Of Monsters and Men´s (and angels) o SOBRENATURAL TEMPORADA 6: La historia en las sombras

Capitulo I: Ira y hellhounds

El viento agitaba suavemente la falda de su vestido y el sol se reflejaba en la inmaculada tela blanca, haciendo resplandecer su hermosa figura, ya de por sí brillante. Sus manos descansaban tranquilamente sobre la hierba fresca del parque, y las flores de la eterna primavera se mecían a su alrededor, tratando de alcanzarla con sus tallos y despertarla con el suave roce de sus pétalos. Pero ella tenía los ojos abiertos. Unos ojos azules y, antaño, llenos de luz. Pero ahora solo reflejaban sorpresa e incredulidad, y jamás volverían a ver el sol, ni la hierba ni las flores.

-¡Noah! –Castiel llevaba horas buscando a ese ángel y, por fin, se le había ocurrido mirar en su cielo favorito, el eterno martes por la tarde de un hombre autista de Jersey.-¡No! –Exclamó al ver sus alas calcinadas extendidas sobre el suelo.

Se arrodilló a su lado y le pasó un brazo por debajo de la cintura. Después la alzó con suavidad, como si temiera que se desintegrara con el más mínimo movimiento. Apoyó su frente en la de ella y cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas. ¿Cuántas veces más tenía que presenciar aquello? La muerte de un ángel era algo muy triste (al menos él siempre lo había creído así) pero una guerra fraticida entre ellos... Aquello debería hacer llorar y sangrar al Cielo entero. Y, sin embargo, era cada vez más habitual.
-Lo siento mucho, hermana –Le cerró los ojos con delicadeza y la dejó apoyada en la hierba, como si solo estuviera durmiendo.
Castiel desvió la vista, incapaz de seguir contemplando aquel espectáculo. Pero al hacerlo vio unos extraños trazos en el brazo de la mujer y volvió a prestarle atención. Era enochiano. Y era un mensaje. "Haré lo mismo con todos tus seguidores y con esos humanos a los que tanto veneras si no aceptas mis condiciones".
-Rafael –Gruñó el ángel, de normal tranquilo y apacible, lleno de ira. –Esto ya ha llegado demasiado lejos. Voy a pararte.
Sin embargo, pararle los pies a un arcángel (y más uno tan poderoso como su hermano mayor) no era tan fácil. Hacía falta mucho poder. Poder que él no tenía. Y para obtenerlo necesitaba almas, pero ya no quedaban más.

La ponzoñosa oferta del Rey del Infierno resonó de nuevo en su mente. Aún había muchas almas que se podían utilizar; las del Purgatorio. Pero ¿qué clase de almas serían?, ¿Le servirían para lo que necesitaba? No importaba. Debía arriesgarse. Por el bien del Cielo.

El Infierno. El último lugar del mundo donde uno quisiera estar. Infinito lugar de condena eterna, sin espacio ninguno para la compasión o el perdón. Solo dolor, solo desesperación sin redención posible. Solo perdición y condena. Para siempre.
El demonio dio un respingo al escuchar algo desacostumbrado en los lúgubres y oscuros pasillos de piedra; algo que parecían gemidos y gritos, pero no los cotidianos de las almas atormentadas que recibían allí su castigo eterno, sino chillidos sobrenaturales que helaban la sangre en las venas. Tenían un tono y una cadencia antinatural, y tan pronto subían bruscamente para alcanzar un registro insoportable como sonaban bajos y guturales como las voces de los muertos. Acompañándolos y en macabro dúo se escuchaba una grave y sensual voz de barítono que susurraba suavemente, casi como un amante.
Haciendo un esfuerzo para reunir valor, el demonio continuó avanzando hacia la puerta de hierro embutida en un ensangrentado muro que había al final del pasillo. Un alma condenada encadenada a la pared rió histéricamente cuando pasó por su lado, recibiendo un puñetazo del nervioso demonio al que ponía los pelos de punta los aullidos que salían de detrás de la puerta. Fuese lo que fuese lo que estuviera haciendo el Rey del

