ojos.

"Estamos a punto de aterrizar" dijo Regina casi cómo un suspiro.

Ambas se miraron. Era el fin del viaje. El fin del encuentro.

"¿Te importaría cogerme de la mano?" le preguntó a Emma que, sin decir nada y sonriendo, le cogió suavemente la mano derecha y se quedó mirándola embobada.

Después del aterrizaje, en silencio, se dirigieron hacia la zona de recogida de equipaje. Con sus maletas en mano llegaron a la salida. Emma fue la primera en reaccionar y extendió su mano.

"Bueno... que la fuerza te acompañe Regina Mills".

Regina sonrió tontamente y apretó un poco más su mano contra la de Emma.

"Que tengas suerte Emma Swan"

Las palabras suficientes ya se habían cruzado pero ninguna de las dos era incapaz de desligar su mano de la otra. Por unos segundos, el mundo alrededor suyo no existió y fue entonces cuando Regina acabó de recorrer el espacio que las separaba y dejó que sus labios reposaran sensualmente en la comisura de los de Emma. Al separarse, sin cruzarse una palabra más, emprendieron sus caminos en direcciones opuestas.

Emma había recorrido un centenar de metros cuándo se paró a escuchar su conciencia. Harta de intentar llevarle la contraria, se colocó bien la mochila en los hombros y empezó a correr a través de la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle para dar alcance a Regina. No sabía que iba a decirle, no sabía si pedirle una cita, un número de teléfono o simplemente besarla cómo si no hubiera mañana. Lo único que sabía es que tenía que verla otra vez.

La divisó a lo lejos e hizo un sprint en los últimos metros para, de repente, pararse en seco. Un joven apuesto tenia su brazo rodeando los hombros de Regina mientras que otro hombre se encargaba de sus maletas. Con las manos encima de los muslos y jadeando por la carrera, estuvo a tiempo de ver cómo el joven daba un pequeño beso a Regina y los dos sonreían. Prometió autocastigarse por su inocencia, se dio la vuelta y se fue dando gracias porqué Regina no la había visto.

Se equivocaba. La joven morena la había visto y su estomago dio un vuelco al ver esa melena rubia alejándose y confundiéndose entre la gente.

"Descansa Henry" dijo Emma besando la frente de su hijo.

"¿Seguiremos mañana Ma?" dijo Henry medio dormido.

Desde la puerta, Emma no pudo evitar sonreír.

"Claro que si. Ahora duerme pequeño".

Cerró la puerta de la habitación suavemente y se fue desvistiendo hasta llegar al baño dejando los restos de su ropa en el pasillo. Regina la mataría por eso pero ya encontraría la forma de recompensarla.

Se lavó los dientes, se puso su camiseta vieja de Led Zeppelin que hacía las veces de pijama y entró en la habitación que compartía con su mujer. Regina, con su camiseta de tiras blanca y sus pantalones de deporte, yacía por encima de las sábanas concentrada leyendo algún informe del trabajo. Tenía el pelo colocado detrás de las orejas aunque un mechón insistía en caerle sobre la frente y llevaba esas gafas que a Emma le parecían tan sexys.

Desde la puerta, Emma se acercó lentamente a la cama dónde subió clavando las rodillas a cada lado de las piernas de Regina. Acabó sentada en el regazo de su mujer, le quitó el informe de las manos y se inclinó hacia delante para besarla.

"No creas que voy a perdonarte tan fácilmente que hayas manchado de chocolate mi sofá preferido" comentó Regina mientras sus manos recorrían la espalda de Emma.

Volvieron a besarse y, cuando las cosas empezaron a calentarse, Regina intentó quitarse las gafas. La mano de Emma se lo impidió.

"Ni se te ocurra!. No sabes como me pone verte con ellas"