Disclaimer: estos personajes no son míos. Si lo fueran habría matado a Harry Potter, por gilipollas y porque no le aguanto.
Nota de la autora: he aquí el episodio piloto del fic que deseaba publicar. A decir verdad, me cuesta un poco ser tan prolija, por lo que es normal que tarde de dos semanas a un mes en publicar otro capítulo, siento ser tan tardona, pero así será. La idea original y que le da título a la historia, tiene origen en una canción maravillosa de la que podréis leer una líneas si continuáis. Aun así, esto se lleva gestando desde que empecé la colección "Snakes & Fun", y desarrollándose gracias a la magnífica Metanfetamina y su "Mortífago", obra que recomiendo encarecidamente.
Save me
"There's a lot you don't know, but you say you won't go and I'd like to believe you... But I know, there's no one left to save me, I am the only one" The Pierces– Save me.
Cuando todo empezó:
Era día uno de septiembre. Como todos los años, en KingCross se reunían una serie de personajes extraños, lechuzas enjauladas posadas en precario equilibrio sobre las maletas que yacían sin vida en los carritos, extravagantes y coloridos atuendos, palabras extranjeras mezclándose con el lenguaje natural inglés. Los muggles, porque así los llamaban aquellos seres bizarros, hacían bien en apartar la mirada, incómodos, susurrándose frases de desprecio entre ellos: ¿Has visto el traje que lleva ese pelirrojo?, parece sacado de una película fantástica.
Y actuaban correctamente, y sobre todo, oportunamente. Si hubieran sido más observadores, o más curiosos que desdeñosos, habrían podido asistir a un espectáculo de la más mágica naturaleza. La marabunta antes citada, se precipitaba, pieza por pieza, contra una enorme columna que no parecía ser demasiado blanda. Y lo más interesante, desaparecía. Sin dejar rastro alguno, se desvanecía como la arena. Pero por suerte, los muggles nunca lo sabrían.
Al otro lado de la columna, un chico rubio, delgado y de aspecto elegante se apoyaba, displicente y altivo, sobre una maleta. Parecía estar esperando a alguien, sus ojos grises reflejando aburrimiento. Miró su reloj, que, si no se encontraba atrasado o adelantado, marcaría las once menos diez. Se rascó la nuca, en el nacimiento del pelo. Pensó en suspirar, y si eso no hubiese roto la atmósfera áurea y superior que le rodeaba, seguramente lo habría hecho, hastiado. Aquella posición empezaba a provocar suaves y belicosos pinchazos en sus lumbares, y no había dormido demasiado la otra noche.
Un adolescente negro salió de la columna, arrastrando su baúl con dificultad, y maldiciendo su destino internamente. Debía de ser una broma, o quizá era una oportunidad más de molestar a su compañero de casa, al que no apreciaba demasiado. Dejó su equipaje junto al del otro, y saludó, parcamente:
–Hola Malfoy.– una mueca burlona pintada en su rostro.
–Zabini– contestó su acompañante, sin ni siquiera dignarse a mirar esa cara que se había acicalado con una sonrisa sarcástica que era únicamente para él.
Sin que ninguno de los dos lo advirtiera, una figura se deshizo de la manada que subía apresuradamente al tren escarlata cuyo cartel rezaba "Hogwarts Express". Se aproximó con sigilo, probablemente intentando acortar la vida de sus dos presas asustándoles más de lo decoroso, o más de lo que ninguno de los dos admitirían después, más bien. Sin embargo, antes de que pudiese acometer tamaña fechoría, el moreno volteó, sus labios curvados hacia las orejas. La chica se sorprendió de haber sido descubierta, pues el estruendo del aparato motor al lado no dejaba lugar a susurros, precisamente. Las cejas alzadas, pospuso sus preguntas para más tarde, cuando se hubieran cumplido los abrazos de rigor. No era una costumbre muy perpetrada entre ellos enlazarse los unos en los brazos de los otros, pero llevaban más de un mes sin verse, y esos gestos de afecto sólo se producían con las féminas, así que todavía estaba bien visto. Aún así, mientras el rubio se dejaba tocar tan castamente por la chica, echó una mirada vigilante al resto del andén.
–Creo que deberíamos entrar ya, si los demás no están aquí, que pierdan el tren y vayan en coche volador. – declaró la chica, egoístamente, agarrando con empeño su maleta.
Los otros dos coincidieron, riéndose de la alusión de la Slytherin. Obviamente, hacía referencia a un numerito merecedor de aplauso que protagonizaron dos criajos de la casa de los leones, que habían aparecido en la escuela tras el hurto de un vehículo de sospechosas propiedades, perteneciente al padre de uno de ellos, alegando que la barrera se les había cerrado. A decir verdad, y retomando una expresión no perteneciente a ese mundo de hechizos y pociones, en realidad uno no sabía si aplaudir o echarles monedas. Y cada año había otro espectáculo heroicamente llevado a escena por ellos, claro.
Las tres serpientes se movieron por las tripas de la máquina, deslizándose por los pasillos en una búsqueda cada vez más desesperada. Zabini abrió un compartimento al azar y, al constatar la presencia de dos individuos asustados y a la vez eufóricos, a los que los inocentes todavía llaman "alumnos de primer año", cruzó el umbral con total tranquilidad y se sentó en frente de los niños, que le miraron con una mezcla de admiración y desconfianza.
