Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling y la Warner Bros. Esta historia es sin fines de lucro.
Sinopsis: Harry aprovecha que es el nuevo Maestro de la Muerte y consigue una segunda oportunidad para Hermione, quien murió durante la batalla de Hogwarts. Ahora solo debe esperar los años necesarios para volver a verla y, con suerte, amarla como debió desde el principio. Lo único que no calculó fue la diferencia de edad...
Advertencias y aclaraciones:
Fanfic terminado. Lo escribí de un tirón, así que no crean que voy a dejarlo abandonado o, peor, que olvidé el resto de mis historias.
No esperen una verdadera relación romántica hasta que Hermione deje de ser una niña. No es mi interés escribir ese tipo de fic.
Como verán en el primer capítulo, intenté no invertir mucho tiempo en la infancia de Hermione, ya que no es tan importante. Sólo me concentré en los momentos claves de su crecimiento, para que comprendamos la muy ligera diferencia de carácter que ahora tendrá. Lo mismo sucederá con su pubertad.
Harry será un personaje misterioso. La forma en cómo consiguió darle una segunda oportunidad a Hermione se develará muy lentamente.
Esta es una historia de amor. Pero no la clásica historia de amor. No pueden pedir las cosas fáciles cuando nuestros protagonistas se lleva diecisiete años. Menos cuando son profesor y alumna.
Agradecimiento a: uno de mis autores favoritos, Romantic Silence, quien escribió Catching up, un fanfic inacabado de dos capítulos en donde plantea la idea que dio origen a este fanfic.
La partida del Maestro de la Muerte
Lessa Dragonlady
"Dos veces ella"
No me considero una bruja fuera de lo común. Soy de St. Otterpot, Escocia, fui la tercera hija del matrimonio entre Francis y Marie Berkley, y tuve la "suerte" de nacer el 2 de mayo de 1998, el día en el que Harry Potter venció al terrible mago oscuro Lord Voldemort, es decir que cada año mis padres hacen un esfuerzo por celebrar mi cumpleaños sin que pase desapercibido por la fiesta nacional.
Mi infancia estuvo plagada de aventuras en las verdes colinas de St. Otterpot. Michael y Francis, mis hermanos mayores, fueron mis mejores amigos. El resto de los niños del pueblo se unían a nuestras exploraciones en el bosque, y continuamente se quedaban a dormir en nuestra casa. A veces me molestaban por ser la única niña del grupo, pero mis hermanos de inmediato ponían un freno a esas burlas. Después, cuando comenzaron mis episodios de magia "accidental" yo detenía las burlas.
Mamá y papá siempre dicen que no tienen idea de cómo tuvieron una hija tan brillante y poderosa. Mientras mis hermanos apenas conseguían hacer pequeños trucos de levitación, yo ya estaba invocando flamas eternas. Eso me volvió el arma secreta de mis hermanos, y juntos hicimos las travesuras más ingeniosas a los residentes de St. Otterpot.
La vida en el pueblo era sencilla, a veces hasta aburrida para mí. Papá tuvo que empezar a trabajar turnos extras en el molino para pagarme los libros que quería. Cuando cumplí ocho años mamá me explicó que ese tipo de gastos tendrían que reducirse, ya que Michael iniciaría Hogwarts y su educación costaba mucho.
Michael me consoló prometiendo que me enviaría por lechuza los trabajos escolares que fuera haciendo, de manera que yo pudiera seguir estudiando.
Quizá por eso no me dolió tanto despedirlo en King Cross. Intenté mostrarme valiente, igual que Francis, quien escondía sus lágrimas recargándose en la gabardina de papá.
—Hey, pequeña nutria, cuida de nuestro hermano, ¿de acuerdo? —me dijo Michael con su clásica sonrisa blanca.
Yo asentí temblando mientras le ofrecía mi regalo de despedida: una llama eterna encerrada en un frasco de mermelada vacío.
—Promete que no te olvidarás de mí —susurré triste.
—¿Olvidarme de la hermanita más inteligente y molesta del mundo? Imposible.
Los Berkley sonreímos al ver el tren escarlata marcharse.
Francis agarró mi mano antes de murmurarme —Esto merece un buen drama a la señora Grimes para que nos regale tarta de moras.
—Yo lloraré mientras tú mencionas lo poco querido que eres por ser el hermano de en medio.
—Hecho.
Mamá nos miró sospechosa —Ahora que Michael ya no está en la casa espero un mejor comportamiento de ustedes, jovencitos.
Ambos replicamos con el mismo tono falso —¡Sí, mamá!
Pero fue justo lo contrario.
Ese año Francis demostró que durante mucho tiempo Michael lo detuvo de hacer las peores bromas y travesuras del mundo. Yo no me quedé atrás, disfrutando del hermano que me quedaba antes de que él también partiera a Hogwarts.
Fiel a su palabra, Michael me mandaba sus tareas semanales junto con la obligatoria carta para mamá y papá, donde contaba cómo le iba en la escuela.
Michael, naturalmente, quedó en Ravenclaw, como yo predije a pesar de la insistencia de papá de que sus hijos continuaríamos la honorable línea Hufflepuff. Yo estaba extasiada de tener un cuervo en la familia, pero Francis casi se desmaya al enterarse de que Harry Potter era el Jefe de Gryffindor.
Francis es fanático de Harry Potter... igual que el resto del mundo mágico. Desde ese momento se juró ser Gryffindor para poder convivir con su héroe. Incluso papá aceptó ese plan.
A mí me daba igual Harry Potter. Por supuesto admiraba su participación en la historia mágica, pero me parecía tonto idolatrar a un mago que no conocíamos. Cuando se lo dije a Francis me dejó de hablar por una semana, y tuve que regalarle tres chocolates para que me perdonara.