Infierno, no sería nada comparado con lo que le haría a él si no le informaba inmediatamente de que había un ángel guerrero esperándole en su despacho. A punto de llamar a la puerta, se paró y escuchó.
- Vamos, Violet, querida, solo un poco más – la suave voz de Crowley se dejó oír de nuevo, deslizándose entre las hojas de la puerta como veneno de serpiente- Lo estás haciendo muy bien…, asi, eso es, deja que papá te ayude…

"Espera aquí. Vendrá dentro de un momento" le había dicho el demonio antes de irse. Castiel no tenía misma percepción del tiempo que los humanos, pero empezaba a pensar que Crowley tardaba demasiado. `Bueno, supongo que no es fácil encontrar a un alma condenada (aunque sea la del rey) en medio de la Perdición´ pensó. Aunque con Dean Winchester no le había costado mucho. Pero en comparación con aquellas, el alma de Dean brillaba como el sol del mediodía y, además, el Infierno estaba sitiado entonces. Pero ahora no. Ahora Castiel estaba solo, esperando a un demonio que, si bien fingía ser cortés e innovador, no dejaba de ser precisamente eso, un demonio.
Castiel solo esperaba que respetase su parte del trato. De todos modos, aún guardaba un as en la manga.
Acarició la empuñadura de su espada con las yemas de los dedos y se aseguró, una vez más, de que podría desenfundarla con facilidad si lo necesitaba.
Pasó un minuto, dos, tres, y nada. El ángel suspiró y paseó la mirada por la habitación en la que se encontraba, buscando otra cosa en la que pensar que no fueran los "asuntos" que mantenían tan ocupado al Señor del Averno.
Un objeto brillante captó su atención; una licorera. Castiel arrugó la nariz y miró para otro lado. Jamás entendería por qué los humanos y los demonios se empeñaban en tomarse esa porquería.
También vio una macabra pintura colgada detrás del escritorio, una figurita en plata de un Bulldog y lo que parecía un espeluznante instrumento de tortura sobresaliendo de un cajón. Entornó los ojos. No podía hacer un trato con ese ser. ¿Podía?

Cass tuvo que recordarse a sí mismo que Crowley era la única y la última opción que tenía. Por mucho que le disgustara, solo podría frenar a Rafael si se aliaba con él. Y tenía que hacerlo si quería acabar con la guerra que asolaba el Cielo. No había otro camino posible. Además, solo sería una alianza temporal, un mal necesario para detener la guerra y arreglarlo todo con sus hermanos. Luego devolvería a esas almas al lugar que les correspondía. O eso creía él.

De repente Castiel sintió una súbita sensación de peligro. No podía decirse que fuera por el rumor de los pasos que se acercaban, ya que los pies del ser que venía a su encuentro no hacían ningún ruido. Mas bien era un instinto atávico que le ponía en guardia contra su mayor enemigo, contra su eterno opuesto, pues nada hay mas irreconciliable que un ángel y un demonio. Pura bondad contra maldad pura, enfrentados en un mismo espacio.
Castiel frunció el entrecejo y se colocó enfrente de la puerta, alerta. Los demonios no son tan fuertes como los ángeles, pero aún así...
- Hola, Castiel- saludó una voz a sus espaldas.
El ángel se giró para encontrarse cara a cara con el Rey del Infierno. Este había aparecido detrás de él, y le sonreía de forma irónica, sabiendo que le había sorprendido. Los ojos aguamarina de Castiel se abrieron un poco más por la sorpresa y el horror; Crowley se había presentado delante de él con su habitual traje negro, pero no se había quitado el ensangrentado delantal que tan bien conocían sus desdichadas víctimas. Además de esto, llevaba unos manguitos para proteger las mangas de la chaqueta que en algún momento debían haber sido blancos, pero que ahora mismo estaban cubiertos de sangre y de una sustancia negra y gelatinosa, así como sus manos. En ese momento, el demonio se las estaba limpiando con un pañuelo blanco. El contraste del inmaculado color del pañuelo con la sangre oscura resultaba tan repugnante que a Cass casi se le pasó por alto el envoltorio que había sobre el escritorio; tenía el tamaño de una cabeza humana y la toalla que lo cubría estaba igualmente ensangrentada.
- Que feliz casualidad que hayas podido pasarte por aqui, Castiel- Con parsimonia, Crowley terminó de limpiarse, y tiró pañuelo y manguitos a la papelera que había junto al escritorio- ¿Puedo invitarte a algo de beber?... té quizá, o tal vez prefieras algo más fuerte...
El demonio se giró y caminó tranquilamente hasta la mesita con la licorera, donde se sirvió un vaso de whisky; cuando Crowley pasó por su lado, el envoltorio se agitó bruscamente.