–Largaos – expresó el mismo que había entrado primero, incitando a los siguientes a hacer lo propio, con una sonrisa que no tenía nada de amable –Os hechizaremos.
Empequeñecidos aún más por el terror, cogieron sus materiales escolares y anduvieron, con el paso firme de aquél que todavía espera conservar algo de orgullo y amor propio, hacia la puerta. No obstante, fue en vano, porque el rubio, cruelmente, les sobresaltó imprimiendo en su "bu" toda la saña de la que era capaz, produciendo en sus compañeros una breve carcajada. Así se explica el dilema nominal de las dos criaturas que habían abandonado el aposento, pues la gente común y desengañada sabe que el título antes explicado es únicamente su definición oficial. Los enterados suelen desechar ese poco original nombre para usar uno mucho más divertido y acertado: Cabezas de turco. O enanos pringados, de manera más grotesca y menos culta.
Tras haber colocado sus maletas y haberse acomodado lo más confortablemente posible, la castaña se dispuso a hacer sus averiguaciones.
–¿Cómo has sabido que era yo quien venía?– inquirió, confusa, mirando al exótico joven, cuyos ojos relampaguearon de superioridad y satisfacción al oír sus palabras.
Se echó hacia adelante, como si lo que fuera a pronunciar en ese momento fueran declaraciones de suma importancia.
–Cariño– empezó, lascivamente, y la chica en cuestión escondió bajo los párpados sus pupilas felinas– Reconozco tu perfume, lo llevas usando casi desde que nos conocimos.– continuó, burlonamente – Yo diría que desde que se desarrolló tu fecundidad.
Ella bufó, ignorándole, la mirada indiferente. Estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios de su parte. De hecho, toda su Sala Común lo estaba, y le hubiera extrañado que eso hubiese cambiado en el corto periodo que pasaron separados. Cierto era que en ese lapso de tiempo habían ocurrido muchas cosas, entre ellas juicios y encarcelaciones. Por suerte, todos sus cercanos habían eludido con habilidad las segundas. A Malfoy le había salvado el chico que creía que tenía que salvar hasta a las avispas de su perecer después de la picadura, alias Potter, el Niño-que-vivió-desgraciadamente, El elegido para dar la brasa, e infinidad más de nombres que modificar y ridiculizar. La mayoría habían sido juzgados como menores y absueltos bajo estrecha vigilancia, la sed de venganza y de más tragedia,- pues por lo visto no habían tenido suficiente con una cruenta batalla a las puertas del único establecimiento de enseñanza mágica del país–, dirigida hacia otras víctimas más merecedoras de ésta. Otros, ella entre ese colectivo, habían manifestado pasivamente su apoyo a la causa, pero no habían sido marcados como parte del ganado del Lord, y en la confusión de encantamientos lanzados aquella noche, cualquiera encontraba a todos los culpables.
El instrumento móvil ya se desplazaba, con su traqueteo habitual, por las vías, mostrando por sus ventanas diversos paisajes de la campiña sajona. La conversación fluía, cordial y amistosamente, al menos todo lo cordial y amistosa que podía serlo entre los dos entes contrarios que se sentaban delante de la muchacha. Ella escuchaba sus intercambios de un oído perezoso, contemplando el verde a través del vano acristalado.
Poco después, alguien descorrió parcialmente la puerta, asomando la cabeza cubierta por una melena de cabellos dorados. La cabeza habló,–" están aquí", y retrocedió, irguiéndose sobre su nuca. Una mano terminó el trabajo de apertura, dejando sitio a un cuerpo de curvas no exuberantes pero sí generosas. Detrás de ella se encontraba Theodore Nott, sus hombros anchos casi precediéndole en su movimiento de avance. Hizo un gesto con la cabeza que podría tener múltiples significados, desde el saludo hasta un simple estiramiento de cuello. En sus manos, llevaba un libro cuya portada quedaba tapada por sus dedos inadvertidamente censuristas. Los dos se posaron sobre la butaca de cuero, después de haber terminado con los saludos.
Posteriormente, el diálogo se condujo a temas tan banales que no vale la pena redactarlos: ¿Qué tal el final del verano? ¿Cómo están tus padres? Callado, Theodore abrió su libro sin ningún reparo y empezó a leer. No quería oír otra conversación superficial y segura que evitaba hablar de los asuntos importantes. No porque prefiriera un debate trascendental, simplemente y siguiendo con la tradición, consideraba esos trueques vacíos de palabras como tareas absurdas y sin sentido. Desde aquél día, ninguno había hablado de Crabbe, y se referían a su situación familiar con la mayor distensión de la que eran capaces. A ojos de los demás, continuaban en su posición, inamovibles y para nada perjudicados por los fatídicos acontecimientos. Nada más lejos de la verdad, vivían su infierno personal adornando su faz con máscaras siniestras, sonrientes e impersonales, no tan diferentes de las que habían llegado a vestir algunos de ellos.
