Advertencia: Los personajes de Yuuri On Ice y el universo de Harry Potter no me pertenecen, yo únicamente los utilizo a manera de sutil entretenimiento.
Antes de leer quiero aclarar algo importante. El mundo de Harry Potter tiene sus propias reglas, eso todo el mundo lo sabemos, aun así, al ser un AU creí conveniente para la trama realizar algunas modificaciones. Aquí los magos deciden a qué escuela les conviene más ir, con esto quiero decir que si alguien de Inglaterra quisiera inscribirse en Durmstrang puede, siempre y cuando cumpla los requisitos básicos requeridos por dicha institución. Hogwarts es una escuela mixta, así que no hay tanto problema ahí. La historia se lleva a cabo unos cinco años después de que Voldemort fuera derrotado, así que tal vez haga uso de personajes originales a la obra de J.K Rowlling de vez en cuando, cosa inevitable a ciencia cierta.
Sin más, disfruten la lectura y Feliz día de San Valentín.
Capítulo I
Victor traspasó la barrera mágica que separaba a todos los muggles del andén nueve y tres cuartos, cuya sencilla ruta le guiaría directamente al expreso de Hogwarts.
Un poco intimidado pues ahí había muchísima gente apiñada dónde quiera que veía, necesitó forzosamente zigzaguear entre los variados grupos de personas que llenaban por completo el andén; desde padres que despedían a sus hijos, hasta chicos de su misma edad o un poco mayores que corrían de un lado a otro empujando carritos con pesados baúles esperando encontrar sitio para colocar todas sus pertenencias.
Mientras avanzaba con paso lento pero seguro, alcanzó a escuchar el amortiguado ulular que Makkachin, su preciosa lechuza macho, emitía de vez en cuando para hacerle saber cuán inconforme se sentía. Víctor sólo pudo sonreírle a modo de disculpa; era bien consciente no le gustaba permanecer encerrada durante grandes lapsos. Pero era su culpa, en realidad. Él siempre había preferido mantenerla fuera de la jaula todo el tiempo, brindándole así mayor autonomía, costumbre que Makkachin disfrutaba en sobremanera. Empero, aquella ocasión era distinta pues necesitó confinarla forzosamente al menos hasta que llegasen a Hogwarts. No podía arriesgarse a sufrir algún problema innecesario.
Ya después le compensaría con una porción extra de ratones.
Sin tener ninguna noción básica de hacía qué vagón en particular necesitaba dirigirse, creyó buena idea preguntarle a un encargado dónde podía colocar todo su equipaje, ganándose así una mirada confundida pues Victor ya parecía lo suficientemente mayor para saberlo. Aún así, con un gesto enfurruñado, le indicó la dirección que necesitaba seguir. Victor, lejos de sentirse ofendido ante tal actitud, le agradeció educadamente. No los culpaba por reaccionar así, nadie sabía que aun cuando estaba por cumplir diecisiete años, era su primer viaje a Hogwarts; o, al menos en aquella imponente locomotora de brillante color rojo escarlata.
Al dejar sus baúles –únicas pertenencias que logró traer consigo de Rusia–, se llevó a Makkachin con él. No estaba prohibido que los estudiantes quisieran tener a sus mascotas consigo en el interior del tren, por tanto, mientras no le permitiera revolotear por ahí sin supervisión apropiada, ningún problema existiría. Conforme avanzaba por el extenso pasillo, se dio cuenta que si bien todavía faltaba media hora para marcharse, los compartimientos ya estaban prácticamente a rebosar.
Chicos y chicas lo escudriñaron con evidente curiosidad cuando se atrevía a verificar si quedaba cualquier sitio disponible, más Victor les ignoró sin mostrarse grosero.
Era lógico que sucediera, se dijo. Había solicitado su cambio de Durmstrang a Hogwarts ése mismo año y no conocía a nadie con quien pudiera compartir espacio durante aquellas horas de viaje por tierra. O al menos esperaba fuese así. Ya de por si su largo cabello plateado llamaba considerablemente la atención y, por primera vez, odió el color que era una inconfundible característica familiar.
¿Y si alguien lo reconocía?
La última gran guerra mágica, pese a haber ocurrido cinco años atrás, todavía era tema susceptible para mucha gente. Le costó un monumental esfuerzo e implacable dedicación al Ministerio de Magia británico restablecer el orden perdido ya que incontables vidas fueron sacrificadas en vano y, los que lograron sobrevivir, todavía lloraban a sus muertos. Cinco años no curaban del todo una herida tan profunda y dolorosa.