Por suerte para Cass, los ángeles no necesitaban comer. Si lo hubieran hecho, estaba seguro de que habría vomitado el desayuno al ver a Crowley de esa guisa. Aún así, no pudo evitar una ligera sensación de vértigo en la boca del estómago.
El ángel apretó la mandíbula y trató de apartar la mirada del pulcro pañuelito blanco que estaba utilizando el rey para limpiarse las manos, pero éste parecía tener alguna clase de imán que atraía morbosamente su atención. ¿Estaba bordado?, ¿Y qué eran esas manchas negras que rodeaban la pomposa inicial del demonio?
Castiel decidió que no quería saberlo y se esforzó por mirar a la cara de su interlocutor.
En realidad no era una casualidad. Días atrás, el mismo Crowley había ido a buscarle para proponerle una alianza que les permitiera abrir las puertas del Purgatorio. Y Cass, muy a su pesar, había decidido aceptarla.
Ignoró por completo la invitación y se centró en lo que haabía venido a hacer. Tal vez Crowley estuviera disfrutando con aquello, pero él no. Lo único que quería era salir de allí cuanto antes. Aunque sospechaba que no le iba a resultar tan fácil.
-He pensado en lo que dijiste acerca del Purgatorio. Me ofreciste 50.000 almas y yo… -Se interrumpió al reparar en la sucia toalla que había sobre la mesa. El movimiento (supuso que Crowley la había rozado al pasar) había revelado lo que parecía un trozo de carne alargado y un fragmento de piel cubierta de apelmazados cabellos negros. Ahora si que se llevó la mano a la boca y preguntó entre náuseas: -¿Qué es eso, Crowley?
Sabía que el demonio era un sádico, pero aquello ya…

Crowley se giró y dejó el vaso sobre el escritorio. Cogió con sumo cuidado el envoltorio que no paraba de agitarse del escritorio e, ignorando la sorpresa y el horror de ángel, lo acercó cariñosamente a su pecho y lo acunó.
- Shhh, tranquilo, pequeño, tranquilo, papá está aquí...- la mirada que dirigía el demonio al repugnante paquete no tenía nada que ver con la que lanzó a Castiel cuando levantó la vista para mirarle directamente a los ojos.- ¿quieres cogerle, Castiel? Su madre le ha rechazado por ser el último en nacer, y tengo que criarle a mano si quiero que sobreviva- el demonio apartó la toalla para revelar un cachorro de perro infernal, recién nacido pero que ya mostraba la terrible dentadura de un pit-bull adulto- Tranquilo, pequeñin, no pasa nada... cálmate.
El rey del Infierno caminó lentamente hacia el ángel, que se había quedado inmóvil en el centro del despacho. El perro había pasado a gruñir y gimotear, aunque ya no se agitaba; algo parecía incomodarlo, o quizá tenía hambre...
- Toma, Castiel, cogélo tú. Es probable que así se calme- el demonio le tendió al cachorro, pero el ángel no se movió. Crowley frunció el entrecejo- Es un fastidio, pero no se calma porque no oye los latidos del corazón;- el rey se encogió de hombros quitándole importancia- inconvenientes de ser un demonio... a la perra no se lo puedo arrimar porque se lo comería, así que me temo, querido, que ahora mismo eres lo más similar que tenemos a Violet
Al ver que el ángel seguía inmóvil, Crowley le dirigió una pérfida sonrisa.
- Vamos, Castiel, si has aceptado el trato, serán muchas las cosas que tendrás que hacer que no te gustarán. Y te aseguro que esto va a ser lo más agradable...

