Hey! Vuelvo comunicando un conflicto mental que acabo de tener. "Hell" no será el último capi, será el primero, y así todo el mundo feliz entendiendo qué le sucedió a Cass. Leann!

Y posteen!
O mataré a Cass! .

THE COSTUME OF SIN; Cap I Hell I

— ¿Estás seguro? —Me preguntó, y luego sonrió, agregando—No hay devoluciones—

Recuerdo haber cerrado los ojos para recordar porqué estaba haciendo esto. Pero simplemente terminé asintiendo. Me dio un poco de tiempo. Tal vez para decir adiós. Después de todo, me iba para no volver. Jamás. Era una eternidad a la que me había entregado. Y voluntariamente. Supongo que Lucifer jamás había visto aquello. Un ángel que se entregara a una eternidad de sufrimiento por su propia cuenta, voluntariamente. Claro, que yo tampoco lo hacía gratuitamente. Todo era para salvar a Dean. A que por fin pudiera tener esa vida normal que quería. Ambos hermanos querían vivir tranquilos y se veía que lo habían conseguido. No querría arruinar eso.

Sólo recuerdo que ambos me miraban. Con miedo, tal vez. No sabían qué hacer. Les di la espalda y me dejé arrastrar hasta el Infierno.

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Simplemente no tengo fuerzas para nada. No puedo actuar. No puedo defenderme, tampoco. Si quiera pararme o moverme. Penosamente puedo respirar, y aún así me cuesta. Hace frío, viento. Puedo sentir un sonido conocido. Lo he escuchado antes. Pero no lo reconozco. Después de tantas décadas sólo escuchando gritos de dolor y llanto todos los sonidos normales se me hacen desconocidos. Sobre lo que estoy tendido es frío. Y granulado. Pero dudo seriamente que esté en un azucarero gigante. Algo viene y va. Como apenas puedo ver, veo todo oscuro. Un oscuro claro. Puedo divisar algo. Lo que veo al frente mío es algo que se mueve… que llega hasta el horizonte y no termina allí. Estoy en una playa. Claro. Muevo un poco la mano, chequeando si realmente es arena. Apenas me doy cuenta, veo su silueta, que se acerca a mí con su mirada maldita y su alma malintencionada. Me sigue costando creer que ése sea Dean y que ya no tenga alma.

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Apenas Castiel abrió los ojos, después de haber visto a Dean habiendo tomado su mano y tratado de sostenerle contra él mismo, vio todo oscuro. Su visión tardó en acostumbrarse. Y después pudo identificar un poco el lugar en el que estaba. Era frío. Demasiado río. Húmedo. Se sentía encadenado contra algo duro. Si en el Cielo cada alma y ángel tenía su propio Paraíso, en el Infierno, cada ángel "Y" cada alma tienen un cubículo personal de tortura eterna. Al parecer, para el ángel, su infierno era una especie de cueva fría en la que no podía alcanzar la entrada y ver luz.

Aunque no estaba seguro de si realmente quería ver lo que había del otro lado de su infierno.

Se detuvo a pensar que Dean no sabía la razón por la cual Lucifer se lo había llevado. Tal vez era mejor así. Podría conocer a alguien, ser feliz con ese alguien y llevar su vida con naturalidad. Si era así, el sacrificio el ángel no sería en vano.

Por mientras, sólo sentía un ardor a la altura del pecho. Era leve. Con el paso del tiempo comenzó a acrecentarse. Y a causarle más dolor al ángel, que trataba de pasarlo por alto. Pero luego llegó a una instancia en la que el dolor era demasiado. Le hacía gemir y retorcerse de dolor, intentando soltarse de las cadenas que se enroscaban en sus brazos. Se detenía. Y volvía a empezar apenas el ángel calmaba su respiración. Ése era el dolor de un alma que se quema. Pero no era gran cosa. Después de todo, Castiel tenía la eternidad entera para acostumbrarse a ese padecimiento.

