SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

Advertencias: Violencia y demás.

Si había algo que el capitán Kirkland detestaba por encima de todas las cosas era perder. Y eso que empezó así, siendo un perdedor, pero el día en el que saboreó por primera vez el dulce sabor de la victoria decidió que no volvería a perder. Pero perdió, y perdía varias veces sobre todo contra el capitán Fernández, el bastardo que dirigía un pequeño galeón español.

No importaba las veces que se enfrentaran. Casi era como una rutina: cañonazos por un lado, abordajes por el otro. Pero el resultado nunca era esclarecedor porque unas veces ganaba uno y otras el otro. Eso le jodía a Arthur con todo su ser pero a Antonio, así se llamaba el bastardo, parecía que no le afectaba tanto. Por lo que Arthur, después de pensar a conciencia en el asunto en cuestión, decidió que su próximo enfrentamiento sería diferente.

Quería derrotarle, destrozarle entero y por completo.

Muchos enfrentamientos entre ambos bandos eran fruto de las provocaciones del pirata inglés y esa vez no fue diferente. Estaba ansioso, mucho más que otras veces.

Después de unas interminables horas de enfrentamientos, Arthur consiguió capturar al capitán del otro bando. Le llevó inconsciente con ayuda de un par de hombres a la bodega del barco donde le amordazaron y ataron de pies y manos. Despidió a sus subordinados sin agradecerles la ayuda y se concentró en su presa que para su desgracia, todavía tardaría un rato en volver a la realidad por culpa del golpe en la cabeza.

Arthur se mordió el labio con impaciencia.

Estaba bien lo que iba a hacer.

¡Claro que no estaba bien! ¡Por eso lo hacía!

Pero… tal vez era caer demasiado bajo, ser demasiado cruel.

Antonio despertó aturdido y Arthur interrumpió su debate mental para mirar desafiante a su adversario. Le quitó la mordaza para que pudiera hablar.

- Qué débil eres Antonio. Otra vez a merced del Imperio Británico.

- Lo que vayas a hacerme hazlo rápido. Odio tragarme tus charlas estúpidas.

- Esa lengua dear, no me obligues a cortártela.

- Atrévete – desafió el español.

- Prefiero utilizar otros métodos. Esta vez te garantizo que no seré tan amable como otras veces.

Antonio tragó saliva.

Que querrá decir con eso – pensó.

Arthur le descubrió el pecho con el fuerte anhelo de hacerlo todo lo más lento, más agónico, posible. Quería que el español sufriera pero no solo físicamente, quería destrozar su cuerpo, destrozar su alma, destrozar esa maldita sonrisa. Con los años el capitán inglés había deducido que por muchas veces que hiriera físicamente al español, este volvía mucho más fuerte y con ganas de revancha. Por eso esta vez pensó que tenía que cambiar de estrategia. No tenía muy claro cómo hacerlo hasta que uno de esos días en los que había conseguido capturar al español, descubrió la cruz que colgaba en su cuello.

Si había algo en lo que Fernández se aferraba en los peores momentos, eso era su fe. El inglés solo tenía que utilizarla en su contra para hundir por completo a su enemigo.

Agarró el látigo que tenía por puro capricho porque nunca lo había llegado a utilizar, hasta ahora. Un latigazo, dos, tres, cuatro… Todo para hacer girones la ropa del español. Evidentemente, los latigazos también dejaron surcos sangrantes en la piel ligeramente morena del otro.

Arthur se lo estaba pasando en grande. Pero la satisfacción sería mucho más plena si consiguiera arrancarle algún grito y no esos murmullos ahogados. Y para sorpresa del inglés, este le sonrió.

- ¿Eso es lo mejor que sabes hacer, Arthie? - le desafió escupiendo en sus botas.

Arthur, cabreado ante la entereza de su enemigo, no pudo controlar el impulso de tumbarle de un puñetazo. Se sentó sobre su abdomen.

- Oh dear, esto no ha hecho más que empezar.

Volvía a tener el control.

Apenas había empezado su juego y ya notaba la mirada nerviosa de su oponente. Sonrió con satisfacción. Con el dedo fue surcando cada uno de los pliegues salientes del pecho del español. Antonio se removió asustado o ¿fue por otra cosa?

