Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

La historia es mía y está protegida por Safecreative. ¡No apoyes el plagio!

Cuando ya no te esperaba

Prólogo

Edward miró por última vez su imagen frente al espejo. Iba impecable, como siempre, enfundado en unos de sus múltiples trajes de riguroso y elegante negro. La camisa tan ébano como su corbata y zapatos, guindada en sus puños, por unos elegantes gemelos de platino. Pasó una mano por su cabello, gesto tan de él y a la vez cansino. Estaba harto. Era tan joven y estaba agotado de esta vida de mierda que él mismo se había creado.

Una sonrisa cínica y ladina atravesó por sus labios, al contemplarse perfecto, según los cánones preestablecidos. Suspiró pesado, él lo sabía, aquella perfección no era más que un vil reflejo, tan vil y burdo como la vida misma, pero a la vez, engalanado con un toque maestro que era malditamente correcto.

Correcto para mantener ocultos la vorágine de sentimientos que lo carcomían desde ya, siete años. Así era mil veces mejor y por nada del mundo cambiaría, era un maldito egoísta, él lo sabía, sin embargo, no le importaba. Desde ese fatídico y luminoso día de verano su vida nunca más volvió a ser la misma, su brillante futuro se convirtió en nada más que oscuridad.

Salió de su habitación dando grandes zancadas rumbo a las escaleras, intentando ―dentro de lo posible― que sus pasos no hicieran eco en el cuadriculado piso de mármol, no quería que nadie lo interrumpiera, pero por lo visto, esta noche, nuevamente no tendría éxito…

—¡Señor, Cullen! ¡Señor, Cullen! ¡Por favor, espere!

Lo llamó con desesperación aquella mujer que detestaba y se le hacía repulsiva a la vista, solo la aguantaba porque no le quedaba más remedio. Había perdido la cuenta de cuantas mujeres como ella habían desfilado por la casa, algunas que ni siquiera habían durado un día y, con mucha suerte, recordaría sus rostros y sus nombres.

Para él, todas ellas solo eran un mal necesario ―sin contar las innumerables veces, que más de alguna intentó enredarse con el señor de la casa, sin un buen resultado―, además de exorbitantemente caro.

A pesar de que los llamados de la mujer eran apremiantes, Edward no les prestó atención, continuó bajando las escaleras con sus largas piernas con rapidez, pretendiendo que la mujer que corría a sus espaldas intentando darle alcance y suplicándole que se detuviera, no existía. Simplemente, parecía no escuchar.

Esfuerzos inútiles por cierto, Zafrina, bien sabía ―aunque nada perdía con intentarlo― que como todas las noches, su huraño jefe no prestaría atención a sus ruegos. Era un hombre frío y sin corazón, tanto, que había ocasiones en que imaginaba que aquel músculo al cual, a la usanza romántica se le adjudica cómo el amo y gestor de nuestros sentimientos, era del más duro y gris de los granitos, ya que jamás dejaba entrever una gota de ternura o compasión por la triste situación que acontecía en esa enorme y fría casa. No dejaba de parecerle increíble que un hombre tan joven, guapo y exitoso como él, estuviese inmerso en tal grado de amargura.

Cuando Edward llegó al recibidor del opulento inmueble ―con más aires a museo, que de casa―, le dio alcance y tomándolo del brazo lo detuvo.

—Señor, por favor… —rogó jadeando y tratando de recuperar el aliento apoyando sus manos en sus rodillas.

Pero Edward, como todas las noches no se compadeció, todo lo contrario, la miró con desprecio, fulminándola con su penetrante e intimidante mirada, por osar siquiera a tal atrevimiento. Luego, espetó con voz gélida―: ¿Qué es lo que desea, Zafrina?

La mujer, haciendo acopio de toda su valentía, no se amilanó frente a esas dos verdes esmeraldas, más parecidas a dos icebergs, que la fulminaron con la mirada. Se irguió orgullosa, en su metro ochenta de altura ―mujer alta, gracias a su ascendencia Amazona― y le hizo frente al metro noventa que la contemplaba con desdén desde arriba.

—Lo mismo que todas las noches señor…―soltó atrevida examinando las expresiones de su patrón, que por un segundo parecieron suavizarse, lo que la animó a continuar―: Me preguntaba si esta vez, usted podría…

—No —la cortó de forma brusca y para nada cortés, no quería escuchar el mismo discurso otra vez—. Ya le he explicado varias veces que no tengo tiempo para esas estupideces, soy un hombre muy ocupado. Ahora si me disculpa, se me hace tarde. Buenas noches.

Giró sobre sus talones dejándola clavada en el lugar, sintiéndose el peor desgraciado del mundo, pero jamás sedería a sus peticiones. Anne era su tormento diario y no tenía pensado flaquear a sus encantos. Era la maldita sombra que no le permitía avanzar y dejar atrás, sus tortuosos y dolorosos recuerdos.


Hola mis hermosas, después de un merecido descanso de la escritura, aquí estoy contenta comenzando esta nueva historia que lleva más de dos años en mi mente. Les doy la bienvenida a mis fieles lectoras de siempre y a las nuevas hermosas que se vayan sumando a esta aventura. Como siempre espero ansiosa sus comentarios, criticas ¡o lo que sea! ¡Espero les guste!

Las quiero

Sol