Hola gente este es mi primer fanfic de Inuyasha, así que os pido un poco de piedad xd jajaja. Pero por otra parte os invito a dejarme vuestros comentarios con vuestras opiniones, críticas e ideas, ya que toda aportación es buena para que la historia continúe.
Intentaré seguir lo más que pueda la personalidad de Nuestro querido Youkai, pero si veis que no voy por buen camino decídmelo tambien.
Sobre Rin haré comentarios en el próximo capítulo, pero tranquilos que todo tiene explicación.
Sin más os dejo con el prólogo.
PD:
Todos los personajes de Inuyasha pertenecen a Rumiko Takahashi.
La aldea se hallaba en un apacible silencio a esas horas de la noche, todo el mundo estaba en sus casas, realizando las cotidianas actividades que se hacen al final de cada día. Aquella noche la luna, ama y señora de los cielos nocturnos brillaba totalmente llena, iluminándolo todo acompañada de las estrellas, talvez ajenas a lo que estaba a punto de suceder.
Una joven sacerdotisa escudriñaba los alrededores desde su ventana, inquieta por las sensaciones que percibía en el pacífico ambiente que se respiraba en apariencia. Algo en su interior le decía que se mantuviera en alerta, que no bajase la guardia aquella noche.
- ¿Sucede algo Kagome? – Preguntó su compañero tras ella, un medio demonio de cabellos plateados y ropajes de color rojo intenso, ojos dorados como el sol y unas orejas puntiagudas en lo alto de la cabeza.
- - ¿Qué percibes? -
- - Un aura maligna, pero no sé de donde procede. -
- - Huelo muchos demonios cerca de aquí. – Contestó él situándose junto a la joven en la ventana al mismo tiempo que la rodeaba por la cintura.
- - Se acercan, dentro de poco llegarán a la aldea. – añadió posando la otra mano en su espada y preparándose para la lucha. Los dos se miraron por un instante recordando los tiempos en que viajaban buscando los fragmentos de la esfera de los cuatro espíritus y a Naraku. De aquella época habían pasado ocho años, pero de vez en cuando exterminaban a otros demonios que rondaban por otras poblaciones, a veces solos o también junto a sus viejos amigos.
Los dos jóvenes salieron a toda prisa de la casa y se dirigieron a la entrada de la aldea, donde les esperaba la señora Kaede con un carcaj de flechas al hombro, el arco preparado y la vista clavada en el horizonte.
- - ¿sientes eso, Kagome? – Preguntó la anciana mirando a la chica que se situaba a su lado y colocaba una flecha en el arco, al mismo tiempo que el medio demonio desenvainaba su espada.
- - Lo más probable es que solo sean muchos. Acabaremos con ellos en un abrir y cerrar de ojos. – comentó con una sonrisa.
- - No los subestimes Inuyasha. – lo previno Kaede lanzándole una severa mirada. – Puede ser cualquier cosa. –
Todos se pusieron en alerta al distinguir unas sombras que se movían entre los árboles del bosque y en unos segundos una gran cantidad de demonios serpiente se lanzaba al ataque contra ellos, matando a todos los aldeanos sin ningún tipo de compasión, ni si quiera hacia los niños.
- ¡No tiene sentido que los matemos, no se acaban! – Gritó Kagome disparando una flecha tras otra. – Hay que matar a su líder. -
En aquel momento llegaron un hombre y una mujer, quienes se unieron a la lucha. El primero vestía como un monje y la mujer que le acompañaba lucía un inconfundible equipo de exterminadora de demonios. Ahora sí que estaban todos juntos, dispuestos a defender la aldea a toda costa, incluso si tenían que dejar sus vidas en el intento.
- Mirroku, Sango, ¿Dónde habéis dejado a los niños? – Preguntó Kagome alarmada.
