— Zona en construcción —
Atención este fanfic esta siendo reescrito! este capitulo ha sido actualizado :)
Esta es la historia de un joven de 19 años, Tsukishima kei.
Su relato podría comenzar con su cuerpo amarrado a una camilla fría, atado de muñecas y tobillos cual animal salvaje, aturdido por el estruendoso ruido de la sirena que le provoca pitidos lejanos en sus oídos, temiéndole a una inminente sordera; o bien podría empezar por la última vez que vio a sus padres con vida.
Junto a él, dentro del pequeño espacio en la ambulancia, estaba de pie un hombre de cabello castaño, ambas manos las tenía sujetas al borde metálico de la camilla en un fútil intento de mantenerla firme ante el maniobreo abrupto del conductor que intentaba lidiar con el tráfico.
El chico no estaba agonizando ni mucho menos, se trataba de un traslado en contra de su voluntad al hospital metropolitano Matsuzawa, una unidad médica más apropiada para su "condición", entre todo ello lo único que le daba algo de alivio era no ser llevado a un lugar inhóspito fuera de la ciudad del que no tuviera esperanza de salir jamás.
18 meses atrás Tsukishima kei fue diagnosticado con trastorno de identidad disociativo, lo que significaba que dentro de su cuerpo su mente albergaba múltiples personalidades que interactuaban de formas erráticas o pasivas según su propia e individual voluntad. Esa era la vana explicación medica de un psiquiatra mal pagado que se lo había dicho mientras lo miraba con desdén, ese fue el segundo empujón hacia su caída.
Una fuerte caída.
Su vida hasta ese momento fue lo que se podría considerar normal, era el hijo menor de un matrimonio feliz, su hermano mayor era su héroe y sus padres tan permisivos como estrictos le demostraron su incondicional amor hasta el último día de sus vidas; se podría decir que se balanceaban perfectamente y que gracias a eso de niño disfrutó de una infancia feliz y tranquila; todo hasta ese punto parecía ir por buen camino, en su futuro se dibujaba una graduación con honores, una recomendación a una de las mejores universidades de Tokio, una linda novia, un matrimonio, un par de hijos, y con suerte una vida pasajera y en paz donde habría muerto de viejo en la tranquilidad de su hogar.
Ahora eso se parecía más a un cuento de hadas que a la misma realidad.
Cercano a su graduación de la preparatoria a pocos meses de cumplir 16 años, su hermano mayor tuvo la grandiosa idea de obsequiarle un auto. Pero no cualquier auto, Akiteru le confió el primer auto que sus padres le habían conseguido, un pequeño subaru gris modesto, pero sin duda alguna su favorito.
Su familia emocionada por el buen rendimiento escolar de su hijo se preparaba para el gran momento y ente toda esa parafernalia su madre ansiaba que su hijo mostrara algo de felicidad, para variar.
Un largo suspiro lo devolvió de la proyección de sus recuerdos al estrecho espacio dentro de la ambulancia.
Era pronto para dejar de sentir el despiadado crujir de la profunda cicatriz entre sus pulmones cada vez que daba rienda suelta a los recuerdos de sus padres, su madre era una mujer esbelta, alta y de facciones elegantes, tenía un carácter suave y afable que contrastaba perfectamente con el carácter rígido de su padre, Tsukishima se permitió recodar el tacto de su cálida mano entre la suya y las caricias suaves que solía darle en el cabello, sus fosas nasales se inundaron del olor a manzanilla que usaba como perfume.
Los sentimientos mezclados apretándole el pecho le hicieron apretar las sujeciones que lo tenían atado a la camilla, alertando al hombre junto a él.
—Nada de trucos, niño bonito —le bufó con una sonrisa sarcástica.
Las medidas de seguridad que se tomaban con él lo hacían parecer más a un reo condenado a muerte que a un paciente tratando de "recuperarse".
Cuatro meses después de obtener el tan inesperado regalo de parte de su hermano mayor, Tsukishima ya conducía a la perfección, a pesar del poco interés del menor, el mayor no descansó hasta enseñarle todo lo que sabía. Así que de vez en cuando salían juntos a dar largos paseos ya que por su edad aun no podía aplicar a una licencia que le permitiera ir sin compañía.
Un par de meses pasaron y el día de su graduación no se hizo esperar más, sus padres vestidos con trajes de gala esperaban por su hijo menor en la sala de su casa, Akiteru el hermano mayor se encontraba ausente, por ciertos motivos no le fue posible regresar del extranjero, (parís, exactamente, donde estaba realizando sus pasantías universitarias), para asistir a la ceremonia, pero con algo de suerte llegaría para el final, justo a la hora del festejo familiar.
El reloj en la pared anunciaba que aún tenían 30 minutos más para llegar al salón de recepciones, Tsukishima entró a la habitación para encontrarse con el cálido ambiente que se formaba entre sus padres, que en ese momento se sonreían dulcemente, el gesto le hizo erizar la piel, sin duda alguna le causaba curiosidad el lograr congeniar de esa forma con otra persona, aunque hasta ese momento nunca había tenido experiencia alguna, ni había hecho ningún esfuerzo al respecto.
