Disclaimer: InuYasha & Co. no me pertenecen. La historia sí es 100% mía y sacada de mi imaginación y esfuerzo.

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Universo Alterno (U.A.)

Existen momentos en la vida que se quisieran atesorar por siempre y no olvidarlas jamás. Sin embargo, al darse situaciones inesperadas, se pueden borrar de la memoria todos aquellos valiosos fragmentos vividos, quedando en la absoluta indiferencia. Olvidar la joya más preciada de su corazón, no parecía afectar a InuYasha, pero Kagome estaba dispuesta a luchar por recuperarlo.

¿Cómo pude olvidarte?

Capítulo 1: Accidente

Existen momentos en la vida que las personas quisieran atesorar por siempre en sus corazones y no olvidarlas jamás. Como aquellos pequeños instantes que se comparten con el ser más amado, y con el que se desearía pasar el resto de los días hasta que la muerte los separase en un futuro, preferiblemente, muy muy lejano. Así era como se sentía la azabache dentro de ese ínfimo lapso de tiempo: rebosante en felicidad.

La caricia sobre su tersa mejilla fue cálida, protectora y amorosa, más de lo que alguna vez pudo recordar. Sus palabras firmes, cargadas de sentimiento, la hicieron estremecer como una frágil flor al contacto con el viento. Su corazón latía con frenesí, incontrolable y ansioso ante cualquier movimiento, incluso, aliento que pudiera provenir de él.

—Te amo… —declaró el hombre, penetrando con sus dorados orbes los chocolates de ella, antes de besarla rápidamente. Ciertamente, había un tinte de preocupación y, al mismo tiempo, emoción en su voz—. Sabes que me volvería loco si algo te ocurriese por mi causa. ¿Estás segura que quieres hacer esto conmigo, Kagome?

El viento jugueteó con las largas cabelleras oscuras de ambos, uniendo las diversas hebras negras para formar uno solo, tal como lo había hecho el destino al trenzar los hilos de sus vidas para que se encontrasen y se amasen incondicionalmente. Los rayos del sol iluminaron sus rostros con calidez, deleitándolos con la hermosura que cada uno adquiría ante los ojos del otro. Simplemente, sublime.

—Completamente —aseguró la mujer, abrazándose a la cintura de él con ambos brazos. Las mariposas en su estómago revoloteaban inquietas—. Por nada del mundo, permitiría que hicieras esto tu solo. Estamos juntos en esto, InuYasha.

—Siempre juntos —afirmó el oji-dorado, aferrándola fuertemente a él, al tiempo que sentía como los arneses de sus piernas y su cintura eran ajustados a ambos cuerpos—. ¿Lista?

La azabache asintió, y aunque se sintiera increíblemente nerviosa ante la venidera situación, sabía que, mientras estuviese junto a su amado, podría lograr cualquier cosa. Y, si no sobrevivían a semejante locura por crueles azares del destino, por lo menos, se irían juntos. Algo atroz y masoquistamente romántico. El miedo empezaba a hacer acto de presencia en ella, al estar al filo del puente con una hermosa vista hacia un río bajo ellos. Si no fuera por todas aquellas rocas puntiagudas que lo decoraban como las fauces de un hambriento tiburón, esto no debería ser tan difícil. ¿Aún habría tiempo para arrepentirse?

—¡A la cuenta te tres! —anunció el guía, comenzando su conteo regresivo.

No, definitivamente, ¡ya no había marcha atrás! La sonrisa burlona de InuYasha y la sensación de vacío en su estómago, le negó toda posibilidad, cuando éste no esperó el final del conteo y se lanzó, junto con ella, del puente.

