Esta es una recopilación de oneshots y drabbles de Akashi "alucinando" con la vida de la gente de a pie. Admito que últimamente he estado escuchando mucho "Common People", de Pulp.


Los suspiros de Mayuzumi estaban evolucionando poco a poco, con más lentitud que la humanidad misma, hasta convertirse en gruñidos de chihuahua. Los cambios en el lenguaje corporal de Mayuzumi le traían sin cuidado a Akashi, que seguía sopla que te sopla acomodado en el kotatsu.

La culpa la tenía Mayuzumi por haber pecado de incauto al prepararle ramen instantáneo a un niño bien como Akashi. No dudaba de lo fascinante que podía llegar a ser la comida precocinada —las sopas de sobre guardaban un lugar especial en su corazón—, sobre todo cuando su programa de televisión favorito estaba a punto de empezar y el gusanillo del hambre asomaba para no dejarle en paz. Sí, un gran invento. Buscaría en la Wikipedia el nombre de los padres de tal genialidad y les haría un altar modesto hecho con cartones de leche y pañuelos sin usar.

—No me importaría ayudarte en tal empresa.

La punta de la nariz de Akashi estaba roja, casi del mismo tono brillante que la manta del kotatsu, y en las bolsas bajo sus ojos podría descansar un batallón entero. Se zampaba su ramen instantáneo con una felicidad —ojo al chiste— absoluta y soltaba "elogios" sin ton ni son, si se podía llamar así a los blurp, blurp que se escapaban de su boquita de príncipe.

Sí, lo que había que oír. Que Akashi Seijuurou, ¡Akashi-sama!, era como un príncipe. Cómo se notaba que no lo habían visto teniendo orgasmos con el ramen o con el programa más estúpido de la parrilla televisiva.

—Creo que ya entiendo el mecanismo de este concurso —dejó el ramen barato sobre el kotatsu, con una solemnidad que contrastaba con lo informal del ambiente.

Aun así, había una pizca de orgullo sincero en la mirada somnolienta de Akashi.

—No hay nada que entender. Quien falla una respuesta, tiene castigo. No hay más.

—Interesante —musitó, ignorando por completo a Mayuzumi, para variar.

Si el concurso en sí lo había dejado perplejo, el acabóse llegó de la mano de la publicidad. Era una explosión de colorines chillones, música tan rápida como divertida, LETRAS GRANDES. Algo que cualquier japonés de clase media tenía interiorizado era una novedad para Akashi. Que algo así pudiese llegar a romperle los esquemas, uno por uno, como si se tratase de una hilera de fichas de dominó, ya no le parecía tan gracioso a Mayuzumi. Más bien penoso. Triste. Aunque la sonrisilla que se le formó al ver la cara de pasmado de Akashi pudiese sugerir lo contrario.

—Doy por hecho que en el supermercado más cercano venden todos los productos anunciados.

—Yo qué sé, Akashi —Mayuzumi se dio cuenta de lo que podían conllevar las palabras de su capitán y sintió ganas imperiosas de echarlo de su casa—. Y no, no vamos a ir a comprar esas porquerías.

«En parte porque lo que acabamos de ver es un anuncio de compresas y no veo qué interés puede tener eso para ti», se calló Mayuzumi. Quizás Akashi estaba pensando en extender su imperio conquistando al equipo femenino de baloncesto con productos de higiene íntima. No sería de extrañar que algo así sucediese y que Mayuzumi tuviera que presenciarlo en primera fila.

—Soy consciente de los engaños y exageraciones que acarrea la publicidad —terminó de tomarse su ramen instantáneo con total elegancia, como si estuviese en un restaurante de cinco tenedores y no en el kotatsu viejo y roñoso de la casa de los Mayuzumi—. Me ofende que me creas tan influenciable.

Mayuzumi miró al techo, donde había un poco de humedad y una mosca revoloteando, y se imaginó que eso era el cielo, donde el dios de la paciencia le sonreía sin dientes. Intentó cambiar de canal, para al menos asegurarse de que la televisión japonesa aún tenía un mínimo de calidad, y se encontró el no tajante de Akashi.

Lo que faltaba, que viniese Akashi y se apoderase por el morro del mando de la televisión. A este paso, los suspiros-gruñido de Mayuzumi acabarían transformándose inequívocamente en los alaridos de un velociraptor. Y aun así, por muy ensordecedores que fueran, a Akashi acabarían entrándole por un oído y saliéndole por otro. Como todo, vamos.