- - No te preocupes, Rin se los ha llevado junto con Shippo al bosque. – replicó Sango lanzando una mirada de preocupación en dirección a los árboles. –Solo espero que esto no dure mucho. – pensó para sí angustiada ya que aunque sabía que sus hijos no corrían peligro alguno con Rin siempre cabía la posibilidad de que les ocurriera algo.
Tras varias horas de lucha sin descanso todos se sentían desesperados porque no conseguían localizar al demonio en jefe de las serpientes, y en sus corazones comenzó a instalarse el temor de que aquello no era más que una distracción para alcanzar un objetivo, un objetivo que desconocían y que debían averiguar de inmediato.
- ¡Meido Zangetsuha! – Gritó Inuyasha mientras su espada abría un enorme agujero que se tragó a dos demonios que se le habían acercado más de la cuenta. NO podía concentrarse en localizar al responsable de aquello ya que al estar ocupado destruyendo a las criaturas que se empeñaban en obstaculizarle el camino se le hacía casi imposible intentar rastrear su fuente de procedencia, y estaba seguro de que ahí se encontraba la persona que los debía de estar controlando.
- - ¡Inuyasha, nosotros nos ocuparemos de estos, tú busca a su líder, rápido! – Le dijo Miroku.
El medio demonio no necesitó que se lo repitieran dos veces, así que echó una última mirada a sus amigos y su amada y se encaminó a toda velocidad hacia la arboleda. Como había sospechado, el que controlaba a las serpientes se ocultaba en el bosque por lo tanto se apresuró en localizarlo, más aún al recordar quien además de la criatura se ocultaba allí.
- ¡Pero mira que bien, cuatro humanos y un Kitsune! – Canturreó una voz femenina con una voz dulce, casi infantil.
- - ¡No permitiré que les toques! – Gritó el pequeño Shippo situándose delante de los hijos de Sango y de Rin. El pequeño zorro aún tenía el aspecto de un niño, talvez algo mayor de cuando viajaba con el resto de sus amigos, pero aún no había alcanzado ni si quiera la adolescencia.
- Baya pequeño Kitsune, ¿acaso serás tú el que les proteja? – Inquirió la mujer serpiente con una burlona sonrisa. – ¡Con solo pensarlo me entran escalofríos! –
- Shippo no malgastó el tiempo en discusiones sino que pensó en algo que pudiera distraerla mientras Rin y los niños huían de allí. Podía hacerlo, no era la primera vez que luchaba no solo para salvar su vida, sino también la de sus amigos. Pensó en todas aquellas ocasiones en que gracias a su ayuda habían salido con vida de más de un aprieto y se le ocurrió una idea.
- - Claro, era una serpiente, un reptil! ¿qué mejor cosa que el fuego para deshacerse de ella? –
- ¡Fuego de zorro! – Una gran llamarada brotó de sus manos en dirección al demonio pero esta fue más rápida de lo que había previsto y la esquivó con increíble agilidad. Casi sin pensárselo creó una barera de protección básica, algo que le daría un poco de tiempo para pensar en un plan y talvez ocurriese alguna clase de milagro e Inuyasha, o alguno de los otros iría a salvarles. Sippo se habría alegrado de ver incluso al antipático de Sesshomaru, quien al ver que Rin se encontraba en peligro no dudaría en matar a aquella criatura asquerosa, lo cual tampoco le llevaría mucho esfuerzo.
- El demonio retrocedió reptando unos metros, pero no lo suficiente para darles un respiro puesto que la mayor parte de su cuerpo aún les bloqueaba el paso.
Cuando los había acorralado se les apareció con una forma humanoide, la de una mujer de salvaje belleza, con la cara triangular, facciones juveniles, unos ojos en los que se apreciaban unos iris similares a los de los gatos y una larga cabellera de color verde intenso. Pero ahora había adoptado la forma de una gigantesca serpiente con la misma tonalidad verde que sus cabellos, dispuesta a matarles bien con su veneno, o asfixiándoles entre sus anillos… o eso pensaban el pequeño Kitsune y los cuatro humanos.