Dos gritos, —uno eufórico y el otro asustado, ante la visión cercana a un doloroso y mortal impacto—, salió por acto reflejo de sus gargantas al experimentar, en sólo fracción de segundos, la atracción de la gravedad en plena caída libre desde lo alto. Una mezcla de terror, nerviosismo y emoción se instaló en ambos, hasta que sintieron el tirón de la gruesa cuerda elástica en sus pies, elevándolos nuevamente y balanceándolos. Contradictoriamente a las sensaciones iniciales, un elevado grado de paz y relajación llenó sus sentidos cuando, finalmente, quedaron lánguidamente suspendidos de cabeza, en el aire.

¡Eso había sido increíble! ¿Para repetirlo? No, seguramente no. El salto Bungee era para una sola vez en la vida. ¿Para qué maltratarse repetidas veces?

—¿Estás bien? —Preguntó InuYasha, notando un leve toque palidezco en el rostro de su prometida—. Te dije que no debías hacerlo…

—¿Y perderme de toda la diversión? La angustia de verte saltar solo, no me hubiese dejado tranquila. Además, seguimos con vida, así que lo superaré —bromeó Kagome, disfrutando de un paisaje en sentido al revés.

Podía apreciar claramente como la cuerda los comenzaba a subir nuevamente. ¡Gracias al cielo! Empezaba a sentir la sangre acumularse en su cabeza. Realmente, no se consideraba una mujer con demasiado amor hacia los deportes extremos, pero en vista que InuYasha había deseado hacer una última locura antes de sentar cabeza y casarse, decidió acompañarlo en la peligrosa actividad. Y, ¡había sido una experiencia inolvidable!

—¿Se divirtieron? —Con una gran sonrisa y sosteniendo una filmadora en su mano, la señora Higurashi se acercó a ellos, una vez devueltos a la segura superficie del puente, del cual habían saltado—. Lo capturé todo en video. Será un muy lindo recuerdo.

—¡Eso fue asombroso! —Exclamó el hijo menor de la mujer, recibiéndolos con emoción, viendo cómo eran retirados sus arneses y equipos de seguridad—. Son muy valientes.

—¿No deseas intentarlo tú también, Sôta? —Preguntó InuYasha, sonriente.

—¿Y matarme en el intento? No, gracias, amigo. Si mi hermana acordó suicidarse junto contigo, ésa ya es cosa de ustedes. ¡A mí me gusta vivir!

La joven pareja se rió ante el comentario del adolescente de catorce años e intercambiaron, una vez más, sus miradas. Era inevitable perderse en un mar de sensaciones, al simple contacto visual. Y es que, sencillamente, estaban enamorados.

Después de varios años de amistad y pasar por algunas dificultades, dar el paso hacia el noviazgo no había sido fácil, pero con el tiempo, su relación había logrado fluir con naturalidad. Su amor se había convertido en una conexión inquebrantable e incondicional; casi una adicción y una necesidad constante de compartir cada momento con el otro. Y, así sería dentro de una semana, cuando contrajeran nupcias. A partir de ese momento, ya nadie los podría separar, ni siquiera al llegar el anochecer, pues ése sería su mejor tiempo para demostrarse su amor y pasión sin restricciones. Al menos eso, creían con convicción.

—Ahora que terminaron de maltratarse, ¿podríamos ir a comer? —el reclamo del abuelo Higurashi los sacó rápidamente de su ensoñación.

Sí, el anciano también los había acompañado en la excursión, accediendo a venir, únicamente, para probar los deliciosos cangrejos de Hokkaidō que le habían sido prometidos. Por supuesto, las pequeñas desventajas de realizar un paseo en familia… no tener un segundo de privacidad, siquiera para admirarse mutuamente. De todas maneras, la idea de salir de la rutina, el estrés de la oficina y los preparativos de la boda, había sido, exclusivamente, de InuYasha. Como un hombre solitario y huérfano, aprender a amar a la familia de su prometida como si fuese la propia, no había sido nada difícil, al contrario. Ellos llenaron ese vacío que había estado como herida abierta en su corazón, dándole el calor de un hogar. Por permitirle compartir el resto de su vida junto a Kagome, era lo menos que podía hacer.

