Draco es como veneno.

Una sustancia letal y dañina que se introduce en su organismo, deslizándose por su piel, paralizándola y dejándola sin sentidos, adormeciéndola y dejándola a su merced. Lo sabe cuándo mira sus ojos grisáceos y se da cuenta que ya es tarde, esta intoxicada.

Había sido envenenada.

Si, afirma, cuando sus labios se unen e intercambian saliva en un apasionado beso.

Nocivo. Así es Malfoy.

El chico que Hermione está besando y acariciando con desenfreno su suave cabello.

Y no tiene antídoto.

Sin embargo, tampoco lo quiere. Como si hubiera sido envenenada por una serpiente, Hermione siente los efectos que le produce Malfoy, los mismos efectos que no quiere que desaparezcan.

No quiere que haya cura.

—Hermione —Gruñe.

Lo oye la chica, un nombre que solo salía de su boca si estaban a solas. Un nombre que de sus labios quería seguir escuchando.

—Draco.

Entonces, ella pronuncia.

Los colmillos del nombrado, se clavan en el níveo cuello de la joven. La muerde. Dejándole una marca de posesión y sus manos escurridizas se deslizan por debajo de su ropa.

Toxico.

Su relación que se realizaba a escondidas. Es toxica.

Ella deja escapar un gemido, por el lugar que -ahora- había mordido, mientras sentía como el estante lleno de libros se clavaba en su espalda baja.

Podía tratar de resistirse, pero era más fuerte el veneno, ese que había sido introducido en su cuerpo con tan solo una mirada del muchacho.

Hermione siempre se terminaba dejando envenenar por Draco Malfoy, él, era veneno.