Pronto, el lector tuvo la sensación de que alguien le observaba. Sensación que conocía muy bien, y que siempre era causada por estímulos reales. Alzó la cabeza, dejando reticentemente las letras de imprenta de su tomo, y se encontró con los ojos pardos de Daphne, que no se acobardaron, retirándose con vergüenza hacia otros lares más receptivos, sino que se mantuvieron fijos en él, con curiosidad y aplomo. Ya no habría vergüenza nunca más en esos océanos amarillentos, profundos y penetrantes, como no la habría tampoco en los azules de Nott.
– ¿Qué lees?– preguntó, cuando en realidad quería decir "¿Piensas en tu padre, que está en una celda de Azkaban, seguramente muriéndose de inanición?".
El moreno se contentó con elevar lo justo su libro, descubriendo su cubierta. "Hechizos informulados, nivel avanzado", era su título, impreso en dorado sobre la piel.
Había sido, tal vez, un intento muy burdo y frágil de entablar conversación, pero ella sabía que no iba a sacar nada en claro de todas formas, pues su aún amigo no era muy dado a airear su interior, incluso menos que el resto de los ofidios. No encontraba necesidad de desahogo ni su utilidad, y la esbelta chica era consciente de ello. Aún así, había logrado entrever entre los laberintos de sus ojos azules la respuesta a su pregunta. "Sí, lo hago. No dejo de hacerlo ni siquiera cuando duermo", había gritado inaudible e imperceptiblemente.
En otro plano del decorado, Astoria y Blaise reían despreocupadamente, no tan ajenos a sus compañeros como dejaban entender. Él acababa de soltar alguna de sus perlas cotidianas contra el rubio, como siempre embebida en humor, y la rubia no había tenido ningún inconveniente en mostrarle su apoyo, carcajeándose con una risa sumamente contagiosa sin ser especialmente estrambótica. Parkinson fruncía el ceño, evidentemente tratando de evitar el contagio, y Malfoy miraba a la que se reía tan impúdicamente con especial frialdad, furibundo. Eso sólo consiguió reanudar la risa de su atacante, las lágrimas cayendo y enredándose en sus pestañas. Draco refugió su vanidad en las manos de Pansy, que le acariciaba el pelo con adoración. Algo aliviado, se dejó caer sobre sus piernas, permitiendo que le peinara inútilmente con sus dedos. De todos modos, esa cría y él nunca se habían llevado bien, pero no quería enfadarse, así que exilió esos pensamientos de su cabeza. Astoria sonrió con ironía, compartiendo una mirada de complicidad con Zabini.
El resto del viaje transcurrió en un ambiente perfectamente natural, sin elementos que pudieran trasgredir la tranquilidad del primer día en Hogwarts. En todos los vagones, los alumnos se embebían en charlas absurdas que, de alguna forma, intentaban tapar el alboroto que sufría la sociedad mágica. Se hablaba de bailes que ojalá se celebraran, de los maestros a los que nadie tenía ganas de volver a ver, de la comida del Gran Salón y de asuntos privados que no nos conciernen en demasía ("¿ De veras ha vuelto a salir Maggie con Alex?" " Sí tía, yo no sé como puede mirarle a la cara después de que le pusiera los cuernos. Si es un cerdo").
Theodore, como siempre, esperó que todos salieran antes de traspasar la puerta él mismo. Arrastrando el baúl, los Slytherin de séptimo salieron del inmenso gusano carmesí. Notaba la mirada de Daphne sobre él, sin ni siquiera comprobarlo. Y le irritaba ligeramente, a decir verdad. Se planteó breve e jocosamente la idea de imponerle una orden de alejamiento, pero la descartó. Después de todo, era ella a quién acudía en sus noches de desesperación, en las que la soledad, generalmente una buena amiga, se le agarraba a los hombros como una garrapata y representaba un peso insoportable para él. Puede que sólo se viera momentáneamente librado del parásito, mas esos momentos confundiéndose con su cuerpo era suficientes para adquirir la fuerza necesaria hasta la próxima vez, en la que volvería a hundirse en ella para olvidar su nombre, para no recordar más que el vacío que le sonreía bajo esos ojos pardos.
Se repartieron aleatoriamente en los carruajes elevados por Thestrals. Aquellos caballos siniestros y alados a los que, debido a la crudeza del mundo, ahora muchos podían ver. No se detuvieron a observarles como habrían hecho antes, presurosos de deshacerse de la implicación que su visión conllevaba. En su mente todos tenían a una persona a la que no volverían a ver. Aún así, todos sonreían. Astoria había leído una vez que si la cara sonríe, por algún extraño mecanismo, engaña al cerebro y le impulsa a creer que de verdad se está alegre. Esperaba que fuera cierto, porque la mueca falsa con la que se había maquillado el rostro empezaba a amenazar con no mantenerse. Alguien sacó un tema de conversación, y todos se alejaron de los recuerdos con precipitación, sin tomarse la molestia de esgrimir una despedida. Poco importaba que se hablara de Quidditch, los que conocieran mejor el deporte opinarían, y los que no fingirían interés por primera vez.
Como nunca lo habían hecho antes y sin que sirviera de precedente, este año, las hermanas Greengrass compartían habitación. Era bien sabido en todas las mazmorras que no eran muy cercanas pese a ser familiares, y que se confesaban un desagrado mutuo y permanente, seguramente desde el nacimiento de la más joven. Desgraciadamente para ambas y sobretodo para sus compañeras de cuarto, los recientes acontecimientos habían desembocado a esta situación. Astoria, habiendo demostrado nivel más que suficiente para entrar en el último año de su formación académica iniciatoria y Daphne repitiendo, como todos los alumnos que debieran haberse graduado el curso anterior y quisieran presentarse a los EXTASIS, habían coincidido por primera vez en un mismo espacio destinado a las horas de descanso.
