La historia NO ME PERTENECE solo la adapto al fin de continuar con el siguiente libro de la saga Malory de Johanna Lindsey, los personajes pertenecen a Rumiko.

Esta es la secuela de Amar una sola vez, si has llegado primero aquí te recomiendo que leas el otro primero, lo encontraras en mis historias, para que lleves la historia en la cronología correcta.


Tierna y rebelde

Inglaterra, 1818.

— ¿Estás atemorizada, chiquita? —

Lin Yitama dejó de mirar por la ventanilla del carruaje, por la que había estado contemplando el paisaje durante una hora sin verlo realmente. ¿Atemorizada? Estaba sola en el mundo, sin tutor ni familiares. Iba camino de un futuro incierto, dejando detrás todo cuanto conocía. ¿Atemorizada?

Estaba aterrorizada.

Pero Lin trataría de evitar que Nettie MacDonald lo supiera.

Nettie ya estaba bastante inquieta; lo había estado desde que cruzaran la frontera inglesa la mañana anterior, si bien trataba de ocultarlo tornándose quejosa, según su costumbre. Hasta entonces, Nettie había estado alegre y despreocupada, incluso cuando cruzaron las tierras bajas de Escocia, a las que despreciaba. Nettie, que había sido una montañesa durante toda su vida, es decir durante cuarenta y dos años, nunca creyó que algún día debería abandonar sus bienamadas tierras bajas y además cruzar la frontera inglesa. Inglaterra. Pero era imposible dejar atrás a la querida Nettie.

Lin se esforzó por sonreír para complacer a su doncella y para tranquilizar a Nettie. —Oh, Nettie, ¿por qué habría de estar atemorizada? ¿Acaso no logramos salir subrepticiamente en medio de la noche? Naraku nos buscará en Aberdeen y Edimburgo durante semanas y jamás adivinará que nos hemos fugado a Londres.

—Seguramente —dijo Nettie, complacida por el éxito que habían tenido hasta ese momento y olvidándose momentáneamente de que experimentaba temor y disgusto hacia los ingleses. Mucho más profunda era su aversión hacia Naraku Sucotshi—. Y espero que ese maldito se asfixie con su propio malhumor cuando compruebe que lograste burlar sus detestables planes. Duncan no me agradaba, pero sabía qué era lo mejor para ti. Fue él quien contrató ese excelente tutor para que no olvidaras tu verdadero idioma, especialmente ahora que estamos entre estos endemoniados ingleses. Lin sonrió y decidió gastarle una broma. —Cuando vea a un inglés, recordaré de inmediato mi verdadero idioma. No me negarás estos últimos momentos en que puedo hablar sin necesidad de pensar encada palabra que pronuncio, ¿verdad?

—Bah. Sólo lo olvidas cuando estás alterada.

Nettie lo sabía. En ocasiones, Nettie conocía a Lin mejor que ella misma. Si bien Lin no estaba malhumorada, que era cuando comenzaba a hablar con el acento escocés que había aprendido de Nettie y de su abuelo, lo cierto era que estaba alterada, y con razón. Pero no lo suficiente para olvidar el auténtico inglés que la había enseñado su tutor.

Lin suspiró.

—Espero que lleguen los baúles o nos quedaremos en ascuas.—Ambas habían partido con una sola muda de ropa para desorientar aún más a su primo Naraku, por si alguien las veía y lo informaba.

—Ése es el menos grave de tus problemas, niña. Fue un acierto traer a esa modista londinense a Sucotshi Hall para que te hiciera todos esos bonitos vestidos. El bendito Duncan pensó en todos los detalles; incluso hizo enviar los baúles con anticipación, uno por uno, para que Naraku no sospechara. Y Nettie pensó que había sido divertido huir un medio de la noche, con las faldas recogidas y usando viejos pantalones de montar para que, a la luz de la luna, las confundieran con hombres. Lo mismo opinaba Lin. De hecho, era el único aspecto de toda esa locura del cual había disfrutado. Habían cabalgado hasta el pueblo más próximo, donde aguardaban el carruaje y su conductor, y habían debido aguardar varias horas para asegurarse de que no las seguían, antes de emprender el viaje.

Pero habían sido necesarios todos esos inconvenientes y ocultamientos para burlar a Naraku Sucotshi. Por lo menos, así había opinado el abuelo.Y Lin le creyó, sobre todo al ver la expresión de Naraku cuando se leyó el testamento del abuelo. Después de todo, Naraku era el sobrino nieto de Duncan Sucotshi, el nieto menor de su hermano y el único pariente masculino que aún vivía. Naraku había estado en todo su derecho al suponer que parte de la inmensa fortuna de Duncan sería para él, aunque sólo fuera una pequeña parte. Pero Duncan había legado todo su patrimonio a Lin, su única nieta: Sucotshi Hall, los molinos, todo.

Y Naraku había realizado grandes esfuerzos para no dar rienda suelta a su indignación.

—No debió sorprenderse tanto —dijo Nettie al día siguiente de la lectura del testamento—. Sabía que Duncan le odiaba; que le culpaba de la muerte de tu querida madre. Por eso te cortejaba tan diligentemente durante todos estos años. Sospechaba que Duncan te lo dejaría todo. Y por eso, ahora que Duncan no está, es por lo que hemos tenido que marcharnos tan deprisa.

No había tiempo que perder. Lin lo supo cuando Naraku volvió a pedirle que se casara con él, después de la lectura del testamento, y ella volvió a rechazarlo. Esa misma noche, ella y Nettie se habían marchado. No era el momento de apenarse ni de arrepentirse de la promesa que le había hecho a su abuelo. Ya había sufrido bastante cuando dos meses antes, se enteraron de que Duncan moriría. Y, en realidad, su muerte había sido un alivio, pues durante los últimos siete años se había estado debilitando y soportando dolores; sólo su empecinamiento escocés había logrado mantenerlo vivo durante tanto tiempo. No, no podía lamentar que su abuelo hubiera dejado de sufrir.

Pero, cómo extrañaría al querido anciano, que había desempeñado el rol de padre y madre para ella durante todos esos años.

—No llores por mí, niña —le había dicho unas semanas antes de morir—. Te lo prohíbo. Me has dedicado demasiados años y, cuando muera, no quiero que desperdicies ni un solo día más. Debes prometérmelo.

Una promesa más al anciano que amaba, que la había criado, reprendido y protegido desde que su hija regresara a su hogar con una niña de seis años llamada Lin. ¿Qué importaba una promesa más, cuando ya le había hecho esa promesa fatal que ahora le provocaba tanta ansiedad? De todos modos, no había tenido mucho tiempo para apesadumbrarse; por lo menos la había cumplido.

Nettie frunció el ceño cuando vio que Lin miraba nuevamente por la ventanilla, pues sabía que estaba otra vez pensando en Duncan Sucotshi. Desde que Lin llegara a Sucotshi Hall, había disfrutado provocando al viejo y feroz escocés, que lo aceptaba complacido. Ambas lo extrañarían, pero ahora debían pensar en muchas otras cosas.

—Nos estamos acercando a la posada —anunció Nettie, sentada en el asiento que daba hacia el frente del carruaje.

Lin se inclinó hacia delante y hacia el costado para mirar por la ventana. El sol del atardecer iluminó su Lintro y sus cabellos. Eran cabellos hermosos, de color rojizo obscuro y cuando se iluminaba parecía una llama rojiza como los de Janet, su madre.

Los cabellos de Nettie eran renegridos y sus ojos eran de color verde apagado, como el de un lago sombreado por altos robles. Los ojos de Lin eran de un color similar: gris verdoso con reflejos dorados.

Todos sus rasgos se asemejaban a los de Janet Sucotshi, antes de que hubiera huido con su inglés. En realidad, Lin no se asemejaba en nada a su padre, ese inglés que había enamorado a Janet, convirtiéndola en una sombra de sí misma cuando él murió en ese trágico accidente.

Janet ya nunca fue la misma y, un año después, ella también murió.

Gracias a Dios, Lin había contado con el apoyo de su abuelo. La niña huérfana de siete años se adaptó perfectamente al anciano escocés, que satisfacía todos sus caprichos.

Oh, estoy cometiendo el mismo error que ella, al pensar en los muertos, cuando debería preocuparme por el futuro, tan incierto.

—Esperemos que las camas sean más mullidas que las de anoche—dijo Lin cuando el carruaje se detuvo frente a la posada—. Es lo único que me entusiasma de Londres. Sé que Frances tendrá camas cómodas para nosotras.

—¿No te alegra volver a ver a tu mejor amiga después de tantos años?

Lin miró a Nettie, sorprendida.— Por supuesto. Estoy ansiosa por verla. Pero las circunstancias no son las más propicias para un encuentro agradable, ¿no? Quiero decir que no tendré tiempo para visitas. Oh, ese Naraku —dijo, frunciendo el entrecejo—. Si no fuera por él...

—Si no hubieras hecho promesas no estaríamos aquí, pero de nada vale quejarse ahora, ¿verdad? —replicó Nettie.

