CAPÍTULO 1:
°Sueños y Misterios°
Harry despertó sobresaltado, por enésima vez en el verano. Había tenido otra vez el mismo sueño, sólo que esta vez había llegado un poco más lejos.
Se incorporó, tratando de aclarar sus pensamientos, tratando de borrar la imagen de su padrino cayendo una vez más por aquéllas cortinas negras, aquella oscuridad que lo devoraba, sin que él puidera hacer nada por ayudarlo. Tenía clara en su mente la expresión de Sirius al caer, y esa sensación de impotencia que lo embargaba cada vez que tenía ese sueño. Sin embargo, esta vez había habido algo más.
Unos segundos después de que Sirius cayera por el arco, una figura había salido de él. En su sueño, Harry había corrido hacia aquella figura, con la esperanza de que fuera su padrino, pero al acercarse había comprobado que no era él; se trataba de una chica.
Harry se acercaba a ella para verla mejor, y al hacerlo, se daba cuenta del enorme parecido que tenía con Sirius, a pesar de ser mucho más joven, más o menos de su misma edad. Al estar lo suficientemente cerca para ver su rostro, ella abría los ojos; unos ojos maravillosos, parecidos en cierta forma a los de su padrino, pero en vez de ser oscuros, eran de un violeta intenso. Su mirada se posaba en Harry, y después de unos instantes de verse fijamente a los ojos, ella le sonreía.
Había algo triste, intrigante en aquella mirada, que hacía que Harry despertara inquieto, aún sin conocerla.
Tardó unos minutos en desprenderse de la imágen de aquellos ojos, pues no estaba seguro de querer hacerlo. A pesar de ser tristes, había una hermosura cautivadora que no había visto nunca antes en otros ojos.
Cuando por fin se despaviló por completo, miró por la ventana, buscando en la oscuridad a Hedwig, que había salido a cazar. Al no encontrarla, miró el reloj de noche y se dio cuenta que tan solo había dormido unas horas, aunque a él le había parecido una eternidad.
Mientras esperaba su lechuza, meditó sobre si debía contar su sueño a alguien de la Orden. Después de todo, le habían dicho que no escribiera nada comprometedor, pues el correo podía ser interceptado, sin embargo, se trataba sólo de un sueño, uno que él no entendía, y quería que alguien le explicara.
Al pensar en esto, echó de menos a su padrino. A él hubiera podido contárselo, y seguro le habría ayudado a saber de qué se trataba. Sin embargo, el ya no estaba, y Harry se sentía tremendamente solo.
El verano con los Dursley había sido terriblemente aburrido, aunque menos tormentoso que en otras ocasiones. Dudley ya casi no lo molestaba, más bien hacía como si no existiera, y Harry casi extrañaba las riñas con su primo, que en otro tiempo eran su único entretenimiento en el verano.
Había escrito un par de veces a Ron y a Hermione, pero no contaban gran cosa. Hermione estaba de vacaciones con sus padres en algún lugar llamado islas Truk, del cual Harry ignoraba la ubicación, y Ron se había pasado la mayor parte del verano practicando quiddich, pues ahora que era guardián del equipo de Gryffindor, este deporte le gustaba más que nunca. Y a pesar de que a Harry también le encantaba el quiddich, ya estaba aburrido de que las cartas de Ron no hablaran de otra cosa.
En cuanto a los miembros de la Orden, no había recibido de ellos ni una noticia desde el fin de cursos. Ni siquiera sabía si el número 12 de Grimmauld Place seguía siendo el cuartel general de la Orden ahora que su padrino estaba...
Hedwig interrumpió sus pensamientos al entrar por la ventana, justo a tiempo para evitarle otro ataque de nostalgia. Se paró en el hombro de Harry, y le mordisqueó juguetonamente la oreja. Harry la metió en su jaula, mientras se concentraba en qué y a quién escribiría.
Después de un rato, decidió que lo mas sensato sería dirigirla a Remus Lupin, puesto que después de Sirius, él era en quien más confiaba.
Escribió unas cuantas líneas, en las que mencionaba vagamente su sueño y preguntaba cuándo podría salir de ahí y reunirse con ellos. Luego, amarró el pergamino en la pata de Hedwig, y le dio instrucciones de entregarlo a Lupin, y no regresar sin una respuesta.
Siguió al ave con la vista mientras se perdía en el horizonte, y después volvió a la cama, intentando, sin éxito, volver a dormir.
Cada vez que cerraba los ojos, dos imágenes venían a su mente: su padrino cayendo, y los hermosos ojos color violeta que lo miraban penetrantemente, con un gesto desesperado.
Cuando el cielo comenzó a teñirse de rojo, decidió que sería mejor levantarse, antes de que lo hicieran los Dudley, ya que si desayunaba después que ellos, no quedaría mucho alimento para él.
Después de comer unas tostadas, salió a caminar por el vecindario, todavía sin gente.
Se alegró de que no hubiera nadie en las calles, pues no gozaba de muy buena reputación entre los vecinos.
Se sentó en la banca de un parque cercano, y contempló el amanecer, aburrido.
No se dio cuenta en qué momento se quedó dormido, hasta que unos fuertes jalones lo despertaron.
-Harry- lo llamaba una voz familiar- Vamos, muchacho, despierta. Hay alguien en mi casa que quiere verte.