Hallábanse pues en un frío intercambio de miradas, la una agarrando su almohada como arma arrojadiza, la otra considerándose demasiado elegante o quizá demasiado débil para enzarzarse en una pelea cuerpo a cuerpo. La segunda increpaba a su hermana sobre quién sabe que razón, mientras ésta dejaba caer su cojín, acostumbrada a los discursos incriminatorios de su mayor, que parecía creer que era su tarea remplazar a una madre ausente. La miró con cansancio y sorna, reflejando en toda su actitud un claro "me da igual, voy a hacer lo que me de a gana". En realidad, y para ser del todo sinceros en esta narración, la benjamina ni siquiera sabía de lo que se quejaba aquella con la que compartía el cien por cien de su código genético. Como en un sueño, veía las palabras salir de su boca en un torrente sin fin. Se acostó, haciendo caso omiso, y las alumnas de su aposento hicieron bien en interpretar su bostezo como signo inequívoco de que era hora de abrazar a Morfeo.
En su cuarto correspondiente, los chicos hablaban en voz baja. Malfoy y Zabini, sin renunciar a la tradición, se lanzaban pullas bajo la luz tenue de las lámparas de mesilla, con un lenguaje soez y algo absurdo. Mientras el moreno se divertía con el canje de palabras malas, el rubio enrojecía de rabia, inyectando más y más veneno en sus réplicas. Réplicas que parecían resbalar en la cubierta burlona de Zabini, que le retaba con su sonrisa cínica. Nott que, a pesar del largo viaje no se encontraba cansado, leía semitumbado en su cama, escuchando a medias los insultos que se dedicaban sus dos amigos.
Se aburría, avasallado demasiado pronto por el desinterés de una vida vana en una escuela a la que no deseaba acudir. Se imaginó a sí mismo escribiéndole una misiva a la castaña y viéndola acercarse a él con diligencia, dispuesta a entregarle vacíos instantes de roce aletargador y excitante en ámbitos distintos. Le tranquilizaba saberse con poder sobre alguien, como un herrero que manipula el hierro a placer. Era perfectamente consciente de que sus actos no eran precisamente heroicos, pues siempre había sido capaz de diferenciar lo ético de lo que no lo era, pero la triste verdad es que no le importaba lo más mínimo. Conocía los sentimientos supuestamente amorosos de su amante, pero no se acusaba injustamente de haberlos provocado. Él nunca le había prometido lealtad, ni había mostrado con su comportamiento la ínfima tendencia a una relación a largo plazo, y si ella seguía aferrándose a esa esperanza, era tonta. Aún así, terminó por cerrar su libro y cubrirse con las mantas, rindiéndose de nuevo a otra noche en la que, como ya era costumbre, el sueño no acudiría.
Zabini abrazaba con las piernas su almohada, mientras el reloj de su velador marcaba una hora indecente, bien entrada en la madrugada. De pronto, deshizo su enlace, expulsando hacia arriba su torso, como un muelle. Empapado en el sudor frío de las pesadillas, se levantó con cara de haber visto un muerto. Se dirigió con un silencio felino hacia el cuarto de baño, donde se despejó al mojarse con vehemencia el rostro y la nuca. Contempló su reflejo, que se reía de él, verdoso y enfermo, las ojeras sacándole la lengua debajo de sus ojos oscuros. Suspiró, claudicando al impulso de sentarse en la taza, sosteniéndose las sienes entre sus grandes manos. No le apetecía reflexionar, no tenía ninguna gana. Quería volver a meterse en la cama tapándose con las sábanas a causa del fresco septiembre de Gran Bretaña. Ahogar sus malos sueños en su colchón y despertarse como se debe en un nuevo día. ¿Cuándo le había faltado a él energía? ¿Si a él mismo le fallaba el ánimo, que ocurriría con los demás? ¿Acaso se acurrucarían en alguna esquina, temblando, sobrecogidos por el llanto?
Theodore le había visto alejarse, sin manifestarse por lo tanto. Continuaba con los ojos abiertos mirando el dosel de su cama, cuando oyó salir del baño a su compañero. Quiso hacerse el dormido, pero su posición era demasiado tiesa para aparentar el descanso, su semblante demasiado tenso. Zabini se sentó a su lado, sonriendo con tristeza. Renunciando a su intimidad, se sentó y se dignó a mirarle sin expresión. El que ocupaba impúdicamente los bajos de su cama se contentó con eso, y le propuso una botella de Whisky que por lo visto guardaba en su mesilla desde que, en cuarto curso, se hubiera visto envuelto en una ilícita excursión nocturna a las cocinas de Hogwarts. A veces se preguntaba porqué seguía siendo ilegal dirigirse a las cocinas: más de la mitad del alumnado conocía su ubicación y la forma de entrar y además, ¿qué pasa si te entra hambre? Reticente, aceptó, la perspectiva de una evasión ebria tentándole desde el vidrio que encerraba aquel líquido amarillento. Zabini declaró que la guardaba para las ocasiones especiales, y que, después de todo, era el primer día de su último año.