Lin sonrió. —¿Quién se quejaba anoche de la cama dura?

Nettie emitió un bufido, negándose a responder y urgiendo a

Lin para que descendiera del coche cuando el conductor abrió la puerta y le extendió la mano para ayudarla a bajar. Lin rió y Nettie volvió a bufar, esta vez para sí misma.

No eres tan anciana como para no poder soportar un poco de incomodidad, Nettie, pensó, contemplando el andar ágil de Lin que la hizo sentir mucho más vieja en ese momento. Aunque la cama sea de piedra, esta noche no dirás una palabra. Así no te hará bromas.

Pero luego Nettie sonrió, meneando la cabeza. Lin necesitaba bromear un poco para dejar de preocuparse por el futuro. Aunque la cama sea muy blanda, será mejor que digas que es una roca. Hace mucho que no la oyes reír ni ves una expresión traviesa en sus ojos. Necesita hacer bromas.

Cuando Lin se acercó a la posada, no advirtió la presencia de un joven de dieciséis años, que estaba de pie sobre una banqueta encendiendo la lámpara que se hallaba sobre la puerta, pero lamentablemente él percibió la de ella. Al oír la risa de Lin, tan diferente de las que solía oír, miró por encima de su hombro y estuvo a punto de caer de la banqueta, azorado ante su aspecto. Parecía una llama encendida, pues el sol del atardecer hacía refulgir sus cabellos rojizos. A medida que se acercó, pudo distinguir los finos rasgos de su rostro ovalado de pómulos altos, nariz pequeña y labios carnosos. Cuando pasó por la puerta, el joven estiró el cuello para continuar mirándola, hasta que un sonido de desaprobación le hizo volver la cabeza y vio a la criada de expresión severa que lo miraba. El joven se sonrojó.

Pero Nettie se compadeció de él y nada dijo. Sucedía dondequiera que fuesen, pues Lady Lin Yitama ejercía ese efecto sobre el sexo opuesto y ni los jóvenes ni los viejos parecían inmunes a su belleza. Y ésta era la joven que andaría sola por Londres.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

—¿Y te preguntabas quién era su sastre? —dijo despectivamente el honorable William Fairfax a su joven amigo—. Te dije que su sastre no tiene nada que ver con ello. Si deseas emularlo en algo, recoge el guante.

Él ha estado en el asunto durante más de doce años.

El joven amigo de William, llamado Cully, se sobresaltó al oír el sonido del cuero que rozaba la piel, pero abrió los ojos. Los había cerrado momentos antes cuando aparecieron las primeras gotas de sangre en la nariz. Se estremeció al ver que ahora la sangre manaba en abundancia de la nariz y también de la boca y del tajo del arco superficial.

—¿Te desagrada, Cully? —dijo William, sonriendo al ver la palidez de su amigo—. Imagino que a su contrincante también, por lo menos hoy.—

Rió, pensando que sus palabras eran graciosas.— Si Knighton estuviera con él en el cuadrilátero, tendríamos a quien apostarle. Él fue quien lo estrenó. Pero Knighton, según dicen, hace diez años que no boxea. Pero Malory está enardecido y eso empareja la situación.

Pero mientras contemplaban la pelea, junto con otros caballeros que rodeaban el cuadrilátero, Sir Sesshomaru Malory se relajó y miró ceñudamente al dueño del establecimiento deportivo. —Demonios, Knighton, te dije que aún no estaba preparado. No se ha recuperado de la última vez. Jonh Knighton se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban, divertidos, al mirar al enfadado pugilista a quien consideraba un amigo.

—No tuve noticias de otro que aceptara el reto, milord. Si permitiera que otro hombre ganara alguna vez, quizás hallaría quienes estuvieran dispuestos a pelear.

El comentario suscitó muchas risas. Todos los que estaban allí sabían que hacía una década que Malory no perdía una pelea ni permitía que nadie le sacara ventaja ni siquiera en las prácticas de boxeo. Estaba en óptimas condiciones, sus músculos eran perfectos, pero era su habilidad la que lo tornaba tan extraordinario... e imbatible. Los promotores, entre ellos Knighton, darían cualquier cosa por hacerlo intervenir en una pelea profesional. Pero, para un libertino como Malory, el boxeo era tan sólo un ejercicio físico para mantenerse en buen estado y contrarrestar la vida disipada que llevaba. Sus visitas, tres veces por semana, a Knighton's Hall tenían para él la misma importancia que sus cabalgatas matutinas por el parque. Sólo le proporcionaban placer.

La mitad de los caballeros que allí se encontraban eran también pugilistas que aguardaban su turno para subir al cuadrilátero. Algunos, como el honorable Fairfax, habían ido a contemplar a los expertos en acción, aunque ocasionalmente existía la oportunidad de hacer algunas apuestas. Otros pocos eran camaradas de Malory; solían asistir para ver cómo él derrotaba a sus contrincantes, escogidos por Knighton, y sabiamente se abstenían de competir con él.

Uno de ellos hizo una broma a Sesshomaru. Casi de su misma estatura, pero más delgado, Lord Amherst era un individuo sin prejuicios de vivaces ojos grises. Era de su misma edad, pero rubio, en tanto que Sesshomaru tenía cabellos oscuros, y compartía con él los mismos intereses, especialmente las mujeres y el juego.

—Sólo lograrás que alguno de ellos lo haga con entusiasmo si conviertes en cornudo a algún joven corintio de tu fuerza y tamaño para que acepte el reto.

—Dada mi mala suerte, George —dijo Malory—, sólo lograría que escogiera un duelo a pistola y eso no es divertido.

George Amherst rió, pues si bien no todos sabían que Sesshomaru era imbatible en el cuadrilátero, nadie ignoraba que era incomparable en el campo del honor. Incluso solía preguntar a sus retadores en qué lugar de su anatomía deseaban recibir la herida, lo que naturalmente los atemorizaba más aún.

Sesshomaru nunca había matado a nadie en un duelo, dado que siempre se había batido por mujeres y pensaba que no valía la pena morir por ninguna de ellas, excepto por las que integraban su familia. Era soltero, pero sus tres hermanos mayores tenían hijos y, por ende, tenía sobrinos a quienes amaba mucho.

—¿Estás buscando competidores, Sessho? Debiste enviar a alguien para que me trajera. Sabes que siempre estoy dispuesto a complacerte.

George giró rápidamente sobre sí mismo, sorprendido al escuchar una voz que hacía diez años que no oía. Luego arqueó las cejas con incredulidad. En el vano de la puerta estaba Miroku Malory, que indudablemente había envejecido pero que aún tenía el mismo aspecto peligroso de diez años atrás, cuando fuera el libertino más notorio de Londres. Alto, rubio y todavía apuesto. Dios ¡era increíble! Luego George se volvió hacia Sesshomaru, para observar cómo reaccionaba ante la inesperada visita. Los dos hermanos habían estado muy unidos, ya que sólo había un año de diferencia entre ellos y ambos compartían los mismos intereses, si bien Miroku era sin duda el más alocado; o al menos lo había sido. Pero luego Miroku había desaparecido y aunque la familia no mencionó el motivo, los otros hermanos habían renegado de él y ni siquiera lo mencionaban. Sesshomaru no era una excepción. A pesar de que George había sido amigo íntimo de Sesshomaru durante todos esos años, éste nunca le había confiado por qué Miroku había sido expulsado de la familia.

Pero, para sorpresa de George, Sesshomaru no reaccionó mal. Su atractivo rostro no expresó emoción alguna. Había que conocerlo muy bien para percibir que ese brillo que asomaba a sus ojos de color azul cobalto denotaba placer y no furia.

Pero cuando habló, pareció dirigirse a su peor enemigo. —Miroku,

¿Qué mierda estás haciendo en Londres? Esta mañana debiste embarcarte.

Miroku se limitó a encogerse de hombros.— Hubo un cambio de planes, gracias al empecinamiento de Jeremy. Desde que conoció al resto de la familia ha sido imposible razonar con él. Seguramente ha tomado lecciones de manipulación con Kag, pues logró convencerme para que le permitiera finalizar aquí sus estudios, aunque no sé cómo lo hizo.

Sesshomaru hubiera deseado reír al ver la expresión desconcertada de Miroku, que había sido hábilmente manejado por un joven de diecisiete años, que más parecía hijo de Sesshomaru que de Miroku, y lo hubiera hecho si Miroku no hubiera mencionado el nombre de Kag. Ese nombre siempre irritaba a Sesshomaru, como a Jason y a Edward, sus hermanos mayores; y Miroku lo sabía, por lo cual había empleado el nombre Kag en lugar de Kaggie, que era como el resto de la familia llamaba a Kagome Taisho.

Mientras Miroku hablaba se había adelantado, quitándose el abrigo para exhibir la camisa suelta que solía usar cuando capitaneaba el Maiden Anne. Dado que tenía toda la apariencia de complacer a Sesshomaru en el cuadrilátero, Sesshomaru se abstuvo de discutir sobre el nombre Kag, lo que hubiera iniciado una de las riñas habituales y hubiera puesto en peligro la oportunidad de boxear amistosamente con él.

