Un día. No cualquiera.
Lamentablemente, o por fortuna.

Otra vez el golpe sobre el pupitre se hace sutil. Iori no se da de rodeos a la hora de espabilarlo en medio de las clases, y es el segundo aviso: el tercero vendrá con una que otra consecuencia, siendo un milagro que los agravios no estén al nivel Sougo, incluso al nivel Nagi; es sabido que de los siete, las furias penden en distintos grados al momento de enervar a uno de esos tres. Tamaki no quiere hacerlos enojar. Claro que no quiere eso. Sin embargo entre culparse a sí mismo y a la clase, es obvia cuál será su opción, ¡el profesor no está motivándolo para nada! Además en esos momentos no halla manera de concentrarse. El calor de la ventana incluso se hace grato, cándido. Tan amable como para meditar con los ojos cerrados a esperas de la brisa indicada, de esas mismas que lograría sacarle el respingo correcto. No de ocio, no de tempestad. Solo la más pura parsimonia del relajo. El tirano Iorin no lo comprende. Tampoco el profesor. Lo único que pide es eso: tranquilidad. Esa que viene con lo días pasados, con los venideros; las estabilidad y las voces que esbozan sonrisas. Pensamientos volátiles que llegan a lágrimas, deseos y ese latir insistente impregnado a una imagen. ¿Cómo es posible que la misma imagen de sus terrores sea suficiente para alimentar sus mejillas de todo el candor? Por lo mismo: es contradictorio.

Seré regañado.

Pensamiento que llega abrupto, el sudor frío se traslada a su nuca, ¿dónde quedó el calor agradable llamado paz? ¿Por qué solo puede recordar la imagen filosa de un arma en mano? Ve como posibilidad un examen reprobado y la decepción tras ello. La indulgencia podría llegar si aprieta suficiente, sin embargo la posibilidad es baja, lo que significa que sus Ousama Pudding peligran. Santo cielo, no con su Ousama Pudding. Quiere prestar atención, se obliga a ello y eventualmente la hora pasa entre un ceño fruncido en vano y la palidez tiñendo la vida. No quiere pensar en cuándo fue el momento que su cuaderno se llenó de garabatos de pudín, porque el pudor llega antes de siquiera cavilarlo. Será inevitable, lo sabe, ya sea la mala calificación o el llamado de auxilio que da automáticamente a su par más cercano. Y como si le leyera la mente, junto con el timbre de salida, Iori le mira. Fatigado, molesto, pero… ¡PERO! No hay más que un suspiro antes de sentir cómo el tercer golpe en el pupitre no es la condena, sino los apuntes. Bendito sea Iorin, piensa.

— ¡Los ocuparé sabiamente, Iorin!—Exclama, levantándose de su pupitre— ¡Lo prometo!

Ya sea por el vociferar innecesario, el aludido sacude la mano, entre restándole importancia y haciendo intento de influir en los recursos sonoros de su compañero.

—Sería una pérdida el permitirte reprobar, Yotsuba-san. Los medios amarían saber que un Idol adolescente está faltando a su derecho estudiantil, trabajando y obligándose a faltar con sus materias—y Tamaki escucha, o finge muy mal hacerlo. Su discurso es el típico. Podría recitarlo si se lo pidieran… aunque de hacerlo, no querría—. Debemos ser cuidadosos con nuestras acciones. Esto y aquello podría influir directamente a nuestra reputación y perjudicar también a la agencia.

—Sí, sí, sí, Iorin, ¿ya terminaste? ¡Ya volvamos! No tenemos todo el día.

Iori no ha terminado, pero está tratando con Tamaki. Está acostumbrado a ser interrumpido, también a sus imprudencias, por lo que su plan de acción resta en carraspear, cambiar el objetivo.

—Volvamos—concluye. Nota la emoción en su par y sabe que ha escogido sabiamente. Cualquier error, lo ha birlado de forma sublime y su respaldo es ver mecer el llavero de Ousama Pudding en frente, saliendo por la puerta del aula. Porque en ocasiones Tamaki pierde el tiempo… y sí que gana su buen lote con lo imprudente que ha salido.