- La quiero a ella, y no permitiré que un enano como tú se interponga en mi camino. – Dijo con una sonrisa señalando con la cabeza a Rin, quien la observaba atónita por sus palabras.
- ¿Acaso querían volver a utilizarla para volver a atraer al señor Sesshomaru a otra trampa? Se preguntaba la joven inquieta. Por otra parte en esos momentos se odiaba a sí misma por ser débil, por no poder luchar y ayudar a Shippo a proteger a aquellos niños, se odiaba por su condición de humana, un sentimiento que hasta ese momento no había experimentado jamás hacia sí misma, puesto que cuando era niña temía e incluso odiaba a los de su propia especie. Pero ahora las cosas no eran iguales a como lo eran antaño.
Muchos kilómetros más allá, en un paraje rocoso y azotado por el viento, dos criaturas se encontraban enfrascados en un combate a muerte. Él, como era su costumbre aparentaba tranquilidad y estoicismo, siempre frío y calculador, sin mostrar ninguna debilidad. Por lo contrario su oponente mostraba una maligna y cruel sonrisa de regodeo en sus labios, pues todo marchaba conforme al plan que había trazado con esmero desde hacía varios años. Nada podía salir mal, obtendría su venganza y conseguiría la joya mortal.
- Eres patética, Hiretsuko. – Dijo el demonio con desprecio. – No sé cómo mi padre no te derrotó en su momento. –
- - Sesshomaru, hay muchas cosas que desconoces, cosas que tu padre no te contó. Así que te aconsejo que no seas tan arrogante sin saber de lo que hablas. -
- - ¿Acaso te jactas de conocer a Inu No Taisho mejor que su propio hijo? –
- - En ningún momento he dicho eso. De hecho tu padre jamás llegó a descubrir sobre cuál de sus hijos recaerían mis planes, ya que por aquel entonces no existíais ninguno de los dos. –
- ¿Qué quieres decir exactamente? – Cuestionó él sin cambiar ni un ápice el gesto.
- - Que no fue casualidad que tu padre muriese tras su combate contra Ryukotsusei, no es casualidad que se enamorara de una humana, ni si quiera lo es el hecho de que a tu hermanastro le haya pasado lo mismo. –
- - Sigo sin entender qué tiene que ver eso conmigo. -
La mujer alzó las manos, cruzó los pulgares y dejó que sus índices se tocaran. A continuación fue separando las manos poco a poco y de éstas surgió una esfera que mostraba la imagen de una joven de no más de dieciocho años, con el cabello negro, los ojos marrones y un rostro en el que se reflejaban la dulzura y la inocencia. Él conocía de sobra esos rasgos, solo que sus ojos no mostraban el brillo jovial de siempre sino que en ellos se reflejaba un intenso miedo, al igual que los tres niños a los que abrazaba desesperadamente.
- ¿Se llama Rin, no es así? - se burló al ver la expresión del demonio, una expresión que habría atemorizado a cualquiera.
- ¡cállate! – Gritó él dirigiendo de nuevo a Bakusaiga contra ella, quien sin embargo le esquivó con suma facilidad.
- - Eres una cobarde, no tienes ni una pizca de honor, de lo contrario lucharías como es debido en vez de esquivar mis ataques. –
- Céntrate. Este no es el mejor modo para acabar con Hiretsuko. – Dijo alguien en el interior de su mente… ¿pero quién?
- Conocía esa voz, estaba seguro, pero no percibía ningún aura demoníaca a parte de la de Hiretsuko.
- - ¿Quién eres? – Pensó molesto por la interrupción.
- - Creo que necesitas ayuda Sesshomaru. – Contestó la voz ignorando su pregunta. Lo que sucedió en ese momento fue simplemente inverosímil. Súbitamente descendió un potente relámpago del cielo que fue a caer entre los dos duelistas con una ensordecedora explosión.