—¿Eso significa que tú también te quedarás? —preguntó Sesshomaru mientras Miroku entregaba su abrigo a George y aceptaba los guantes que Jonh Knighton le calzó con una sonrisa.

—Lo suficiente para dejar establecido al muchacho, supongo.

Aunque Connie ha dicho que la única razón que teníamos para instalarnos en las islas era la de brindar a Jeremy un hogar.

Sesshomaru no pudo evitar la risa. —Dos viejos lobos marinos jugando a ser madres. Dios, cómo me hubiera agradado verlo.

—Yo en tu lugar no diría eso —dijo Miroku, imperturbable—. Tú también hiciste de madre durante seis años todos los veranos, ¿verdad?

—De padre —corrigió Sesshomaru—. O, mejor dicho, de hermano mayor.

Me sorprende que no te hayas casado, como Jason, sólo para darle una madre a Jeremy. Claro que, considerando que Conrad Sharp está dispuesto a ayudarte a criar al muchacho, supongo que no lo creíste necesario.

Miroku subió al cuadrilátero. —Estás menospreciando a mi mejor amigo.

Sesshomaru hizo una leve reverencia. —De acuerdo. Pero, ¿quién se ocupará del muchacho mientras tú y Connie deciden regresar? La derecha de Miroku apuntó directamente al torso de Sesshomaru, al tiempo que dijo: —Tú.

Doblado en dos, Sesshomaru trató de absorber el golpe y la respuesta.

Las apuestas comenzaron. Finalmente había llegado alguien que parecía capaz de vencer al imbatible Lord Malory. Malory era un poco más alto, pero el otro era más fornido y parecía estar en condiciones de abatir a cualquiera, incluyendo a Malory. E iban a tener el privilegio de contemplarlo. Sólo unos pocos sabían que eran hermanos.

Cuando Sesshomaru recobró el aliento, miró ceñudamente a Miroku a causa del golpe sorpresivo, pero, respondiendo a sus palabras, preguntó:

—¿Yo? ¿Por qué he de ser el afortunado?

—El muchacho te escogió. Eres su ídolo... después de mí, naturalmente.

—Naturalmente —dijo Sesshomaru y tomó a Miroku de sorpresa con un golpe de abajo hacia arriba que hizo retroceder a Miroku. Mientras Miroku movía la mandíbula, Sesshomaru añadió: —Será un placer tenerlo conmigo, siempre que comprendas que no restringiré mis actividades como lo hice por Kaggie.

Se acercaron el uno al otro, propinándose sendos golpes antes de que Miroku respondiera: —No lo pretendo, pues yo no lo he hecho. Es diferente cuando uno está a cargo de un joven. Por favor, ha estado frecuentando pLintitutas desde que tenía catorce años.

Sesshomaru se echó a reír, pero al hacerlo bajó la guardia y recibió un fuerte golpe en un costado de la cabeza. Pero reaccionó rápidamente y dio una trompada a Miroku que lo elevó del suelo, a pesar de que Miroku pesaba alrededor de doce Kilos más que su hermano.

Sesshomaru se mantuvo inmóvil, aguardando que su hermano se repusiera. Cuando Miroku levantó la mirada, sonreía.

—¿Deseamos realmente quedar doloridos, Sessho?

Sesshomaru sonrió. —No, sobre todo si podemos hacer algo más agradable y te aseguro que podemos. —Se acercó a su hermano y le rodeó el hombro con el brazo.

—Entonces, ¿cuidarás del muchacho hasta que comience la escuela?

—Me agradaría, pero, Dios mío, me harán toda clase de bromas.

Cualquiera que vea a Jeremy creerá que es mi hijo.

—Por eso desea estar contigo —dijo Miroku sonriendo y dejando ver sus blancos dientes—. Posee un endiablado sentido del humor. ¿Qué te parece esta noche? Conozco un par de rameras...

—¿Rameras?, por favor. Has sido pirata durante demasiado tiempo, capitán Hawke. Bien, conozco un par de damas...

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

—Pero, no comprendo, Lin —dijo Lady Frances, inclinándose hacia adelante—. ¿Por qué habrías de atarte a un hombre si no deseas hacerlo? Si estuvieras enamorada de él sería diferente. Pero hablas de casarte con alguien a quien aún no conoces.

—Frances, si no lo hubiera prometido, ¿crees que lo haría? —preguntó Lin.

—Quiero suponer que no; pero ¿quién podrá enterarse si no cumples la promesa? Tu abuelo está muerto y... —Frances se interrumpió al ver la expresión de su amiga —Olvida lo que acabo de decir.

—Lo haré.

—Oh, pero creo que es lamentable —dijo Frances, suspirando enfáticamente.

Lady Frances Grenfell era una mujer notable desde cualquier punto de vista. Era menuda y no exactamente hermosa, pero muy atractiva, con sus cabellos rubios y sus oscuLin ojos pardos. En un tiempo había sido la joven más alegre y efervescente que Lin jamás conociera, pero eso había sido antes de que contrajera matrimonio con Henry Grenfell, siete años atrás. Ahora era formal, una matrona, pero aún había momentos en que parecía la joven feliz de otras épocas.

—Ahora eres tan independiente como el que más —continuó diciendo Frances—. Posees muchísimo dinero y no debes dar cuenta de tus actos a nadie. Me llevó siete años de convivencia con un hombre al que no amaba para hallarme en tu misma situación, y aún tengo una madre que me regaña cuando hago la menor cosa que ella desaprueba. Aunque soy viuda y vivo sola con mi hijo, debo dar cuentas a alguien de mis actos.

Pero tú, Lin, no debes preocuparte por nadie y sin embargo te ves obligada a entregarte a un hombre que se complacerá en coartar tu libertad, como lo hizo Lord Henry conmigo. Y sé que no deseas hacerlo.

Lo sé muy bien.

—Lo que deseo no importa, Frances. Importa lo que debo hacer.

—Pero, ¿por qué? —exclamó Frances, exasperada—. Eso es lo que deseo saber. Y no vuelvas a decirme que es porque se lo prometiste a tu abuelo.

Si él lo consideraba tan importante, tuvo mucho tiempo para casarte.

—En cuanto a eso —respondió Lin—, no había nadie con quien yo deseara casarme. Y el abuelo no me hubiera obligado a aceptar a quien no quisiera.

—¿En todos estos años no hubo nadie?

—Oh, detesto la forma en que dices en todos estos años, Frances. No me recuerdes lo difícil que será para mí.

Frances la miró con asombro. —¿Difícil? —Estuvo a punto de echarse a reír. —Bah, casarte a ti será lo más fácil del mundo. Tendrás tantos pretendientes que no sabrás qué hacer con ellos. Y nadie tendrá en cuenta tu edad. Dios mío, ¿no sabes lo increíblemente bella que eres? Y, como si eso no fuera suficiente, posees una fortuna digna de un banquero.

—Tengo veinticinco años, Frances —enfatizó Lin, como si hubiera dicho cien.

Frances sonrió. —También yo y no me considero una anciana, gracias.

—Es diferente porque eres viuda. Has estado casada. A nadie le sorprendería que volvieras a casarte.

—No, a nadie, porque jamás lo haré.

Lin frunció el ceño ante la interrupción. —Pero cuando me vean junto a todas esas jóvenes casaderas se reirán de mí.

Frances sonrió. —Sinceramente, Lin...

—Es verdad. Yo misma reiría de una solterona de veinticinco años que hiciera ese papel de tonta —dijo Lin con un bufido.

—Basta ya. Te aseguro; te juro, que tu edad no será un problema.

Lin no podía creerlo, a pesar de que lo deseaba. Lo disimuló, pero estaba al borde del llanto. Ésa era la razón por la que le aterrorizaba la idea de buscar marido. Iba a ponerse en ridículo y no soportaba la idea.

—Pensarán que me pasa algo malo porque no me casé antes, Fran.

Sabes que será así. Es propio de la naturaleza humana.

—Lo comprenderán perfectamente cuando sepan que has pasado los últimos seis años cuidando de tu abuelo y te alabarán por ello. Además, la edad es el menor de tus problemas. Y has evitado responder a mi pregunta, ¿no es así?

Lin rió al ver la expresión severa de su amiga, con esa risa cálida y ronca, tan propia de ella.

Ella y Nettie habían llegado a la casa de la calle South Audley la noche anterior, muy tarde y las dos amigas no habían tenido oportunidad de conversar hasta esa mañana. Era una vieja amistad que había sobrevivido doce años, con una sola visita en los últimos diez, cuando

Frances llevó a su hijo Timmy a las tierras altas de Escocia, cuatro años atrás.

Lin tenía otras amigas en Escocia, pero ninguna tan íntima como Frances ni a la que pudiera confiar todos sus secretos. Se habían conocido cuando tenían trece años, cuando el abuelo la había enviado a la escuela para convertirla en una dama, pues decía que se estaba convirtiendo en una joven salvaje, sin noción alguna de su condición social; lo cual era verdad aunque ella no siempre lo considerase así.