Victor aún era un niño cuando aquel sangriento capítulo de la historia mágica se desató. Su familia, padre, madre, tíos; todos ellos participaron activamente como mortifagos, apoyando la causa del mago más cruel y malvado jamás conocido. Según Victor sabía –gracias a conversaciones escuchadas a hurtadillas– Voldemort, por aquel entonces, no sólo pretendía imponer una ola de terror en Londres y detenerse ahí; su plan original era expandirse a todo el mundo. ¿Por qué conformarse con dominar sólo una facción del mundo mágico si podía ejercer el mismo control en las restantes? Inglaterra sólo iba a ser precursor de un monstruoso plan a gran escala. Si aquello se hubiera cumplido, entonces tanto muggles como magos rebeldes habrían sido asesinados sin piedad.
Victor no estaba orgulloso de los abominables crímenes que los suyos perpetraron, cegados ante la promesa de hacerse con poder a cualquier costo. Y, aunque él mismo no tuvo absolutamente nada que ver con cada pecado cometido por ellos, iba a ser una maldición que pesaría sobre sus hombros cada día. Por eso huyó de Rusia tras morir su abuela, quien le sugirió adquirir el apellido que solía portar cuando era soltera, permitiéndole así comenzar desde cero en un lugar totalmente distinto. Solicitar el cambio a Hogwarts fue todo un reto, la infame reputación que precedía a su estirpe ponía a cualquiera nervioso y, claro estaba, ningún director que se periciara de ser lo suficientemente listo querría al hijo de dos implacables mortifagos pululando sin supervisión entre los pasillos del colegio como si nada.
Pero Yakov, un muy buen amigo de su abuela, obtuvo el amparo del Ministerio de Magia británico para hacerse sin mayor problema de la tan importante aprobación. Los padres de Victor pasarían el resto de sus miserables vidas confinados en Nurmengard, no tenía parientes vivos que realmente quisieran tomarlo bajo su custodia y, en Durmstrang, las cosas tampoco iban mejor. Aunque por si mismo no hubiera hecho absolutamente nada, si bien los intentos quedaron en sólo meras tentativas, Victor, al igual que toda su familia, eran traidores consumados y eso implicada una falta que jamás le perdonarían.
Durante los primeros años de su educación mágica, Victor fue tratado con gran inmisericordia. Lo rechazaban categóricamente y todo empeoró a tal punto que las autoridades comenzaron a plantearse la posibilidad de también enviarlo a prisión, como simple manera preventiva. En pocas palabras, ellos creían una vez cumpliría la mayoría de edad, intentaría brindarles ayuda a sus progenitores para escapar.
Empero, Victor bajo ninguna circunstancia hubiese pensando en hacer algo así; les tenía un miedo inconmensurable y, rogaba al cielo, ninguno pudiera abandonar su merecido confinamiento en muchos, muchos años.
Reprimiendo un escalofrío, Victor empujó aquellos pensamientos a lo más recóndito de su mente y, fue ahí, cuando se topó con un compartimento, donde el único ocupante parecía muy entretenido en leer un pesado libro de portada vieja y desgastada. Diciéndose que al fin tenía un poco de suerte, movió la puerta corrediza captando así con el ruido la atención del otro chico. Era moreno, de estatura promedio, facciones claramente asiáticas y llevaba puestas unas gafas azules que acaparan casi todo el contorno de su cara.
Si adivinaba bien, estaba frente a un Griffyndor: la bufanda lo delataba.
El muchacho de cabellos negros pareció en verdad sorprendido ante su repentina aparición, cosa que Victor intentó aligerar un poco al desplegar una amable sonrisa, sin embargo, los ojos marrones ajenos nada más se dieron cuenta a qué casa pertenecía Victor, se colmaron de un terror inusitado. Bueno, en honor a la verdad él tampoco estaba muy feliz con la decisión del sobrero seleccionador cuando fue sometido a su irrefutable juicio. Slytherin, había gritado a todo pulmón a casi nada de tocar su cabeza: y Victor se sintió un poco ofendido ante la elección de su nueva casa y hogar durante los próximos dos años. En serio hubiera preferido ir a otra distinta, incluso Hufflepuff hubiese sido una excelente opción, pero lo llevaba entre las venas según se jactó aquel viejo sombrero que, a su parecer, no sabía cuándo callarse. Así que, diciéndose no se auto clasificaría siguiendo tales prejuicios, se dispuso a comportarse como el caballero que, según su abuela, había intentado enseñarle a ser.
Entonces, colocando a Makkachin en el suelo, se dispuso a mantener una pequeña charla de rigor.
