Pensamientos
Okikagu
[Editado]

[...]

En este último tiempo esa clase desagradable de pensamientos han estado presentes con increíble constancia en mi cabeza. Incluso ahora mismo. Su diminuto cuerpo debajo del mío. Era simplemente maravilloso. Ella vestida de blanco, una sonrisa de esas que, seguramente, a mí jamás me mostraría, mirándome con los ojos brillantes y las mejillas sonrosadas.

Tomé mi saco y me largue de ahí. Necesitaba despejarme. Noté, al salir, que el cielo se encontraba ensombrecido.

"Perfecto".

Al llegar y querer relajarme como Dios manda después de tanto estrés -con nombre pero sin apellido- innecesario vi a alguien en la banca donde siempre me recuesto a descansar para escapar de Hijikata. No había tiempo para amabilidad o dura hostilidad, era simple, me desharía de la persona en cuestión.

Pero esa persona era la dueña del estrés innecesario antes mencionado. Y, créanme, que esa razón sería suficiente para no sólo deshacerme de ella, sino también para torturarla un buen tiempo. Sin embargo, no hice nada. Estaba dormida.

"Bien, puedo dejarla ahí tirada, y si llueve, aún mejor".

Pero esos pensamientos no parecían bajar los brazos con su tarea de hacerme sufrir hasta llevarme a la locura. La imaginé empapada, el cabello alborotado, las mejillas rojas y la ropa pegada al cuerpo.

[...]

No sé en qué momento accedí a llevarla a mi habitación.

"Si el jefe se enterara me mataría".

Comienza a removerse en su lugar y, de a poco, abre sus ojos. Aquellos con los que usualmente me mira, llenos de odio, totalmente contrarios a los de mis pensamientos. Pero mi mente estaba demasiado obstinada, haciéndome crear esos pensamientos de una Kagura que jamás sería para mí.
Esta vez fue como un sueño, afuera llovía como nunca antes -o quizá sí había llovido así alguna vez y sólo no reparé en ello-, ella estaba junto a mí únicamente con una camisa mía, que le quedaba demasiado grande a su pequeño cuerpo. Se veía...

-Preciosa.

En ese momento sus ojos se abrieron, y yo cerré los míos con fuerza, expectante. Esperaba un golpe, una retahíla de insultos, algo que no me haga sentir tan lamentable o que me haga sentir aún peor. No hizo nada y, en cambio, se limitó a sonreír. Y no pude tener control de mí mismo, la besé. Y ella correspondió con gusto. Si todo era un sueño entonces quizás podía mostrar esos deseos de poseerla que tuve desde que la vi.

Nos separamos por falta de aire, y ella no hizo absolutamente nada, sólo me observó con sus ojos azules con un brillo de no sé qué que me gustó -demasiado quizás-, con los labios hinchados, las mejillas rojas y un leve subir y bajar agitado de sus pechos. La besé otra vez, con nuevos sentimientos que brotaron con el anterior roce, con más intensidad que la vez anterior, mientras tanto acaricié cada parte de su cuerpo a mi alcance.
Me separé y la contemplé; si esto era un pensamiento más el jefe no podría matarme.

[...]

Al despertar todo estaba como antes. Como antes, es decir, ella y yo, misma habitación, misma cama, misma desnudez. No fue un jodido sueño, ni pensamiento, ni pesadilla, ni alucinación. La había cagado en grande, y el jefe iba a matarme.

Si tan sólo, en realidad, no estuviera casado con ella desde hace cinco años, y los pensamientos que abundaban en mí no hubieran sido fantasías en respuesta a la poca atención que ella me daba.