— ¡Te odio!

Exclamo formándose un nudo en su garganta mientras sostenía fuertemente el arma. Tratando de que sus manos no tiemblen sintiendo como las lágrimas se deslizaban por su mejilla.

— ¡Te odio!

De nuevo gritó, quien sostenía firmemente el arma a punto de apretar el gatillo. Mostraba una mirada temerosa. Trago saliva y le disparo. Al fin logro dispararle a la persona que más odiaba en el mundo.

No obstante, no murió; las balas no atravesaban los espejos.

La bala se incrusto en el reflejo, en medio de su frente. Sin sangre, sin dolor. La mirada de angustia se seguía mostrando, las lágrimas seguían estando presente, cayendo con dolor, sin detenerse.

— Te odio— Musito.

Se odia lo débil que es.

Se odia lo cobarde que es.

Y ella no tenía el valor de apuntarse a sí misma, solo un reflejo, solo una parte. Porque todavía no podía abandonar este mundo, aunque todas las personas que amaba lo habían hecho, no podía, no sin ante haber cumplido con el objetivo.

Odia su pasado, odia su vida y sobretodo odia lo que ha hecho.

Pero aún tiene que soportar ese sufrimiento, aparentar ser fuerte como si nada doliera. Como si estuviera bien.

No lo estaba. No había forma de que lo estuviera.

Por ese motivo cuando todo llegue a su fin, cuando ella consiga el antídoto, cuando la organización quede destruida.

Se lo propuso.

Si llega ese momento, esta vez, no disparara contra el espejo.