—Hola —saludó empleando un Inglés fluido, aunque con acento bastante marcado que delataba su nacionalidad—. Disculpa la intromisión, pero todos los otros cubículos están ocupados y eres el único que tiene espacio. ¿Te molestaría si mi amigo aquí presente y yo te hacemos compañía hasta que arribemos a Hogwarts?
Su interlocutor abrió la boca un segundo para después volver a cerrarla sin saber qué decir. Victor le miró con gran curiosidad; vaya chico más extraño. Parecía de su edad o un poco más joven, aunque no podía estar del todo seguro. Durante un instante fugaz Victor se sintió terriblemente incómodo bajo aquella mirada color chocolate, sucumbiendo ante la fugaz idea de haber sido descubierto tan fácilmente. ¿Qué rayos iba a hacer si sus sospechas eran ciertas? No es como si pudiera ir lanzándole a todo mundo embrujos desmemorizantes sólo porque creía estar en peligro aun sin tener pruebas fehacientes al respecto.
Así que, lleno de angustia, esperó un instante listo para actuar si así la situación lo requería.
—¿Van a comenzar desde ahora? —preguntó apenas, la voz le temblaba en un apagado susurro y Victor parpadeó sin tener idea a cómo responder aquella pregunta. Lo había tomado por sorpresa.
—¿Disculpa? —dijo de vuelta sin comprender.
—Si quieres puedo dejarte el lugar y yo buscaré otro sitio —sin detenerse a esperar una respuesta, comenzó a reunir todas sus cosas lo más rápido posible, fallando al menos dos veces en tal intento—. No quiero meterme en problemas con ustedes, ¿de acuerdo?
—Ey, espera un segundo... no te estoy pidiendo eso —¿de quiénes hablaba? Justo se disponía a detenerlo cuando lo vio tropezar aparatosamente con el bajo de su propia túnica, enviándolo de bruces al suelo en un duro golpe que sobresaltó a Makkachin—. ¿Te encuentras bien?
Quiso brindarle ayuda, empero aquel desconocido se negó rotundamente al apartarse lo más posible mientras negaba repetidas veces, conteniendo apenas las lágrimas de vergüenza por ser tan torpe.
—No, por favor...
Victor formuló una disculpa y estuvo tentado a sacar su varita para repararle los anteojos, pues en algún punto de la horrible caída se le habían dañado; sin embargo no pudo hacer nada porque el asustadizo chico emprendió la huida en cuestión de segundos, evitando a toda costa mirar atrás.
—¡Oye!...
El ruso prácticamente asomó la cabeza y medio cuerpo fuera del cubículo, justo a tiempo para ver que dos chicas, también de Slytherin, lo empujaban al pasar llamándolo cerdo mientras reían maliciosamente sin disimular su evidente burla.
—Oh, tú debes ser el estudiante de intercambio —una de las jovencitas que se portó grosera con el chico de gafas, le habló con gran cordialidad, cambiando al instante su actitud desdeñosa—. Mi nombre es Daphne y ella es Hazel —presentó—, y oficialmente nos gustaría darte la bienvenida a Hogwarts.
Desde dónde se encontraba, Victor las evaluó a ambas con ojo crítico. Las dos no debían sobrepasar los quince años, aun así, a su juicio eso no les daba ningún derecho a comportarse de tal manera con los demás. Victor odiaba por sobre todas las cosas a ese tipo de personas; arrogantes, egoístas, desdeñosas e infantiles. Llevaba lidiando con ellas durante casi toda su infancia y no necesitaba rodearse de gente tóxica para creer sentirse aceptado. Por eso, importándole muy poco ser grosero, se dispuso a sonreír mirándolas como si fueran dos insectos que necesitaban se eliminados cuanto antes.
—¿Por qué? —quiso saber empleado un tono sutil—. Todavía no llegamos ahí para que se tomaran la molestia de venir a decírmelo —las dos chicas se removieron incómodas en su respectivo lugar, captando la mala intención pese a haber sido dicha sin algún insulto de por medio.
Daphne pareció realmente ofendida, mientras Hazel sólo se puso roja hasta la raíz del cabello por la evidente vergüenza. Entonces Daphne, con el ceño fruncido, carraspeó para intentar aligerar el ambiente, cosa que no consiguió en absoluto.
—Si, bueno: sólo queríamos decirte eso y, de igual modo esperamos te sientas cómodo en Slytherin —el ruso dudaba que aquello sucediera, pero igual asintió—. Nos vemos.
