EL SÁNDWICH QUE BAILA
1.
-Me acosa un sándwich que baila – la amatista lo soltó así, crudo y sin anestesia, sabiendo perfectamente lo ridículo que sonaba.
Los castaños de oro giraron lentamente la cabeza hacia ella levantando cada uno la ceja derecha.
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Dos semanas (más o menos) antes:
La joven heredera de la casa de modas Daidoji caminaba de regreso a su casa tras una agotadora jornada escolar. En su mente forjaba el discurso que pensaba darle a su madre para que le permitiera acompañarla a la semana de la moda de Paris, un evento que por nada del mundo podía, debía, ni quería perderse.
No necesitaba pensar mucho en el camino, hacía años que lo seguía, la banquilla de la esquina, el árbol torcido, el puente rojo sobre el río, la misma anciana de siempre alimentando a sus palomas… podía recorrer ese camino con los ojos cerrados.
Ojalá hubiera cerrado los ojos en ese momento.
Fueron unas risas las que la sacaron de su discurso mental ["y es por eso madre que es imperativo (a su madre le gustaba oír ese tipo de palabras en discursos) que asista a este evento, además de…"], eran un puñado de niños saludando y jugando con la mascota de algún establecimiento de comida, un ser humano con un gran disfraz de sándwich con sus ingredientes visiblemente ordenados, una gran hoja de lechuga, jamón, queso amarillo, rodajas de jitomate y cebolla, además de grandes ojos y boca sonriente; los brazos y piernas (que quedaban fuera del sándwich) iban cubiertas por un mallón oscuro.
Debía admitirlo, quien fuera que estuviera dentro del sándwich no lo hacía mal, bailaba al ritmo de su propia música mental y entregaba volantes a los niños y a las personas que estuvieran cerca de él. De pronto dio un par de vueltas e hizo el famosísimo moonwalk terminándolo con una mano debajo de su sonriente boca y la otra (llena de panfletos) apuntando al aire.
Tomoyo se unió al coro de carcajadas que los espectadores soltaron, fue ahí cuando el sándwich pareció notar su presencia, se dirigió hacia ella en una graciosa danza y a unos cuantos pasos de distancia comenzó a hacer el baile del robot. La chica sonreía ante la osadía del sándwich y no dejó de agradecer cuando le ofreció un volante con la información de su establecimiento (TASTE, hogar de Frank el sándwich) con un -50% en su próxima compra. Sonrió a la mascota que, contrario a irse bailando como ella supuso que haría, le extendió un volante más, lo tomó y después de cinco segundos le ofreció uno más y así consecutivamente hasta quedarse sin volantes.
El sándwich frotó sus manos, dio un par de pasos nerviosos y salió corriendo de manera muy similar a como lo hacía Syaoran cuando intentaba hablar con Sakura (y viceversa) tiempo antes de comenzar a salir, dejando a la amatista con por lo menos 20 volantes.
Y así, día tras día el sándwich que baila aparecía frente a ella salido de cualquier parte dejándole un montón de panfletos.
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-Tal vez te ve con mucha hambre – propuso Syaoran intentando controlar la risa.
-Aún no termino – aclaró la chica.
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Ese día caminaba con la mente en blanco, definitivamente esa noche le soltaría a su madre su brillante discurso y con un poco de suerte la mujer quedaría tan impresionada con él que daría su consentimiento para que la acompañara a París.
Fue entonces cuando lo sintió, el singular cosquilleo detrás de la nuca que indicaba la presencia de alguien detrás de ella.
-¿Podrías dejar de seguirme por favor? – dijo sin voltear, a su espalda el sándwich se tensó y comenzó a buscar un lugar donde refugiarse – es un poco perturbante.
La chica giró a falta de respuesta, no pudo evitar sonreír al ver los bordes del sándwich asomándose por detrás de un árbol. Rodó los ojos y se acercó a él (o ella, realmente no lo sabía).