Fue hasta dos meses después cuando volvimos a saber de Harry Potter.
Michael nos contó en su carta que estaba intentando encontrar las cocinas de Hogwarts, y lo único que logró fue que Harry Potter lo atrapara después del corte de queda. Pensó que el legendario héroe lo castigaría enseguida, pero el profesor quedó paralizado al ver el frasco con la llama eterna que le regalé a mi hermano, y que en esos momentos utilizaba para iluminar los pasillos.
—Ese es un encantamiento muy avanzado, señor Berkley. No he conocido a otra persona que fuera capaz de lograrlo.
—Gracias, profesor Potter, pero no es mi mérito. La verdad, mi hermanita me lo regaló.
—¿Me estás diciendo que una bruja sin estudios creó una llama eterna?
—Jamás le mentiría, señor. Y tampoco es el primero en quedar sorprendido por las habilidades de mi hermana. Hermione es el orgullo familiar.
Según Michael, cuando Harry Potter escuchó mi nombre, dejo caer su varita.
Francis me miró incómodo —Papá y mamá realmente exageraron al nombrarte como la heroína de la guerra, Hermione Granger. El pobre señor Potter debió recordar a su amiga.
Asentí —Qué vergüenza cuando vaya a Hogwarts y tenga que convivir con él.
—Bueno, aún te faltan dos años.
Sin embargo, no tuve que esperar tanto tiempo para sentirme avergonzada.
Cuando Michael regresó a casa por las vacaciones navideñas, entre sus pertenencias estaba un viejo libro.
—¿Y esto, Mike? —pregunté sin despegar los ojos de Hogwarts: una historia.
Mi hermano me arrebató el libro —¿Qué haces curioseando en mi baúl?
—Lo... Lo lamento —dije confundida. Él jamás había tenido problema de mostrarme sus cosas.
Michael deshizo el gesto enfadado, regresando a esa bella expresión que amaba tanto.
—No importa. Es que arruinaste tu sorpresa. Te lo iba a entregar en Navidad.
—¿Es para mí? Oh, Mike, eres el mejor hermano del mundo.
Francis, echado en la cama de junto, nos miró molesto —Diez minutos en la casa y ya recuperó el puesto del mejor hermano del mundo. Rayos.
Michael giró los ojos —No me lo agradezcas. En realidad este regalo no es de mi parte, sino del profesor Potter. Cuando averiguó que te mandaba mis tareas para que siguieras estudiando, me preguntó por qué lo hacía. Me dio pena decirle que somos pobres, así que le inventé que mueres de ansiedad por conocer más de Hogwarts. Al siguiente día me entregó ese libro para ti.
Francis se levantó de la cama —¿Cómo? ¿Así nada más?
Abrí el libro, más confundida que feliz —Mike, este libro es primera edición, debe valer una fortuna.
—Todos sabemos que el profesor Potter es millonario. No creo que para él signifique tanto.
Sentí mis mejillas calientes —Mamá dice que es de mala educación recibir regalos tan costosos.
Francis me replicó como si fuera obvio —Pues no se lo cuentes a mamá. Diremos que Mike lo pidió de la biblioteca de Hogwarts.
Michael asintió, agitando su cabello rizado y rubio —No tiene nada de malo. El profesor Potter es genial, hasta me enseñó cómo entrar a las cocinas. Ya quiero que los tres estemos en Hogwarts, será fantástico.
Eso me hizo olvidar por un momento a Harry Potter, pues lo que más deseaba en el mundo era que mis hermanos y yo pudiéramos pasar todo el tiempo juntos igual que antes.
Las vacaciones de Michael duraron muy poco. Con trabajo alcanzamos a construir quince hombres de nieve alrededor de la casa de la vieja del pueblo, para que no se sintiera sola en Navidad. Después, tuvimos que despedirnos a Mike.
Con el tiempo libre que eso me dejó, empecé a leer Hogwarts: una historia y me sorprendí al encontrar viejas notas hechas con lápiz en los márgenes. La letra, pulcra y ordenada, se parecía mucho a la mía. El libro resultó fascinante más allá de su contenido por esas anotaciones. Quien sea que se atrevió a escribir en ese valioso libro, sabía perfectamente lo que hacía. Quizá por eso el señor Potter me lo regaló, tal vez el libro perdió valor ya que estaba rayado.
En abril celebramos el cumpleaños de Francis. Mamá hizo su clásico pastel de zanahoria, invitamos a todos los niños del pueblo y abrimos los regalos. Papá llegó después de trabajar con un baúl de segunda mano. Cuando anocheció los Berkley salimos a las colinas de St. Otterpot para ver las estrellas, igual que en el cumpleaños décimo primero de Michael. Era una tradición estar bajo el cielo oscurecido mientras abríamos la carta de Hogwarts.
—No puedo esperar a recibir la mía —dije molesta—. Esta vez pasaré sola un año antes de poder irme con ustedes. Será terrible.
Francis no parecía tan afectado —Por lo menos seguirás comiendo tarta de moras de la señora Grimes.
Solté un enorme suspiro —Eso no me consuela. En Hogwarts: una historia dice que la comida que sirven en el castillo es digna de un rey. Los banquetes ocurren todos los días, desayuno, comida y cena.
Francis ignoró por completo lo que dije, estaba pensando en otra cosa más "interesante" —No puedo esperar a conocer a Harry Potter. Ahora que Mike ya es su amigo podré pedirle un autógrafo.
—Mike no puede ser su amigo. Es su alumno. Y no te recomiendo que le pidas un autógrafo, eso le debe pasar todo el tiempo. Lo único que conseguirás será alejarlo de ti.