Las dos niñas se fueron murmurando entre si, pero a Victor le importaba muy poco haberles herido alguna susceptibilidad. Tras emitir un largo y pesado suspiro, una vez más se dispuso a ingresar la cabina vacía, donde Makkachin lo esperaba bastante inquieto. Dejándose caer sobre el acolchado asiento, no pudo evitar masajearse las sienes creyendo muy ponto debería lidiar con una fuerte migraña de sólo pensar aquel año sería más difícil de sobrellevar de lo imaginado. Yakov le había recomendado mantener un perfil bajo, evitar a toda costa inmiscuirse en actividades muy llamativas como el Quidditch y alejarse, todo cuanto pudiera, de cualquier tipo de conflicto innecesario.
El amigo de su abuela ya fallecida le imploró apelar a su lado más lógico y racional, sin embargo, Victor pocas veces atendía los sabios consejos del hombre mayor.
—Seguramente lo voy a tener enviándome cartas vociferadoras cada semana —Makkachin aleteó reiteradas veces dándole a entender lo escuchaba, captando así su atención—. ¿Qué pasa? —quiso saber curioso ante tanto alboroto—. ¿Qué tienes ahí?
Inclinándose, pudo ver a sus pies un pequeño sobre amarillento. Lleno de curiosidad, Victor lo tomó y pudo darse cuenta al instante se trataba de una carta. Verificando el remitente, leyó el nombre de Yuuri Katsuki escrito sobre la hoja con una impecable caligrafía. ¿Yuuri Katsuki? ¿Pertenecería al extraño chico de gafas? Lo más probable es que sí pues nadie más estuvo ahí dentro antes. Tentado a verificar el contenido, se recordó era una terrible falta de respeto fisgonear correspondencia ajena y, resistiéndose al impulso, mejor terminó poniéndola a resguardo dentro de su túnica. Si lo veía en clases, cosa que probablemente sucedería, ya encontraría el modo de devolvérsela; sólo esperaba que el asustadizo Griffyndor no saliera huyendo despavorido una vez más, como si hubiera visto al mismísimo diablo en persona ir tras él.
Sin muchos ánimos, Victor dirigió sus ojos azules hacía la ventana rectangular que daba vista al exterior, poniendo toda su fe en que, al menos, lograría realizar aquel extenso viaje en paz.
—Allá vamos, Makkachin —dijo metiendo los dedos entre los delgados barrotes de la jaula, disponiéndose a brindar ligeras caricias al plumaje de su querida mascota.
Las horas restantes del trayecto, gracias a los cielos, discurrieron sin mayor inconveniente. A mitad del viaje, una mujer regordeta le ofreció bocadillos y dulces que arrastraba sobre un carrito bastante llamativo. A Victor le fascinaban las golosinas, por lo cual no dudó en comprar dos empanadas de calabaza, bolas de chocolate y varitas de regaliz; cosas con las cuales aplacaría un poco el hambre hasta que llegasen al castillo. No se atrevió a intentar nada con las grageas de todos los sabores. Si, eran bastante populares y tenían cierta reputación, sin embargo, le provocaba repelús pensar siquiera en comer alguna con sabor a moco de troll o, peor aún, vómito.
Mientras disfrutaba sus bocadillos –permitiéndole a Makkachin probar un poco también–, el paisaje se tornó cada vez más y más oscuro hasta darle paso al cielo estrellado más hermoso que Victor hubiera visto jamás, arribando así a la concurrida estación de Hogsmeade. Sobraba decir Victor estaba muy cansado tras permanecer en una misma posición durante tanto tiempo, por lo cual, estimándose cuan alto era buscando así sacudirse aquella horrible sensación, aferró con firmeza la jaula de su mejor amigo disponiéndose a seguir a los otros Slytherin, quienes comenzaron a recorrer un extenso sendero de tierra bordeado por árboles e iluminado apenas con viejas lámparas de aceite.
A la distancia, Victor alcanzó a distinguir entre la suave penumbra al menos una docena de carruajes negros, transportes que seguro les llevarían hasta el colegio. Decantándose por abordar uno al azar, Victor tuvo algunos problemas gracias a la jaula del ave, pero uno de sus compañeros pareció darse cuenta y se le acercó dispuesto a brindarle ayuda.
—¿Necesitas una mano con eso? —le preguntó aun cuando hizo exactamente aquello sin esperar respuesta; y Victor le sonrió agradecido—. Podrías dejarla salir, ¿sabes? Estoy seguro que lograría encontrar el camino hacia la Lechucería por si misma fácilmente.
—¿Tú crees?
—¡Claro! —dijo el chico de ojos verdes y cabello rubio mostrándose sincero—. Déjala intentar —abriéndole la jaula, Victor permitió a Makkachin estirar sus preciosas alas para disponerse a emprender el vuelo, ante lo cual Victor se mostró aliviado en sobremanera—. Disculpa mi falta de cortesía; soy Christophe Giacometti, pero todos me llaman Chris.