Con el pensamiento de un deleitable almuerzo, todos se pusieron en marcha, rumbo al auto del joven Taishô. Alegres, avanzaron por el puente, siguiendo el trayecto por el pedregoso sendero, mientras admiraban el hermoso paisaje natural. A su derecha, al pie de un barranco de unos cinco metros de profundidad, estaba el cristalino río, adornado por negras y blancas rocas marmoladas, y contorneado por árboles de colores vivos. A mediados de otoño, los tonos rojizos y naranjas, daban una visión espectacular de la creación de Dios, que merecía ser admirada.

—¡Tranquilo, Shippô, ya voy por ti!

El bramido desesperado de un hombre tras ellos, los obligó a voltearse. Él estaba corriendo en su dirección, pero no precisamente hacia ellos. No, su único objetivo era alcanzar a su hijo de diez años de edad, quien ahora bajaba a toda velocidad por el pedregoso sendero con declive, sobre una vieja motocicleta. Parecía bastante afligido y no era para menos cuando un infante estaba a punto de estrellarse contra algo o alguien, en un vehículo, cuyos frenos no alcanzaba.

—¡No puedo detenerme! —gritó el niño pelirrojo, aterrado, perdiendo finalmente el control de la motocicleta. Alzó rápidamente la vista y vio al pequeño grupo delante de él, al cual no pudo esquivar—. ¡CUIDADO!

Sôta no tuvo tiempo a reaccionar, mucho menos a apartarse. En un abrir y cerrar de ojos, el duro impacto llegó contra él de manera precipitosa. El infante cayó al suelo con brusquedad y la moto, varios metros más allá, recibiendo varios golpes y raspones en las rodillas y brazos; el joven Higurashi tuvo un desenlace distinto. La fuerza del choque fue tal, que el muchacho, prácticamente, salió volando hacia el barranco que, pese a ser de poca profundidad, podía proporcionarle la muerte o, en el mejor de los casos, varias fracturas severas.

—¡Sôta!

El instinto protector de InuYasha hacia sus seres queridos, se activó en sólo fracción de segundos, impulsándolo a dar un gran salto para atrapar a su pequeño cuñado en el aire. Con fuerza, lo abrazó a su cuerpo y, juntos, rodaron hacia abajo, dando varios rebotes contra piedras y ramas, hasta caer y detenerse a centímetros del río. Todo había sucedido demasiado rápido. Los presentes ni siquiera alcanzaron a parpadear, así como tampoco, a mover un músculo a su favor.

—¡InuYasha! ¡Sôta!

Kagome entró en pánico. Sintiendo el corazón en la mano por el sólo pensamiento de poder perder a su amado y a su hermano menor, corrió a buscarlos. Con el mayor cuidado que le fue posible, en medio de la desesperación y el ajetreo, bajó por el pequeño abismo, sosteniéndose de ramas y raíces que sobresalían de la pendiente heterogénea. La señora Higurashi y el abuelo, igualmente muy preocupados, quisieron seguirla, pero para su infortunio, no contaban con la misma agilidad y condición física que Kagome, por lo que no tuvieron otra opción que observar desde arriba y rogar a los cielos que ellos estuviesen bien.

El niño, por su lado, no parecía estar en tan malas condiciones; alguna fractura, quizás, pero nada de gravedad mayor. Su preocupado padre ya se estaba encargando de calmar su quejoso llanto en un reconfortante y aliviado abrazo, aunque también manteniéndose atento a cualquier noticia de los jóvenes accidentados. Pese a haber sido todo a causa de un incidente involuntario —mas provocado por personas inescrupulosas—, se sentía responsable de lo ocurrido. No sabía cuánto más podría soportar las amenazas y peligros a los que era sometido junto a su hijo, únicamente, por una deuda que no podía pagar aún, todo por una maldita trampa. Confiar en aquellas personas, había sido el mayor error de su vida que, ahora, hasta debían pagar personas ajenas a él.