Lin había durado dos años en la escuela y luego había sido expulsada y enviada de regreso a Sucotshi Hall por su comportamiento incorregible. El abuelo no la reprendió. En realidad, la había extrañado mucho y se alegró de tenerla nuevamente a su lado. Pero contrató a una excelente maestra para que continuara la educación de Lin y ninguna de las travesuras de la niña logró ahuyentar a la señorita Beechham; el abuelo le pagaba demasiado.

Pero durante esos dos años que pasó en Inglaterra, Frances y Lin habían sido inseparables. Y si no se hubiera enamorado a los dieciocho años, hubiera compartido el amor de Frances a través de sus cartas. Por intermedio de Frances, supo cómo era estar enamorada. Por intermedio de Frances, también supo cómo era tener un marido al que no se amaba. Y aunque no había tenido niños, sabía todo lo relativo a ellos, por lo menos lo relativo a un hijo, porque Frances había compartido con ella todas las fases de le evolución de Timmy.

Lin también había compartido con su amiga todas sus experiencias a través de sus cartas, si bien la vida en las tierras altas no había sido muy emocionante. Pero los últimos meses, no había querido preocupar a Frances con los temores del abuelo, de modo que no le había hablado de Naraku. ¿Y cómo decírselo ahora? ¿Cómo hacerle comprender que no se trataba de la manifestación senil de un anciano, sino de una situación realmente peligrosa?

Lin decidió comenzar por el principio. —Frances, ¿recuerdas que te dije que mi madre se ahogó en Loch Etive cuando yo tenía siete años?

—Sí; fue un año después de la muerte de tu padre, ¿verdad? —dijo Frances, dando una suave palmada sobre su mano.

Lin asintió, tratando de no recordar su desolación a causa de ambas muertes. —El abuelo siempre culpó a su sobrino nieto Naraku por la muerte de mi madre. Naraku era un niño perverso, que siempre maltrataba a los animales y provocaba accidentes que le divertían. En esa época tenía sólo once años, pero ya había sido la causa de que uno de nuestros perros se quebrara una pierna, que la cocinera sufriese una quemadura grave y que hubiese que sacrificar un caballo, sin contar las cosas que había hecho en su propia casa y de las cuales no nos enteramos.

Su padre era primo de mi madre y, cuando nos visitaba, siempre traía a Naraku. El día en que se ahogó mi madre, hacía una semana que estaban de visita.

—Pero, ¿cómo pudo provocar la muerte de tu madre?

—Nunca hubo pruebas, Frances. Aparentemente, el barco que tomó zozobró y, como era invierno y ella estaba muy abrigada, no pudo nadar hasta la costa.

—¿Qué estaba haciendo en el lago en invierno?

—Había crecido junto al lago. Era natural para ella estar en el agua.

Le encantaba; en verano nadaba diariamente y recorría las orillas de ambas márgenes. Prefería remar a viajar en coche o cabalgar, por hostil que fuera el clima. Y poseía su propio bote de remos, fácilmente maniobrable. Yo también, pero nunca me permitían salir sola en él. Pero, de todos modos, a pesar de ser una excelente nadadora, ese día no llegó a la orilla.

—¿Nadie la ayudó?

—Nadie vio lo ocurrido. Ese día ella había planeado cruzar el lago, de manera que es probable que el bote se haya hundido en el medio.

Varios días después, uno de los granjeros dijo al abuelo que, a comienzos de esa semana, había visto a Naraku en el sitio donde se guardaban los botes. Si Naraku no hubiera sido tan afecto a causar accidentes, el abuelo no lo hubiera dado importancia. Pero Naraku pareció tan afectado como yo por la muerte de mi madre, lo cual era muy sorprendente, pues ni mi madre ni yo le agradábamos.

—¿De modo que tu abuelo creyó que Naraku había dañado el bote?

—Lin asintió. —Quizás hizo algo para provocar una lenta inundación en el barco. Era la clase de cosa que divertía a Naraku: provocar la mojadura de alguien y hacerle perder un buen bote. Si lo hizo, creo que fue una travesura de mal gusto. No creo que tuviera la intención de matar a nadie; sólo deseaba que se mojase y se enfadase. No pudo saber que mi madre se alejaría tanto de la orilla. No cruzaba el lago con frecuencia.

—Aun así...

—Sí; aun así... —dijo Lin, suspirando—. Pero el abuelo nunca pudo probarlo de modo que nada pudo hacer. El bote jamás apareció y no pudo saberse si había sido dañado. Después de eso, el abuelo nunca confió en Naraku; cuando venía a la casa, lo hacía vigilar por alguno de los criados. Lo odiaba, Frances. No podía decir al padre de Naraku cuáles eran sus sospechas, ni negarle la entrada a la casa. Pero juró que Naraku jamás recibiría nada de él. Cuando murió el padre de Naraku le dejó una pequeña herencia. El abuelo sabía que Naraku envidiaba su fortuna, pero el abuelo lo recibió porque era el hijo mayor y heredó la fortuna de los Sucotshi. Y, cuando Naraku pidió al abuelo mi mano, supo que lo hacía por interés.

—Te desvalorizas al decir eso, Lin. No sólo tienes dinero.

Lin hizo un gesto, como restando importancia a sus palabras.

—El hecho es que a Naraku nunca le había agradado, Frances, ni siguiera cuando nos hicimos adultos. Y el sentimiento era mutuo. Él me envidiaba porque yo era la parienta más cercana del abuelo. Pero cuando murió su padre y supo que su herencia sería muy magra, se tornó súbitamente encantador conmigo.

—Pero lo rechazaste —dijo Frances.

—Naturalmente. No soy una tonta y percibí claramente que sus lisonjas eran falsas. Pero no desistió. Continuó fingiendo que me amaba, aunque yo veía el odio en sus ojos azules.

—Bien, aunque me haya enterado de todo ello, no comprendo por qué debes casarte de prisa.

—Al morir el abuelo, he quedado sin protección. No la necesitaría si no fuera por Naraku. Me ha pedido que me case con él en muchas ocasiones. Es evidente que desea la fortuna de los Sucotshi y que hará cualquier cosa para obtenerla.

—Pero, ¿qué puede hacer?

Lin hizo un gesto de fastidio. —Creí que nada. Pero el abuelo sabía más que yo.

Frances, inquieta, dijo: —El dinero no caería en manos de Naraku se algo te ocurriera, ¿verdad?

—No; el abuelo tomó los recaudos necesarios para que eso no suceda. Pero Naraku puede obligarme a casarme con él si me atrapa.

Existen modos, por medio de drogas o golpes e incluso con la intervención de un cura inexcrupuloso y no se firmaría el contrato matrimonial que el abuelo redactó para mí. Naraku controlaría todo si pudiera y, como dije antes, ya no tendría interés en mí. Es más; no se atrevería a tenerme a su lado por temor a que yo dijera qué había hecho.

Frances se estremeció, a pesar de que era una tibia noche de verano.

—No estás inventando todo esto, ¿no?

—Desearía que fuese así, Frances. El abuelo siempre esperó que

Naraku se casara, pero no lo hizo. El abuelo sabía que aguardaba que yo me quedara sola, para que nadie protestara si me obligaba a casarme con él. Y es demasiado grande para que yo pueda luchar contra él, aunque soy hábil en el manejo del puñal y llevo uno dentro de mi bota.

—No lo dices seriamente.

—Oh, sí. El abuelo se aseguró de que supiera usarlo. Pero, ¿de qué me serviría un pequeño puñal se Naraku contratara a alguien para secuestrarme? Ahora sabes por qué debí abandonar Escocia tan de prisa y por qué estoy aquí.

—Y por qué deseas un marido.

—Sí, también eso. Una vez que me haya casado, Naraku nada podrá hacer. El abuelo me obligó a prometerle que me casaría lo antes posible.

Lo planeó todo, incluso mi huida. Antes de buscarme aquí, Naraku recorrerá Escocia, de modo que tengo tiempo para escoger marido, pero no mucho.

—Demonios, no es justo —dijo Frances, apenada—. ¿Cómo puedes enamorarte tan de prisa?

Lin sonrió, recordando la seria advertencia de su abuelo:

—Primero protégete, niña, con una alianza en tu dedo. Más tarde, podrás hallar el amor. —Ella se había sonrojado al comprender el significado de sus palabras. Pero también le había dicho: —Naturalmente, si encuentras el amor, no lo rehuyas. Aférrate a él, pues podría resultar bien y no tendrás necesidad de buscarlo después.

El abuelo también le había dado consejos respecto al hombre que debía escoger. —Dicen que los libertinos son buenos maridos, siempre que una joven bonita conquiste su corazón (no sus ojos; su corazón). Ya han tenido muchas aventuras de modo que están dispuestos a tener un matrimonio estable.

Pero Lin le había dicho que se decía que los libertinos nunca dejan de serlo. Ese consejo de su abuelo no la había convencido.

