Disclaimer: Ni Harry, ni Pansy me pertenecen. Ni ninguno de los personajes de esta obra, todos ellos le pertenecen a (la grande, madre de magos y creadora del Avada) J.K Rowling.

Advertencia: Contenido no apto para todo publico. Violencia, violencia sexual, vocabulario malsonante, asesinatos y sexo.


Malleus maleficarum


"En un crimen ordinario, ¿Cómo hace uno para defender al acusado? Uno llama testigos para probar su inocencia. Pero la brujería es "ipso facto", por sus rasgos y su naturaleza, un crimen invisible, ¿No es así? Por consiguiente, ¿Quién puede lógicamente ser testigo de él? La bruja y la víctima. Nadie más." Arthur Miller.


Prologo

Contritum


Mansión Nott. Pluckley, Inglaterra (31 de Octubre del 2000)

El primer pensamiento que cruza por su mente al abrir los ojos es que nunca debió volver.

Un gemido trepa por su esófago, quema su garganta y fuerza su camino hacia el exterior. No enfoca, todo a su alrededor se ve difuminado, como si viera todo a través del fondo de una botella. Y sin embargo, no necesitaba ver la sangre que salpica las paredes para sentirla fría entre sus dedos. Por un instante, su mente embotada se pregunta dónde se encuentra, luego todo los recuerdos se le abalanzan encima como agua helada y la ahogan, la sumergen en un mar oscuro, de sangre y dolor.

Boquea, y el aire quema sus pulmones.

Entonces el dolor se manifiesta, la golpea de forma violenta e incontrolable, y siente que la va a romper en trozos, hasta dejarla siendo un montón de jirones de piel, tripas y huesos rotos. Quiere llorar, pero las lágrimas se han secado sobre sus mejillas minutos antes, o quizás horas o días, no está segura cuanto lleva dormida. No quiere pensar en ello, prefiere sentir su corazón quién le amenaza con salírsele del pecho, estrellándose una y otra vez contra sus costillas (Bum, bum, bum. Bum, bum, bum). Y grita, porque todo es una maldita mierda y su piel duele, arde, se desmorona ante sus ojos.

— ¡Ayúdenme! —jadea.

Pero sabe que es en vano, no hay nadie ahí. Y piensa en él, en su carta llena de tachones y de letra irregular que quemó tan solo unas noches atrás. Piensa en sus padres (las manos suaves de una mujer sobre su pelo, el olor a tabaco en el abrigo de un hombre), en Draco (sentado en su despacho, con sus dedos hundidos en su cabello y los ojos desesperados, revisando números y cuentas) y en Astoria (con sus manos pequeñas sobre los hombros del rubio, intentando espantar todos sus demonios, ajena a la verdad). Piensa en Blaise, lejos, en Italia, disfrutando una copa de vino (su mano nunca más en su sexo, sus labios sin poder tocar los suyos). A salvo. Y en Gregory (su voz ronca y sus brazos protectores), desprevenido, ignorante de la amenaza que se cierne sobre ellos. Y en Daphne (siempre la más hermosa), despedazada en algún agujero en el jardin, con sus ojos azules velados por la muerte.

Y quiere chillar, desmoronarse en ese mismo lugar. Pero sabe que no puede, no ahora. No cuando Theodore todavía podría necesitarla. Porque fue su carta (llena de tachones, arrugas y manchas de humedad), la que le obligo a regresar.

Así que haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedan, planta las palmas en el piso y se incorpora lentamente, sintiendo como sus músculos se desgarran debajo de la piel y la sangre gotea por las heridas abiertas. El mundo poco a poco vuelve a tomar forma ante sus ojos. Su mirada viaja de la pared manchada de sangre al charco que adorna el piso y a los restos de su vestido que descansan a un par de metros por delante de ella y en uno de sus zapatos que ha perdido el tacón. Ve su varita a lo lejos, rota. Inservible.