–Eso pensábamos hace un año, ¿recuerdas?– replicó con ironía el moreno, con la sonrisa de medio lado que le caracterizaba.
Su acompañante en la embriaguez se rió suavemente, y sin molestarse en contestar, dio un largo sorbo antes de tenderle el recipiente imitando su mueca asimétrica. Siempre habría tiempo de volver a robar alcohol para una circunstancia verdaderamente merecedora de ese título. Encontraban en el acto de emborracharse una satisfacción casi enfermiza, pues les daba motivos y excusa para liberarse momentáneamente de la presión a la que se encontraban sometidos desde su más tierna infancia. Les proporcionaba un periodo de relajación en el que podrían actuar según su libre albedrío, con la seguridad de que a la mañana, todo quedaría olvidado.
–Me han comentado que te tiras a la Greengrass.– soltó Zabini sin sutileza alguna, mirándole penetrantemente.
–¿A cuál de las dos?– respondió con evasiva su amigo, una ceja alzada con cinismo.
Zabini murmuró algo sobre que sus compañeros eran todos unos fantasmas, demasiado bajo como para ser un simple comentario ofensivo, demasiado alto para no ser intencionado. O quizás sencillamente estaba demasiado borracho. Nott esbozó una minúscula carcajada, su boca de nuevo cayendo en picado sobre un improvisado vaso.
Bebían para olvidar los rostros y los cuerpos inertes en el suelo, sin siquiera sangre brotando y calentando ligeramente la escena. Para no rememorar los gritos que algunos proferían, las marcas que algunos vestían. En la guerra, y de ello estaban todos convencidos, no hay ganadores ni perdedores, sólo supervivientes. Los dos querían olvidar su nombre, que estaba manchado por el horror de la muerte desde hacía demasiado tiempo, querían mezclarse efímeramente con la esperanza de un mundo ¿mejor? Donde no fueran unos parias condenados a la vergüenza y acosados por los dedos que señalan. Por eso bebían, o a lo mejor no tenían otra cosa que hacer.
Astoria, mientras tanto, se removía reiteradamente en su lecho. La mirada bien abierta en la oscuridad de la noche, se compadeció a sí misma por su herencia genética. Su padre, quizá por tendencia natural, quizá por el desgaste de la vida, sufría el insomnio de aquellos que no pueden apagar sus luces internas pese al cansancio corporal. Y ella, desgraciadamente, conocía también los inconvenientes de la falta de sueño.
Sentía a su hermana, despierta al fondo de su mismo cuarto. Si hubieran sido más jóvenes, puede que bastara con diez años menos, seguramente ya compartiría colcha con ella, hablando de lo maravilloso que sería ir a Hogwarts, de lo genial que sería hechizar objetos y preparar pociones, jugar al Quidditch. Pero no lo eran. Ahora se conformaba con pensar en ella en silencio, prejuzgándola sin admitirlo. Daphne siempre había afirmado que su hermana, por azares del aciago destino, era la persona que mejor la conocía.
Aparte del hecho de compartir los mismos progenitores, tenían más razones para enemistarse. Porque eran prácticamente contrarias. Hasta su físico las apoyaba en su guerra fría. La mayor tenía unas facciones elegantes y frágiles, la cabeza cubierta por una melena castaña y lisa, los ojos pardos y sagaces, las formas desdibujadas pero atractivas. Astoria, en cambio, tenía la esencia de las estrellas de cine, siempre dispuesta a destacar. Rubia de pupilas azules, pero no británicamente lánguida. Labios voluptuosos, curvas pronunciadas, era el erotismo hecho carne. En cuanto a sus personalidades, por el momento nos conformaremos con saber que una hacía de la discreción su mejor carta, mientras la otra era el retrato de la displicencia y la rebeldía.
Pansy Parkinson roncaba suavemente, expulsando pausada y repetidamente el aire inspirado, enterrada en sus sueños, muy alejada de la vigía de sus dos compañeras de curso. Este año, se había propuesto demasiadas cosas como para permitirse el lujo de no dormir. A pesar de que muchos la consideraban estúpida, siempre siguiendo al rubio y aclamándole en sus hazañas,- que distaban mucho de serlo-, inconsciente de la realidad atroz que la rodeaba, no era la idiotez el antifaz que le tapaba la visión, sino sus propias manos. Y es que para ella, "realidad" era un tabú. Prefería continuar en su inocencia infantil a lucir el aspecto cansado y amargado que tenía Nott, por ejemplo. Le era más provechoso resignarse con ser joven, medianamente libre, tener amigos y estar tranquila, e ignorar el aroma nauseabundo de su sociedad y de su credo.
La mañana siguiente consistió en el típico escenario del desayuno. Bueno, miento: en vez de tomar huevos, como solía hacerlo, ese día Zabini decidió que unas tostadas serían quizá mejor reconstituyente. Y pudiera ser también que cargara ligeramente más su café matutino. Las clases se mantuvieron en la vulgaridad de lo común, y, sino hubiera sido por un comentario fatídicamente desacertado, seguramente el almuerzo habría seguido en la misma línea.
