El mundo se nos escapa porque vuelve a ser el mismo.
Roberto Arlt
Respeto
Cuando Rinalí Lee tenía catorce años, Cloud Nine tenía veintiséis y era muy hermosa. Solía transitar, muy ocasionalmente, por toda la torre, con formas de papeleo en las manos y un mono en el hombro izquierdo. Era alta y atlética. Sus pasos eran cortos, muy cercanos entre sí. Sus tacones daban contra el suelo de piedra con una suerte de melodía en la intermitencia de los golpes.
Después de ella, el miembro de la Orden Oscura que más intrigaba a la pequeña Lee, era Winters Sokaro. Solía coincidir sus visitas con Cloud Nine y Rinalí lo había visto cinco veces. La primera, comenzaba el verano y ella tenía doce años de edad. Su hermano acababa de arribar y ella descubría el edificio por vez primera encariñada, como si nunca antes hubiera notado que era posible tenerle afecto a esas paredes de piedra fría y a esas personas uniformadas. Andaba en camisola por el parque, sobre la escarcha, memorizando los colores de las mariposas. Su hermano la miraba por encima de sus libros y papeleo, acomodado en una reposera, con un par de anteojos para el sol.
Pasó a su lado casi arrastrándose, en dirección a las cocinas, presumiblemente. Ya era gordo y deforme a muchos ojos.
-Deberías cuidar a esa pequeña prostituta. Está casi desnuda y no querrás que la violen, Lee.-Había siseado esa mole escamosa. Y Rinalí sintió que una avalancha de nieve acababa de sepultarla.