—¡InuYasha!

Los gritos afligidos de Kagome despertaron a Sôta de sus dos minutos de inconsciencia. Aturdido, abrió sus ojos y levantó un poco su cabeza, sintiéndose adolorido del cuerpo como si le hubiesen dado una paliza. ¿Qué había sucedido? Oh, claro... Cayó del precipicio y estuvo a punto de morir de no ser por aquellos fuertes brazos que lo habían protegido. Su mente hizo clic, dándose cuenta de que no estaba solo. Debajo de él, y sirviéndole como colchón, estaba...

—¡InuYasha! —exclamó, incorporándose inmediatamente para revisarlo—. ¡Amigo, despierta! ¡InuYasha!

—¿Sô-Sôta? —Balbuceó Kagome, llegando finalmente a ellos, levemente aliviada al ver a su hermano despierto—. ¿Estás bien?

El adolescente asintió y se volteó hacia su cuñado al notar que no reaccionaba ni con todo ese escándalo y, ciertamente, comenzaba a asustarse. Instintivamente, elevó su mirada a la parte alta del barranco, calculando la distancia y la magnitud de la caída. Se asombró que él hubiese salido, prácticamente, ileso. En su escrudiño visual de regreso al punto de origen, notó marcas y restos de sangre en una piedra junto a la cabeza del joven Taishô, provocándole un mal presentimiento. ¡Esto no podía estar pasando!

—Her-hermana... InuYasha está...

Con pasos lentos e inseguros, la azabache se acercó, fijando su vista en el hombre inconsciente. Temblorosamente, se acuclilló junto a su prometido, temerosa de una cruel jugada del destino. Tragó duramente saliva, sintiendo un doloroso nudo en su garganta que comenzaba a ahogarla sin piedad. Se dio el valor necesario para estirar su mano hacia la masculina mejilla y palpar su ahora fría y pálida piel. La acarició con suavidad, esperando obtener alguna respuesta, e incluso hálito de su parte que le indicara que él estaba bien.

—I-InuYasha… —susurró, conteniendo la respiración. En un acto inconsciente, sus finos dedos se aventuraron por el rostro del hombre, deslizándose hasta un costado de su cabeza, en donde palpó aquel espeso líquido carmesí, que había marcado el suelo con su color. Un gemido se escapó dolorosamente de su garganta y las lágrimas no se pudieron retener más, fluyendo libremente y sin control—. No... no puedes… por favor, no me dejes… ¡INUYASHA!

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El olor a desinfectantes llegó a su olfato, así como también, el lejano y constante pitido de algún aparato tecnológico aún de origen desconocido. Trató de mover su mano, y la sintió un poco amortiguada, quizás, debido a su postura rígida que habría mantenido por quién sabe cuánto tiempo. Poco a poco, sus sentidos fueron captando más claramente los sonidos, olores y texturas a su alrededor a medida que despertaba, empezando a ser más consciente de su actual entorno. Abrió sus párpados, dejando ver aquellos orbes dorados que tanto lo caracterizaban. Cuando sus pupilas lograron acostumbrarse gradualmente a la luz, logró enfocar el blanco techo sobre él. ¿Uh? Ésta no era su habitación...

Algo confundido, examinó rápidamente el cuarto en el cual se encontraba, percatándose de la intromisión de una aguja, conectada a una delgada manguerilla en su brazo izquierdo. Su dedo índice estaba aprisionado por una pinza, que se enchufaba a un monitor cardiaco. La pantalla negra con líneas verdes, mostraba claramente las pequeñas y estables ondas electromagnéticas que provocaban los latidos de su corazón. ¡Estaba en un hospital! Su mano derecha se dirigió, automáticamente, hacia su cabeza y palpó el vendaje que aún lo rodeaba.

—¡¿Pero qué...?!