El inglés agarró el miembro del español que por alguna extraña razón estaba algo duro. Sin dejar de sonreír, bajó sus pantalones para exponerlo.

- Dicen muchas cosas sobre ti y esta cosa en los burdeles de todo el Caribe ¿sabes?

Antonio gruñó.

- Dicen que… bueno seguro que ya te lo puedes imaginar pero… Sinceramente ahora lo que veo me siento estafado. Qué decepción.

Arthur estaba pletórico. Las palabras le salían solas como si lo hubiera ensayado muchas veces. En verdad estaba improvisando porque quería que es momento durara todo lo posible.

Acercó su miembro a los labios.

- No te atreverás.

- ¿Tú crees? ¿Qué tiene de malo que lo haga un hombre y no una mujer?

Sin dejar tiempo al otro para contestar, humedeció de saliva un poco la punta.

Antonio se retorció pero no dijo nada.

No suplicará, no a él.

Arthur no estaba satisfecho. Quería hacerle gritar y suplicar que parara.

Metió el miembro entero en su boca de forma brusca, sacándola y mordiendo con saña los laterales arrancando los tan esperados gritos del español.

- Haría lo mismo con la mía pero seguro que esos preciosos dientes tuyos me la cortan de tajo. Puede que sea trabajo de una fulana pero parece que cualquiera te sirve… incluso un hombre. Vaya, no sabía eso de ti, Tonio.

- Y-yo no soy un degenerado como tú.

- Puede que digas eso pero aquí está la prueba de que te lo estás pasando muy bien.

Masajeó el miembro erecto del español con la mano.

- Pero ¿qué sería del placer sin un poco de dolor?

Le asestó otra patada en el estómago haciéndolo caer de nuevo al suelo. Se bajó el pantalón para mostrar su miembro también erecto.

Agarró el trasero español y se acercó a él, rozando su miembro contra la piel del otro.

- Puede que te duela un poco – sonrió con malicia.

Sin pudor arremetió contra el hombre semi consciente. Una estocada, dos, tres, cuatro… mientras el español no hacía otra cosa que arquearse y poner los ojos en blanco, intentando recuperar el aliento entre cada estocada, lo cual era prácticamente imposible por la rapidez de las mismas. Se dejó hacer, con lágrimas en los ojos de pura rabia. Había perdido, había sido vencido por su más odiado enemigo y estaba siendo mancillado, deshonrado. Lo que más le jodía de todo aquel asunto no es que el inglés se estuviera aprovechando de él, sino que en el fondo lo estaba disfrutando. Las estocadas, la respiración del inglés sobre su nuca, el dolor y sobre todo el placer. El olor a té y especias que desprendía y que ahora le estaba volviendo loco.

El inglés había llevado al bueno de Antonio por la senda del pecado aunque eso significaba que él también había tomado ese camino. Lo que nunca se imaginó es que se sintiera tan bien y para colmo de lo extraño de esa tarde, el bastardo parece que también estaba disfrutándolo.

Arthur terminó corriéndose dentro del español. Antonio lo hizo unos segundos antes. Vio cómo las últimas gotas de semen se esparcían sobre el suelo de madera. El inglés sacó su miembro del interior español y con las piernas temblorosas se dejó caer suavemente a su lado.

Estaban exhaustos.

Se miraron intensamente, sin mediar palabra. Lo que ocurrió a continuación pasó tan deprisa que ninguno fue verdaderamente consciente de lo que hacía. Habían juntado sus labios, primero con un pequeño roce pero que bastó para desatar la tormenta, para que se empezaran a devorar ferozmente. Y es que esa era su forma de expresarse, siempre de forma competitiva aunque Arthur tenía las de ganar porque tenía las manos libres para recorrer ese cuerpo que estaba empezando a disfrutar desde esa nueva perspectiva. Volviendo a la realidad y después del éxtasis del momento, se separaron rápidamente. Cruzaron miradas que gritaban palabras de miedo y desconcierto.

Sin poder sostener más su mirada; Arthur se incorporó deprisa y huyó escaleras arriba, dejando a Antonio allí tirado.