—¿Quién ha dicho eso? Si es así, será porque no se ha enamorado. Enamóralo, niña y no te arrepentirás. Pero no me refiero a los jóvenes. Deberás hallar a un hombre que tenga la edad suficiente como para que ya no desee vivir más aventuras amorosas. Pero tampoco querrás un hombre fatigado. Ten cuidado con eso.

—¿Y cómo distinguiré la diferencia entre uno y otro?

—Pos sus sentimientos. Si puedes excitarlo (y deja de sonrojarte, niña). Excitarás a muchos hombres jóvenes y también a muchos libertinos. Tendrás muchos entre los cuales podrás escoger.

—Pero no deseo un libertino —había insistido ella.

—Lo querrás —dijo Duncan—. Son irresistibles. Pero asegúrate de que te ponga el anillo antes de...

— ¡Abuelo!

Él bufó ante su exclamación. —Si no te lo digo yo, ¿quién lo hará? Debes saber cómo manejar a un hombre así.

—Con el dorso de la mano.

Él rió. —Vamos niña, no eres razonable respecto a esto —se burló—. Si el hombre te atrae y conquista tu corazón, ¿lo ignorarás sólo porque es un libertino?

—Sí.

—¡Pero acabo de decirte que son los mejores maridos! —había gritado al verla tan obstinada—. Y deseo lo mejor para ti, aunque no tendrás mucho tiempo para hallarlo.

—¿Cómo diablos lo sabes, abuelo? Dímelo, por favor. —No estaba enfadada; sólo confundida. El abuelo no sabía que ella ya tenía información acerca de los libertinos a través de Frances y según su criterio, debía huir de ellos como de la peste.

—Yo lo fui y no te sorprendas tanto. Había conquistado mujeres durante dieciséis años cuando me casé con tu abuela y le fui fiel hasta el día de su muerte.

Una excepción. No era suficiente para que Lin cambiara de idea respecto de esa clase de caballeros. Pero se abstuvo de decírselo a Duncan. Dejó que creyera que la había convencido. Pero era un consejo que no pensaba seguir y sobre el que no había hecho promesa alguna.

Respecto de la pregunta que Frances le hiciera acerca del amor, Lin se encogió de hombros y dijo: —Si no sucede de inmediato, no sucede. Se sobrevive a ello.

Frances frunció el entrecejo. —Yo no tuve alternativa.

—Lo lamento. No debí recordártelo. Pero, en lo que a mí respecta, preséntame un individuo atractivo que no sea muy mujeriego y lo aceptaré. Si considero que puede agradarme, será suficiente. —Luego sonrió. —Después de todo, cuento con el permiso de mi abuelo, incluso con la sugerencia, de que puedo buscar el amor más adelante si no lo hallo en mi matrimonio.

—Enserio... ¿Lo harías?

Lin se echó a reír al ver la expresión escandalizada de su amiga. —Déjame hallar un marido antes de pensar en un amante. Ruega que ambos sean la misma persona.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

—¿Y bien, muchacho? ¿Qué tonterías piensas ordenar? ¿Te satisface? —Sesshomaru estaba apoyado indolentemente contra el marco de la puerta contemplando a Jeremy, que examinaba se nueva habitación con evidente satisfacción.

—Demonios, tío Sessho, yo...

—Detente —dijo Sesshomaru frunciendo el ceño—. Puedes llamar tío a mis hermanos, pero te agradeceré que me llames simplemente Sessho.

Jeremy sonrió. No estaba intimidado en absoluto. —Es espléndido, Sessho. La habitación, la casa, tú. No puedo agradecerte lo...

—Pues no lo hagas, por favor —dijo Sesshomaru—. Y antes de que continúes alabándome debo advertirte que pienso corromperte, mi querido muchacho. Tu padre se lo merece por dejarte a mi cargo.

—¿Lo prometes?

Sesshomaru debió reprimir la risa. El joven le había creído. —No. Por Dios, ¿crees que deseo que Jason me mate? De hecho armará un escándalo cuando sepa que Miroku te ha enviado a mi casa, en lugar de alojarte en la suya. No, te presentaré a ese tipo de mujeres que tu padre ha olvidado que existe.

—¿Similares a Kag?

Sesshomaru frunció el ceño seriamente. —Tú y yo nos llevaremos bien siempre que no pronuncies ese nombre. Maldición, eres como tu padre...

—Bueno, no puedo permitir que hables mal de mi padre, tío Sessho —dijo Jeremy muy seriamente.

Sesshomaru avanzó y acarició los cabellos negros del joven, tan semejantes a los suyos. —Compréndeme, cachorro. Amo a tu padre. Siempre lo he amado. Pero lo atacaré siempre que me plazca. Fue mi hermano antes de ser tu padre y no necesito que tú lo defiendas. De modo que tranquilízate. No hablaba seriamente.

Jeremy, apaciguado, rió. —Kag— Kaggie dijo que no eras feliz a menos que riñeras con tus hermanos.

—¿Ah, sí? Esa mujer siempre ha sido una sabelotodo —respondió Sesshomaru cariñosamente—. Hablando de ella, me envió una nota hoy.

Parece que está en la ciudad sin su vizconde y necesita un acompañante para un baile esta noche. ¿Te agradaría la tarea?

—¿Yo? ¿Lo dices en serio? —preguntó Jeremy, muy emocionado.

—Por qué no. Sabe que no soporto esas fiestas y no me hubiera hablado de ello si hubiera otra persona disponible. Pero Edward ha llevado a su familia a Haverston esta semana para visitar a Jason, y Derek también está allí, de modo que sólo quedamos tú y yo. Somos los únicos Malory de la ciudad a los que puede persuadir, a menos que transmitamos la tarea a tu padre. Siempre que lo hallemos a tiempo.

Puede que permanezca aquí esta semana, pero dijo algo respecto a reunirse con una vieja amiga...

—Sarah —dijo Jeremy y sus ojos azules brillaron—. Trabaja en una taberna de...

—No me abrumes con detalles.

—De todos modos, no iría a un baile, ni siquiera para acompañar a su sobrina favorita. Pero a mí me fascinaría. Incluso poseo la ropa adecuada. Y sé bailar. Sinceramente. Connie me enseñó.

—Sesshomaru estuvo a punto de reír. —¿Lo hizo? ¿Quién conducía a quién?

Jeremy sonrió. —Nos alternábamos. Pero he practicado con las rameras y no se han quejado.

Sesshomaru no tenía la intención de preguntar qué otros tipos de prácticas había realizado, pues podía imaginarlas. Era obvio que tenía demasiados contactos con los desagradables amigos de su padre. ¿Qué haría con ese pícaro encantador? Algo debía hacer, pues Jeremy, gracias a su padre, carecía de virtudes sociales. Un caballero pirata (ya retirado) y un libertino desacreditado: dos buenos ejemplos para imitar. Quizás debía entregar al joven a sus primos cuando regresaran a Londres, para que le enseñaran los rudimentos.

—Estoy seguro de que Kaggie estará encantada de bailar contigo, muchacho, pero si dices que es una ramera, te tomará a golpes. Y te conoce bien, de modo que se alegrará de que la acompañes. Tengo entendido que le agradas.

—Así es. Le caí simpático el día del secuestro.

—¿Debes recordármelo? Y sólo cuando supo quién eras te tomó simpatía. Dios mío, cuanto trabajo se tomó Miroku para vengarse del vizconde, para luego descubrir que Kaggie se había casado con él.

—Bueno, eso cambió todo.

—Naturalmente. Pero no debió arrastrarte en su deseo de venganza.

—Se trataba de una cuestión de honor.

—Ah, de modo que también sabes de cuestiones de honor, ¿no?, —dijo secamente Sesshomaru—. Entonces supongo que aún hay esperanzas para ti... siempre que eliminemos a las rameras de tu vocabulario.

Jeremy se sonrojó levemente. No era culpable de haber pasado los primeros años de su vida en una taberna, hasta que su padre descubrió su existencia y se ocupó de él. Connie, el primer compañero y mejor amigo de Miroku, corregía su lenguaje. Ahora aparecía otro dispuesto a corregirlo.

—Tal vez no sirva para acompañar...

—No vuelvas a tomar tan seriamente todo cuanto digo. —Sesshomaru meneó la cabeza. —¿Acaso te hubiera sugerido que acompañaras a mi sobrina favorita si no te creyera capaz?

Jeremy frunció el ceño, pero por otro motivo. —No puedo hacerlo. Demonios, ¿en qué estaría pensando? Por supuesto que no puedo. Si se tratara de otra persona... pero no. No puedo.

—¿Qué diablos estás diciendo?

Jeremy lo miró fijamente. —No puedo llevarla al baile si seré el único que la proteja. ¿Qué ocurrirá si la asedia alguien como tú?

—¿Cómo yo? —Sesshomaru no sabía si reír o estrangular al mozalbete.

—Sabes a qué me refiero, Sessho, alguien que no acepta negativas. No se trata de que no atacaría al que se atreviera...

—Pero, ¿quién se dejaría impresionar por un joven de diecisiete años? —dijo Sesshomaru, frunciendo el ceño—. Maldición, no tolero estos condenados asuntos. Nunca pude ni podré. Pero estás en lo cierto.