Las fuertes manos de su padre se apropiaban del timón del auto con una naturalidad majestuosa, kei lo admiraba demasiado, más de lo que nunca hubiese podido aceptar, una vez llegaron a la escuela se mezclaron con el gentío que se armó frente a la entrada principal.
La ceremonia transcurrió con total normalidad, el chico recibió su diploma y se hicieron públicos algunos reconocimientos, ya iban un poco más de 2 horas y entre los tres empezaba a sentirse la incertidumbre, completamente ajenos al sobrio festejo, la familia Tsukishima estaba preocupada por el hijo mayor del que aún no tenían noticia.
Luego de muchos intentos de contactarlo por su teléfono celular se decidieron a llamar a la aerolínea, como estaba dispuesto el vuelo había arribado sin problema alguno a las 7:50 de la noche, haciendo los cálculos del aeropuerto al lugar apenas serían unos 40 min en auto, Akiteru debía haberse encontrado con ellos por lo menos hacia una hora.
Todo hasta ese momento eran malas noticias, y Tsukishima presentía lo peor.
Decidieron no esperar más, salieron del reciento a prisa, su madre y él esperaban frente al recinto mientras su padre traía el auto del estacionamiento, hacia frio, su intuitiva madre lo abrazaba por la espalda tratando de mantener el calor en el cuerpo de su hijo, generalmente se sentiría incomodo con la publica demostración de afecto, pero en ese momento algo en su interior lo hacía sentir vulnerable.
Fueron directo a la casa con la esperanza de encontrar a su hijo mayor dormido en el sofá rendido por el cansancio, ignorante del mundo que lo rodeaba como solía serlo, pero la casa estaba vacía, justo como la habían dejado.
Cuando por fin pudieron contactar con la pareja del muchacho que seguía en parís, el ambiente se puso aún más tenso, ya que el tampoco tenía idea de donde podría estar.
Ya eran cuatro personas angustiadas.
De repente el teléfono del kei vibró entre su pantalón, por un momento no lo asoció con nada, pero cuando tocó el frio metal entre sus manos todo su cuerpo se erizó violentamente, su padre al verlo paralizado tomó el aparato y contestó enojado.
La llamada era del hospital de la ciudad, la mente del chico estuvo ausente de su cuerpo hasta el momento en que se vio montado en el auto, las quejas de su padre lo regresaron a su cuerpo, el auto no encendía.
Alguna treta macabra del destino.
Su padre le instó a usar el subaru, no lo pensaron mucho solo se subieron al auto, kei tomó el asiento del conductor, su padre iba a su lado y su madre atrás angustiada hablaba con alguien por teléfono.
Manejó tan rápido como pudo, el hospital de la ciudad no era muy lejos de la casa, y ya tan entrada la noche el tráfico era ligero, tuvo que virar el auto para entrar a la autopista, estaban apenas a unos 200 metros del hospital, lo último que Tsukishima vio fueron las cegadoras luces de un auto a toda velocidad dirigiéndose hacia ellos.
El estruendoso ruido de la ambulancia había callado, el auto disminuyó la velocidad hasta que se detuvo, kei abrió los ojos de golpe al escuchar el crujido de la puerta, afuera estaba oscuro ya no había nadie a su lado.
Un crudo silencio se apoderó de su mente, cerró los ojos y de nuevo se encontró a si mismo dentro del auto junto a sus padres.
Hasta ahí llegaban los recuerdos que aún lo perseguían noche tras noche, día tras día. El informe policial con el que le explicaron lo que había sucedido indicaba que un autobús se había quedaron sin frenos, impactando el auto donde iba con sus padres por el costado derecho, irónicamente ese vehículo también iba hacia el hospital.
En el autobús varias personas salieron heridas, pero del auto de la familia Tsukishima que quedó destrozado del lado derecho solo sobrevivió una persona.
Sus padres murieron al instante, Kei quedó atrapado entre sus cadáveres mezclados con los restos del auto y otro auto estacionado más adelante, no hubo explosión y estaban cerca del hospital, rápidamente las personas afuera del hospital los auxiliaron, apenas con vida lo llevaron de inmediato a la sala de urgencias de donde unos momentos atrás había salido su hermano mayor.
Su "percance" no fue tan grave, pero si no hubiese sido tratado a tiempo la historia sería diferente, el hijo mayor de la familia sufre de diabetes desde temprana edad, necesitaba medicarse a diario a ciertas horas del día, pero en medio de la emoción por volver para asistir al gran día de su hermano menor olvido tomar su medicamento a tiempo, en el avión sufrió una recaída y tuvo que ser internado en el hospital apenas arribó el vuelo.
Si su hermano mayor hubiese estado al mismo tiempo que él en la sala muy seguramente no lo hubiese logrado reconocer de entre tanta sangre y carne magullada.