Durante dicho reabastecimiento de sus estómagos famélicos tras siete horas desde su última ingesta, la disposición de asientos fue particularmente decisiva. Malfoy tenía al lado a la fémina de su anticuado séquito, y enfrente a la combinación explosiva de Zabini y Astoria, al lado del moreno, se hallaba Daphne, acompañada por un ausente Nott. Por alguna razón, la rubia había decidido compartir mesa con los amigos de su hermana y no con los suyos propios. Ella siempre declararía que fue para entablar amistad con los que, después de todo, tendría que compartir clases durante todo un año. Inconscientemente, quizá, sentía curiosidad por ver el papel que tomaba su pariente en la rutina de las conversaciones entre cercanos.
Mientras Zabini se reía de su forma de comer, desaliñada y muy poco femenina, oía como un zumbido la incesante verborrea del ególatra de turno. Exceptuando que siempre era su turno, obviamente. Le llegaban sus palabras de un modo tan directo que le era imposible no escuchar las gilipolleces que relataba sin fin, cosechando la mirada embelesada y admirativa de cierta morena acomodada a su derecha. Cómo no, tenía que tratarse del tema estrella: Potter. Antes se quejaba de su presencia y se regodeaba en sus fracasos, ahora simplemente se regalaba con el festín de no tener que verle más diariamente. Cualquiera pensaría que después de hacer lo que hizo por él, Malfoy cerraría la boca, pero demostrado queda que no era así. Para Potter, Malfoy siempre sería un idiota, y viceversa, así que ahora mantenían una relación de cordial antagonismo.
– Malfoy–, le llamó, arrepintiéndose inmediatamente por ceder a los estímulos más tontos que podía sentir– ¿Porqué odias a Potter? ¿No salvó a tus padres de Azkaban?
Había atravesado la línea divisoria, era consciente y le daba igual. La línea que separaba la curiosidad de la intromisión, más específicamente. Al menos podría trabajar supliendo a Rita Skeeter, si sus ambiciones quedaban truncadas en un futuro. A menos que Draco Malfoy tuviera que ir a prisión después de haber escapado de ella tan recientemente. Para ser más concretos, por el asesinato de una bocazas. Y esa opción parecía cada vez más probable, a observar el rostro del mencionado, cuyos poros rezumaban indignación. Bien sabido es de todos que no se debe recordarle a un Slytherin sus deudas, y menos si el beneficiario de dicho préstamo era un Gryffindor cuya cicatriz le había hecho famoso.
Aún así, y como era más que irrebatible, ya lo había hecho y no había marcha atrás. Además de que ella no era de las personas que se arrepienten, sino que asumía que lo hecho hecho estaba y que a lo hecho pecho, lamentarse por sus errores pasados ya no tenía ningún sentido. Pese a la mirada gélida y amenazante de su contrincante, no experimentaba miedo alguno. Es más, se encontraba a la espera, expectante. Él no aparentaba mucha disposición a saciar su sed de conocimientos. Y eso era algo que Astoria Greengrass no pensaba permitir.
– ¿Y bien?– inquirió, tras un momento. La ceja arqueada y apoyada en la mesa con el codo, había hecho su pose más aledaña a la del rubio.
Finalmente, él sonrió, divertido por su impudicia. Colocó una mano en su mentón, en un gesto pensativo que derritió el chocolate de la mirada de Pansy. Astoria permaneció en su postura, sin conmoverse por que su némesis fuera a darle una respuesta. Todavía existía el riesgo de que sólo fingiera reflexionar una contestación para después replicarle un "¿Y a tí que te importa?" lanzado de mala manera. Si ese fuera el caso, ella no tenía intención de hacerse falsas esperanzas.
– Verás, en cuanto a favores, él y yo estamos, relativamente, en empate– comenzó, inesperadamente sincero– Es decir, mi madre le salvó la vida en la Batalla y ambos sabemos lo que me debe a mí. No lo hizo porque me tuviera afecto, sino porque pensaba que mis padres no merecían pudrirse en un sucio cuchitril el resto de su vida.– sonrió irónicamente– Seguramente también tenga que ver con su sentido del deber y su honradez Gryffindor. Ciertamente, cuando era más pequeño sí le odiaba, ahora simplemente de desagrada su egocentrismo.
Astoria estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva. Sobrecogida entre una tos seca y espasmódica, luchaba con sus impulsos de reírse a carcajada limpia. Y, a deducir por los acontecimientos posteriores, había perdido la batalla, o, ante una inminente derrota, había alzado la bandera blanca de la paz, rindiéndose ante su adversario. Había que reconocer que la situación rozaba la comedia.
–Tú, que te crees el rey del mundo, ¿estás acusando a alguien de ser egocéntrico?– explicó, al ver que todos la contemplaban como a una lunática, la sonrisa marcada en su faz y los ojos húmedos.
Zabini sonrió. De alguna forma, había encontrado en ella la perfecta compañera de burlas. Siempre había pensado que, en el caso de chocar con la persona que se amoldaba a ese término, ésta sería un varón. Aunque no es que ella representara la imagen de las damiselas en peligro, exactamente. Más bien era la típica que, de haber nacido menos agraciada, habría que tenido que sufrir una infancia plagada de burlas por ser una "marimacho". Hablaba vulgarmente, era físicamente potente y tenía, en la mayoría de los asuntos, una mentalidad bastante masculina. Aunque fuera sexista afirmarlo. Muchas veces ella misma lo decía, predicando fervientemente que le habría encantado tener polla, porque según sus investigaciones, ser un hombre era mucho más fácil. Porque, -y citando textualmente-, vamos ¿Quién no quiere poder mear de pie y casi en cualquier sitio? Al menos, así resumía su opinión al respecto.