El ángel no entendía nada. ¿Qué hacía Crowley arrullando a esos despojos?, ¿Y por qué iba a querer cogerlos él?
Criarle… ¿a mano?
Lo comprendió solo un par de segundos antes de ver el peludo hocico que asomaba de la toalla. Un perro. Un perro recién nacido. Por eso estaba cubierto de sangre y de líquido amniótico. Y aquello que pendía de su vientre debían de ser los restos del cordón umbilical del animal.
Cass lo observó con cierta curiosidad. Los ángeles no solían ver cachorros muy a menudo.
De repente el cachorro abrió la boca y soltó un agudo chillido, dejando a la vista una hilera de afilados colmillos blancos que parecían demasiado grandes para el resto del cráneo.
Arrugó el entrecejo. "Ni siquiera ha abierto los ojos y ya podría destrozar la mano de un hombre con sus mandíbulas". Aquello no era un perro. Era un monstruo. Un futuro ladrón de almas despiadado y terriblemente eficaz.
Un ser como aquel no debería llegar a la edad adulta.

Castiel volvió a pasar los dedos por el mango de su hoja. ¿Debería matarlo antes de que fuera demasiado tarde? Antes no habría tenido ninguna duda al respecto, pero ahora…
Miró de nuevo al perrito. No estaba seguro de poder hacerlo. Y además, si quería forjar una alianza con Crowley no creía que la mejor manera de empezar a hacerlo fuera matando a una de sus mascotas.
La insinuación del Rey del Infierno le molestó bastante, pero no hizo ningún comentario al respecto. Quizá debiera actuar como su "mascota" él también, pero había cosas por las que no pensaba pasar.
-Tal vez –Dijo después de un momento. Luego alargó el brazo y posó los dedos índice y corazón sobre la cabeza del cachorro, que se quedó dormido al instante. –Después de todo lo que ha pasado, me temo que tampoco podrá oír los latidos del corazón de mi recipiente, pero puedo hacer esto. –Explicó.
-Antes de aceptar, tengo una condición. Y no es negociable. Los Winchester no deben salir heridos. ¿Puedes prometerlo?

Crowley miró primero al cachorro dormido y luego a Castiel. Tener un ángel de su parte le sería sumamente útil para lo que estaba tratando de hacer; encontrar el Purgatorio y las almas que este contenía. Necesitaba más poder, pues sabía que su posición como Rey del Infierno era muy inestable, ya que su inteligencia y lo que los demás demonios le temían eran sus únicos apoyos en el poder. Sin embargo, era peligroso, muy peligroso. A una traición de los demás demonios por jugar a dos bandas había que sumar la probabilidad de que el ángel se volviese contra él; Crowley sabía perfectamente que Castiel no solo podía purificarle con tan solo tocarle, sino que además llevaba un arma celestial oculta y que estaba deseando usarla contra su demoníaca persona. Y esa condición tan impertinente... los Winchester, esos malditos hermanos que siempre estaban fastidiando... pero era de esperar; Castiel era su ángel de la guarda, y los ángeles son tan predecibles...
- Es una condición muy dura, Castiel- refunfuñó finalmente Crowley - Esos dos mocosos insolentes deberían estar en el potro de tortura desde hace tiempo ya, pero si puedes prometer que no se interpondrán en nuestro camino, entonces respetaré sus vidas, al menos hasta que termine nuestra sociedad.
- Tampoco les harás ningún daño- advirtió Castiel con tono severo.
- Trataré de evitarlo, pero si ellos mismos se meten en la boca del lobo...- la silueta de las alas del ángel empezó a aparecer en la pared. El demonio dio un par de pasos hacia atrás- Vale, vale, de acuerdo querido, no es necesario enfadarse. Estoy de acuerdo- el rey caminó de nuevo hasta su escritorio y dejó al perrillo dormido encima. Cogió el vaso que había dejado allí y le dio un largo trago, sin perder de vista a su interlocutor- Ya nos hemos ocupado de los detalles; ahora, si tienes la bondad, sellaremos el trato