Francis los pensó un rato —Bueno, siempre has sido la lista, así que te haré caso.
En verano regresó Michael, se veía más alto. Traía un montón de tarea para su segundo grado, y un nuevo regalo para mí.
—¿De nuevo de parte del señor Potter? —pregunté al recibir el libro Los cuentos de Beedle el Bardo.
—Sí, y también traigo un regalo para Francis. Le expliqué al profesor Potter que tengo dos hermanos menores, no solo uno.
Francis sonrió a punto de desmayarse por el gusto —De parte de Harry Potter hasta agradecería un libro.
Lo miré irritada —Honestamente. Parece que fuera malo recibir un libro.
Michael le pasó un banderín de Gryffindor —Me lo dio cuando le dije que querías ser un león.
—Oh, Merlín... Es perfecto.
Ignoré los exagerados halagos de mi hermano y mejor me concentré en el clásico libro infantil que Harry Potter me envió. Yo ya me sabía de memoria esos cuentos, así que no me pareció un regalo tan bueno como el anterior. Al abrir la portada noté que esa edición también estaba rayada. En la primera hoja aparecía el símbolo de las reliquias de la muerte. Abajo una anotación en lápiz: "El amo de las reliquias conseguirá de la Muerte una vida".
—¿Qué significa esto?
Michael y Francis me miraron curiosos antes de volver a discutir sobre Quidditch. Clásico.
El verano fue tan caluroso que pudimos pasar cada día en el riachuelo. La mitad de nuestros amigos hablaban de lo maravilloso que era Hogwarts, y la otra mitad de lo genial que sería entrar en septiembre. Yo era la menor, por lo menos de nuestro grupo amistoso, así que me sentí relegada. Una de esas tardes ya no pude aguantar esa sensación, y cuando Wyatt Lawrie se burló de mí cabello esponjado mi magia reventó.
Fue horrible. En el rostro de Wyatt quedaron dos cicatrices cruzadas en su mejilla. En mi corazón quedó la imagen de sus ojos azules, aterrados.
Mamá tenía miedo de que yo me volviera a salir de control de esa manera. Michael y Francis me defendieron, intentando evitar medidas drásticas.
—Fue culpa de Wyatt. Sabes cómo es con Hermione, mamá.
—Sí, ese mentecato se lo tenía bien merecido.
Mamá nos miró escandalizada —El niño de los Lawrie pudo haber perdido el ojo. No fue un accidente menor. Además, ya les he contado lo que puede ocurrir cuando un mago o una bruja muy poderosa es incapaz de contenerse. Por Merlín, ¿quieren volver a escuchar esa historia?
Yo escondí mi rostro, llorando en la mesa de la cocina. Sabía a qué historia se refería mamá, la misma que llevaba contándome desde que tengo memoria: cómo Albus Dumbledore, antes de ser aniquilador de magos oscuros y director de Hogwarts, mató a su hermana cuando era un niño, ya que no podía contener su magia.
Francis soltó un bufido —¿Qué importa lo que haya pasado con él? Murió hace años, mamá. Seguro es una de esas historias que se inventan las viejitas para asustar a niños.
Michael no se veía tan seguro —El profesor Potter siempre menciona al antiguo director Dumbledore en sus clases. Fue su mentor.
Mamá regresó al tema —No podemos arriesgarnos a que Hermione cometa una fatalidad —me miró triste—. Lo lamento, cariño, pero tendrás que quedarte en la casa hasta que te marches a Hogwarts. No más excursiones al bosque ni paseos al riachuelo.
Quise decirle que era injusto, que un año encerrada sería insoportable, pero guardé silencio al ver la sangre de Wyatt Lawrie que estaba salpicada en mi suéter.
Cuando terminó el verano Michael estaba aliviado, pues se había quedado conmigo en la casa, como apoyo moral. Francis hizo un esfuerzo monumental para esconder lo feliz que se sentía.
En King Cross abracé llorando a mis hermanos. Me sentía abandonada.
—Eres muy sentimental, Hermione —me dijo Francis—. Toma esto, ya no llores.
Recibí una pequeña nutria tallada en madera. Me pareció hermosa.
—¿Tú la hiciste?
Michael se burló —Ya lo creo, ¿no ves que fea le quedó?
Sonreí antes de darle un beso a Francis en la mejilla —¡Gracias! Yo también te tengo algo.
Era un frasco de tres onzas encorchando. Adentro había una flama eterna.
Francis la metió en el bolsillo de su túnica, un poco sonrojado —¿Se volverá una costumbre de los Berkley entrar a Hogwarts con una de éstas?
Papá no dejó escapar la oportunidad para agregar esa nueva tradición a su enorme repertorio.
Vimos el tren alejarse, y yo insistí en mantenernos en la plataforma hasta que el último mago se fuera. Mamá consintió mi deseo.
Esa noche Francis envió su primera carta.
—¡Hufflepuff! —celebró papá casi llorando de orgullo— Mi segundo hijo es un Hufflepuff. Esto hay que celebrarlo. Oh, Hermione, ya te puedo imaginar en amarillo y negro. Será muy fácil tu ajuste en Hogwarts con tu hermano mayor en la misma Casa.
Mamá le dirigió una mirada —¿De qué hablas? Nuestra niña será Ravenclaw, igual que Mike. No puedes negar una mente brillante cuando la ves.
Papá hizo un gesto con la mano, como si alejara las palabras de mamá —Mike sacó mucho de tu familia, cariño. Francis y Hermione, en cambio, son completos Berkley. Lo mismo que decir tejones.
—¿Qué más cuenta Francis? —pregunté desesperada.