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Había veces en las que le soltaban. Las cadenas alrededor de sus brazos se movían como serpientes y le soltaban, dejándole caer al suelo. Estando recostado sobre el suelo, abrazándose así mismo para luchar contra el frío, sintió que algo en la entrada de su infierno se abría. Algo casi oxidado. No quiso abrir los ojos y estaba de espaldas. Tampoco quiso moverse. El cuerpo, a causa del frío, había comenzado a dolerle. No quiso voltearse. Sólo esperó, intentando calmar su respiración y el castañeteo de su cuerpo. Debía ser alguien que venía a impartirle alguna clase diferente de tortura, ¿para qué molestarse y recibirle?

Sintió que se arrodillaba a su lado y que dejaban caer una chaqueta sobre él. Volteó de inmediato la cabeza, y vio a Dean, que le miraba serio. Se puso de pie y se dejó caer a su lado, tomándole y sentándole entre sus piernas, acomodando su chaqueta en él, abrazándole contra su pecho. Castiel estaba confundido. Pero tener la cabeza escondida entre su cuello y su cabeza que se apoyaba en la suya era una sensación tan satisfactoria que dejaba de lado todo.

—No tenías que hacer esto—le susurró Dean— ¿No ves que te extraño allá arriba? Me haces falta—

— ¿Qué haces aquí? —le preguntó, casi arrastrando la voz y buscando acurrucarse entre sus brazos.

—Vengo a acompañarte. No puedo estar aquí todo el tiempo. Pero vendré seguido a verte. Te necesito. Y voy a venir cada vez que me necesites tú—

—Pero tú no puedes estar aquí a menos que estés muerto—

"O en tu cabeza"

Tal vez era mejor que aquello fuese una ilusión. Su propia cabeza lo había creado, pero la sensación era tan real que prefería dejarlo así. Dean le abrazaba y le daba el calor que necesitaba. Le decía lo que quería oír, le acariciaba. Seguía recostado sobre el suelo, estaba seguro. Pero prefería seguir siendo engañado por su propia mente antes que seguir sintiendo el frío del suelo y el dolor en el pecho. Era un sueño. Cuando se sueña, generalmente no se sabe que se está en un sueño hasta que se despierta. Dean era su sueño hasta que le movían y volvían a encadenarle y que empezara nuevamente su tormento.

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Había pasado ya mucho tiempo. Demasiado. Años. Aunque le era difícil decir cuando era de día y de noche, pero contaba como noche cuando le dejaban caer sobre el suelo, que era cuando Dean entraba a su Infierno a verle y a consolarle. Entre sus brazos, Castiel se sentía más frágil. Podía dar rienda suelta a la angustia que sentía. Que evitaba. Era sólo sentir el calor y el olor de su chaqueta y oír su palpitar y sus brazos rodeándole, le hacían sentir un estremecimiento en todo el cuerpo que provocaba que una lágrima se deslizara de sus ojos. En un intento por borrarlas, escondía el rostro contra el pecho de Dean, quien solo acomodaba la chaqueta en su espalda y le abrazaba, apoyando su cabeza en la del ángel, meciéndole suavemente de un lado hacia el otro.

—Sólo dime que el verdadero tú es feliz. Que tiene una vida normal—Dean siempre le decía lo que él quería oír. Independiente de si fuese verdadero o falso.

A cada tortura, cada alma siente que no queda más por entregar. Que ya es hora de morir. Pero nunca llega. Ése es precisamente el problema. Ya están muertos. Castiel empezaba a sentir que se le había ido todo. Tampoco era ya un ángel, había perdido todo al dejarse arrastrar. Ansiaba morir. Y empezaba a considerar bastante la idea de entregarse ahora a Lucifer, no al Infierno. Volverse parte de uno de ellos, todo con detener la agonía de cada "día".

Pero había decidido negarse. Estaba ahí por Dean.

