¿Casualidad o destino?

Muchos dicen que las casualidades no existen, que todos los eventos y circunstancias pasan por una sola razón: El destino. Ese que todos debemos seguir y al que estamos sometidos. Porque no importa cuánto luches, ni que tan grande sea tu deseo de cambiarlo. Eso no pasara. Una vez que encuentres o te choques con el destino, no hay vuelta atrás. Una vez mi padre me conto como un antiguo guerreo huyo de su destino: Luchar en una de las más grandes batallas y defender a su pueblo. Este se acobardo y pensó que había tenido suficiente, que siempre había puesto en riesgo su vida y nadie lo agradecía. Empaco todas sus cosas y huyo con su familia al desierto con la certeza que no era indispensable en esa guerra. Días después se enteró que la guerra había terminado y que su pueblo se encontraba en ruinas. La culpa lo invadió, susurrándole que su destino había sido escrito y al negarse a cumplirlo había desatado su desgracia y la de todo su pueblo. En ese entonces no le preste atención a la historia, hasta que un día le pregunte a mi padre si mi destino era ser escritor y el me pregunto si era feliz cuando escribía. Si, le respondí, entonces él dijo: El destino no siempre es malo, a veces te llena de alegrías y pone a las personas correctas en tu camino, así que cuando ames algo o conozcas a alguien que te impacte, no lo dejes ir. Dale una oportunidad de formar parte de ti, el cuanto se quedara ya no dependerá de ti.

Sin embargo, yo siempre me he considerado diferente de las personas a mí alrededor. Soy la excepción a la regla. No me considero amable, tiendo a palotear cosas sin sentido cuando estoy nervioso, soy distraído y extremadamente tímido al menos con las personas desconocidas. Aunque siempre hay una primera vez para todo, y eso pude comprobarlo cuando ella se cruzó en mi camino, literalmente hablando.

La conocí en la calle, le pregunté qué hora era y sólo me apuntó hacia el gran reloj de la plaza central. Iba distraído como la mayoría del tiempo, con una nueva idea para mi siguiente novela. Así que mientras esperaba a que el semáforo cambiara. Moví mi pie con insistencia en señal de impaciencia. Iba tarde a la escuela, otra vez. Note como la chica a mi lado consultaba su reloj de mano cada segundo seguramente en la misma situación que yo, y de repente la pregunta salió de mi boca sin permiso. Ella ni siquiera me miro, solo me señalo el reloj de la plaza. Con vergüenza y torpeza mire la hora. Cuando busque a la chica de nuevo, la encontré al otro lado de la calle. El semáforo había cambiado. Y sin saber muy bien la razón, la seguí. Tal vez fue su indiferencia, sus ojos profundos, su sonrisa rota o su particular belleza. Y no me arrepiento porque no importa que fue lo que me llevo a ella, si no lo que hizo que me quedara a su lado.