Harry despertó de pronto, sorprendido de ver el rostro de la señora Figg encima del suyo, y sin entender muy bien lo que le decía, la siguió.
Su casa olía a repollo, tal y como Harry lo recordaba. Encima de cada mueble había un gato de diferente color, y en la chimenea, ardía la cabeza de Remus Lupin.
Harry, aunque ya estaba acostumbrado a este medio de comunicación mágico, se sorprendió al verlo.
-Hola, Harry –saludó Remus, cordialmente. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias –contestó, algo aturdido aún.
-Recibí tu mensaje, y creo que es importante que nos veamos de inmediato, para que me cuentes... los detalles.
-Está bien¿en dónde nos veremos?
-Una persona pasará a recogerte próximamente para que podamos reunirnos. Por favor ten listas tus cosas, y avisa a tus tíos, para que no se preocupen.
"¡Ja! Como si lo hicieran"-pensó Harry –"ni siquiera saben dónde estoy ahora"
-Bien, Harry, eso es todo por ahora –continuó Remus- Te veré después.
Harry no tuvo tiempo de despedirse, pues en cuanto hubo acabado de decir esto, la cabeza de Remus Lupin desapareció.
-¿Todo bien, muchacho? –dijo a su espalda la señora Figg.
-Sí, gracias –contestó Harry
-¿Te quedas a tomar el té? –preguntó la anciana, mientras acariciaba a uno de sus gatos.
-Eh... no, gracias. Tengo que irme –respondió cortésmente, como si de verdad lamentara no poder quedarse.
-Bueno, será en otra ocasión. Que estés bien, muchacho¡y no te metas en más problemas!
Harry hizo una señal de despedida mientras se apresuraba hacia la puerta.
Una vez afuera, se sintió mucho mejor, al respirar el aire fresco, y asimilar lo que Lupin acababa de decirle. Pronto se libraría de los Dursley... estaba seguro de que su verano mejoraría considerablemente.
Sin embargo, al llegar a casa de sus tíos, su ánimo decayó de nuevo al ver que estaban almorzando, y al parecer, era uno de esos días en que tío Vernon se levantaba de peor humor que de costumbre.
Al verlo llegar, tía Petunia lo interceptó antes de que subiera las escaleras
-¿Dónde estabas? –preguntó con su voz chillona
-O mejor aún¿por qué regresaste? –corroboró tío Vernon, en el tono agresivo que usaba siempre que se dirigía a Harry.
-Vine por mis cosas –contestó, sin entusiasmo
-¿Te vas? –preguntó tío Vernon, esperanzado.
-Sí –respondió Harry, desafiante. Voy a pasar el resto del verano con unos amigos.
-Oh, sólo el verano... –comentó tío Vernon, decepcionado. Espera, chico –dijo, en cuanto su cerebro captó lo que Harry acababa de decirle- Si crees que te vamos a llevar con esos, esos...
-Van a venir por mi –replicó Harry en seguida. No vas a tener que preocuparte por mi hasta el verano que viene.
-¡Hum! Como si alguna vez lo hiciera... –oyó Harry que replicaba tío Vernon, mientras que él subía por sus cosas.
Alistó su bahúl en un santiamén, y luego se dedicó a esperar alguna señal de la Orden.
Como no le habían dicho mucho, no sabía aún quién iría a recogerlo, o a qué hora, asi que la espera resultó un poco exasperante.
Pasó el día esperando, sin que ocurriera nada que le diera una sola pista sobre su partida.
Cuando llegó la noche, el sueño lo venció. Estaba soñando con pastelillos de melaza y dulces de calabaza, cuando algo lo despertó.
-Levántate, Potter –dijo una voz fría a su lado.
Al abrir los ojos, no vio nada en la oscuridad mas que unos dientes amarillentos y una nariz ganchuda, que reconoció en seguida como la de Severus Snape, el único profesor que realmente odiaba.
-¿Q-qué hace usted aquí...? –preguntó Harry, confundido.
-¿Qué no es obvio, Potter? Vine a escoltarte hasta el cuartel general de la Orden. Al parecer no confían en que puedas llegar hasta allá tú solo.
Harry hizo una mueca de desprecio. De entre todas las personas del mundo, no entendía por qué habían mandado precísamente a Snape por él. Parecía como si alguien lo hubiera planeado para hacerle pasar un mal rato.
-¿Piensas quedarte ahí todo el día? No sé tu, pero yo tengo cosas importantes qué hacer –dijo, con malicia.
Harry se levantó de mala gana, cogió su escoba, y preguntó.
-¿Cómo viajaremos?
-Como muggles. Debemos llamar la atención lo menos posible... aunque con esa pinta que tienes, no sé si lo consigamos –agregó, con sorna.
Harry pensó en responder que su aspecto tampoco era el mejor, pero pensó que si iba a viajar con Snape irremediablemente, lo mejor era no provocarlo.
-Muévete, tenemos que llegar allá antes del amanecer –dijo, sin dar ningúna otra explicación.
Se pusieron en marcha, y Snape no dijo nada más durante el camino, cosa que Harry agradeció. Se veía que el viajar juntos le hacía tanta gracia como a él.
Por fin, un poco antes del amanecer, llegaron al cuartel general de la Orden del Fénix. Para Harry, fue como ver un oásis en medio del desierto.