Eso se volvió el problema. Dean estaba ahí. Y no era su ilusión cotidiana. No. A quien tenía frente a él era muy real. Comenzó viéndole entrar del mismo modo que su ilusión. En un principio creyó que era aquello. Nada más que su cabeza jugando con él. Pero su mente sólo le traía a Dean cuando él estaba en el suelo. Decidió dejarlo pasar. Dean se detuvo frente a él y tomó su rostro. Sus manos estaban frías, pero no importaba. Cerró los ojos. Aún sentía, profundo y ya leve, el dolor del fuego en el pecho. Aún no necesitaba a Dean.

—Cass, yo no soy una ilusión. Abre los ojos—

Obedeció lentamente. Tenía un toque de realidad. Éste se acercó a besarle. Aún sin soltar el rostro del ángel. Castiel se dejó llevar. Ya eran más de 10 años en los que no tenía una experiencia que se sintiera tan real. Si pudiera soltarse de las cadenas le tomaría por la cintura y le empujaría al suelo, quedando a horcajadas sobre él, tomándole de la chaqueta y devorándole por completo, le deseaba, le ansiaba. Pero por mientras, todos esos planos era de Dean hacia él. Le tenía contra la pared, sosteniendo su rostro y besándole apasionado. Dean sacó una daga del interior de su chaqueta y redujo a trazos y pedazos el sobretodo beige. Toda esa ansiedad se interrumpió cuando el ángel sintió algo frío enterrarse en su vientre, sacándole de inmediato algo de sangre por la boca. Dean se alejó. Le miraba con una sonrisa leve.

No. Aquel no era su Dean. Era algún demonio o algún ángel caído llevando su imagen. Él, tan sólo tomó las cadenas que rodeaban los brazos del ángel y éstas le dejaron caer. Simplemente, sus piernas no le sostenían de pie. Se arrodilló frente a él y tomó su mano, incitándole a que revisara su alma. Con un leve gemido de dolor de parte del "demonio". Pero tampoco. Era realmente Dean. Eran sus pensamientos, sus recuerdos, sus intenciones, lo que tenía solo su alma y que le identificaba como tal. Castiel sacó la mano, no supo si por horror o por desconfianza. Dean realmente estaba ahí, frente a él, y había sido quien le había apuñalado en el vientre. Sacó la daga y miró la sangre que se deslizaba por el filo plateado.

— ¿Qué haces aquí? —musitó el ángel, con la mano intentando cubrir su herida.

—Resulta…—le comentó el cazador, tomando las manos del ángel y volviendo a encadenarle, desabotonando su camisa y rodeando la herida con el índice, sin dejar su sonrisa leve—Tuve un accidente unos 15 días, más o menos, después de que te fuiste. O más bien, que viniste. Caí grave en el hospital. No podía moverme. Empecé a darme cuenta que llevar éste estilo de vida me había llevado allí. Lucifer fue a verme y me ofreció lo que ves frente a ti. Tengo todo lo que quiero y necesito. Tengo que darle un par de pruebas, claro. Pero ya llevo una—

— ¿Trabajas para Lucifer? —temió.

—Bingo—le sonrió él.

— ¿Qué diría Sam? —le reclamó.

—Estaba horrorizado—rió—Y luego se durmió. Bueno… yo lo hice dormir. Si lo ves por ahí, fui yo. Su infierno es parecido al tuyo. Sammy fue mi primera prueba. Tú eres la segunda—

Le sonrió de costado. Castiel quiso moverse y evitar que le dañaran, pero Dean se puso de pie, se arremangó la camisa hasta al codo y se acercó al ángel, con un brazo sobre su hombro y con el otro acariciando su vientre.

— ¿Qué me vas a hacer? —preguntó, con algo de meido.