Su alertada interrogante murió en su garganta cuando, al levantar levemente su torso para incorporarse, sintió un ligero peso sobre su abdomen. Bajó instantáneamente su mirada, encontrándose con una cabeza de color azabache. No pudo distinguir inmediatamente el rostro de esa persona, pues sus largos cabellos se lo ocultaban, hasta que la escuchó suspirar y sintió moverse. ¿Una mujer? ¿Cuánto tiempo habría estado allí? O, mejor dicho, ¿cuánto tiempo había permanecido él dormido?

En total silencio, la observó desperezarse, notando leves marcas enrojecidas entorno a sus ojos. Parecía haber llorado mucho o, por lo menos, haber tenido una extremadamente mala noche.

Cuando los orbes chocolates de la mujer entraron en contacto con los dorados de él, ella dio un respingo y su gesto sorprendido se convirtió en uno lloroso. Por un ínfimo instante, él creyó sentir una diminuta punzada en su corazón, aunque, seguramente, porque odiaba ver a las mujeres llorar.

—¡InuYasha! —Exclamó ella con desespero, abrazándose fuertemente a él, con temor de que tan sólo estuviese soñando—. Pensé... Pensé que t-te perdía… —gimoteó, mientras sus incesantes lágrimas mojaban el hombro masculino.

Los días y noches de angustia tras el accidente, creyendo que no volvería a ver los ojos dorados de su amado, estuvieron a punto de volverla loca, matándola tortuosa y lentamente. Los médicos le habían dicho que, una vez que un paciente entraba en estado de coma, su despertar era absolutamente impredecible. Había personas que podían demorar días, meses, años o, inclusive... toda la vida, sin esperanzas de volver a ver la luz del día. La sola idea la había llevado a tocar el infierno mismo, haciéndola experimentar el ardor de las consumadoras llamas en carne viva. Y, sin embargo, ¡allí estaba! Despierto, junto a ella, devolviéndole la vida...

Sintió sus fuertes manos posarse sobre sus hombros con firmeza y tuvo deseos de llorar mucho más hasta que, de pronto, en lugar de ser reconfortada por él en un cálido y consolador abrazo, fue retirada bruscamente de su duro pecho. Sus ojos dorados hicieron contacto visual con sus chocolates, emitiéndole reproche, dudas y hasta enojo a través de ellos.

—¡¿Quién diablos eres?! —Espetó el oji-dorado su interrogante en un tono frío y seco, desconcertando a la joven mujer.

Continuará…

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N/A: ¡Hola a todos!

Heme aquí con un nuevo fic, esta vez, basado en un universo alterno n_n. Después divertirme con algo de comedia en mis historias anteriores, me dieron ganas de enfocarme un poco en el drama y, por supuesto, en el romance, así que no me reclamen nada xD. Espero que este fic tenga la misma acogida que los demás y que sea de su completo agrado.

Por ahora, no tengo nada más que decir, salvo que disfruten de la lectura y se animen a dejarme sus reviews. Cortos, largos o espontáneos, todos ellos me alegran y me motivan a seguir escribiendo con ahínco para ustedes. Les aseguro que no se demoran más de un minuto :P.

¡Hasta la próxima y de antemano, gracias por pasarse!

Con cariño,

Peach n_n

P.D.: En caso que no hayan leído mi más reciente One-shot y tengan ganas de reírse un poquito, los animo a pasarse por "Análisis del comportamiento humano". No se arrepentirán :P.

Como algunas ya sabrán, es parte de un concurso, organizado por Mrs. Horror, el cual involucra un corto humorístico de nuestra pareja favorita. Las votaciones ya han comenzado y hay un total de seis magníficas historias que esperan por ustedes. Si tienen un minuto, los animo a pasarse por el perfil de "Challenge Inuyasha's contest" y dejar su voto por máximo tres de sus fics favoritos en la encuesta (parte superior que dice Poll). En verdad, se los agradecería mucho =).