Papá siguió leyendo la carta —Nos comenta en qué Casas terminaron el resto de los chicos de St. Otterpot. Oh, Wyatt Lawrie es un Gryffindor.
Hice una mueca —Definitivamente no quiero estar con él. Adiós, Gryffindor.
—Firmó diciendo que tú tenías razón, Hermione, el banquete de Hogwarts es insuperable.
Mamá sonrió —Es verdad. ¿Recuerdas esa época, querido?
—Para mí Hogwarts significa más que una buena comida, amor: ahí te conocí.
Mi madre se sonrojó muy sonriente —Quién iba a pensar que la hija de muggles de Londres se enamoraría por el hijo de granjeros mágicos de St. Otterpot.
Al mirarlos tan emocionados me sentí extraña. ¿Tal vez yo también conocería al amor de mi vida en Hogwarts? ¡Oh, no! ¿Y si mis hermanos conocían al amor de sus vidas ahí?
—No quiero que Mike y Francis salgan con brujas —dije de pronto—. Son míos.
Mamá comenzó a reír —Ya te quiero ver cuando tú caigas por un joven mago, cariño.
Papá se puso morado —Eso no. Mi pequeña zanahoria jamás tendrá novio.
Giré los ojos al escuchar el mote cariñoso —Sí, papá.
—No puedes impedir que la naturaleza siga su curso, querido. Nuestra Hermione algún día traerá algún chico a la casa.
—Ningún mago en el universo es lo suficientemente bueno para mi pequeña zanahoria. Ninguno.
Mamá lo miró divertida antes de decir —¿Pretendes echar a cualquier pretendiente de nuestra niña? Oh, serás el clásico terrible suegro.
—No quiero caer en estereotipos. Permitiré que la zanahoria salga con alguien que cumpla ciertos requisitos. Por ejemplo, que haya salvado al mundo, que sepa magia sin varita y que sea millonario. Fácil.
Sin querer empecé a reír muy fuerte —¡Papá, acabas de describir a Harry Potter!
Él me miró sabiondo —Lo sé. Y como el señor Potter es bastante mayor que tú, puedo estar tranquilo para siempre.
Mamá le dio un suave golpe en el brazo —Eres terrible.
A la semana Francis y Michael enviaron nuevas cartas. Sus vidas en Hogwarts se escuchaban tan emocionantes como ir al espacio. Mientras a mí me salían raíces encerrada en la casa.
—¿Por lo menos puedo aprender a montar?
Mamá siguió engrasando el motor del tractor mágico, sin mirarme —Sabes que no. Todavía eres muy pequeña.
—Dejaste que Mike montara la última vez que vino...
—Mike es mayor que tú por dos años. Dije que no. Lo lamento.
Papá decidió ayudarme a romper el aburrimiento y me llevó a trabajar con él al molino. Ahí pasaba las tardes conversando con los pueblerinos que compraban semillas y otros productos. Mi accidente con Wyatt Lawrie me volvió relativamente famosa, y todos estaban emocionados de que una bruja potencialmente extraordinaria pusiera a St. Otterpot en el mapa. Incluso la madre de Wyatt me dijo que comprendía la situación, y que por suerte no pasó a mayores.
—Además mi hijo es demasiado parecido a su padre. Ya era hora de que una bruja lo pusiera en su lugar. No temas, Hermione, en St. Otterpot las mujeres nos cuidamos entre todas. Tal vez cuando vayas a Hogwarts hagas que el resto del mundo mágico nos conozca, parece como si fuéramos inexistentes.
La vieja Grimes se metió a la conversación —Pero eso no siempre ha sido malo. Nos libramos de que Lord Voldemort se metiera con nosotros. Si mis hijos me hubieran escuchado, si tan solo no hubieran ido a la guerra... —comenzó a llorar.
La señora Lawrie abrazó a la pobre bruja —No sufra más, Voldemort fue terrible, pero Harry Potter nos salvó a todos —me miró cariñosa—. Ya debes saber que tus padres te nombraron como la mejor amiga de Harry Potter, ¿verdad, Hermione? Naciste cuando la guerra terminó. Eres especial.
Terminé de meter las semillas en las bolsas de papel y se las di a la señora Grimes —La verdad me da un poco de vergüenza mi nombre...
—Oh, tonterías —dijo la vieja bruja, agarrando la bolsa—. Seas o no como la legendaria Hermione Granger, que ahora debe descansar entre grandes magos y brujas en el cielo, eso no quiere decir que no tengas un gran corazón. Jamás olvidaré los muñecos de nieve que tus hermanos y tú me hicieron la última Navidad para que me acompañaran. Ustedes son tan buenos muchachos.
La señora Lawrie sonrió enternecida —Tu padre tuvo tanta suerte de conocer a Marie en Hogwarts. Ella es una bruja dulce, trabajadora y ejemplar, y obviamente heredó esos atributos a sus hijos.
—Gracias. Mi mamá es la mejor —respondí sincera.
Los meses pasaron con desesperante cotidianidad, hasta que mis hermanos arribaron en diciembre, entusiasmados de contar cada cosa que aprendieron. Comimos carne asada en las colinas, jugando con la nieve mientras se cocían las chuletas. Al principio fue difícil volver a interactuar igual que antes con mis hermanos, pero en un par de horas estábamos como si no nos hubieran separado nunca. Lo mejor fue cuando me dijeron cómo habían montado varias bromas usando los hechizos que les recomendé en mis cartas.
—Cuando estés en Hogwarts seremos imparables —sonrió Michael, tallándose las manos enguantadas.
Francis se veía igual de feliz —Podremos explorar el castillo, dicen que hay pasadizos secretos y un salón que viene y va.