–¿Y tú misma no eres egocéntrica, llamando la atención con tus atuendos extravagantes, tu comportamiento infantil y tu supuesta rebeldía que no es más que un burdo intento de ser diferente?– inquirió Malfoy, siglos más tarde. Aunque no le hubiera visto mover los labios a la vez que pronunciaba su discurso, ella habría sabido que era él. Sólo un Malfoy podía utilizar el sustantivo "atuendos", sin sonar medieval.
Mirándole con indiferencia, decidió que no estaba de humor para razonar con nadie el porqué de ser así y no de otra manera. De hecho, seguramente nunca lo estaría. Nadie siente ganas de explicar a un auditorio estúpido y obtuso los pros de no ser lo que los demás esperan de tí, y menos aún a un auditorio estúpido, obtuso y Malfoy. ¿Para qué se iba a molestar en defenderse cuando le importaba más o menos igual lo que pensaran de ella que la desvalorización de la libra esterlina? Le dedicó un gesto de afinidad al negro que se sentaba a su lado y volvió a comer. ¿De veras había detenido su almuerzo por un debate con aquel albino cuya inteligencia no era mayor que la de un primate?
Si hubieran sido amigos, o buenos conocidos, quizá sí se hubiera explicado. Habría replicado que llevaba la ropa que le daba la gana y que eso no molestaba a nadie, que su comportamiento no era infantil, que era provocador, que no intentaba ser diferente, sino ser ella misma. Y sobre todo que no era culpa suya si destacaba sin querer, no como él. Habría sido una respuesta algo desagradable, pero una respuesta al fin y al cabo.
Pero esto no se iba a quedar así, se dijo su oponente, que había renunciado a clavar sus ojos grises en ella como si pudiera derretirla con tan sólo chasquear los dedos. Básicamente porque, por razones de la física, no podía, y porque ella parecía absorta en absolutamente todo menos él, que intentaba asesinar su filete hincándole el cuchillo, cosa bastante inútil, porque ya estaba muerto.
–No debiste preguntarle eso, vamos a ver, ¿cómo se te ocurre?– le repetía la castaña por tercera vez durante la cena, intentando alejarla de su cordero a la cebolla.
Ella suspiró y se removió en su silla, procurando que el movimiento aliviara sus ganas de lanzarse al cuello de su muy muy pesada hermana. Aunque, claro, si algo tenían en común es que no les agradaba nada que las ignoraran, así que era comprensible su insistencia. La miró, seria, y volvió a suspirar, rindiéndose quizá para poder disfrutar de su cena. Al lado de su hermana se sentaba Nott, cuya ángulo de visión parecía abarcar únicamente su plato, y que comía con toda la tranquilidad del mundo, indiferente a la jaqueca que le causaba su ¿amiga? No creía ni siquiera que Daphne supiera lo que era para él. Ese pensamiento le produjo una especie de placer maligno e insano, que la alentó a darle lo que quería a su agresora.
–Se me ocurrió porque como le encanta hablar de ello, cualquiera pensaría que le hubiera gustado mi pregunta– sonrió, mientras la chica que se sentaba enfrente suya fruncía el ceño sobre sus ojos de gata,– Está todo el santo día que si Potter por aquí, que si Potter por allá. Ni que estuviera enamorado de él.
Zabini estalló en risas, murmurando algo parecido a "¿Veis? Lo que yo os he dicho siempre". Si hubieran sido Gryffindors, habría levantado sus manos y gritado "chócala", pero como no lo eran, se limitaron a mirarse, como ya era costumbre, con complicidad.
– De todas formas, ¿qué más te da?– arguyó la menor, las cejas en uve y la mano formando un gesto de desgana.
Por primera vez en toda la comida, Theodore levantó su mirada azul y sonrió. Se divertía, intentando vislumbrar lo que podría decir la mayor para justificar su berrinche. Él, por supuesto, conocía la causa, y quizá, en un interesante intercambio, se sentiría inclinado a publicar esa información. Pero lo obvio es que no iba a ser gratis, no consideraba la compasión una virtud y aún menos su gemela mala, la caridad. Bebió y volvió a alzar la mirada, encontrándose con los ojos de Astoria, serios y penetrantes. Ella lo sabía, lo había deducido por algún esbozo de su actitud. ¿Quién sabe? La cuestión es que ya sabía lo que tenía que hacer.
–Porque es mi amigo y porque ahora me dará la tabarra a mí por tener una hermana tan insoportable– dijo la castaña unos momentos más tarde, perdiendo toda credibilidad.
De alguna forma, era consciente de que el lapso de tiempo entre pregunta y respuesta había sido demasiado amplio para que fuera verosímil, pero una extraña sensación la empujaba a contestar aún así. No había dicho ninguna mentira, al fin y al cabo. Era un hecho científicamente demostrado que la culpa recaería sobre ella aunque no hubiera sido ella el gato a quién mató la curiosidad. Qué injusta es la vida ¿eh?