La jornada escolar acaba para ambos. Al menos por el día. Porque es miércoles, mitad de semana y lo que es permisos convenientes para jornadas extensas en Idolish7, lo es también en exámenes atrasados y distintas cortesías que les hacen laborar aún más. Iori, puede con ello. Tamaki, duerme y lidia a su forma. De alguna manera, han funcionado. Sucede lo habitual: caminan hasta los trenes, toman un vagón y se movilizan hasta las residencias. Mitsuki les ha dejado algo de comer y disfrutan de su mano.

Yamato debería estar en rodaje, Nagi, ¿quién sabe en precisión dónde está ese hombre cuando siguen sin ver su prontuario criminal?, pero Iori propone la posibilidad de que esté en una sesión de fotos o, incluso acompañando a su hermano en alguna lectura de guion para los programas de la semana. Sí, incluso Iori estuvo consciente que frunció el ceño y Tamaki no duda en aprovecharse de ello, en una risa, ni descarada ni estridente. Se detiene pronto. Porque si Aya se fuera con alguien más, también pondría esa cara. Ah, ¿pero no era esa la realidad? El ambiente de aparente calma es cambiada por una latente infelicidad. Los problemas de hermanos son letales para corazones como los suyos…El estofado sabe a amor. Y ellos están falto de ello. Comer inmersos del sentimiento basta para olvidar la presencia del curioso.

— ¿Ya están en casa?—Pregunta pronto Riku. A falta de respuesta, los mira— ¿Iori, Tamaki…?

— ¡Rikkun!

Segundos pasan, el moquear de Tamaki es audible y tan pronto como sus ojos conectan, hay un ataque. Salta a un espontáneo abrazo hacía el pelirrojo, dándole una sorpresa. Porque si no puede tener a Aya, tendrá a Riku. Abrazarlo es cálido, y más cálido es sentir cómo la mueca de disgusto se da a sus espaldas.

Iori carraspea.

—Yotsuba-san, ¿crees prudente agitar así a Nanase-san?—Otro discurso. Está vez son dos quienes podrían recitarlo—. En cualquier momento podría tener otro ataque y no estamos preparados para atenderlo como corresponde y…

— ¡Iori!—Riku exclama. Sonríe, lo hace mientras Tamaki afloja el abrazo y se facilita el escape. Iori lo mira con perplejidad cuando este mismo posa la mano en sobre su hombro y presiona— ¿Freguemos los platos juntos?

— ¿No será demasiada actividad física…?

El descaro del menor de los Izumi no logra dar con Riku… o sí, lo hace, sin embargo entre tirar y tirar, la venganza tiene nombre de guantes y una sonrisa constante dirigida al lavado. Está claro que el ambiente entre esos dos es tenso. Iori suele ser idiota. Riku también. Pero Tamaki no se queja, pues le gustan así. Por eso no duda en sonreír cuando los ve recoger los platos. Los anteojos de lectura de Riku se empañaron y, aunque no lo crean, Tamaki nota todo. Ya sea esa sonrisa nacida de Iori ante la torpeza de Riku, a ese pequeño suspiro de Riku a la hora de notar relajo en Iori.

Son complejos y simples. ¿No pueden ser las tareas como tal? Piensa en ello cuando quiere recostarse sobre la mesa, pero puede escuchar el atisbo de un paso y su vista encuentra con la sonrisa queda que emerge desde el pasillo. Late. Un latido que persiste y le hace dudar entre una sonrisa y el respingar. Sougo está ahí, con ropas ligeras y tal parece que había estado en su cuarto. Sabe perfectamente que últimamente se encierra a favor de escribir y se pregunta cuánto habrá hecho desde la última vez que se vieron.

Antes de siquiera hablar, lo ve tapándose la boca con discreción. Entonces recuerda los apuntes, el idioma inoportuno de Iori a la hora de redactar y Mezzo". Es oportuno, pues no tarda en hurgar la nevera para llevarse su premio del día y correr con apuntes y todo en su dirección. Ninguno quiere romper el momento de esos dos, y en medio del camino, puede sonreír, agachar la cabeza para hacer notar su sonrisa y ver la respuesta automática.

—Tardes, Sou-chan.

—Buenas tardes, Tamaki-kun.