Los miré agradecida —Pensaba que ya no iban a querer juntarse con su hermana menor.
Francis puso una mano en su pecho, dramático —¡Soy un Hufflepuff! Leal hasta morir. De tu otro hermano quién sabe cómo confiaremos, ¡prefiere estudiar que pasar las tardes conmigo!
Michael le aventó una bola de nieve —¡Tenía que entregar ese ensayo para el siguiente día! Ya sabes cómo se pone el profesor Potter si no llevas la tarea completa.
—Ah, hablando del profesor Potter, me preguntó si te había interesado el libro que te mandó, Hermione. Le dije que no mucho, porque ya te sabías los cuentos de memoria. Prometió que te enviaría uno de verdad bueno la siguiente vez.
Sacudí la nieve de mis botas, escondiendo mi sonrojo —¿Por qué quiere darme otro libro? Yo no le he pedido nada.
Michael se encogió de hombros —El profesor Potter hace muchas cosas extrañas. En el colegio todos lo quieren. Sus clases son las mejores y siempre se interesa por alumnos que parecen tener problemas. No creo que sea tan especial que te quiera mandar libros.
Quise creer en mi hermano, pero algo me hacía sentir lo contrario.
Esa Navidad fue muy graciosa. Cuando estábamos por cortar el pavo, un enorme gato naranja entró por la ventana de la cocina y tiró las ollas, creando un batidero en el piso. Papá lo atrapó enseguida, acostumbrado a lidiar con mapaches que se metían al molino, pero algo en la expresión destrozada del gasto me hizo reaccionar.
—¡No lo tires a la calle, papá! Por favor...
—Hermione, este viejo gato apesta y...
—Yo lo bañaré —dije acercando mis manos al felino de nariz aplastada.
Mamá intentó detenerme —¡No! Puede ser peligroso.
El gato se zafó del agarre de mi papá y brincó a mis brazos, ronroneando y maullando desesperado. Se veía muy viejo, cansado y hambriento.
—Pobrecito, ¿qué has tenido que vivir? —lo acaricié para que se relajara.
Michael y Francis ya estaban junto a mí, mirando al gato con poca alegría.
—En serio apesta, hermana.
Mamá limpió la cocina con su varita, suspirando por la noche arruinada —Quita esa cara Hermione Berkley, no te quedarás con esa bestia.
Por primera vez me rebelé ante algo que mi madre pronunció —Creo que si tengo que pasar el resto del año encerrada en esta casa, lo mínimo que puedo pedir es una mascota, ¿no?
Papá me señaló —Cuida ese tono, jovencita. No tenemos dinero ni espacio para esa criatura.
Michael se metió en la discusión para ayudarme, como siempre —No es justo, son muy exigentes con Hermione. Ella siempre se porta bien, es súper inteligente y ayuda en todo lo que le piden. Si quiere a ese esperpento de la naturaleza, deberían dejarla tenerlo.
Lo miré molesta por el término que utilizó para el gato.
Francis también habló —Además cuánto puede durar el gato, se ve que está en sus últimos años. Si quieren Mike y yo podemos enviar un poco de comida desde Hogwarts, tal vez unas piernas de pollo o algo para que coma el gato.
Mamá parecía muy molesta —Son imposibles cuando se ponen del mismo lado.
Me le acerqué con mi mejor carita de tristeza —¿Eso quiere decir que nos podemos quedar con el gatito?
Papá y mamá cruzaron miradas. Finalmente aceptaron.
—Pero ese será tu regalo de cumpleaños, zanahoria.
—¡Gracias!
Michael, Francis y yo fuimos al pozo para bañar al gato.
—Son los mejores hermanos del universo. Gracias por ayudarme allá adentro.
Francis cogió uno de los cepillos de los caballos —La verdad el gato me da gracia, y hace mucho que no te veía tan feliz por algo.
—Estar encerrada sin ustedes ha sido muy feo —respondí.
—¿Cómo le vas a poner? —preguntó Michael.
—Algo me dice que ya tiene nombre. Solo quisiera saber cómo averiguarlo.
Entibié el agua con un poco de magia, y entre los tres bañamos al gato con cariño.
El resto de la noche la pasamos en mi cuarto, metidos en la cama con un esponjoso gato feliz, comiendo lo que mamá pudo rescatar de la comida. Al escuchar los villancicos del otro lado del pueblo, sentí mi pecho encogerse, recordando una fría Navidad en otro pueblo.
—¿Qué tienes? —me dijo Michael, viendo mi rostro lleno de lágrimas.
—No sé. Pensé en otra Navidad y en otro pueblo, muy lejos de aquí. Pero es imposible, ¿verdad?
Francis me quitó la última rebanada de pastel de chocolate —Creo que tanto dulce te hizo algo, nutria.
Sonreí por lo tonta que había sonado —Tienen razón. Esta es la mejor Navidad que he vivido.
En enero mis hermanos regresaron a Hogwarts, pero ya no me sentí tan sola. Mi gato me acompaña a dondequiera que iba, aunque algo lento por su edad. Con él me volví a aventurar en el bosque, ampliando el mapa que Michael comenzó años atrás. Diario nos adentrábamos un poco más, siendo cuidadosos de no perder el camino de regreso.
El día de mi cumpleaños no quise fallar nuestra clásica excursión, y más valiente por tener once años, caminé horas hacía en centro del bosque.
Mi gato de pronto ya no quiso caminar, maullando para que deshiciéramos el camino. Quise hacerle caso, pero una extraña presencia me llamaba detrás de la última línea de pinos.
