Habían transcurrido diez años desde que el la abandono, aquel frio & nublado día, el día que su boca dijo que no le quería más. Ella aun lo amaba, pero había aprendido a ignorar aquel amor, mas sin en cambio ella aprendió a amar todo aquello que le hacia un bien.
Ahora ella tenía veintisiete & hoy se casaba, el hombre con el que se casaría se llamaba London, lo había conocido durante la universidad, el se enamoro al instante en que sus ojos se cruzaron con los de ella, por su parte ella se enamoro… Ella nunca se enamoro.
-Bella luces hermosa-le dijo Ángela una antigua amiga del instituto.
-Gracias-se limito a decir, en sus ojos ya no había alegría, solo había duda.
Del brazo de su padre se encamino hacia el altar, ya no encontraba los motivos ni de blanco ni desnuda, era absurdo porque lo que antes era un sí quiero, ahora la estaba matando la duda, cada vez se acercaba más al altar, cuando llego volvió a latir el corazón pero no sabía si era amor o soledad y mientras más tiempo pasaba menos tiempo le quedaba para escapar. Unos pasos más y llegaría a London, antes de que su padre la entregara aquel hombre que había hecho de ella una mujer sin nombre, ella escapo de aquella duda, salió corriendo de aquella iglesia, todos quedaron sorprendidos, ella no volvió la vista atrás solo corría por aquel bosque que tan bien conocía.
-Cualquier luna sin mieles tan solo por una semana no vale una vida amargada- se dijo así misma, mientras corría sin rumbo ni dirección pero de pronto reconoció aquel lugar, era su prado, aquel lugar que había sido testigo de aquel amor que ella nunca olvidaría.
Se detuvo y lo admiro, de pronto empezó a escuchar pisadas, temerosa de que London la hubiese seguido se quedo rígida.
-La más bella novia a la fuga jamás concebida- le susurro una aterciopelada voz, voz que ella reconocería en cualquier parte del mundo.
Se giro y lo único que sus labios pudieron pronunciar fue:
-¡Edward!