Entran a la habitación, sin ruido, sin hablar de más. Es costumbre. Son una unidad, ya no forzada como en un principio. De ellos mismos nace la necesidad de hablar, convivir, incluso de compartir una nimiedad corta o insignificancia. Incluso los espacios sin voz se han vuelto un gusto heredado tras las jornadas ruidosas. Tamaki suele sentarse, comer y abandonarse a jugar con el teléfono. Sougo repasa los cuadernos y sonríe, dispuesto a dar una mano.

— ¿Cómo estuvo el día en clases?—Sougo habla, mientras lee. Se puede ver que empieza a tomar apuntes de los apuntes de Iori—¿No hubo alguna distracción?

—Nop—automático y a medio pudín, Tamaki responde—. Fue normal.

Un quieto "ya veo" escapa del mayor. El silencio vuelve. Siguen en lo suyo, compartiendo el aire en la habitación. Huele a limpio, siempre está ordenada. Pero Tamaki puede notar cómo hay un menjunje de papeles en el basurero y en el escritorio siguen habiendo retazos de borrador esparcidos descuidadamente. El Sou-chan que se concentra puede volverse letal, tanto para el mundo como para sí mismo, es la moraleja que ha aprendido. Por lo mismo, solo puede mantener distancia hasta que liquida con su preciado Ousama Pudding y se acuesta en la cama, con el teléfono en mano. Se dedica a jugar, revisar redes sociales y seguir jugando, a esperas de un llamado de atención.

Según el reloj de pared y la décima quinta derrota, Tamaki no recibe ninguna atención en más de una hora. Incluso el ajetreo del exterior no fue capaz de remover a su mayor.

¿Por qué será que empieza a irritarse? No le gusta acostumbrarse a los silencios. Quiere romperlos. Porque el Sou-chan que le mira, es el Sou-chan que necesita en esos momentos. Sin razón exacta, el pecho duele. Duele, ¡duele de la ansiedad! No puede desesperarse. Ha aprendido. Es educado. Y la educación logra premiarlo con una alabanza, ¿no?

—Sou-chan—llama.

—Tamaki-kun—se replica.

Tortuosamente, traga. No es miedo lo que traba su lengua ahora, pero si tuviera que definirlo, sería algo similar. Han pasado por mucho, más de lo que hubiera imaginado en el día en que sus manos se rozaron por primera vez y por más que la brecha se haya estrechado considerablemente, Tamaki está consciente de los espacios. O algo así. Porque no tarda en fruncir el ceño frente a lo que no le agrada. Sougo no está prestándole atención del todo y ya ha sido lo suficientemente paciente como para obtener recompensa. Quiere decirlo en voz alta, encontrar una reacción que apremie su esfuerzo, sin embargo se limita a removerse sobre la cama de su mayor, aferrándose a la capucha en un vano intento de controlarse. Se detiene un segundo, esperando, expectante. La espalda apoyada en la cama y la nuca haciéndole burla permanecen inamovibles; Sou-chan es un demonio en aquellos momentos y no le gusta. No le gusta para nada. Porque apenas ve esa nariz pegada al libro y en ningún momento el perfil se le dirige. Sin piedad, empieza a sentirse desolado.

—Sou-chan—repite. Tiene más esperanzas.

—Tamaki-kun—escucha, pero no hay contacto visual—, estoy escuchando.

—No es cierto. Mentiroso.

Ceja enarcada. El libro baja y pronto ese perfil se vuelve hacía él. Una mirada firme que enfrenta. Es una guerra. Está molesto, quiere hacérselo ver. Sou-chan nunca ha sido justo, pero ahí está, viéndose incrédulo e ignorante, ¡otra maldad por la que justificarse! Como una corriente, la comunicación es lenta. Ya sea en segundos en blanco, miradas, ¿cuánto tarda en llegar la información? Sougo está ahí, intenta hacer sinapsis y, ¡justo! Como un escalofrío, la comisura de sus labios se alza y comprende, el mensaje es procesado. Tamaki es claro. Intenta serlo, corrige. Porque ese detalle siempre les lleva a distintos males, equivocaciones, encuentros; no importa cómo han llegado a entenderse, porque eso no les sacará de la tensión dulce en la que cohabitan.

—Lo siento. Te hice esperar mucho, ¿no es así?

