—Pasajeros del vuelo 418 con destino a Nueva York, favor de aproximarse a la puerta 21.

Algunas personas se pararon en ese momento, dirigiéndose hacia la puerta indicada. La joven se paró rápido, tiró a la basura el chocolate caliente de Starbucks que se había estado tomando y, colocándose bien la mochila al hombro, comenzó su marcha por los amplios pasillos del aeropuerto.

La puerta 21 estaba atestada. Ya todos los pasajeros se habían formado y estaban dejando pasar a los preferenciales. Con un suspiro, se puso al final de la fila, tras un joven de cabello oscuro. Miró alrededor, la joven empleada de la aerolínea chequeaba los pasajes con rapidez, pero aún así varios de los pasajeros parecía irritados. Bueno, a nadie le gustaba estar de pie esperando, ¿no?

Minutos más tarde, ya estaba frente a la manga que daba al avión.

—Buen viaje. —Le deseó la mujer de la puerta al tiempo que cortaba su pasaje y le entregaba la parte con sus datos de vuelo.

Ella le agradeció con una dulce sonrisa.

Ingresó al avión rápidamente. Su asiento estaba a la ventana. Un hombre, de alrededor de unos veintisiete años, ocupaba el asiento del medio. Su estilo era llamativo con aquél cabello platinado y esos ojos que eran tan dorados que tenían que ser lentillas, pero a la vez increíblemente elegante. Se preguntó qué hacía un hombre con su aspecto en la clase económica, aunque claro, quizás eran sólo apariencias.

Apenas él vio la intención de ella, se paró para dejarla pasar.

—Gracias —susurró la joven.

Él no dijo ni una palabra, se limitó a volver a sentarse y continuó la lectura del libro que leía antes de que ella lo interrumpiera. Ella lo miró de soslayo y suspiró, no parecía muy amigable.

Sacó de la mochila su celular y lo chequeó antes de que les ordenaran apagarlos. Tenía tres mensajes. El primero era de Kate.

¡Queda poco! Lee bien esto, señorita, ¡quiero que me llames apenas veas esto! Llevo dos semanas tratando de elegir la pintura para tu futura habitación. La compré azul clara porque era tu…

El mensaje se cortaba ahí. Rió internamente, su amiga se extendía tanto que ni se daba cuenta de que los caracteres del mensaje se le acababan. Abrió el mensaje siguiente.

¡Tonto celular! ¿Cómo puede ser que no pueda dejarme terminar una idea? Como te decía, la compré azul clara porque era tu color favorito, pero entonces pensé, ¿lo seguirá siendo? ¿Me das una pista?

No pudo evitar el pequeño hipo que emitió al contener la risa. ¿Tanto escándalo por un color de pintura? Sin duda, tenía que ser Kate la responsable. El joven a su lado pasó una página de su libro bruscamente. Decidió responderle de inmediato, pero no llamarla.

Azul claro es perfecto. ¡Espera a que llegue para pintar! No dejaré que hagas todo el trabajo tú sola, señorita emocionada. Nos vemos allá.

Presionó enviar y pasó al último mensaje pendiente. Decía «número desconocido».

Te veré en Nueva York.

El celular se le resbaló entre los dedos y el corazón se le aceleró. ¿Cómo era aquello posible…?

—Toma.

Parpadeó repetidas veces, sintiendo que sudaba frío. Cuando enfocó la vista vio al hombre del cabello platinado tendiéndole el teléfono que acababa de tirar. Con una mano temblorosa, lo tomó.

—Gracias —susurró con voz ahogada.

El hombre la miró un par de segundos de más con aquellas orbes doradas, probablemente preguntándose qué demonios le pasaba y luego volvió a su lectura.

—Gracias por esperarme, Sesshomaru. Tuve que pasar por aduana a toda velocidad sólo porque se te ocurrió irte sin mí. —La chica alzó la vista, encontrándose con otro hombre de cabello platinado y ojos dorados, aunque este parecía más joven que su silencioso compañero de asiento y, evidentemente, estaba enojado. Metió un maletín en el compartimento de arriba y se sentó en el asiento que quedaba libre al pasillo—. ¿Me estás escuchando?

—Cállate —ordenó el aludido con voz profunda, sin despegar los ojos de su libro—. Estás haciendo un escándalo.

El recién llegado entonces reparó en ella. Sus ojos dorados se desviaron a las manos temblorosas de ella, que aún resentía la conmoción de aquél último mensaje de texto.

—Lo siento —dijo, excusándose por su comportamiento.

Ella armó una sonrisa como pudo y se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta beige.

—No hay problema.

Dicho aquello volteó hacia la ventana, notando que el motor del avión estaba andando y que pronto estarían próximos al despegue.

Y así fue, el avión despegó unos minutos después. En aquél momento, inconscientemente se aferró a la manga de la camisa del hombre a su lado cuando comenzaron a acelerar. En cuanto tomó conciencia de ello, se sonrojó y le pidió disculpas. Luego se acomodó de su lado, procurando no molestar más por las trece horas de vuelo restantes.

Un pasillo a oscuras. Una puerta entreabierta. Una pequeña niña agachada junto a ella sin ver ni ser vista.

¿Crees que no sé lo que has estado haciendo? —Era una voz femenina, la cual se colaba por la puerta.

¿De qué hablas? —Ahora era un hombre quien hablaba.

Alguien dio dos pasos.

No llamas, llegas tarde a casa…

Eso no prueba nada. —La interrumpió el hombre.