—Esto va a dolerte un poco—

—Si… si yo estoy aquí es por salvarte, Dean, para evitar que cayeras en este lugar—

—No tengo mordaza para que muerdas así que… tendrás que aguantarte un poquito—

La misma daga que antes penetrara en su vientre ahora rompió su piel a la altura del diafragma. La falta de aire se le hizo dolorosa, desesperante. Acto seguido, fue el mismo cazador quien se abrió paso en su piel, metiendo la mano del mismo modo en que los ángeles lo hacen y sacar información. Ahora era él quien lo experimentaba. Ese dolor, esa situación, sería la que reemplazaría de ahí en adelante el quemar de su alma. Ahora era Dean quien quemaba su alma, con satisfacción en el rostro al ver cómo el ángel gritaba o jadeaba, agitando las manos, tratando de zafarse de los grilletes que le inmovilizaban contra la pared. No quería aceptar que realmente quien le hacía tanto daño era Dean. El mismo por quien se había ofrecido a estar ahí sufriendo un tormento eterno. Pero había tocado su alma. Le había identificado. De verdad le había perdido.

—Detente—rogó. Sintió que comprimían algo en su interior y que la sangre se agolpaba en su garganta hasta salir, dejando la mancha en el suelo. Dean se había detenido. Le había tomado el rostro y le miraba detenidamente. Castiel trataba de recuperar el control de su respiración—No entiendo—jadeó, lastimeramente.

— ¿Qué no entiendes? —le sonrió Dean.

— ¿Por qué estás haciéndome esto? —

El rostro del cazador se endureció y volvió a quemarle. Los gritos de su víctima no se hicieron esperar. Y sus súplicas tampoco. Su rostro adolorido hacía sonreír a Dean.

—Para—gimió, a modo de súplica—No me hagas esto—

—Es mi prueba, Cass. Si hago esto, tendré lo que busco—

—Una vez dijiste que éramos familia. Que nos protegeríamos el uno al otro, ¿cómo puedes entregar tanto sólo por placer terrenal? —

El cazador movió levemente la mano y cadenas de punta cortante atravesaron sus piernas, enredándose en ellas. El gesto y el gemido de dolor y de súplica que trató de negarle Castiel provocaron que Dean buscara algo de trasfondo. Había algo en esos ojos azules. Le veía retorcerse de dolor. Sus piernas tiritaban y manchaban de oscuro el pantalón. Algo en ése ángel llamaba su atención. Sonrió levemente y le empujó del hombro contra la pared fría. Volvió a torturarle. El ángel se movía tratando de encontrar alguna posición en la que se le hiciera más difícil torturarle, pero no podía mover los brazos, sus piernas se desgarraban con cada movimiento. El dolor de la quemazón era algo incomparable. Y dependiendo de cómo su torturador moviera la mano le hacía sangrar. En medio de jadeos y gemidos el ángel le rogaba que se detuviera.

Sacó la mano un tiempo después, lentamente, provocando más agonía en el ángel. Éste le miraba confundido. Como si a través de sus ojos intentara ver más profundamente en él. Pero sólo conseguía ver un pozo oscuro, que nunca terminaba. Un enorme abismo del que no alcanzaba a ver el suelo.

Las cadenas que rodeaban sus piernas y sus brazos le soltaron y él cayó al suelo, con un gemido largo, intentando moverse y ver su cuerpo herido y manchado en sangre. Dean cayó a horcajadas sobre él y tomó su rostro ensangrentado, mirándole con seriedad. Castiel se negaba a mirarle. El aire comenzaba a faltarle de manera agonizante.

—Dean…—rogó—No sigas—Si tenía que humillarse y rogar para detener todo aquello lo haría. Jadeando y algo asustado, el ángel sintió que soltaban su rostro lentamente. Sólo lo ladeó, respirando hondo y así llenar la demanda de oxígeno que pedía su cuerpo—Por favor, detente—

Dean se había detenido a mirarle. Al ver que el ángel se calmaba un poco, le tomó de ambos brazos, levantándole y le azotó contra la pared, acorralándole y comenzando a golpearle violentamente. Sólo se detuvo al tenerle nuevamente contra el suelo, tosiendo desesperado y botando sangre del labio roto. Cubría su rostro con ambas manos, que tiritaban. Parecía mirarle, pero Dean jamás había visto el miedo en el rostro del ángel. Se agachó junto a él, tomando sus brazos, alejándolos y tomando su rostro.