Supongo que deberemos llegar a una transacción. Tú la acompañarás y yo la vigilaré. Creo que el salón de baile Crandal está frente a un jardín, de modo que podré hacerlo sin aparecer directamente. Ello satisfará incluso a su sobreprotector marido. ¿Te parece bien, joven Galahad?

—Sí, siempre que sepa que estás allí y que intervendrás si surgen problemas. Pero, demonios, Sessho, ¿no te aburrirás toda la noche allí fuera en el jardín?

—Seguramente, pero supongo que puedo tolerarlo por una noche. No sabes cuál sería la alternativa si apareciese en una de esas reuniones y no hagas preguntas al respecto. Es lo que envenena mi vida, pero es la vida que escogí, de modo que no me quejo.

Y después de ese críptico comentario, Sesshomaru dejó a Jeremy a solas en su nueva habitación.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

—Y bien, querida, ¿me crees ahora? —murmuró Frances, acercándose a Lin por detrás. Lin estaba rodeada por un círculo de admiradores que no la habían dejado ni un instante a solas desde que llegara al baile, el tercero en tres días.

Si alguien hubiera oído la pregunta la hubiera considerado perfectamente inocente. Si bien la mirada de los caballeros presentes retornaba una y otra vez a Lin, que llevaba un vestido de raso color verde azulado, en ese momento estaban discutiendo amistosamente una carrera que tendría lugar al día siguiente. Ella había comenzado el tema para interrumpir la discusión previa, sobre quién bailaría con ella a continuación. Estaba fatigada de bailar, sobre todo con Lord Bradley, que en apariencia tenía los pies más grandes que existían de ese lado de la frontera escocesa.

Afortunada o lamentablemente, Lin no necesitó que Frances le explicara la pregunta. Frances la había formulado con mucha frecuencia en el transcurso de los últimos días, encantada de haber estado en lo cierto respecto a la acogida que tendría y de que Lin hubiera estado equivocada. Disfrutaba del éxito de Lin como si fuera propio.

—Te creo —suspiró Lin, con la esperanza de que fuera la última vez que lo dijera—. Te aseguro que sí. Pero ¿cómo habré de escoger entre tantos?

Frances le dijo en un aparte: —No necesitas escoger a ninguno de ellos. Acabas de comenzar la cacería. Hay otros a los que aún no conoces. No tomarás una decisión a ciegas, ¿verdad?

—No, naturalmente; no tengo la intención de casarme con un perfecto extraño. Bueno, lo será en cierto modo, pero trataré de averiguar todo lo que pueda acerca de él. Deseo conocer a mi presa lo mejor posible para evitar errores.

—Tu presa, por Dios —dijo Frances poniendo los ojos en blanco con gesto dramático—. ¿Es así como lo consideras?

Lin volvió a suspirar. —Oh, no sé, Frances. No importa cómo lo mires, parece algo tan calculado y frío, especialmente cuando ninguno de los que he conocido me ha atraído ni siquiera un poco. He de comprarme un marido. Esa es la verdad. Y si esto es todo cuanto hay para escoger, tengo la impresión de que no me agradará mucho el individuo. Pero en tanto cumpla los otros requisitos...

—Bah —dijo Frances con severidad—. Te estás dando por vencida cuando la búsqueda apenas comienza. ¿Por qué estás tan deprimida?

Lin hizo una mueca. —Son tan jóvenes, Frances. Gilbert Tyrwhitt no tiene más de veinte años y Neville Baldwin no es mucho mayor. El conde es de mi edad y Lord Bradley tiene muy pocos años más que yo, aunque actúa como si aún fuera un colegial. Esos otros dos no son mejores. Maldición, me hacen sentir tan anciana. Pero el abuelo me previno. Dijo que debía buscar un hombre mayor, pero ¿dónde están? Y si me dices que todos están ya casados me pondré a gritar.

Frances rió. —Ros, te estás apresurando. Existe una buena cantidad de caballeros distinguidos; algunos son viudos, otros solteros que seguramente desearán dejar de serlo cuando te conozcan. Pero bien seguro deberé señalártelos, porque estos jovenzuelos probablemente los intimidan. Después de todo, eres un gran éxito. Si deseas un hombre mayor, deberás alentarlo un poco; hacerle saber que estás interesada en él... bueno, tú sabes qué quiero decir.

—Por Dios, Frances, no tienes por qué ruborizarte. No me importa tomar iniciativas cuando es necesario. Incluso estoy dispuesta a exponer mi caso y proponerle matrimonio. No arquees las cejas. Sabes que lo digo seriamente y que lo haré si es preciso.

—Sabes muy bien que te será incómodo ser tan audaz.

—Quizás lo sería en circunstancias normales. Pero en éstas, no tengo muchas alternativas. No tengo tiempo para perderlo en un noviazgo formal, ni para aguardar a que se presente el hombre indicado. De modo que indícame cuáles son los candidatos más experimentados y te diré a cuáles deseo que me presentes. Ya he tenido suficiente con estos mozalbetes.

—Bien —dijo Frances, mirando a su alrededor—. Allá, junto a los músicos, el más alto. No recuerdo su nombre, pero tengo entendido que es viudo y tiene dos niños; no, tres. Debe de tener unos cuarenta y uno o cuarenta y dos años y me han dicho que es muy agradable. Tiene una gran propiedad en Kent, donde viven sus hijos, pero prefiere la vida de la ciudad. ¿Se acerca más a lo que deseabas?

Lin sonrió ante el sarcasmo de Frances. —Oh, no está mal. Me agradan sus sienes canosas. Ya que no puedo tener amor, exijo al menos buena presencia y es apuesto ¿verdad? Sí, puede ser. ¿Quién más?

Frances la miró, disgustada, pues tuvo la sensación de estar en un mercado escogiendo mercadería selecta, aunque Lin no opinara lo mismo. Era desagradable la manera práctica y desaprensiva con que Lin encaraba el asunto. Pero en realidad no era así. La mayoría de las mujeres tenían un padre o un tutor que se ocupaban de esas cuestiones, en tanto ellas se preocupaban tan sólo de las felices fantasías del amor eterno o, en los casos desdichados, de la ausencia del amor. Lin no tenía a nadie que se ocupara de las realidades del matrimonio, de modo que debía afrontarlas por sí misma, incluyendo los acuerdos financieros.

Más consustanciada con la situación, ya que luchar contra ella era inútil, Frances señaló otro caballero y luego otro más. Después de una hora Lin ya los conocía a todos y había confeccionado una lista más restringida, más aceptable desde el punto de vista de la edad. Pero los jovenzuelos insistían en asediarla y en bailar con ella una y otra vez. Si bien su popularidad contribuyó en gran parte a disminuir su ansiedad, también se estaba convirtiendo en una molestia.

Habiendo vivido largo tiempo recluida con su abuelo y los criados a quienes conocía desde toda a vida, Lin había tenido muy poco contacto con caballeros. Los que conocía estaban habituados a ella y a los que no conocía, no los trataba. A diferencia de Nettie, que percibía cuanto ocurría a su alrededor con rapidez y notaba el efecto causado por Lin sobre el sexo opuesto, Lin era demasiado circunspecta socialmente y no prestaba atención a lo que sucedía en torno a ella. No era sorprendente que asignara tan poca importancia a su belleza, que a ella nunca le pareció fuera de lo común, y tanta a su edad, que consideraba inadecuada para sus propósitos y que influía solamente sobre su condición de heredera que debía encontrar marido con rapidez.

Había llegado a la conclusión de que, dada su edad avanzada, comparada con las otras jóvenes casaderas, debía conformarse con individuos sin perspectivas, e incluso con algún aventurero jugador o algún lord arruinado económicamente. Y, aunque se firmara un contrato matrimonial que le permitiera controlar la mayor parte de su fortuna, sería generosa. Podía serlo. Era tan rica que le producía incomodidad. Pero, después de la primera fiesta a la que asistió con Frances, se vio obligada a reconsiderar su situación. Había descubierto que toda clase de caballeros mostraba interés por ella, aunque no conocían el monto de su fortuna. Naturalmente, sus vestidos y joyas hablaban por sí mismos pero el conde acaudalado ya la había visitado en la casa de la calle South Audley, al igual que el desagradable Lord Bradley. Los hombres mayores que figuraban en su lista tampoco eran pobres y todos parecían muy halagados por el interés que ella les demostraba. Pero, ¿estarían dispuestos a casarse con ella? Eso aún no se sabía. La primera preocupación de Lin era averiguar algo más acerca de ellos. No deseaba recibir sorpresas desagradables después de casarse.

En ese momento necesitaba un confidente y consejero; alguien que hubiera conocido a esos hombres durante varios años y la ayudara a reducir su lista. Frances había vivido muy recluida y protegida desde que enviudara y no podía serle útil en ese sentido. Personalmente, sólo conocía a los amigos de su marido y no podía recomendar a ninguno. Los hombres que había presentado a Lin esa noche eran simples conocidos, sobre los que tenía una información muy vaga.