—Te lo he dicho y sigues igual de tonto. Las disculpas no me servirán de nada, ¿para qué quiero yo unas disculpas?

—Es cierto, es cierto.

— ¿Entonces…?

Entre el exaspero, Sougo pensó.

Tamaki no era conocido por la paciencia, sin embargo esperó. Porque tenía fe. Seguía teniéndola, a pesar de todo. Así que, con los brazos cruzados y la mirada en alto, juzgó silenciosamente a su compañero de unidad.

— ¿Ousama Pudding?—Apostó Sougo. Una buena apuesta, sí.

— ¡Arg, eres tan idiota!

No la correcta, en efecto.

— ¿Entonces Tamaki-kun no quiere Ousama Pudding?

Entre el desconcierto, el jalar de pelo y el patalear de Tamaki encima de la cama, Sougo se sintió todavía más confundido. ¿Cuándo era que Tamaki no habría querido pudín? Obcecándose en ello, se fue incorporando cada vez más en dirección del adolescente histérico. No lo notaba pálido, sino rojo. Si era color de ira, bochorno o alguna fiebre, tan solo podría comprobarlo de una forma y entre juntar fuerza de voluntad y esperar que el arrebato del menor acabara, forzó su diestra contra esa frente. Rápido, tenso, con la respuesta dudosa de quien se quedó quieto ante el tacto, ¿sería eso un tic en el ojo? Sougo se preguntó si había algún libro que hablara de esos síntomas a fondo.

—Estás caliente, Tamaki-kun. Y junto a pérdida de apetito… ¿Qué más sientes? ¿Has tenido una buena concentración en clases?

— ¡Qué no estoy agripado!

— ¿Cuándo es que Tamaki-kun ha negado uno de sus preciados postres? ¡Según los libro, la falta de interés en los aperitivos es señal de algo grave!

— ¡Basta, basta, basta, basta!—Tamaki interrumpió— ¡Está claro que sí, siempre la respuesta es sí cuando es pudín! ¿Qué no entiendes, Sou-chan?

Efectivamente, Sougo no estaba entendiendo nada.

—Según lo que querías al inicio, no es un Ousama Pudding. Al menos no ahora...

—Primera regla, Sou-chan: cualquier pedido viene con un Ousama Pudding agregado. Es… es… ¡renundante! Sí, es renundante decirlo

— ¿…Redundante?

— ¡Eso, eso! Por lo que no debes de ni decirlo, ¿entendido?

Por inercia, el regañado tomó nota mental. Seguía habiendo un cabo suelto, dentro de todo.

— ¿Entonces qué es lo que quiere Tamaki-kun?

El silencio nace, porque la mirada de Sougo al fin cae en la de Tamaki y respiran. No al mismo tiempo, siempre con sus tiempos. ¿Cuál es la razón de Mezzo" para discutir? En un momento el menor deja caer sus hombros, sentándose en la cama tal y como un cachorro regañado. Se le ve abrir la boca. Callar. Lo hace tantas veces como para captar la atención de Sougo, quien no tarda en sentarse a su lado, insistiendo sobre su cada vez más pequeña silueta. También quiere hablar, preguntarle.

Inmersos en esa extraña atmósfera, el respingo de Tamaki es la melodía.

Solo eso.

Acaba, y cae.

Tanto su voz, como su cabeza. Sougo lo siente sobre su regazo y la corriente que emerge del roce logra erizar cada vello. Cerca. El calor de la respiración ajena sobre el pantalón, ese caer de cada hebra ordenándose una tras otra. Incluso el oxígeno lo siente acabar ante la presión en el vientre.

— ¿Ta-Tamaki-kun…?—Pregunta.

Hay demora.

Pero Tamaki le muestra medio rostro, con una mueca sofocada.

—Solo quédate así un momento y no hables—esos labios tiemblan. No es sollozo, no es grima—. Un minuto, o dos.