El lado izquierdo de su cuerpo fue el más afectado, en su cráneo tuvo dos profundas y escandalosas heridas, lugares donde ya no le volvió a crecer cabello, un par de costillas se rompieron con el impacto, sufrió una lesión en el brazo a la altura del codo que comprometía los ligamentos, en la parte izquierda de su cara se incrustaron varios vidrios y metal el doblado del auto que le dejó más cicatrices.
Su aspecto era el de un monstruo lleno de moretones sangre y heridas.
—Bienvenido Tsukishima-kun —un hombre alto, de cabello rubio con raíces negras fue el primero en presentarse ante el muchacho. Pronto vio una mano frente a el que se extendía en forma de saludo, había otro hombre un poco más bajo, era castaño y usaba lentes, esbozaba una sonrisa cálida que lo saluda también.
Aunque ya le habían retirado las sujeciones tenia los brazos entumecidos, el hombre se acercó un poco más y le devolvió sus anteojos, se los habían retirado por seguridad, ya que las ataduras y los sedantes corriendo aun por sus venas a su antojo resultaban insuficientes, ahora un par de anteojos representaban un peligro potencial.
Al fin Tsukishima pudo ver con claridad, ya lo habían bajado de la ambulancia estaba sentado en una silla de ruedas y delante suyo solo había un largo pasillo de un color blanco que en vez de reflejar pureza producía escalofríos.
—Lamentamos las exageradas precauciones —se disculpó el hombre castaño poniéndole una mano en el hombro.
La silla de ruedas empezó a moverse, pero el joven ya no poseía energía para si quiera voltear a ver a quién le empujaba por el pasillo, el castaño continuó hablando, explicándole sobre su tratamiento y mencionando una que otra cosa sobre las instalaciones.
Pero Tsukishima no necesitaba toda esa charla él ya sabía a qué lo habían llevado a ese lugar, le ahogarían hasta el más mínimo síntoma de locura a punta de medicamentos y procesos nada placenteros, si eso no funcionaba le sepultarían entre esas perturbadoras paredes blancas por lo que le quedara de vida, de todas formas, era su última esperanza.
Cada vez se adentraban más en lo que sería desde ese día su cárcel, o lo más parecido a ello, inesperadamente para el todo se encontraba en silencio, aunque aún sentía que su sistema auditivo no funcionaba del todo bien, dejó caer su cabeza hacia un lado, como si su cuello ya no pudiese con el peso, resignado empezó a fijarse un poco más en el lugar.
Por los pasillos vio unas cuantas personas, llevaban lo que en algún momento fue una bata blanca, algunos estaban sentados contra la pared con la cabeza entre las manos como si así pudieran escapar y protegerse de todo mal, algunos de pie miraban el techo como estatuas, con los brazos caídos, como condenados, de cierta forma ese lugar era diferente, algo en el ambiente no parecía el de un manicomio como a los que lo había llevado antes, todo era más silencioso, pasaros por unas escaleras, bajando iban un pequeño grupo de personas con ropa aparentemente normal, desgastada pero de colores, no parecían enfermos mentales, al menos no para el chico rubio, entonces se dio cuenta que aparte del silencio, el sitio no estaba atiborrado de gente como acostumbraba a verlos, esas personas se quedaron viéndolo mientras él seguía avanzando, pronto salieron de su rango de visión y aunque quiso, su cuello no le permitió voltear a verlos.
El recelo en su mirada le recordaba que él no era uno de ellos, en cierta forma era peor. Muchos desquiciados lo habían tildado de demonio, algo de lo que debían escapar… pronto se darían cuenta que con su llegada al lugar todo estaba destinado a cambiar. Así que no estaban del todo equivocados.
Lo llevaron hasta lo que parecía ser un ala de reclusión, recordaba el folleto que su hermano mayor le había mostrado, desde cuando los manicomios se hacían publicidad como si fuesen centros vacacionales, Tsukishima no tenía elección y lo sabía muy bien, ya que estaba ahí por orden judicial.
Frente a él había 6 puertas en un espacio semicircular, una junto a la otra dejando ver desde afuera lo estrechas que eran por dentro.
—Por esta noche se quedará en el pabellón de aislamiento —se dirigió a él el castaño.
—Mañana cuando su hermano mayor venga discutiremos los pormenores de su estadía —mientras él hablaba el rubio le puso una camisa de fuerza abrochándola contra su cuerpo, los brazos le quedaron inutilizados, aunque no estaba tan ajustada a como acostumbraban a ponérsela, una sensación de desasosiego lo invadió.
—Estarás bien —pronuncio el castaño dándole la espalda, Tsukishima no había sido consiente de la expresión en su rostro.
Por primera vez sentía tristeza al presenciar su propio destino.
Lo único que quedó impreso en sus pupilas fue la espalda del castaño alejándose, sintió el ligero pinchazo de una aguja en su cuello, el sedante se coló rápidamente entre la sangre que fluía de su yugular, solo pudo chasquear débilmente la lengua antes de caer en un profundo sueño.