- ¡Pero qué…! – Gritó Hiretsuko furiosa, ya que al desaparecer el polvo del aire vio al demonio erguido frente a sí con una segunda arma, y sin darle si quiera tiempo para apartarse se lanzó hacia ella y le hundió el arma en el pecho, justo en el corazón.
- Al teñirse ésta con la sangre de la mujer brilló intensamente, con lo que obligó a Sesshomaru a entrecerrar los ojos, pero éste pudo ver perfectamente el fenómeno que estaba teniendo lugar allí.
- La majestuosa arma había desaparecido y en su lugar la mano del joven sostenía un anillo, pero lo extraño no era aquello sino la particularidad de que la pequeña sortija tenía talladas dos lunas en cuarto creciente, una con un topacio y la otra con una amatista.
- Me ocuparé de esto después. – dijo a la oscura noche y sin mirar a ningún lugar se transformó en una esfera de luz para teletransportarse junto a ella, junto a su dulce Rin, a quien no podía dejar morir porque sabía que de ser así no habría vuelta atrás, que ella moriría definitivamente y para siempre, pues Tenseiga no podía hacer nada por ella habiéndola revivido en una ocasión, y tampoco disponía de la piedra Meido de su madre.
Se apareció cerca de la aldea y captó al instante el olor de la sangre humana recién derramada, pero no sentía el olor de ella en la dirección de la aldea, sino que su rastro lo conducía al bosque. Comenzó a correr hacia ella para protegerla y en su camino captó otra esencia, la esencia de Inuyasha. No tardó mucho en distinguirle corriendo en la misma dirección que él, pero al instante el medio demonio se volvió y le miró desafiante.
- ¿Qué quieres ahora Sesshomaru? – Pregunto irritado. Él también captaba la esencia de Rin junto a la del demonio serpiente y su mayor temor era el de no llegar a tiempo y que la joven humana y sus acompañantes murieran, con lo que tendría que soportar las iras de su irritante hermano, quien le recriminaría como siempre su ineptitud como fruto de su sangre mestiza y otras bobadas más que de ninguna manera le apetecía escuchar, no cuando como Sesshomaru, tenía a alguien a quien proteger.
El pequeño demonio salió despedido por los aires y fue a estrellarse contra un árbol lanzado por la cola de la mujer serpiente, quien en ese momento se encaraba con Rin, sonriendo burlona. El olor de su miedo y de su sangre la excitaban cada vez más, incitándola a hincar sus colmillos en ella, deseaba sentir su frágil cuerpo quebrarse entre sus anillos y paladear la sangre carmesí que contenía, sobre todo si se trataba de una persona tan pura como aquella muchacha. Sin embargo las órdenes de su señora habían sido concretas al respecto, tenía que hacerle el daño preciso, ni más ni menos…
Era una lástima, pero aún le quedaban los otros tres niños como pequeño aperitivo.
De repente sintió un aura demoníaca muy poderosa que se acercaba seguida de otra más débil, pero ambas presencias estaban a punto de llegar e intuyendo que no le quedaba mucho tiempo la criatura se lanzó sobre la joven humana.
La chica no era ni lo suficientemente fuerte ni lo suficientemente ágil para apartarse de la trayectoria del demonio, ni tampoco podía evitar el ataque, con lo cual vio impotente cómo la bestia la alzaba por los aires y después sintió un dolor punzante que nacía en su pecho, al mismo tiempo que la cabeza de la serpiente cubría la sombra de los árboles.
En aquel momento sus pensamientos iban dedicados a una persona, aquel a quien siempre había querido y admirado sin importar su naturaleza, el que la había protegido y al que había seguido después de que la devolviera a la vida… Creyó verlo por un momento pero aunque él estuviese allí sería demasiado tarde para ayudarla. Los años de experiencia junto a la sacerdotisa Kaede le habían enseñado que si un veneno o enfermedad llegaba al corazón la víctima ya no tenía salvación posible, justo como acababa de ocurrir, la mordedura de la serpiente había sido mortal.