—Mi nombre es Victor —sin poderlo evitar, titubeo antes de proseguir—, Victor Nikiforov. Y el gusto es realmente mío, Chris.
—¿Eres ruso, verdad? —un asentimiento le dio a entender así era—. Todos en el tren hablaban sobre ti —Victor lo miró sin comprender a la vez que se sujetaba del asiento pues el carruaje había comenzado a moverse y dar ligeros tumbos—, especialmente las chicas. No paraban de repetir que los Slytherin éramos unos malditos suertudos por tener a otro atractivo estudiante en nuestra casa.
—Bueno, si de algo sirve, mi objetivo jamás fue llamar de tal modo la atención —se justificó, ante lo cual Chris dejó escapar una sutil carcajada, pero sin malicia, en verdad parecía divertirse con aquel asunto.
—¡Por supuesto que no! —dijo restándole importancia—. Va a sonar un poco altanero pero, habremos quienes logramos causar ése tipo de reacciones aún sin desearlo —y le palmeó la espalda—. Como sea, sólo intenta que no se te suba demasiado a la cabeza galán: ya tenemos bastante con lidiar a un egocéntrico bastado por ahora —bueno, Victor no sabía nada al respecto, pero igual prefirió mantener la boca cerrada—. Te gustará Hogwarts: lo puedo apostar.
Victor admitía que se sintió un poco aliviado por haber encontrado a alguien capaz de brindarle aunque fuese un poco de orientación respecto a cómo funcionaban las cosas en Hogwarts, pues al venir del extranjero, el sistema educativo seguramente iba a ser muy distinto al cual estaba totalmente acostumbrado.
Los siguientes acontecimientos le pareció vivirlos en un borrón de imágenes difusas. Una vez pisaron las inmediaciones del castillo, los prefectos guiaron a sus respectivas casas al confortable interior y Victor no pudo evitar maravillarse por la belleza arquitectónica que componía cada pared y pasillo que alcanzaba a mirar. Cuando había ido ahí por primera vez acompañado de Yakov, sólo le permitieron recorrer el camino hacia la oficina del actual director, Minerva McGonagall, para que el sombrero seleccionador pudiera ubicarle en alguna de las cuatro casas disponibles. Pero ahora se daba cuenta que Hogwarts era, sin dudas, un lugar gigantesco en cada sentido posible. Gracias al cielo Victor poseía buen sentido de la orientación o ya podría considerarse hombre muerto académicamente hablando.
Entrar al gran comedor fue otra grata sorpresa. El cielo encantado a rebosar de velas flotantes iluminaban las cinco mesas rectangulares, donde montones de chicos y chicas esperaban diera inicio el proceso para seleccionar a los novatos que pasarían a formar parte de su comitiva hasta el día que se graduaran. Victor siguió a Chris con paso firme hasta el área correspondiente a Slytherin, ganándose algunas miradas poco discretas a las cuales prefirió hacer caso omiso. Así, una vez todos acomodados, McGonogall esperó que un profesor trajera consigo a los nuevos para dar un pequeño discurso antes de permitirle al sombrero seleccionador hacer su trabajo.
Uno a uno fueron asignados, ante los aplausos y vítores de sus ahora compañeros. Luego vino la cena. Centenares de platillos deliciosos aparecieron frente a ellos para que los degustaran a voluntad, cosa que hicieron de inmediato pues el viaje acabó dejándolos totalmente hambrientos. A tales alturas, Victor no pudo evitar librarse de conversar con otros Slytherin y, aunque seguía guardando miles de reparos a develar más información de la estrictamente necesaria en una plática superficial, se mostró atento y cortés.
Tras comer y beber, procedieron a irse a descansar. Una vez en el dormitorio que se ubicaba en las mazmorras, Victor se acomodó en la mullida cama individual pero, antes de sucumbir al cansancio, en verdad puso toda sus esperanzas en que todo continuaría fluyendo tan bien como hasta ése momento.
Porque no existía ninguna otra cosa en el mundo entero que Victor deseara más, que sólo ser un adolescente normal. Pero a veces el destino solía jugar tretas muy sucias, tarde o temprano el ruso lo iría descubriendo en sus dos próximos años de estadía en Hogwarts, la escuela más famosa de magia y hechicería jamás conocida en todos los tiempos.
Además, por regla general no establecida propiamente, cada nueva generación de estudiantes necesitaba tener una historia que contar a las que estaban por venir.
Y Victor, sin apenas sospecharlo, pronto comenzaría a vivir la suya.