Las habladurías podrían ayudar, pero no eran de confianza, pues los antiguos chismes eran reemplazados por otros más recientes y no serían útiles en ese caso. Si Lin tuviera otras amigas en Londres, pero Frances era la única.

Ninguna de ellas pensó en la posibilidad de contratar los servicios de alguien que hiciera las averiguaciones pertinentes sobre sus candidatos. Y, aunque se les hubiera ocurrido, no hubieran sabido cómo hallar a esa persona. Y además, hubiera sido demasiado simple. Desde el comienzo, Lin había supuesto que la búsqueda de un marido sería un asunto difícil. Suponía que le provocaría grandes angustias, porque no contaba con el tiempo necesario para tomar una decisión muy meditada.

Por lo menos, esa noche estaba haciendo progresos, lentos pero efectivos. Sir Artemus Shadwell, el viudo de las sienes canosas, había afrontado a los petimetres y la había invitado a bailar. Por desgracia, no fue una danza propicia para la conversación y sólo pudo averiguar que tenía cinco niños de su primer matrimonio (y no tres, como había dicho Frances) y que no tenía interés en formar una nueva familia si alguna vez se volviera a casar. Ella hubiera deseado saber cómo haría para evitarlo, pero él lo había afirmado rotundamente.

Era lamentable, ya que Lin deseaba tener niños cuando se casara. Era lo único que la entusiasmaba del matrimonio. Deseaba tener hijos; no muchos pero dos o tres, o cuatro y eso estaba decidido. Tampoco podía aguardar mucho tiempo para tenerlos, dada su edad. Si pensaba formar una familia, debía comenzar de inmediato. Eso debía quedar claro. No podía aceptar que le dijeran quizás o ya veremos.

Pero no tenía por qué eliminar a Sir Artemus de su lista aún. Después de todo, él no sabía que era uno de sus posibles, de modo que seguramente no había considerado su pregunta sobre los niños como algo importante. Además, un hombre podía cambiar de idea. Si algo sabía acerca de los hombres, era eso. Después de bailar con ella, la llevó de nuevo junto a Frances que estaba junto a la mesa con una joven que Lin no conocía. Pero de inmediato comenzó a sonar la melodía de un vals y el persistente Lord Bradley se acercó a ella. Lin gruñó audiblemente. Era demasiado. No pensaba dejarse pisar otra vez por ese torpe individuo.

—¿Qué ocurre, Lin? —preguntó Frances.

—Nada... todo —respondió ella, exasperada. Luego, sin tener en cuenta a la extraña que aún no le habían presentado, dijo:—No bailaré más con ese tonto de Bradley. Juro que no lo haré. Fingiré desmayarme, pero eso podría causarte problemas, de modo que me ocultaré.

Riendo, miró a las damas con gesto de conspiración y desapareció entre la multitud, dejando que ellas dieran las explicaciones del caso al persistente Bradley.

Lin se dirigió a una de las puertas que daban a la terraza y salió. Arrimada al muro junto a la puerta, se cercioró de que nadie pudiera observarla mientras contemplaba el amplio jardín que se extendía más allá de la terraza. Luego se inclinó para mirar hacia el interior y asegurarse de que no la siguiesen. Vio a Lord Bradley que se alejaba de Frances, decepcionado.

No experimentó ni el más leve remordimiento. Continuó observando a Lord Bradley para estar segura de que, al no hallarla en el salón, no iría a buscarla al jardín. En ese caso, tendría que hallar otro escondite y podía imaginarse ridículamente agachada detrás de los canteros del jardín. Pero también pensó que daba una imagen ridícula en ese momento y volvió a mirar nerviosamente hacia atrás para asegurarse de que el jardín estuviera desierto. En apariencia, lo estaba. Después de mirar a Lord Bradley durante unos instantes más, vio que él invitaba a bailar a otra mujer.

Suspirando, Lin se enderezó, alegrándose de poner sus pies a salve por el momento. Debió huir antes en dirección al jardín. El aire fresco fue un bálsamo para sus pensamientos, confundidos por las complejidades de su vida actual. Necesitaba estar a solas para tranquilizarse, al son de la melodía que salía por las puertas abiertas. Cada puerta y cada ventana que daba al jardín dibujaba sobre la terraza de piedra rectángulos de luz dorada. Había algunas mesas y sillas, pero eran muy visibles desde el interior, de modo que Lin las eludió. Divisó un banco debajo de un árbol, en el extremo de la terraza que se unía al césped. Por lo menos, parecían las patas de un banco. La luz sólo iluminaba esa parte, pues una rama baja no permitía ver el resto. El resto de esa zona estaba en sombras a causa de tres gruesos árboles, a través de los cuales la luz de la luna no podía penetrar.

Era perfecto.

Podría apoyar los pies sobre el asiento y tornarse invisible para todo aquel que saliera. Sería agradable ser invisible durante un rato. Estaba a varios metros de distancia y Lin corrió hacia su refugio inesperado, con la esperanza de que nadie la viera en ese momento a través de alguna de las ventanas. Experimentó la ansiedad de no llegar a tiempo. Sólo deseaba unos pocos minutos de soledad. Pero su ansiedad era absurda, ya que nada ocurriría si su deseo se viese frustrado. De todos modos, no podría permanecer allí mucho tiempo. De lo contrario, Frances se preocuparía.

Pero nada de eso parecía importarle. El banco se había convertido en una necesidad esencial por motivos puramente emocionales. Entonces, de golpe, comprendió que no había hallado refugio alguno. El banco, su banco, ya estaba ocupado.

Permaneció de pie, inmóvil, mirando inexpresivamente lo que había parecido sólo una sombra en la distancia, pero que ahora resultaba ser la pierna de un hombre. El pie estaba apoyado en el asiento en el que ella había pensado tornarse invisible. Su mirada recorrió la pierna y comprobó que el hombre estaba en parte de pie y en parte sentado. Los antebrazos estaban apoyados sobre la rodilla flexionada; las manos laxas, con las palmas hacia abajo. Sus dedos eran largos y elegantes; detalles que se hacían evidentes por el contraste de su color claro contra el negro de los pantalones. La mirada de Lin siguió ascendiendo y vio un par de anchos hombros, inclinados hacia delante, y la corbata blanca con el nudo flojo. Finalmente miró su rostro, pero, en la oscuridad, sólo vio una mancha gris de cabellos oscuros.

Estaba completamente oculto entre las sombras, donde ella había planeado estar. Era sólo un conjunto de sombras negras y grises, pero estaba allí y era real y guardaba silencio. Se enfureció y deseó vengarse.

Sabía que él podía verla claramente, iluminada por la luz que provenía de la casa y por la luna. Probablemente, la había visto en la ridícula pose de espiar hacia el salón, como una niña jugando al escondite. Y no decía nada. No se movía. Simplemente, la miraba.

Ella se sonrojó. Su furia aumentó ante el silencio de él. Si hubiera sido un caballero hubiera dicho algo para que ella se sintiera menos incómoda; para hacerle creer que acababa de verla, aunque no fuese así.

El prolongado silencio le hizo desear huir, pero hubiera sido demasiado. Ella no sabría quién era él, en tanto que él la reconocería fácilmente. Cuando conociera otros hombres siempre se preguntaría si uno de ellos no era ése, que se reiría de ella en silencio. Una preocupación más. No podía ser.

Ella se dispuso a preguntarle quién era; estaba decidida a insistir, incluso a arrastrarlo por la fuerza hacia la luz si fuera necesario. Tal era su furia. Las palabras no fueron necesarias; de hecho, se olvidó de ellas.

En una de las habitaciones de la planta alta de la casa se encendió una luz y ésta se filtró a través de la copa de los árboles. Iluminó entonces la parte superior del cuerpo del hombre: sus manos, uno de sus hombros, su rostro.

Lin no estaba preparada. Contuvo el aliento. Durante unos instantes su aturdimiento fue tan grande que no hubiera podido recordar ni su propio nombre.

Vio una boca que esbozaba una sonrisa; una mandíbula fuerte y arrogante. La nariz era aguileña. La piel estaba bronceada por el sol y era cetrina, pero contrastaba con el cabello negro y ondulado. Los ojos (que Dios protegiera de ellos a los inocentes) eran de un profundo color azul y levemente rasgados. Eran exóticos, hipnotizadores; enmarcados por pestañas negras y cejas finas. Eran imponentes, inquisidores, atrevidamente sensuales; cálidos, muy cálidos.

La falta de aire hizo reaccionar a Lin, que volvió a la realidad. Inspiró lenta y profundamente y exhaló un suspiro. No era justo. Su abuelo se lo había advertido. No hacía falta que nadie le dijera nada. Lo sabía. Sabía que era uno de ellos, uno de los que no había que tener en cuenta. Era demasiado apuesto para no serlo.

Su enfado se disipó, reemplazado por la irritación. Lin sintió la imperiosa necesidad de golpearlo por ser lo que era. ¿Por qué debía ser él? ¿Por qué el único hombre que la atraía poderosamente debía ser el único tipo de hombre inaceptable para ella?