— ¿Sigues sin querer creer que soy yo? —le preguntó. Castiel ladeó la cabeza; no quería enfrentar a sus ojos, aunque el cazador le forzó—Vendré a verte seguido—se acercó, le dio un suave beso y le dejó. Apenas Castiel se sintió solo, se ladeó, quedando boca abajo y escupiendo lo que quedaba de sangre en su boca. Sintiéndose sobrellevado por el dolor y la confusión, el ángel se acomodó sentado en el frío suelo, gimiendo. No recordaba haber sentido un sentimiento de angustia tan fuerte. Pensar que había tenido que rogarle. Que suplicarle que le dejara. Y ni siquiera había funcionado.

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Por supuesto, Dean volvió seguido, tal y como prometió. Siempre con el mismo objetivo en mente, que siempre se cumplía; hacerle sangrar, gemir, suplicar porque le dejara. Así llegaron a pasar unos cuantos años más. Al menos para él en ese lugar. Castiel aprendió a temerle a aquella silueta negra que avanzaba y abría la puerta de su Infierno. Ya para esa etapa, le había desprovisto de todos sus poderes, todas sus habilidades se habían ido, ya no tenía alas. Había perdido todo lo que pudiera definirle como ángel. Y cada vez más confundido sobre sí mismo y sobre lo que sucedía. Ya no sabía si temerle a Dean, u odiarle.

Pero el sufrimiento no había parado sólo en agresión física.

El ángel tenía la cabeza apoyada contra la pared por la que de vez en cuando caían gotas de agua. Aunque jamás se atrevió a beber por mucha sed que tuviera, no estaba muy seguro de dónde venía esa agua. Y por el tono por el que bajaba algunas veces empezaba a dudar que fuera agua.

Su cuerpo tiritaba. Al poco rato sintió que el cazador y su torturador entraba. Apenas le sintió cerrar esa puerta de golpe, supo que algo marchaba diferente. Se detuvo a su lado, sosteniendo el rostro que el ángel siempre intentaba negarle. Como cada sesión que tenían, partió besándole suavemente en los labios. Gesto que ya no era bien recibido por el ángel. Por cada vez que lo hacía, más se rompía el corazón del ángel. Era la sensación más cálida que recordaba, convertida en la más fría.

Sintió algo que penetraba en su piel, un poco más abajo del hombro. Provocaba un dolor agudo. Bastante. Era una especie de oz que había logrado atravesar aquella parte de su cuerpo y comenzaba a botar sangre de inmediato, manchando la camisa, que era una de las pocas cosas que le quedaban para cubrirse. Su brazo derecho, que era el miembro afectado, había comenzado a castañear, ya no sentía los dedos que estaban del otro lado de la cadena que tomaba sus muñecas a la altura de su cabeza. Por otro lado, Dean estaba tras él, sosteniéndole del cuello, besando la parte posterior de éste y su rostro.

—Sólo quiero, Cass… que me des el placer de oírte gemir y suplicar—le sonrió Dean.

Le tomó por el pecho y le atrajo hasta él, metiendo la mano bajo su camisa, que agarró y rajó hasta dejar convertida en algunos pedazos desparramados sobre el suelo. Había comenzado a besar su espalda y a quitarle el cinturón, desabotonando su pantalón.

—No lo hagas—gimió el ángel. Dio un respingo al sentir que la fría mano del cazador ya se deslizaba entre su entrepierna—No, por favor, no me hagas esto, Dean…—

—Sólo dame el placer de verte gemir. Sólo eso pido. Quiero verte gemir y suplicar—jadeó, sosteniendo su cuello y levantando su rostro—Yo sé que puedes suplicar. Y que ya llevas un buen tiempo fantaseando con esto—

No en aquella situación. Era cierto, Castiel deseaba que Dean le arrojara sobre la cama y le hiciera el amor hasta el cansancio, pero los contextos de ambas situaciones eran demasiado distintos.