Brinqué las raíces más gruesas, aferrándome de las ramas que podía alcanzar para no caer, y salí a un amplio prado de pasto verde y grueso. En el centro, sentado frente a un tablero de ajedrez, estaba un hombre delgado y alto, cuya cabeza mantenía cubierta con una túnica negra.
Me acerqué curiosa, preguntándome qué hacía ese hombre solo a la mitad de la nada. A un par de pasos de distancia, él me volteó a ver. Sus ojos eran oscuros y tibios. Sentí que ya lo había visto antes.
—Hola —saludé—, ¿quién es usted?
Me sonrió amable —No puedo decirte mi nombre.
—¿Por qué no? ¿No le gusta su nombre? Yo soy Hermione Marie Berkley. Vivo en St. Otterpot, a un par de horas de aquí. ¿Usted vive en el bosque? ¿Está esperando a su pareja de juego?
—Siempre haces muchas preguntas.
Me sonrojé —Creo que sí.
Le di la vuelta al tablero de ajedrez, revisando las jugadas que se habían hecho. Parecía recién comenzado el juego.
—¿Usted qué color es?
—Negro, naturalmente.
Me fijé que le faltaban dos peones y que uno de sus caballos estaba siendo amenazado.
—Debería mover su alfil hacia allá. Así pone en jaque a su contrincante y salva a su caballo una jugada más.
Soltó una carcajada —A mi oponente no le gustará saber que tú me ayudaste. Gracias.
Sonreí —¿Dónde está su oponente, señor? Es de mala educación dejar una partida sin terminar.
—Él es una persona muy ocupada. Yo también tengo poco tiempo. Llevamos once años en este juego.
Lo miré incrédula —¿Once años? Qué aburrimiento.
—En realidad, hace siglos que no me divierto tanto.
—Bueno, decir siglos es exagerado. Aunque yo llevo encerrada en mi casa desde el verano pasado, y me han parecido años. Señor, ¿usted acostumbra jugar ajedrez a la mitad del bosque que rodea St. Otterpot? Quizá un día yo pueda jugar con usted. Me gusta el ajedrez.
—Para jugar conmigo hay que juntar tres objetos de mucho valor. Lo lamento.
Bajé los hombros —Qué exigente...
—Y respondiendo a tu primera pregunta, no acostumbro jugar aquí.
—¿Entonces qué hace aquí?
—Es un día especial. La magia me quiso aquí.
Incliné la cabeza —Usted es chistoso.
—Me han llamado de muchas formas, pero nunca chistoso.
—No quise ofenderlo.
Me sonrió de nuevo —Jamás pensaría eso de ti, Hermione.
—Supongo que si no puedo jugar con usted, no tiene caso seguir aquí. Debo regresar a comer pastel de zanahoria. Es mi cumpleaños décimo primero.
—Disfruta tu día. Pocas veces se cumplen once años.
Fruncí el ceño —¿No quiso decir que solo una vez se cumplen once años?
—No.
Comencé a reír —En serio usted es chistoso. Suerte en su juego. ¡Adiós!
Llegué a St. Otterpot hasta el anochecer. Para ese momento la gente del pueblo ya habían organizado grupos de búsqueda para ir por mí al bosque. Cuando mamá me vio casi me asfixia en su abrazo.
—¡Estaba tan preocupada! ¿Dónde estuviste, Hermione?
La miré avergonzada —Explorando...
Papá me hizo ir a la cada de cada familia que me buscó para agradecer su buena acción y pedir perdón por ser irresponsable. La señora Grimes aprovechó para darme su regalo de cumpleaños: un broche de plata en forma de lirio con perlas incrustadas.
—Estás en camino de ser una señorita, Hermione. Necesitas verte femenina y fuerte.
Puso la flor en mi cabello, recogiendo un mechón sobre mi oreja.
—Muchas gracias, señora Grimes. A veces usted es la abuela que Mike, Francis y yo no tuvimos.
La vieja bruja me acarició el rostro —Y ustedes tres los nietos revoltosos que no pude tener.
Nos despedimos con un abrazo. Luego regresé a mi casa.
Papá estaba dormido en el sillón, con mi gato hecho un ovillo sobre su estómago. Estaba muy cansado por haberme buscado toda la tarde.
Mamá cortó pastel de zanahoria conmigo, diciéndome que por primera vez St. Otterpot olvidó montar su celebración anual por el fin de la guerra, ya que tuvieron que organizarse para buscarme.
—No era mi intención causar tanto alboroto. Lo lamento.
—Lo sé, cariño. La verdad estoy feliz de que por una vez no haya un carnaval por el aniversario de la batalla de Hogwarts. Las gallinas siempre dejan de poner huevos durante un par de semanas por culpa del ruido.
—Mamá... ¿Todavía no llega mi carta de Hogwarts?
La vi tensarse en su silla —En realidad... tu carta llegó hace mucho.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué no me habías dicho?
Fue hacia un cajón de la cocina y sacó el sobre —Creí que había sido un error. No quería emocionarte sin razón. Esperaba que hoy llegara la correcta, pero parece que no va a pasar. Ya casi es media noche.
Agarré la carta.
Srta. H. Berkley.
Tercera habitación, 2da casa de la más alta colina de St. Otterpot, Escocia.
Al abrirla vi la fecha: 19 de septiembre.
—Pero yo nací el 2 de mayo... ¿verdad?
Mamá me abrazó —¿Crees que dudaría cuándo naciste? Fueron doce horas de parto, cariño.
Eso me hizo sentir mejor —¿Crees que Hogwarts se haya equivocado?
—Es lo único que se me ocurre. Como sea, no importa, ya tienes tu carta y en septiembre te irás con tus hermanos.