—Me está mirando con descaro, señor. —¿De dónde había sacado eso, cuando el resto de sus pensamientos era tan caótico?

—Lo sé —dijo él sencillamente, sonriendo.

Él se abstuvo de señalarle que ella estaba haciendo lo mismo. Se divertía muchísimo tan sólo con mirarla. Las palabras eran innecesarias, a pesar de que la voz ronca de ella rozaba la piel de él como una caricia.

Sesshomaru Malory estaba fascinado. La había visto antes de que ella saliera al jardín. Había estado vigilando a Kaggie a través de una ventana y entonces ella entró en su campo visual. No había visto su rostro en ese momento; sólo su delgada espalda cubierta por la tela de raso... y sus cabellos. Los cabellos de glorioso color rojizo oscuro habían llamado de inmediato su atención. Cuando dejó de verla se puso de pie, preparándose para afrontar a las masas sólo para ver el rostro que correspondía a esos cabellos estupendos.

Pero ella salió al jardín. Y entonces él aguardó con paciencia sobre el banco. Como ella se hallaba de espaldas a la luz no distinguía sus rasgos con claridad, pero era una cuestión de tiempo. Ella no iría a ninguna parte hasta que lo hiciera él.

Y luego se dedicó a contemplar sus cabriolas cuando se ocultó junto a la puerta y se agachó para mirar hacia adentro. Sus nalgas bien formadas le hicieron sonreír. Querida mía, no sabes cuán provocativa estás, pensó.

Estuvo a punto de reír en voz alta, pero ella pareció leer su pensamiento porque se enderezó y miró hacia la terraza. Cuando dirigió la mirada hacia donde él se hallaba, pensó que le había descubierto. Y luego le sorprendió al correr hacia él. Y finalmente pudo ver su rostro hermosísimo. Ella se detuvo frente al banco, y pareció tan sorprendida como él, sólo que la sorpresa de él se desvaneció cuando comprendió que ella no había corrido hacia él porque ni siquiera sabía que él estaba allí.

Pero ahora lo sabía.

Era divertido contemplar las emociones cambiantes de su rostro. Sorpresa, curiosidad, incomodidad, pero en ningún momento temor. Ella había contemplado con sus intensos ojos pardos, primero su pierna y luego el resto. Se preguntó cuanto había podido ver. Probablemente muy poco, pues ella estaba de pie en la luz. Pero él no tenía la intención de hacerse ver todavía.

Por una parte, estaba asombrado de que ella no hubiese huido o se hubiese desmayado o cualquier otra tontería que las jóvenes tendían a hacer cuando se encontraban con un hombre oculto entre las sombras. Sin proponérselo, buscó una razón que justificara esa reacción, diferente de la de otras inocentes que él solía eludir. Pero luego se sorprendió. Ella no era tan joven y no demasiado joven para él, al menos. De modo que no era inaccesible.

La idea hizo reaccionar a Sesshomaru de inmediato. Hasta ese momento había apreciado su belleza como un experto, pero ahora pensó que no sólo podía mirar, sino también tocar. Entonces se encendió la luz de la planta alta y ella lo miró con otra expresión, obviamente fascinada y nunca se alegró tanto de que las mujeres lo considerasen atractivo.

De pronto, estimó que era imperativo preguntar: —¿Quién es su tutor?

Lin se sobresaltó al oír de nuevo su voz, después del prolongado silencio; sabía que debía haberse alejado después del breve diálogo inicial. Pero había permanecido allí, sin dejar de mirarlo, sin importarle hacerlo y que él lo hiciera a su vez.

—¿Mi tutor?

—Sí. ¿A quién pertenece usted?

—Oh, a nadie.

Sesshomaru sonrió, divertido. —Quizás debería formular la pregunta de otra manera.

—No, la comprendí. Usted también. Mi abuelo murió hace poco tiempo. Vivía con él. Ahora no tengo a nadie.

—Entonces, téngame a mí.

Las tiernas palabras aceleraron su corazón. Haría cualquier cosa para poseerlo. Pero estaba segura de que él no había querido decir lo que ella deseaba que dijera, sino que debería avergonzarse por lo que en realidad había dicho. Pero no se avergonzaba. Era de esperar que un hombre como él lo dijese. Nunca eran sinceros, según Frances. Y les encantaba decir cosas que escandalizaran para realzar su propia imagen de disipados e inescrupulosos.

Con todo, ella preguntó: —¿Se casaría conmigo entonces?

—¿Casarme?

Ella había logrado desconcertarlo. Casi se echó a reír al ver su expresión de horror.

—Hablo sin ambages, señor, aunque generalmente no soy tan emprendedora. Pero, considerando lo que me dijo, mi pregunta es coherente. ¿De modo que no es de los que se casan?

—No, por Dios.

—No necesita ser tan enfático —dijo ella, con voz apenas decepcionada—. No creí que lo fuera.

Él ya no estaba tan complacido y sacó sus propias conclusiones.

—No va usted a destrozar mis ilusiones tan rápidamente ¿verdad, querida? No me diga que está buscando marido como todo el mundo.

—Oh, pero lo estoy. Decididamente. He venido a Londres para eso.

—¿Acaso no lo hacen todas?

—¿Cómo dijo?

—Discúlpeme.

Él volvió a sonreír y esa sonrisa tuvo sobre ella un efecto muy extraño. —No está casada aún. —No era una pregunta sino una aclaración.

Se inclinó hacia delante y tomó su mano, acercándola a él. —¿Cuál es el nombre que acompaña tanta hermosura?

¿Qué nombre? ¿Qué nombre? Su mente parecía invadida por dedos que tomaban los suyos. Cálidos, fuertes. Sintió un escalofrío. Sus pantorrillas golpearon contra el borde del banco, cerca del pie de él, pero no lo percibió. Él la había llevado hacia las sombras.

—Tiene un nombre, ¿verdad? —insistió él.

Lin aspiró su fragancia fresca y masculina.

—¿Qué?

Él rió, encantado ante la confusión de ella. —Mi querida niña, un nombre. Todos llevamos uno, bueno o malo. El mío es Sesshomaru Malory; Sessho para los íntimos. Ahora, confiese el suyo.

Ella cerró los ojos. Sólo así podía pensar. —Lin... Lin.

Él chasqueó la lengua. —No me extraña que desee casarse, Lin. Simplemente desea cambiar de nombre.

Ella abrió los ojos y se encontró con una adorable sonrisa.

Estaba bromeando. Era agradable que lo hiciera. Los otros hombres que había conocido recientemente estaban demasiado ocupados tratando de impresionarla como para sentirse cómodos frente a ella.

Ella devolvió la sonrisa. —Lin Yitama, para ser exacta.

—Un nombre que debería conservar, querida... al menos hasta que nos conozcamos mejor. Y lo haremos. ¿Quiere que le diga de qué manera?

Ella rió y el sonido ronco de su voz lo estremeció nuevamente. —Ah, está tratando de escandalizarme otra vez, pero será en vano. Soy demasiado vieja para ruborizarme y me han advertido acerca de los hombres como usted.

—¿Cómo yo?

—Un libertino.

—Culpable. —Suspiró con fingida desolación.

—Un maestro de la seducción.

—Espero que así sea.

Ella rió y la suya no fue una risita tonta ni una risa afectada, destinada a irritar sus sentidos, sino un sonido cálido y profundo que le hizo desear... pero no se atrevió. No deseaba arriesgarse a atemorizar a esa mujer. Quizá no fuera inocente por su edad, pero aún no sabía si era experimentada en otros sentidos.

La luz que había confundido a Lin se apagó. El pánico fue instantáneo. No importaba que ella hubiese disfrutado de su compañía.

No importaba que se hubiese sentido cómoda junto a él. Ahora estaban envueltos en la sombra y él era un libertino y ella no podía arriesgarse a ser seducida.

—Debo marcharme.

—Aún no.

—Sí, debo hacerlo.

Ella trató de retirar su mano, pero él la oprimió con más fuerza. La otra tocó su mejilla con dedos acariciantes. Ella experimentó una rara sensación en el estómago. Debía hacerle comprender.

—Yo... yo debo agradecerle, señor Malory. —Impensadamente, habló con acento escocés. Pensaba en la caricia de él y en su propio pánico.

—Durante unos instantes, ha logrado distraerme de mis ocupaciones, pero ahora no las aumente. Necesito un marido, no un amante y usted no reúne las condiciones... lo lamento.

Se soltó, simplemente porque logró sorprenderlo una vez más.

Sesshomaru la contempló mientras ella desaparecía en el interior de la casa y nuevamente experimentó ese impulso irrefrenable de ir tras ella.

No lo hizo. Sonrió despacio.

Lo lamento. —Lo había dicho con auténtica pena. La joven no lo sabía, pero con esas palabras había sellado su propio destino.

Continuara...


Aquí tienen el primer capítulo del libro Tierna y rebelde, espero que disfrutaran la lectura y esperen a la actualización.

Saludos!.