Había comenzando a tiritar él. La piel de su hombro, atravesada por la oz conectada a una cadena que bajaba por la muralla había comenzando a tirarle y a sangrar y Dean mordía con suavidad su cuello al mismo tiempo que rozaba su entrepierna con la del ángel y guiaba su cadera con ambas manos.

—Dean, te lo ruego—gimió, ocultando su rostro.

—Eso es, angelito. Eso es todo lo que quiero, oírte suplicar. Suplicar y gemir, nada más que eso. Pero no es necesario llorar—le susurró el cazador, rozando su labio inferior por su rostro y haciendo desaparecer esa lágrima solitaria—Anda, quiero oírte gemir—

Habiéndole dejado lo poco de ropa inferior que le quedaba hasta el muslo le embistió, sujetando su cadera con ambas manos, guiándole, moviéndole de forma tal que penetrarle fuera una labor menos complicada o peleada. Castiel sólo trataba de retenerse. De hacer que todo aquello terminara. Pero apenas había empezado.

—Cass—le susurró, en medio de un jadeo—Estás apretado, necesito que te relajes. O no será placentero para ninguno de los dos—

—Dean, por favor, ya basta, no sigas—

Le sostuvieron con más aprehensión por la cintura y Dean volvió a embestirle más violentamente, sin poder contener un gemido.

—Ruégame, Cass… suplícame—demandó en su oído, jadeando, penetrándole—Quiero oír que gimas mi nombre—

El castañeteo del ángel se sumaba al dolor del gancho tirando de su brazo, que ya no tenía movilidad más que tiritar. Por la herida caía un hilo de sangre que Dean se encargaba de esparcir por su pecho y por su vientre, con las palmas manchadas de rojo.

—Relájate, Cass—jadeó Dean, volviendo a penetrarle, yendo con un poco más de prisa. Aquel miembro erecto y duro abriendo paso en su cuerpo era lo que le hacía gemir y contener un grito de dolor apretando los ojos, rogando porque todo aquello terminara de una vez por todas. El cazador acabó no luego, corriéndose en su interior con un gemido particularmente alto que hizo estremecerse al ángel. Se movió lentamente, abrochando su cinturón alrededor de su cintura y cubriendo al ángel con lo poco y nada que le quedaba de ropa.

—Será la primera. Pero no la última vez que te haga esto, Cass—le sonrió Dean, tomando su rostro y besando suavemente su frente. Removió de un tirón el gancho que sujetaba su cuerpo, produciendo un grito ahogado y que se abriera un poco más la carne en el ángel. Éste se volteó hasta quedar apoyado en la pared de espalda, evitando mirar a Dean y evitando mostrar su rostro de dolor, ocultándolo entre ambas piernas y sus brazos. El cazador se puso de pie, arrojando su chaqueta a su regazo.

—Si te va a dar frío úsala—dijo aquello con una sonrisa y se fue, asegurando la puerta que Castiel jamás alcanzaba a ver.

Pero no. El ángel no quería usar ESA chaqueta. Pero el frío comenzaba a ser demasiado. Su aliento producía una especie de vapor al jadear, su cuerpo entero tiritaba y empezaba a dolerle. Le tomó con el brazo que podía mover y se cubrió con ella. Se acomodó cerca de la esquina, ocultándose en la oscuridad. Quería gritar, quería golpear todo lo que pudiera haber a su alrededor, quería acabar de su vida de una vez por todas. Odiaba a Dean Winchester con toda su alma, lo odiaba. Sacarle del Infierno hace unos años había sido su segundo más grave error ¿El primero? Había sido entregarse, por él, a una eternidad de sufrimiento que el mismo Dean le impartiría.

ACLARACIÓN: No, mentira. No mataré a Cass. :p. Pronto volveré con la segunda parte de Hell porque queda más, muhahaha. Perdonen el desorden del fic… y sólo lean! Y recomiéndenme! Jajaja.

Posteen!