Llegó al trabajo corriendo, le faltaba el aliento y le dolían las piernas después de haberse recorrido medio Londres para conseguir llegar a tiempo. Aunque todo
había valido la pena si así conseguía mantener su empleo. Ese día tenía que estar perfecta, era el cumpleaños de la hija del jefe, Annabeth, y todos los peces
gordos del mundo mágico estarían presentes.
Mientras fichaba su entrada se preguntó que hacía allí. Lily Evans, una chica de pueblo, recientemente huérfana, pobre y con una hermana insoportable que no
aportaba mucho para que ambas pudieran salir adelane. Ni su físico era especial, pálida, pecosa, con el pelo rojo enmarañado y los ojos verdes acunados por
unas enormes ojeras, era más bien bajita, flacucha y débil. Una vez había empezado a pensar en todos sus defectos y había llegado a la conclusicón de que podría
igualar a la Biblia si los escribiera todos. El único punto que le agradaba de ella misma era la magia que corría por sus venas sin explicación aparente, aunque ni
eso resulta importante cuando trabajas en un lugar rodeado de caceloras que se friegan solas, copas de champán que nunca se vacían y máscaras venecianas que
cantan.
-Evans, cámbiate, los invitados empiezan a llegar -oyó que le dijo uno de sus compañeros, Mark, un niño rico que estaba ahí como un castigo de su padre, al que
seguramente tendría que atender esa noche.
Cambió su esmoquin normal por uno adornado con motivos del carnaval veneciano, intentó arreglarse el pelo aunque sabía que era una causa perdida y se puso la
máscara que sólo dejaba a la vista los labios canosos y el mentón. Su jefe había resuelto que los abultados vestidos serían demasiado incómodos para servir mesas
y que no quería que se les cayera ni un cubierto. Lily había resuelto que Reginald Huxley, su jefe, era un gordo seboso y rico al que solo le importaba la imagen
que nunca llegaría a tener. Lo único que no soportó fue la idea de ponerse tacones y los sustituyó por unas zapatillas negras, viejas y rotas, rezando por que su jefe
no mirara al suelo y las descubriera.
-Estoy planeando poner laxante en las copas de champán, siempre he querido saber si se multiplicaría al igual que el champán. No quisiera estar en su casa
cuando lleguen -le susurró confidentemente Elektra, haciendo un gesto como si el ambiente oliera a pescado podrido.
-Eres un caso perdido, no me extraña que te lleves bien con los merodeadores -le contestó, negando con la cabeza mientras intentaba alcanzar sus bandejas de un
estante.
-Deberías probarlo, no son unos monstruos que deberían quedarse dentro de los armarios de los niños, como sueles decir. Además, piensa en los pobres niños
que tendrían que soportarlos -bromeó su amiga de manera un tanto irónica. Le alzcanzó las bandejas y una se la cargó al hombro.
-Ya los estoy probando, pero empiezo poco a poco y aún sigo experimentando con Remus.
Cargó todos los entrantes que pudo en su bandeja y salió de las cocinas antes de que Elektra pudiera contradecirla fingiendo su mejor sonrisa. Elektra Zabat era,
sin lugar a dudas, la persona más extraña que Lily había conocido en toda su vida. Si le hubieran dicho que la chica gótica iba a acabar siendo su mejor amiga se
habría reído y hubiera pensado que esa persona estaba loca. Pero así fue. Elektra era más alta que Lily, con los ojos y el cabello negro y con el peso ideal,
siempre había creído que si dejara que su pelo creciera por lo menos hasta su cuello y e pusiera vestidos miles de chicos se lanzarían sobre ella. Lo había pensado
muchas veces, pero nunca se había atrevido a proponérselo, prefería dejar a la chica con su estilo entre grunge y gótico y salvar su vida.
Formó una falsa sonrisa deslumbrante cuando llegó al gran salón y se encontró en un campo de batalla o algo parecido. Tantos volantes, tacones y demás adornos
gigantes le parecían un peligro, tanto para ella, la torpe descordinada, como para los invitados. Sin saber muy bien cómo, consiguió servir todos los entrantes y
llegó a una mesa para atenderla. Reonoció a quienes la ocupaban al instante porque se habían quitado las máscaras y no pudo evitar pensar que era como la
versión Slytherin adaptada para un programa a niños pequeños.
-Buonasera -dijo intentando imitar el acento italiano lo mejor que pudo y vio como Lucius Malfoy se giraba inmediatamente para pedirle una de las opciones del
menú. Tomo nota en su cabeza de todos los pedidos de la mesa y se dispuso a irse pero una mano fina la retuvo.
-Y me gustaría verte cuando esto termine, o antes... Ya me entiendes -dijo Philande Mulciber con su tono arrogante a la vez que le guiñaba un ojo.