Cuando llegaron al pequeño claro donde se ocultaba el demonio, ambos hermanos vieron algo que los dejó petrificados durante una fracción de segundo… era Rin, envuelta por los anillos de un demonio serpiente enorme y la cabeza de éste sobre el pecho de la joven.
Sin ninguna reacción aparente Sesshomaru se lanzó contra la bestia con Bakusaiga en la mano decidido a matar a esa alimaña que había osado tocar a su protegida, pero lo que le hizo sentir inquietud fue que el demonio tenía rastros del poder de Hiretsuko, y se preguntó el por qué de semejante olor en ese lugar.
Cuando estuvo a punto de rozar a la bestia con su espada ésta se volvió y con una cruel carcajada le dijo.
- No te molestes, no pienso enfrentarme contigo, pues ya tengo lo que necesitaba. -
Dicho esto se volvió a transformar en la joven mujer de antes y desapareció en medio de una gran bocanada de humo. Sesshomaru se apresuró a acudir junto a Rin y lo que vio no le gustó en absoluto, ya que con un solo vistazo al pálido semblante de la joven le quedó claro que nada podía ayudarla a sanar sus heridas.
De nuevo se sintió como aquella vez en el inframundo, cuando vio que Tenseiga no podía revivirla, una sensación que no había experimentado en toda su larga vida. Podía decirse que le habían herido de múltiples maneras a lo largo de los siglos, pero esa clase de dolor era diferente. Era un dolor punzante e intangible, un dolor que le hacía querer gritar, destruirlo todo a su paso sin compasión alguna. Porque Rin no podía morir, no podía. Ella era suya y de nadie más, su vida le pertenecía y ningún ser viviente podía arrebatársela. Pero la muerte, esa caprichosa y seductora, había venido para llevársela, contenida en el veneno de esa repugnante criatura. Y ahora se apagaba, como una de las tantas estrellas que brillaban sobre sus cabezas, se moría como una preciosa y delicada flor, su vida se desvanecía cual diente de león mecido por el viento.
- Señor Sesshomaru… Ha venido a buscarme. – Dijo ella con un débil susurro. Tenía el precioso rostro cada vez más pálido por la pérdida de sangre y según transcurrían los minutos su corazón se iba ralentizando.
- - Rin… - Empezó, pero no sabía qué decir, no obstante advirtió por el rabillo del ojo cómo Inuyasha cogía a los niños y al Kitsune y se los llevaba de vuelta a la aldea.
- Me gustaría agradecerle…. Todo lo que ha hecho por mí estos años, desde que era niña yo… -
- - Tú no puedes irte. – dijo él casi con rabia en la voz, una rabia que se iba acrecentando por momentos. Con extrema delicadeza tomó su pequeño cuerpo entre sus brazos, haciendo que la cabeza de ella quedase apoyada en su estola, de tal manera que ambos rostros se hallaban muy cerca el uno del otro.
- YO… he sido muy feliz a su lado, sobre todo cuando viajábamos juntos, pero aún hay algo que tengo que… - Pero en ese momento la recorrió un estremecimiento que le impidió pronunciar ninguna palabra más, no obstante aún pudo alzar una mano con esfuerzo hasta posarla en la mejilla del demonio y hacerle una leve caricia, mientras que sus labios esbozaban una dulce sonrisa. De igual modo Sesshomaru le devolvió el gesto y se inclinó hasta depositar sus labios en la frente de ella, al mismo tiempo que una solitaria lágrima, brillante y cristalina como un diamante rodaba por su mejilla, la única derramada por él en toda su larga existencia, la cual fue a caer sobre las heridas de Rin. De éstas brotó una intensa luz verdosa que los envolvió a ambos, pero Sesshomaru pudo ver dos esferas de luz que salían del cuerpo de Rin, una blanca y la otra de un verde azulado, como el color de las esmeraldas. Éstas quedaron suspendidas en el aire durante unos segundos y después se unieron volviendo al cuerpo de la chica.
