Pequeño regalito de fin de año.
La calida sensación del sol chocando contra su piel era naturalmente agradable. Sin embargo como si de inercia se tratara sus ojos rojizos se posaron en el instrumento de desilusión y angustia: su raqueta.
Durante años, cuatro para ser exactos, había tratado una y otra vez poder aprender el difícil deporte al que su príncipe era asiduo. ¿Sus resultados? Nulos prácticamente, aun no doblaba correctamente las rodillas, su brazo estaba mal posicionado y obviamente su cabello seguía siendo largo.
Pero ya nada de eso importaba. El suspiro que largo a continuación cargado de dolor y perdida llenaban el silencio del aquel parque a esa hora.
Lo había perdido todo, Ryoma Echizen ahora convertido en un As del tenis se iría pronto de Japón nuevamente y consigo se llevaría a su prometida.
Si, una mujer de hermosa presencia y actuar cautivo el corazón del príncipe casi desde el principio. No podía odiarla, ella era perfecta para él.
Juntos se veían como la pareja de ensueño y durante dos años caminaron por los corredores del Seigaku como la pareja dorada, a nadie le extraño que un mes antes de terminar el colegio Ryoma le pidiera matrimonio. Todos estaban muy felices por ellos, menos ella.
Se sentía egoísta al desear que algo pasara y su adorado príncipe rehusara a casarse o que… No, mejor no seguía pensando en ello.
Miró al cielo con pesadez y se perdió en el celeste del plano dejándose llevar por la apaciguadora brisa que corría ese domingo.
Se odiaba a si misma.
Toda su adolescencia estuvo pegada a una estúpida esperanza de que algún día, aquel inalcanzable chico de ojos gatunos parara en su presencia aunque sea minimamente. El hecho no ocurrió y sus fantasías eran su única compañía.
Su corazón a medida que pasaba el tiempo se fue enfriando como si entrara en un letargo infinito, dejándole aire para respirar de vez en cuando entre la angustia de verse ignorada tan humillantemente.
Intentando sacar tan dolorosos pensamientos se levantó del césped y caminó lentamente hacia la semi cancha de práctica que había encontrado ese día. Fijó su mirada en la pared y luego en la pelota, en la cual, ya gastada, se encontraba la figura de Ryoma, la misma que en un pasado ella dibujó al comprar pelotas junto con su amiga.
Él se la devolvió al regresar de Estados Unidos, junto con alguna ilusión de niña enamorada.
Apretó con saña esa pelota, tan llena de recuerdos y vivencias. Su mano comenzó a dolerle y tuvo que apaciguar el agarre.
Observó con distancia memorable todo aquello que pertenecía al deporte que le costó la mayoría de sus ratos libres y no pudo contener una sonrisa nostálgica.
Tal vez ya era hora de decir adiós.
Si mediar otro pensamiento tomó su bolso, guardó su raqueta y pelota con sumo cuidado y comenzó a caminar.
Estaba a punto de salir del parque cuando se detuvo en un contenedor.
Realmente debía decir adiós.
Arrojó sin miramientos todas sus cosas de tenis en el y continuó su camino.
No seria fácil olvidar nada de aquello, pero por lo menos su primer paso estaba dado.
Esa seria la última vez que pensaría e idolatraría a Ryoma Echizen.
Fin
¿ Que os pareció?
