Todos ya conocían al Capitán de la Décima División. Al "niño prodigio". ¿Cómo no conocerlo? Toda una leyenda en la Sociedad de Almas. Era una cara que, al verla, no podrías olvidar. Y dirán: "¡No es para tanto!" Pero no solo no podrás olvidarlo por las grandes historias sobre su inmensa inteligencia, o su fuerza, o su… especial estatura.
El patrón que hace que Toshiro Hitsugaya resalte entre la multitud, además de la capa blancuzca de Capitán, es su preciosa, voluptuosa y carismática Teniente que le sigue a todas partes.
Matsumoto Rangiku era la razón por la que Toshiro no podía pasar desapercibido entre la gente aún si así lo quisiera. Algunos podrían pensar que tenía una vida de ensueño, excepto aquellos que habían sostenido una charla –o por lo menos una mirada.– con él.
Y destacar todo el tiempo no era precisamente su deseo personal. No era algo que le infundiera placer… todo lo contrario.
Y la gente no conocía tampoco perfectamente a su Teniente. El padecía a Matsumoto, y no al revés.
––El papeleo de la semana… ya. ––exigió con aquel tono serio y rígido, sentado desde la mesa de su escritorio, mientras ojeaba los permisos para la salida de la Sociedad de Almas de su Escuadrón al Mundo Humano anual para recoger "información". Él solamente pensaba en que era solo una excusa para que los flojos de su Escuadrón evitaran el trabajo, pero no era tan desalmado como para denegarla. El descanso moderado estaba bien.
—¿Qué? ¡No me diga que era para hoy! —pegó un saltito desde su sillón en donde estaba recostada para echar una mirada, alarmada, a su Capitán.
El albino no pudo más que soltar un gruñido involuntario, ahora vendría el regaño que no hacía más que sacar su lado más infantil a relucir.
—¡Matsumoto! ¡¿Cuándo dejarás de ser tan holgazana?! ¡Son asuntos importantes, el trabajo es importante! Y no, no era para hoy, ¿pero y qué si así hubiera sido?
La mujer suspiró profundamente aliviada. Había safado de esa.— ¡Lo sé, lo sé! No se ponga así… ¡Capitánnn, no me asuste de ese modo! —reprochó infantilmente luego del alivio, como siempre, generando a su Capitán unas ganas tremendas de gritarle por dos horas seguidas, contar hasta cien o simplemente salir del lugar con cara de perro y ladrarle al que se le cruzara.
Únicamente se limitó a masajearse la cien un instante, recuperando la calma... o algo así. Respiró profundamente y apoyó totalmente su espalda en el cabecero de la silla un momento, cerrando los ojos. El autocontrol es la clave.
- Ca-pi-tan ...
Escuchó la vocecita de la causante de su estrés, tentándolo a mandar todo al carajo y marcharse enfadado del lugar. Preparado para esto, el de ojos celestes se para rápidamente, golpeando con sus manos su escritorio en un momento de cólera, preparado para preguntar qué quería esta vez.
Grande fue su sorpresa al verla alcanzándole una taza de té, con aquella sonrisa grande y despreocupada que siempre tenía y con la que –no quería admitir – derretía siempre un poco más su corazón helado y calmaba su espíritu colérico.
Al ver su ceño fruncido, la Teniente no puede evitar poner su mejor cara de sorpresa mientras deja lentamente la taza en la mesa del peli-blanco. —¡Capitán! ¿Ocurre algo malo? ¿Se siente mal?
Sin palabras, el de baja estatura se limitó a sentarse y sacudir un poco su cabeza para quitar cualquier gesto de mala cara que estuviese poniendo.
—No, no importa. Solo haz tu trabajo… no te desconcentres… —y solamente le dio un sorbo a su té para ocultar el disimulado sonrojo que había aparecido sin aviso en su rostro. Los detalles de la mujer en los momentos menos esperados causaban esas extrañas cosas en su estómago… que no podía detener aunque deseara.
Sin más palabras, la chica sonrió una vez más encogiéndose de hombros y se volvió a tirar al sofá, haciendo esta vez solo una minúscula excepción por su Capitán y poniéndose a trabajar.