Abracé la carta —¡Por fin!
Dos meses después Michael y Francis regresaron a casa. Ese verano logramos convencer a papá de enseñarnos a montar. Al principio compartimos a Roger, el viejo caballo de la familia, a quien incluso mi gato le ganaba en velocidad, pero cuando la señora Grimes vio que ya habíamos agarrado el truco, nos prestó a Bullet, su magnífico caballo negro.
—No sé si sea buena idea —se quejó mamá—. Todavía son muy pequeños para montar un caballo tan fuerte. Sigan en Roger.
No pudimos hacerla cambiar de opinión, así que decidimos esperar un par de semanas para escaparnos sin que nos viera.
Entonces fuimos al callejón Diagon para comprar mi varita.
Michael y Francis habían heredado las varitas de nuestros abuelos, así que no tuvieron que hacer ese viaje ni gasto. El problema conmigo era que ninguna de las varitas de mis abuelas funcionaban en mi mano. Mi magia las repelía sin demora. Así que mamá y papá juntaron los ahorros para comprarme una nueva.
—Jeremy, de Ravenclaw, me contó que se tardó ocho varitas en encontrar la suya —decía Francis en el camino.
—A mí me contó Felliccia que el señor Ollivander tuvo que hacer una especial para ella, porque ninguna funcionó.
Mamá los miró entre divertida y enojada —Dejen de asustar a su hermana, niños. Es un proceso muy sencillo.
Al entrar en la tienda me sentí extraña, como si ya hubiera estado ahí.
El señor Ollivander se presentó sin mucho interés, hasta que puso sus ojos pálidos en mí, entonces se me acercó lentamente.
—Curioso, podría jurar que ya te di una varita, pero es imposible. Vienes por primera vez, ¿cierto?
—Sí, señor.
Michael se interpuso entre los dos —Oiga, no mire de esa manera a mi hermanita.
Mamá nos jaló detrás de ella —Compórtense. Buenas tardes, señor Ollivander, nos gustaría comprar una varita para mi hija. Inicia Hogwarts en septiembre.
Ollivander siguió mirándome —Seguro, apenas inicia... Vamos a ver qué tipo de varita elegirá a la señorita...
—Berkley, Hermione Berkley —completé.
—"Hermione", ¿ah? Un nombre poco común hace diez años.
Me sonrojé —Preferiría no hablar de eso.
Cuando Ollivander se metió entre los estantes de varitas, miré enojada a mamá.
—Te dije que era vergonzoso llamarme como la Hermione Granger.
—Es muy tarde para cambiarte el nombre, y empezar a decirte "Marie" ya no me parece apropiado —se defendió mamá.
Francis también habló —Sí, qué importa quién fue Hermione Granger. Tú eres Hermione Berkley, nuestra hermana.
El golpe de varias cajas nos hicieron voltear. Ollivander acababa de poner cinco cajas alargadas en su mostrador.
—Si me confiere el placer, señorita... Berkley.
Con cuidado tomé la primera varita. De inmediato una de las sillas de la tienda se prendió en llamas. Con las siguientes cuatro pasó algo parecido.
—Lo lamento.
—No, no. Siempre es emocionante cuando se pone difícil. Vamos a ver.
Después de veinte varitas, Mike y Francis ya habían gastado todos los chistes que se les ocurrió para molestarme. Mi familia se mantenía alejada de mí, esperando la siguiente explosión que vendría con otra posible varita.
—Esto es ridículo —gemí cansada.
Ollivander ya no parecía tan alegre —Estoy de acuerdo, nunca me he tardado tanto. Deberíamos... Sí, ya sé qué. Señorita Berkley, por favor extienda su mano hacia los estantes y piense en un recuerdo feliz.
Lo miré incrédula —¿Qué es esto? ¿Práctica para Patronus sin varita?
—Obedece al Hacedor de Varitas, Hermione —amonestó mamá.
Frustrada cerré los ojos y alcé mi mano. Un recuerdo feliz. Un recuerdo feliz.
Cuando Francis te regaló la nutria de madera.
Esperé unos segundos. Nada pasó.
La voz de Ollivander llegó —Debe escarbar más profundo en su memoria, señorita Berkley. Más profundo.
Cuando Michael me protegió de los tontos niños del pueblo.
Nada.
—Intente concentrarse. Ingrese a los pasillos más oscuros de su mente. Respiré profundo. Siga la música de su magia.
Caos. Ruinas.
Una batalla.
—Iré contigo...
Un abrazo.
Abrí los ojos al escuchar el estruendo de los anaqueles donde las varitas caían una tras otra. Como una flecha, una de ellas voló hacia mi mano, creando una burbuja de poder tibio y seguro cuando entró en contacto con mi piel.
—¡Wow! —exclamaron Francis y Michael al mismo tiempo.
Ollivander se arregló los tres cabellos que le quedaban —Tal vez sea momento de jubilarme...
Miré la varita. Era color canela, con lindas esferas en el mago. Se sentía correcta en mi mano.
—¿Qué tipo de varita es, señor Ollivander?
El Hacedor se lamió los labios antes de responder —Una que alguien muy importante me pidió esconder en mi sótano. Por eso mis anaqueles se hicieron pedazos, porque esa varita salió del piso de mi tienda.
Apreté mi varita —¿A guardar? ¿Quiere decir que es de alguien más?
—No. Creo que yo caí en su trampa. Él sabía que usted iba a venir por ella algún día.
—¿Él? ¿Quién?
Ollivander me hizo un gesto desinteresado. Sacó su varita y empezó a encantar los anaqueles para que volvieran a levantarse.