Mezzo" no es de piel, no se toca entre sí: eso lo han asegurado a voces y confirmado en funciones. Y es que la euforia en medio de los conciertos de Idolish7 se ha encargado de cambiar el asunto. Abrazos, manos aferradas. Lo hacen con el resto. Tamaki suele abrazar a diestras, tan afectivo como Sougo no sabría ser. Siempre han sido contrastes y he ahí al encanto que buscaron en ellos. Se logró tan diestramente que incluso en esos momentos habitaba la duda, ¿eran esos latidos reales o simplemente emergían del efecto Mezzo" auto-impregnado en sí mismos? ¿Por qué era que las manos se movían a merced de acariciar ese cabello y la respiración se acomodaba a la contraria? Involuntario, en un trance, el mayor aprendió de la textura de la paz y el menor del significado que la atmósfera meliflua en que convivían. Ambos latían. Corazones, sentimientos. Y esa burbuja se dibujaba en un título.

Los fragmentos de amor emergen, a distintas formas.

Sougo los traga. Siempre, a cada pequeño impulso. Su mente se encarga de taparle la boca e hipar en ellos.

Tamaki los desparrama a raudales, volátil. No sabe qué hacer con ellos, pues es inexperto, y se exaspera.

La condena yacía en lo mismo. Aquello que el mayor aprendió a disfrutar en silencio, a pequeñas dosis, el menor no soporta tenerlo incompleto. Un caos. El contraste choca y eventualmente sus ojos vuelven a chocar cuando el flequillo de Tamaki es apartado por Sougo. Y no pueden moverse. Estáticos, calurosos. En cualquier momento estallan en la escena: lo harán a sus formas. Siempre a sus formas.

— ¿Cómo ha ido la escuela, Tamaki-kun?—Sougo se apresura, se detiene. Deja las manos a cada costado.

No quiere perder nada. Una mala acción, será perder todo lo que ama. Mezzo" está bien así.

—Eso ya lo preguntaste—Tamaki se levanta, lo mira.

— ¿Es… cierto?

A juzgar por la mueca del menor, se ha comido su comentario. Es cierto que Sougo siempre recuerda las cosas. Detalles, voces, nimiedades. No sabe mentir, está más que claro. También esa capacidad de esquivar conflictos se ha deteriorado cuando se refiere a Tamaki.

—Es bastante tarde, pero no estaría mal que rompas los horarios y comas un postre antes de la cena. Querías uno después de todo, ¿no?

Y se levanta, dispuesto a irse.

—Sou-chan.

El llamado que detiene todo. La muñeca de Sougo es aprehendida y Tamaki tira de ella, temblando. Hay fuerza, tensión. Se siente como si en cualquier momento se fuera a romper.

—Sou-chan—repite Tamaki—. ¡Sou-chan!

Aun siendo malo para las explicaciones, por primera vez se siente tan claro, tan límpido, que el querer escucharlo se vuelve una maldición, un deseo que se quiere ocultar. Es sucio, culpable. Mezzo" peligra. Ninguno quiere que Mezzo" peligre, pero.

Pero.

Sucede. No se sabe en qué momento, pero la rigidez de los labios de Tamaki choca contra el aliento de Sougo y se conserva de tal manera que el agarre en la muñeca se vuelve cada vez más duro. Es extraño cómo las piernas no parecen sentirse, el calor se almacena en el pecho y cada fragmento despedaza cualquier cordura: ya no hay razón. Como un arranque de adrenalina, se separan. No hay una mueca triunfal del menor, ni una de sus típicas risas seguras. Tampoco parece haber reproche, réplica. Solo un silencio que los sella.

Impulso, arrepentimientos. Dos cosas que van de la mano, torturan. Sougo lo sabe tan bien que su cabeza hiende. Sin embargo actúa. Quita el agarre que se ha vuelto frágil y lo cambia por otro, ¿cómo negarlo? Sus manos se aferran a esa nuca, abrazándole, juntándole tan furtivo como para no alcanzar a dar espacio para la sorpresa. Mezzo" se funde dulcemente en un nuevo beso, ese que roza, desliza, llenándose de unas ansias en aumento. No hay cuándo ni cómo, pues las manos de Tamaki ciernen una cintura que no deja de moverse, y no se queja, es agradable. Incluso cuando la humedad de la punta de una lengua le estremece, empieza a entender más y más de ese juego en aumento, disponiéndose a seguir, mezclando su saliva en ese torrente de especias. Es calor, es química, y por cada segundo, el abrazo parece condenado a la eternidad, envuelto de unas lenguas que se ansían con un experimental primer toque.