El resto de la cena pasó con una quietud banal y se dirigieron a su Sala Común, las barrigas llenas y la mente deseando su propio coma. Astoria solía decir con frecuencia que odiaba los primeros días. Todos: los del colegio, los de las vacaciones, los de la regla, los de los "noviazgos". Además, tras una noche de insomnio y un día agotador, una no sentía la energía brotar por sus manos, exactamente. Pero no sabía si podría dormir, con el asunto de Malfoy rondándole la cabeza. A pesar de su incertidumbre, se metió en la cama y aparentó el sueño hasta quizá la medianoche.
A las doce y cinco, segundo más, segundo menos, vio salir a Daphne del cuarto, ataviada únicamente de un picardías que seguramente compró con su madre y la capa, en cuyo bolsillo descansaba la varita de cerezo que le pertenecía. Tenía la teoría de que el núcleo de la varita definía el carácter de su dueño: nervio de dragón, personalidad agresiva y fuerte, pelo de unicornio, sabiduría, y pluma de fénix, resistencia y longevidad. Basaba su hipótesis en las averiguaciones que había hecho y en su propia experiencia. Ella misma tenía una varita de fresno, nervio de dragón, inflexible. Su hermana poseía una de palo de rosa, pluma de fénix, flexible. Era de conocimiento popular que la varita escoge al mago, y Daphne se correspondía exactamente con la explicación que ella daba del núcleo de la suya, era resistente, se aferraba a su raíz como el junco, doblándose a voluntad, fiel únicamente a sí misma, dejándose guiar por la marea.
Aunque no sonara del todo creíble, ella no odiaba a su hermana. Es más, en cierto modo la admiraba. Ambas representaban para la otra lo que no eran y no podrían ser. Astoria, ciertamente, no sabía cuando callar, hablaba siempre más de lo debido y era inevitablemente sincera. Mientras, Daphne era silenciosa, astuta y una excelente mentirosa. Envidiaban sus virtudes y se despreciaban por sus defectos. Eso era quizá lo que hacía imposible una relación amistosa entre ellas. Algunos acontecimientos pasados tampoco ayudaban a mantener los lazos, pero eso es otra historia.
Centrándonos en la acción, y olvidando las diversas teorías, lo ocurrido era que Daphne, la hija modelo, había salido del cuarto de madrugada, rompiendo unas tres o cuatro normas e infringiendo el toque de queda, y vestida con algo que, dependiendo de la profesión, podría llamarse o no un uniforme. Aunque no tenía muy buena opinión de ella, Astoria se decidió por la segunda opción: no lo era. Era la primera vez que veía a su hermana escaparse de los dormitorios, pero a suponer por la seguridad de sus movimientos, no era la primera vez que lo hacía.
Por una parte, eso tampoco la sorprendía de sobremanera. Sabía con total seguridad que su hermana no era virgen y que se acostaba frecuentemente con su amigo especial, alias "Theodore Nott-e mereces que te hable o mire". Con el que, por otra parte, tendría que mantener una corta y concisa conversación.
Daphne había descendido las escaleras con el mínimo ruido posible, sintiendo la seda acariciar su piel desnuda. Tenía frío, tenía sueño y no le apetecía nada hacer lo que estaba a punto de hacer. Aún así, si quería ganarse el "cariño" de Nott, sabía que era la única forma de, al menos, intentarlo. Sabía también que esa actitud le acabaría haciendo daño, pero le daba igual. Había algo en él que la atraía como una polilla a la luz. Ella misma, al igual que su querida hermana, era muy curiosa (aunque su modus operandi era totalmente distinto), y Theodore tenía un aura de misterio que a ella le encantaría resolver. Poco a poco, creía conseguirlo, pero aún así quería más y más, como de una droga particularmente adictiva. La droga de sus ojos arcanos, de sus manos recorriendo su cuerpo, de las pocas frases que le dedicaba.
Así, pegándose a las paredes heladas de piedra, se dirigía al aula donde Nott la esperaba, sentado sobre una mesa, el uniforme puesto y la capa descansando bien doblada en una silla. Y ella conocía exactamente qué silla sería, en que despacho estaría él apoyado. Porque siempre era la misma rutina: él la llamaba, ella acudía y disfrutaban juntos unos momentos antes de volver al día a día. En aquellas circunstancias, cuando él bebía de ella hasta dejarla seca, casi podía imaginarse que la quería.
Esta vez no fue diferente, y se acercó obnubilada en la oscuridad, diciendo su nombre en susurros, clamando por satisfacer su deseo. Estaba sentado, y la atrajo sin mediar palabra, abriendo las piernas y dejándole espacio. Esperó unos segundos antes de besarla, sabiéndola anhelante. Entre suspiros, la ropa desapareció poco a poco, los labios recorrieron lugares en general cubiertos y ambos se entregaron al sexo. Era como un modo de liberación, como un barbitúrico. Algo que después, les dejaría agotados y serenos.
Esto es todo. Espero ansiosa opiniones, por favor, me gustaría saber si está bien. De hecho no pensaba publicar hasta que tuviese varios capítulos escritos, pero al necesitar crítica y no tener beta, pues lo publico y que me comenten. Besos y abrazos.
Sirop de Framboise.