Mamá se acercó —Entonces... ¿Esa es la varita acertada de mi hija? ¿Podría decirnos qué tipo de madera es y cuál es su núcleo?
Sin girarse para vernos respondió —Treinta y cuatro centímetros y medio de largo. Perfecta para... bueno, para todo. Posee un núcleo muy especial: un pelo de cola de Thestral. El tipo de madera es, por obvias razones, saúco.
Mamá hizo un gesto de horror —¿Pelo de cola de Thestral? ¿Se refiere a esas bestias como caballos muertos con alas?
—Genial —susurró Francis.
Ollivander por fin se dignó a mirarnos —Voy a ser honesto con usted, señora Berkley. Su hija es especial. La varita de su hija es mil veces más especial. Sean discretos y mantengan en familia la descripción de esa varita. Y por favor márchense de mi tienda.
Mamá me apretó de los hombros, temerosa —¿Cuánto le debemos, señor?
—Nada. Como dije, solo la estaba cuidando. Además, yo no fabriqué esa varita. Adiós.
Salimos de la tienda muy confundidos.
Al llegar a la casa mamá nos pidió quedarnos dentro, y fue a buscar a papá. Cuando volvieron parecía que ya habían hablado del asunto y nos hicieron prometer que jamás diríamos lo que sucedió en la tienda.
—Sobre todo ustedes dos —dijo papá a Michael y Francis—. Júrenlo por el amor que le tienen a su hermana. Ni una palabra.
Mis hermanos me miraron un segundo antes de asentir.
—Lo juramos.
No sé por qué esa situación me hizo llorar. Me abracé mientras me apoyaba en la pared, hincándome en el piso.
Papá se acercó preocupado —Zanahoria, no te pongas así. Esto no es tu culpa.
Entre sollozos respondí —Tengo miedo, papá. Siento que el señor Ollivander nos ocultó algo. Además tuve un recuerdo extraño. No era mío, papá.
Sentí el abrazo cálido de mamá —Tranquila, hija, todo debe tener una explicación. La magia actúa de formas misteriosas, siempre con un motivo. El señor Ollivander tiene razón, eres especial, pero eso ya lo sabíamos, ¿verdad, chicos?
Papá, Michael y Francis respondieron —¡Sí!
Mamá siguió hablando —No debes tener miedo. Tu familia siempre estará para cuidarte. Los Berkley guardarán el secreto de tu varita para mantenerte segura. Quizá con el tiempo tú puedas resolver ese misterio, por ahora, mi pequeña hija, no te preocupes por eso.
Seguí llorando más calmada, dejándome consolar por mi mamá.
Un par de días después mis hermanos vieron que yo seguía un poco triste, así que planearon algo.
A media noche, cuando nuestros padres estaban completamente dormidos, salimos de la casa con dirección a la cabaña de la señora Grimes. En su establo vimos a Bullet, el precioso caballo negro, lo ensillamos y sacamos a las colinas.
Michael ni siquiera consiguió subirse antes de ser rechazado por el caballo. Francis logró montar y caer en tiempo récord, quebrando su brazo izquierdo. Tras ver ese desastre ya no estaba tan convencida de montar a Bullet, pero no me dejé vencer por el miedo, y fue la mejor decisión de mi vida.
Mamá intentó castigarnos por haber salido de noche, sin permiso y desobedeciendo su deseo de no montar a Bullet, pero Francis alegó que su brazo roto era suficiente castigo.
Bullet y yo cruzamos St. Otterpot el resto de agosto, disfrutando de la brisa y las hojas anaranjadas. Eso dio oportunidad a que mis hermanos pudieran pasar su verano con el resto de los niños, y yo me divirtiera por mi parte.
Y así, de pronto, ya era primero de septiembre.
En mi mano izquierda estaba el baúl que la señora Grimes me consiguió. Dentro estaban los libros de Francis, que en su momento fueron de Michael, lo cual los hacían más especiales. En mi mano derecha llevaba la jaula con mi gato. Y ya traía puesto el uniforme de Hogwarts. Estaba lista.
—Te ves como una boba con el uniforme puesto en la plataforma —se quejó Francis—. No necesitas encajar, nos tienes a nosotros.
—No molestes a tu hermana, Francis —ordenó mamá, llorosa—. Este es un día especial.
Michael ya estaba saludando a varios alumnos de lejos, se veía ansioso por subir al tren.
—Sí, sí, sí. Hermione despídete de mamá y papá. Pronto.
Papá lo jaló de la oreja —No nos veras hasta diciembre, merecemos un abrazo familiar.
Francis se sonrojó —Un abrazo familiar aquí no —susurró.
Papá, sin soltar a Michael, jaló de la misma manera a Francis —Abrazo familiar o nadie va a Hogwarts.
Los tres nos echamos sobre mamá y papá. Un segundo.
—Listo, ¿algo más? —dije feliz.
Mamá me tomó de las mejillas —Estoy tan orgullosa de ti. Cuida a tus hermanos. Si planean travesuras no dejes que los agarren.
—Sí, mamá.
Michael agarró mi brazo —Adiós. Les escribiremos.
Papá alcanzo a gritarme antes de que me subiera al tren —¡Recuerda: Hufflepuff!
Sonriendo seguí a mis hermanos por el pasillo. Frente a mí estaban siete años de educación y magia. Todo era perfecto.
Notas: En el próximo capítulo Harry por fin se encuentra con la pequeña Hermione. Necesito saber qué piensan! Esta historia es bastante diferente de lo que acostumbro escribir. ¿Qué tal la familia de Hermione? ¿Quién es el hombre que jugaba ajedrez en el bosque? ¿Quién le dejó la varita a Ollivander para que la guardara?
Gracias por leer, son maravillos!
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