No supo como se las arregló para no gritarle lo imbécil que era, pero en lugar de eso sonrió y asintió pensando en mil maneras de huír de sus garras y sus
hormosas hambrientas. En cuanto se giró susurró "Solo es un trabajo de verano" para sí misma, pensando en que tan solo quedaban dos semanas para el nuevo
comienzo de curso. Se limitó a seguir sirviendo mesas y soportando vulgares insinuaciones de viejos ricachones durante la siguiente hora. Solo se detuvo cuando
Elektra le pidio que atendiera sus mesas durante un rato para salir a fumar y descansar de tanta "mariconada barroca". Dos de sus mesas eran de adultos y otra de
niños. Cuando se acercó para entregar el segundo plato se dio cuenta de que, sentados con los preadolescentes, estaban Sirius Black y James Potter. Maldijo
entre dientes y rezó por que ninguno de ellos la reconociera. Los vio bromeando, como siempre, y calificando a las chicas que asistían a la fiesta.
-Que aproveche.
-Camarera -la frenó Sirius antes de que se marchara y contuvo las respiración antes de girarse-. ¿Podría llevarle una de esas copas a la rubia de allí? -dijo
señalando a una de las chicas que se sentaba junto a Annabeth.
-Podría, pero no me pagan por ello y, además, no está usted a su altura, señorito. Inténtelo de nuevo cuando le cambien de mesa -y se fue, dejando a Sirius con
las palabras en la boca y sintiendo alguna que otra mirada en su nuca. "Muy bien, Lils", se dijo a sí misma sarcásticamente y evitó pensar en la posibilidad de
perder el empleo por lo que acababa de decir si a Black se le ocurría quejarse.
Cuando Elektra volvió le susurró un "mala pécora" antes de seguir con su trabajo. A las tantas de la madrugada Lily ya había parado para tomarse un café y
fumarse un cigarrillo con Elektra. Porque sí, Lily fumaba y bebía, pero ocasionalmente y solo cuando sus amigas la convencían, porque todos sus malos hábitos
eran culpa de sus amigas, o eso le gustaba pensar. Su sonrisa fue más natural cuando vio que la mayoría de los invitados comenzaban a irse, como su trabajo se
reducía a llevar unas copas de aquí para allá. El señor Huxley había decretado que los camareros podrían disfrutar de la fiesta cuando la mayoría de la gente se
hubiera ido, siempre y cuando no destacaran y continuaran con su labor.
Estaba sentada, apartada de todos, mirando como algunos niños intentaban bailar la conga mientras sus padres se emborrachaban aún más y ella descansaba las
piernas. Cerró los ojos y no se dio cuenta de que alguien se acercaba sigilosamente a ella.
-Buonasera -dijo una voz masculina. Abrió los ojos inmediatamente y vio que un chico que no superaba los diecinueve se había sentado a su lado-. ¿Me concedes
el último baile? -le preguntó extendiendo la mano hacia ella.
Aceptó con una sonrisa y se limitó a bailar pegada a él, apartados de los pocos bailarines que ocupaban la pista. Tenía las defensas bajas, estaba cansada, el
sueño podía con ella y había mil motivos más por los que Lily no se dio cuenta de quien era ese chico que se ocultaba tras la máscara. Aunque tampoco le
importaba tanto como para pararse a pensarlo. Bailaron toda la canción sin dejar de mirarse a lo ojos y no se separaron hasta que Annabeth anunció que la fiesta
había terminado y que estaba amaneciendo. Dejaron de bailar pero no se separaron, se quedaron quietos hasta que él se movió para quitarse la máscara y
comenzar a acercarse a ella con claras intenciones. Fue como si por fin hubiera encajado la pieza clave de un puzzle y hubiera conseguido descifrar la imagen. Dio
un paso hacia atrás y alzó las manos entre ellos para impedir que volviera a intentar besarla.
-¿¡Potter! -casi gritó al reconocerlo.
-¿Nos conocemos? Tú eres... -vio sus intenciones cuando vio sus manos alzarse hasta su cara.
Se alejó nuevamente de él antes de que pudiera quitarle la máscara y corrió a refugiarse en las cocinas. No paró, no paró de correr porque sabía que él la seguiría
si era igual de insistente con la camarera que con la Lily Evans con la que iba a clase. Salió al exterior después de recoger su bolso y su chaqueta, tiró al suelo la
chaqueta de esmoquin adornada para sustituírla por una sudadera que en un momento había pertenecido a su padre. La máscara corrió la misma suerte y acabó
olvidada en los jardines del club de campo. Sabía que alguien los recogería o si no los encontraría al día siguiente tirados por ahí. Miró hacia atrás mientras corría y
lo vio parado para recoger su máscara. Solo llegó a oír un grito que reclamaba que esperase antes de alzar la varita, llamar al Noctámbulo y subirse antes de que
le diera tiempo a alcanzarla.