-¿Por qué me sigues? – le preguntó, el sándwich dio un salto del susto – no eres bueno escondiéndote – el susodicho puso las manos sobre su gran boca como ofendido o sorprendido – escucha, toma todos estos folletos, yo no los necesito.
La amatista entregó los folletos, giró haciendo ondear ligeramente su falta y siguió su camino con la frente en alto. Pero no había dado ni cinco pasos cuando alguien tocó su hombro. Era obviamente el sándwich que volvió a ofrecerle un folleto.
-Acabo de devolverte como ochenta de estos – le dijo intentando retroceder.
El sándwich volvió a ofrecerle el folleto, pero esta vez giró la muñeca dejando visible el lado inverso del anuncio en donde había escrito una palabra: Hola.
Daidoji tomó el panfleto con incredulidad y releyó la palabra.
-Hola – lo saludó de vuelta – ¿nos conocemos?, ¿quién eres?
El sándwich tomó un nuevo panfleto y apuntó hacia el anuncio.
-Frank el sándwich – leyó la chica levantando una ceja – bien Frank el sándwich, ¿por qué me das tantos folletos y me sigues?, ¿sabes que eso es acoso?
Frank tomó un panfleto de su montón y con una pluma (que la chica no había visto hasta entonces), escribió algo, cuando terminó se lo pasó.
-Eres linda.
Tomoyo no pudo evitar sonreír ante esto, era por todos sabido la cantidad de pretendientes que tenía pero, ¿un sándwich y que encima bailaba?
Frente a ella el sándwich temblaba (rodillas y brazos), cubrió su boca en señal de miedo y emprendió la huida.
Así que, al día siguiente Daidoji caminaba un poco cabizbaja, ya casi terminaba su recorrido por el parque y Frank aún no aparecía. Tal vez la persona dentro de él se había acobardado ante su osadía y no aparecer más frente a ella y no volvería a recibir panfletos con descuento para sándwiches.
-¿Buscas compañía linda? – preguntó un sujeto con pinta de motonero recargado sobre una barandilla, dos secuaces lo acompañaban.
-Con todo placer te acompaño – dijo uno de ellos en tono nada agradable.
No era la primera vez que Tomoyo se enfrentaba a ese tipo de situaciones y lo mejor había sido siempre ignorar y seguir. Intentó pasar con la frente en alto lo más alejada posible de sus cuerpos y no girar ante ningún comentario.
-Vamos cariño, no seas así – dijo uno de ellos comenzando a seguirla.
Daidoji se tensó al instante, eso era completamente nuevo para ella, ¿y si decidían seguirla todo el camino a casa o forzarla a seguirla a otro lado?, ¿serían ellos los tan esperados secuestradores que su madre había temido por toda su existencia? Apretó el tirante de su bolso e intentó seguir lo más normal posible.
-Te divertirás – repuso uno bastante cerca.
Y entonces, cual caballero de armadura blanca… bueno, de armadura de goma y doble hoja de lechuga, apareció el sándwich Frank salido de quién sabe dónde adoptando una postura de combate, interponiéndose entre los motoneros y la amatista.
Los presentes se quedaron congelados. Tomoyo ni siquiera lo había visto acercarse y de pronto ahí estaba, con su montón de panfletos en la mano con la que pretendía atacar a aquellos sujetos. Comenzó a fintar amenazadoramente y… los hombres estallaron en carcajadas.
Nadie podía culparlos, Frank se veía terriblemente gracioso con su intento de intimidación. Pronto los sujetos se partían de la risa y las lágrimas comenzaron a brotar. Frank se unió mudamente a su coro sujetándose por debajo de la boca (lo que Tomoyo supuso era su estómago).
Cuando los hombres medio dejaron de reír, el sándwich les ofreció un folleto a cada uno y ellos, aun soltando leves risitas los aceptaron, imitaron la posición de combate de Frank y se fueron comentando lo ocurrido.