A medida que va incorporándose palpa su cuerpo. Primeros sus rodillas (temblorosas, despellejadas), sus muslos (amoreteados, machados, golpeados). Se detiene, no quiere tocar su sexo (roto y ultrajado), así que lleva sus manos hacia su vientre y sus dedos acarician la piel que cuelga maltrecha de tres oscuras grietas que laceran su abdomen (dos en horizontal, una en diagonal), y al hacerlo sus rodillas se vuelven a estrellar con el granito que recubre el piso. Pero sigue, y en su recorrido, sus manos se encuentran con sus pechos (manoseados, mancillados) adoloridos hasta que alcanza su cuello donde se detienen. Por un instante, sus manos jugaron a quedarse ahí y apretar (con fuerza, más y más) hasta que todo se torne oscuro y sus pulmones se sequen. Pero en cambio, continua, hasta su rostro y los golpes que ahora lo deformaban. Son sus manos las que se encuentran con una única lágrima, que recorre su mejilla y se pierde en el vacío.

Casi se siente tentada a quedarse ahí, pero vuelve a intentarlo. Una y otra vez. Hasta que sus piernas son capaces de soportar su peso y el dolor ruge, pero se aplaca, como una bestia siendo domada. Se tambalea hacia los restos de su vestido, despacio, paso a paso, y casi puede escuchar el minutero del reloj que le exclama que va demasiado lento. Se coloca la prenda, deslizándose por ella, intentando cubrir su propia desnudez, un trabajo que se torna difícil por las condiciones de la tela. El tejido le roza las heridas, se empapa con su sangre.

Cuando termina, sus ojos se encuentran con su varita. No importa lo que haga, está destrozada. Justo como ella. Piensa en Theodore, en sus ojos azules y su letra desigual y duele un poco más, porque no puede hacer nada. Porque está sola, herida, completamente rota. Y Draco está con Astoria, Blaise demasiado lejos y Gregory en un lugar que no puede ser seguro Y ella…

— ¡Oh, Daphne! — gimotea, llevándose la mano a la boca.

Ella está muerta. Como sus padres, como Vicent. Como posiblemente estará Theodore sino hace nada. Y quiere echarse a llorar, aunque ya no le queden lagrimas; porque no importa lo que haga no podrá salvar a Theodore.

Se deja caer, a un lado de los trozos de su varita.

Nunca hubo nada que ella pudiera hacer.

Un destello dorado llama su atención entre tanta oscuridad y piensa en la snitch de Draco volando en los dormitorios masculinos de Slytherin. Pero no es más que la montura de un par de gafas rotas, tiradas de cualquier manera en el suelo, las mismas que alguna vez le habían pertenecido a la abuela de Theodore, y que este había guardado como un macabro recuerdo de su muerte. Un par de gafas, una snitch dorada. Y sonríe, de forma grotesca y sin gracia.

Porque hay una persona que podía ayudarla, alguien que no le importaba involucrar en aquel juego de monstruos y presas. Debía encontrar a Theodore y Potter la ayudaría.

Sin pensarlo, vuelve a ponerse de pie y recorre el espacio hasta la chimenea, no sabía dónde podría estar Potter pero sabía de un lugar en donde la podían guiar hasta él. No importaba lo rota que estaba o sus heridas sangrantes, ella tenía que salvarlos, a ellos, la escoria del mundo mágico. Sus amigos.

Caldero Chorreante —susurró.

Y las llamas verdes la consumieron.


Notas: ¡Hola! Wow, tenía demasiado tiempo sin publicar en este fandom. Pero he estado releyendo los libros, así como algunos fic y mezclando las parejas más inverosimiles que se les puede ocurrir, y así fue como nació esta historia. Malleus maleficarum, ignora los hechos presentados en el epilogo y en El Niño Maldito, y nos presenta un mundo que aún presenta heridas de guerra, algunas abiertas y a carne viva. Es una historia cruda, o al menos así quiero que sea, donde se van a tratar temas tabú. Es oscuridad y esperanza. Un Hansy (Harry/Pansy) para quienes preguntan.

Aún no he escrito el resto de los capítulos y apenas estoy construyendo la historia, así que tenganme paciencia.

¡Un saludo a todos!