¡Tu jefe llama para saber por qué hay días que no vas al trabajo! —exclamó la mujer, repentinamente exaltada—. Y ahora me encuentro con esto.

Se escuchó el sonido de papeles moviéndose.

—Señorita…

Abrió los ojos, incorporándose de golpe. Se sintió desorientada por un momento, hasta que reconoció el avión. Desde el pasillo, una azafata la miraba tendiéndole unos papeles. Dos pares de ojos dorados la miraban. Se había quedado dormida… ¿cuánto tiempo había pasado?

—Tiene que llenar esto con sus datos para cuando lleguemos —explicó la mujer vestida de azul marino con una sonrisa.

Tomó los papeles y la mujer se marchó hacia la siguiente fila de asientos. El papel pedía nombre, RUT, dirección… No era nada del otro mundo. Vio a los hombres a su lado, ambos rellenaban sus respectivos papeles.

—Disculpen, ¿alguno podría prestarme su lápiz? —preguntó.

—Claro, dame un segundo —contestó el más joven, el que iba al pasillo, escribiendo sus datos.

Sin embargo, el mayor ya le estaba tendiendo el suyo, ya que había terminado de llenar el papel.

—Gracias.

Nombre: Kagome Higurashi.

Fecha de nacimiento: Febrero 2, 1989.

Dirección: L…

Un remesón la hizo moverse y, accidentalmente, rayar toda la hoja a lo largo. Iba a llamar a la aeromoza para pedirle uno nuevo, cuando el avión volvió a moverse bruscamente.

La luz de abrocharse los cinturones se encendió. Una leve campanada sonó, anunciando que se daría un aviso por la bocina.

—Pasajeros, les habla el piloto. En este momento estamos sobrevolando una zona con fuertes vientos, por lo que sentiremos turbulencias. Manténganse en sus asientos hasta que la señal de cinturón sea apagada.

Un nuevo remesón sacudió el avión, seguido por un vacío de aire. Todos sintieron caían, causándole a Kagome que el estómago le diera un vuelco, hasta que el avión se repuso y dio la impresión de que ascendía de nuevo. Sintió un leve dolor en el brazo izquierdo y se dio cuenta de que se estaba clavando a sí misma las uñas de la mano contraria.

—¿Es la primera vez que vuelas? —preguntó el hombre a su lado con voz profunda, mirando fijamente las marcas de con forma de medias lunas que dejaron sus uñas en su brazo.

Se sorprendió un poco de que le hablara. No creyó que le fuese a dirigir la palabra en todo el viaje y parecía tan concentrado en su libro, que simplemente no se lo esperaba.

—Sí, bueno, no. Viajé una vez cuando era muy pequeña, pero apenas me acuerdo.

Él dejó de mirarla, fijando su vista al frente.

—La turbulencia es algo muy normal. No vale la pena que te arranques el brazo por eso.

Había algo en la forma que lo dijo, con aquél aire de superioridad y cierta brusquedad, que normalmente le habría enojado. Pero, extrañamente, en aquél caso la reconfortó. El que alguien le asegurara que aquellos tumbos que daba el avión eran normales, sin importar la medida de delicadeza utilizada, la hacía sentir segura.

Asintió con la cabeza y el avión tembló nuevamente. Respiró profundo una y otra vez para no perder la calma. Miró por la ventana. Unos pocos metros más adelante, el ala derecha del avión temblaba con cada sacudida. Mala idea ver por la ventana. Al final, se decidió por fijar la vista en sus zapatos y punto.

La turbulencia no se detenía y, es más, hasta podía asegurar que se hacía más fuerte. Con cada temblor, todos los objetos al interior del avión sonaban, interfiriendo seriamente con el intento de mantener la calma de Kagome.

Inhala.

Una sacudida.

Exhala.

Los objetos y asientos del avión sonando.

Inhala.

Se detuvo.

Exhala.

Nuevamente, otra sacudida los azotó. Sin embargo, esta vez, no se detuvo. Los temblores se hacían más intensos y no paraban. Los pasajeros comenzaron a mirarse unos entre otros, probablemente preguntándose cada uno si era el único aterrado allí. Al comprobar que todos tenían las mismas caras de terror, el pánico cundió.

Mientras el avión se sacudía con fuerza, varios pasajeros se pusieron a rezar, otros se removían incómodos sin saber qué hacer y, en algunos casos más cercanos a su asiento, se podían escuchar respiraciones fuertes y aceleradas. Hasta el joven platinado del lado del pasillo parecía nervioso. El único que no reflejaba nada era el hombre a su lado, limitándose simplemente a analizar la situación.

Ella, por su parte, se había quedado estática, tensa, esperando a que todo aquello pasara… pero no terminada.

Un sonido desgarrador llegó a los oídos de los pasajeros y Kagome no podía creer lo que acababa de ver: el ala derecha se había desprendido.

Todo pasó en segundos, mas para ella todo iba en cámara lenta.

Las mascarillas de oxígeno se soltaron, balanceándose por el movimiento, imposibilitándole a Kagome alcanzar la suya, hasta que una mano la tomó y se la alcanzó.

El elegante platinado.

Por la falta del ala, el avión comenzó a caer en espiral y varios compartimentos de equipaje de mano se abrieron. Ella quería gritar. Sabía que aquello era el final. Iba a morir sola en medio de un montón de extraños. Ahora quería llorar.

Sin pensarlo dos veces, tomó con fuerza la mano del peliplateado y esperó el final.