El demonio no comprendía nada de lo que sus ojos contemplaban, pero de pronto fue consciente de un hecho que lo dejó estupefacto.
El cuerpo de la muchacha se encontraba suspendido en el aire, flotando en dirección a un árbol que tenía en frente, y no era cualquier árbol, era el mismo en el que Inuyasa había sido sellado hacía más de medio siglo por la sacerdotisa Kikyo.
El árbol también brillaba al ponerse en contacto con el flotante cuerpo de la joven, cuyos cabellos ondeaban a su alrededor como un oscuro manto de ébano.
- ¿Me recordarás? – Le preguntó como aquella otra vez cuando era niña, pero la voz de ella no sonó en sus oídos sino en su mente.
- - Si. – Replicó mirándola a los ojos, aunque no lo dijo con su acostumbrado tono sereno e impasible de siempre, era el tono de un hombre derrotado y hundido, un hombre que ha vivido una larga existencia llena de sufrimiento y que, tras una infinidad de batallas cae vencido al fin por un enemigo al que no puede vencer. De hecho así era, el tiempo era su enemigo y otro tanto ocurría con la muerte, siempre acechando para llevarse a lo que él más valoraba a su oscuro y tenebroso reino.
Se acercó al árbol sagrado donde permanecía ella con los ojos cerrados y los brazos extendidos, cual frágil mariposa a punto de echar a volar, bella y delicada, como a las que perseguía en su niñez. Pero cuando estaba a tan solo unos pasos de tocarla recordó el objeto que todavía llevaba en la mano, aquel anillo tan particular.
Solo tuvo tiempo de acariciarla una vez más, antes de que flotara hasta el pozo y desapareciera, sin dejar ningún rastro tras de sí.
Sesshomaru se aproximó al pozo devorador de huesos, el pozo que según le había contado la propia Rin era el lugar por donde la joven llamada Kagome había llegado procedente del futuro.
Sin pensarlo, casi como si fuese premeditado dejó caer la joya al fondo del pozo, que brilló un momento a la luz de la luna antes de desaparecer en la oscuridad de éste y sin mirar atrás, se marchó.
- Así que el árbol sagrado. – Dijo la anciana sacerdotisa horas más tarde. Sesshomaru había ido a hablar con ella porque la anciana se hizo a cargo de Rin cuando ésta permaneció en la aldea y creía que se merecía saberlo, aparte de que quizá ella supiese algo que le pudiese dar más pistas sobre lo que había sucedido.
- - También se le conoce como el árbol de las eras, el árbol que trasciende el tiempo. Se dice que oculta un gran poder sagrado. -
- - ¿el árbol que trasciende el tiempo? – Preguntó el demonio desconcertado, intuyendo que había mucho más que debía descubrir.- Pero antes te encontraré seas quien seas, y te mataré. – Pensó mirando al horizonte con gesto sombrío.
Por primera vez en su vida se sentía vacío, como si Rin se hubiera llevado consigo una parte de él que desconocía poseer hasta entonces, y con toda probabilidad así era, algo que ya no volvería. Aquel corazón que un día ella consiguió derretir se había cubierto de nuevo con una nueva, impenetrable y profunda capa de escarcha, lo que no pasó desapercibido por la venerable Kaede, quien le miraba seria, pensativa y triste. Porque ella sabía lo que la chica sentía por el señor del oeste, así como también intuía que él correspondía a sus sentimientos, aunque no lo admitiese… Pero… talvez quedase alguna posibilidad para ellos, si algo extraordinario había sucedido en el árbol sagrado y en el pozo devorador de huesos.