-¿De dónde saliste? – fue lo único que pudo decir Tomoyo cuando Frank volteó hacia ella.
En respuesta Frank le ofreció un panfleto (o el reverso de él).
-Hola.
-Hola – saludó de regreso – ¿De dónde saliste?
-Soy bueno ocultándome.
-Ayer no lo eras tanto.
-Practiqué.
-Ya veo – Daidoji sonrió ampliamente – gracias por eso.
-No fue nada – repuso él – debería acompañarte por si deciden volver.
-¿No tendrás problemas en tu trabajo? – cuestionó la chica.
Frank hizo un gesto con la mano restándole importancia. Comenzaron a andar y pronto Daidoji se preguntó si había sido buena idea, la persona a su lado trotaba alegremente agitando los brazos y dando vueltas de vez en cuando.
Desde ese día, Frank el sándwich acompañaba a Tomoyo desde que se encontraban y hasta el final del parque. De una manera u otra, se las ingeniaba para mantener una conversación con la amatista sin pronunciar una sola palabra, parecía que llevaba toda la conversación planeada en los panfletos especiales (previamente escritos) para ella, además, en el transcurso del camino trotaba, bailaba, hacia equilibrio sobre una barandilla, repartía panfletos y saludaba niños.
Pese a todo, Daidoji se encontró pronto muy cómoda en su compañía como para pedirle que se detuviera y la dejara en paz.
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-Cielos Tommy, te conseguiste un nuevo amigo – le dijo Sakura soltando leves risitas.
-Uno bien particular – agregó Syaoran.
Tomoyo solo suspiró.
-Él es agradable – intentó defenderse – solo un poco…
-¿Original?
-¿Especial?
-¿Raro?
-¿Tímido?
-Tal vez un poco de todo – aceptó ella.
-¿Al menos es chico? – aventuró Syaoran – digo, tal vez tengas una admiradora – levantó ambas cejas en un gesto gracioso.
-Ustedes son terribles – Daidoji solo pudo verlos feo, ambos chicos se carcajeaban con ganas.
-Tú fuiste quien vino quejándose por que un "te acosa" un sándwich que baila – replicó el chico, Sakura asintió.
-No me estoy quejando, solo lo comento – dijo ella uniéndose a su coro de risas.
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-Sales temprano – apuntó Frank el sándwich cuando se encontraron.
-No tuve coro hoy – dijo la amatista a modo de respuesta, se sentó en una banquilla y Frank intentó imitarla quedando con los pies en un ángulo extraño – ¿cuándo vas a hablar conmigo?
-Estamos hablando justo ahora – repuso Frank.
-Sabes a qué me refiero – Frank sacó un hoja con un gran ? – ya sabes, como las personas normales.
-Soy un sándwich – escribió Frank.
-O por favor – exclamó la chica medio divertida – al menos dime si eres un chico.
-Soy un sándwich – Frank volvió a mostrar su cartel pasado.
-Con piernas y brazos humanos – dijo con sarcasmo, Frank hizo un gesto afirmativo – ¿un sándwich masculino?
El susodicho comenzó a palpar por encima de su pan y acarició suavemente algunos de sus ingredientes, Daidoji sonrió divertida y finalmente Frank levantó el pulgar en un gesto afirmativo.
-Bien, al menos me acosa un chico loco disfrazado de sándwich y no una chica – repuso Tomoyo.
-¿Al menos? – escribió Frank – si no te molesta que te acose un loco.
-Un poco, sí – aceptó la chica intentando sonar seria.
-¿Ya hablaste con tu madre? – preguntó Frank, la chica le había contado sobre sus planes un par de días antes.
-Claro que no – aceptó ella – es solo…
-No juntas valor – escribió el sándwich.
-No – admitió Daidoji soltando un suspiro – es tan difícil.
-?
-Ella es… bueno es que – intentó – sé que dirá que no.
-Al menos lo habrás intentado – dijo Frank poniéndose en pies y comenzando a repartir panfletos a la gente.