Quizás no son los primeros en sus vidas, no. Pero el vuelco en el estómago, ese revolotear, ¡es como si fuera así! El oxígeno no se mide, las mejillas se acaloran e, hinchadas, las bocas se separan y jadean a centímetros entre sí. Se han perdido en la oscuridad y al parpadear, toda claridad señala cuán absortos habrían estado. Tamaki al fin ríe, lo hace cómo el niño orgulloso que es y se relame los vestigios de saliva. Sougo incluso puede resentir la dulzura poco habitual, formarla en lo que es una sonrisa. Recuperar la compostura es lento y un lamento.

No debió haber pasado.

No debía de haber pasado.

—Tamaki-kun—habla Sougo. Sobrio, despiadado. Ese semblante es reconocido automáticamente y el escalofrío llega, incluso la palidez—. Es tarde. A dormir.

El aludido tiene prioridades a la hora de reaccionar: revisar la posible existencia de algo potencial como arma potencial, buscar una manera de defenderse de ser empuñada en su contra y, por último, mirar el reloj de pared. Puede distinguir libros, bolígrafos y una cuchara –su propia cuchara, por cierto. Recuerda haberla dejado bajo la cama tras comer un Ousama Pudding– y todo, absolutamente todo, luce peligroso a manos de esa bestia camuflada. Claro, el susto no pasa, no obstante la hora le indica que su derecho a la comida está en peligro. Porque no es tarde, ¡siquiera ha cenado! Tamaki jura que con toda la emoción del día, se volverá voraz en apetito y quiere comer. Sí que quiere comer. Más del escozor de Sou-chan, también algún otro Ousama Puding de paso. Y algo cocinado por Mikki, si se puede pedir.

— ¡Pero Sou-chan!—Chilla.

¿Hay compasión? De alguna manera el brillo es empuñado y jura no haberlo visto venir. La cuchara, esa misma que guardaba de emergencias y esperaba ocupar a futuro, es el presagio de una amenaza. Alza las manos ante eso, retrocede hasta la puerta que Sougo abre. Tamaki cae al pasillo de la residencia, recibiendo su cuchara sin daño y sintiendo la última sonrisa tensándose a su dirección. No es una sonrisa de todo está bien. Tampoco una amable. No reconoce esa sonrisa para nada.

—Buenas noches, Tamaki-kun.

Y cierra.

No más Sou-chan. Despiadadamente la puerta se vuelve a abrir y los apuntes de Iori (traducidos al humano) caen al piso. Antes de hacer intento de hablar, otra vez la puerta se cierra. Ahora en definitiva.

¿Qué ha pasado?

¿Dónde quedó ese calor?

Porque el corazón late de tal manera que al fin la sangre se coordina con sus mejillas. Acaba de pasar. Ha besado a Sou-chan y, ¡no solo eso! Fue correspondido. Entre la emoción, el ímpetu y el júbilo, siente la sonrisa extenderse más y más. No podrán quebrarla. Nada podrá quebrar su sonrisa.

Sin embargo, tras la puerta, el peso de Sougo se resbala. Ha pasado, piensa. Besó a Tamaki y se dejó llevar. El corazón quiere escapársele por la garganta. Náuseas, terror. La información llega de golpe y le ha dado duro a todo ámbito de consciencia. No puede volver a pasar. Se encargará de que no suceda.

Mezzo" se rige de contradicción. Mezzo" es contradicción.

Idolish7 lo sabe.

Por eso Yamato está a medio beber de una cerveza, con medio cuerpo entre la puerta y el pasillo. Mitsuki aparece desde la cocina ante el alboroto bien seguido de Nagi, quien no abandona su sonrisa cotilla. Desde la habitación de Iori, la cabeza curiosa de Riku emerge.

A pesar de eso, Tamaki no lo nota. No lo que debería. Pues se levanta y dirige hacía el cocinero predeterminado de la ocasión. Su emoción es latente, visible.

— ¡Mikki!—Exclama— ¿Ya está lista la cena? ¡Estoy hambriento!

Yamato se preguntó mentalmente si tendría que dar una futura Mezzo-intervención por amor a la paz del grupo.