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-Hey Tommy, ¿cómo está tu sándwich? – preguntó Syaoran durante el almuerzo.
-¿Ya se dan la mano? – agregó Sakura.
-¿O deberíamos decir se toman de la mano y el jitomate?
- Él está muy bien, gracias por preguntar – dijo Daidoji viendo a sus compañeros y amigos de toda la vida reír como nunca por un "pretendiente" suyo.
-¿Segura que sigue fresco? – soltó Syaoran iniciando una nueva ronda de carcajadas.
-No volveré a contarles de mis nuevos amigos – repuso la chica intentando (en vano) no unirse a las risas.
-Solo admite que te gusta – dijo Syaoran dándole palmaditas en el brazo.
-Claro que no – soltó Daidoji de inmediato – solo es agradable hablar con él.
-¿Entonces ya te habla? – preguntó Sakura.
-… – Tomoyo solo pudo soltar aire en un suspiro.
-Eso significa no – concluyó Syaoran – pero, igual te gusta.
-No vale la pena discutir contigo Syaoran – la amatista se alejó de ellos con la frente en alto.
-¿Eso significa sí? – preguntó Sakura haciendo sonreír a su novio.
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-¿Realmente crees que es un buen discurso? – preguntó Tomoyo después de exclamar por primera vez el susodicho discurso.
Frank aplaudió con entusiasmo, levantó el pulgar y bailó un poco moviendo los brazos en señal de victoria.
-¿Sabes que eres la primera persona que lo escucha? – siguió la chica, Frank pareció alagado y le dio un pequeño golpe en el hombro – si realmente te convenció debería comenzar a pensar en uno para que me hables.
El chico rascó por encima de su ojo y tomó su inseparable plumón.
-Yo hablo contigo – escribió sobre un panfleto – pero no sabes apreciarlo.
-Tu eres quien no aprecia nuestras conversaciones – se defendió ella – deberías replanteártelo.
- ?
-¿Eso es todo? ¿En serio? – la chica esperó "pacientemente" por el nuevo mensaje, Frank le entregó el panfleto con un número telefónico y la leyenda "puedes escribirme cuando quieras" – escribirte cuando quiera – repitió rodando los ojos – los teléfonos son para llamarse, llamarse no escribirse.
-¿Whatsapp? – apuntó él.
-No – exclamó ella admitiendo internamente el uso descomunal que le daba a la aplicación.
-Bueno, si no quieres – escribió Frank e hizo el ademán de tomar su panfleto.
-Solo – alejó el folleto rápidamente – tal vez ni siquiera lo use.
Pero lo usó, vaya que si lo usó. Los siguientes días pasó cada momento libre que tenía y hasta muy entrada la noche conversando plenamente con el misterioso chico vestido de sándwich, intentando conocerlo, descubrir su ser, absorber cada pieza de información sobre sí que le proporcionaba.
Pronto descubrió su gusto por la música, la música real (cómo la llamó) y no esa que los jóvenes suelen escuchar y pronto pasa de moda (cómo lo describió), el cine de arte y la literatura mitológica. Su extraño desprecio por los vegetales naranjas incluyendo la gaseosa de naranja (que no es un vegetal pero igual entraba en su clasificación de "cosas naranjas desagradables"), las compras por internet y Eso el payaso.
Tomoyo se sorprendió de lo fácil que le resultaba conversar con él, de cualquier tema y a cualquier hora. Hasta el clima se convertía a ser una trama interesante si llegaban a tocarla y la discutían por horas. Fue en ese preciso punto que Tomoyo comenzó a plantearse seriamente (con un poco de temor) si ese extraño sándwich que baila empezaba a convertirse en algo más.
Continuara...
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Volví... después de tanto tiempo sin publicar, eh aquí algo nuevo.
Será un fic corto, 3-4 capítulos. Espero lo disfruten, es mi regalo de cumpleaños para ustedes (lectores)
:D
